Urbanidad mínima en la era de la comunicación

Vivimos la misma estupidez, una y otra vez. Nunca falta una persona cuyo teléfono celular suena en medio de un concierto de la sinfónica. En esos casos, el o la portadora recibe ipso facto su castigo: la mirada de «seca-papayo» (como diría mi abuelita) de asistentes enardecidos, el «¡shh!» de otros más. En ocasiones, el director detiene la orquesta y espera a que el ruido cese. Segundos interminables. Esas ya son vergüenzas mayores. Y quizá no sea suficiente. Sigue sucediendo una y otra vez. Yo votaría por una requisa de los aparatejos esos antes de entrar a una sala de conciertos.

Pero, ¿qué hacer en otras situaciones? Seguramente les ha sucedido que en medio de una conversación el o la interlocutora recibe una llamada y, sin pedir disculpas, contesta y se enfrasca una conversación que uno se ve forzado a (medio) escuchar. En otros casos, la persona simplemente se da la media vuelta y se aleja, haciendo elegantes ademanes con las manos en el aire, para atender asuntos urgentes que no pueden esperar.

Este tipo de situaciones me ha convertido en un interesado observador de las conductas humanas (es un decir) alrededor del celular. Quizá uno de los casos más desagradables sea aquel en el que la persona, hombre o mujer, adopta esa actitud de mírenme-y-escuchen-que-tan-importante-soy. A pesar de que tienen el celular a escasos dos milímetros de la boca, levantan la voz para asegurarse de que todo ser viviente a cincuenta metros a la redonda escuche y se percate de su voz de mando: «Sí, ahora salgo a Nueva York a cerrar ese jugoso contrato»… o cualquier otra sandez por el estilo, aunque del otro lado no haya nadie, o se trate del perro de la casa.

Pero hay situaciones peores. Usted va a desayunar o comer con alguien, mujer u hombre, y lo primero que hace su acompañante es poner su celular sobre la mesa. ¿Qué clase de mensaje nos está enviando? Creo que no hay mucho que especular. El mensaje es muy claro «Mira, mis llamadas son más importantes que tú; no puedo hacer esperar a las otras personas; hay jerarquías… o sea».

Es increíble, pero una vez que se popularizaron los celulares, las personas creen que es más urgente atender lo que no está frente a ellas. Hay algunas, muy pocas por desgracia, que tienen la sensatez de apagar su celular cuando entran a una sala de conciertos, cuando van a comer con alguien, cuando tienen una cita, cuando dan clases, cuando hacen algo con alguien por quien sienten respeto.

Soundtracks de la infancia

Al igual que el aroma de una galleta dispara recuerdos lejanos, una pieza de música nos puede hacer recordar todo un periodo de nuestra infancia. A principios de los años sesenta, me aficioné a una serie de televisión llamada «Peter Gunn» (ahora sé que en Estados Unidos fue transmitida de 1958 a 1961). Su creador fue Blake Edwards, quien posteriormente ganara fama con la serie de películas de la Pantera Rosa (con el genial Peter Sellers). Peter Gunn, protagonizado por Craig Stevens, era un investigador privado en la clásica tradición del film noir. Sin embargo, a diferencia de los demás detectives, Gunn era sofisticado y elegante, además de tener un especial gusto por el cool jazz. Los episodios no sólo eran muy emocionantes, sino que estaban envueltos en un ambiente musical extraordinario.

En la serie, Peter Gunn era un asiduo cliente del club de jazz «La casa de mamá», y su novia, Edie Hart (Lola Albright), era una cantante que trabajaba regularmente en ese lugar. Famosos jazzistas (de la vida real) hacían apariciones ocasionales en ese club de set televisivo, como es el caso de Shorty Rogers, en uno de los primeros episodios. El compositor de toda esta extraordinaria música era Henry Mancini (1924-1994). Recuerdo haber comprado el disco de vinil en aquellos años, en una discotea local. Podía entonces disfrutar de esta magnífica colección de cool jazz, con títulos tan evocadores como «Sorta Blue», «Dreamsville», o «Brief and Breezy».

La portada original del disco

Con el tiempo, y con los cambios tecnológicos, ese long play «se perdió» junto con otras cosas cuyo destino ignoro: libros, juguetes, etc. Hace unos meses me enteré en Amazon que había una nueva edición de toda la música que compuso Mancini para esa serie en dos discos compactos. Una colección de las 23 piezas originales, cada una tocada en dos versiones distintas, y grabadas entre 1958 y 1959. Ahora que las he escuchado ahora en casa, es extraordinario ver cómo recuerdo con precisión cada riff de los metales, cada fill de la bateria. El sonido de big band es impresionante, lleno de diversas texturas creadas por el vibráfono, el piano, el bajo y los metales. Y con todo esto vienen muchos recuerdos de cuando tenia diez años de edad.

La portada del nuevo album doble

De macros, focos suaves y solarizaciones

Recién adquirimos una cámara pequeña, pero con una buena resolución (16 megapixeles), con la intención de llevarla de viaje y poderla deslizar por todas partes y tomar fotos en museos y galerías donde esté prohibido hacerlo. Pero también para tomar fotografías instantáneas, al vuelo, sin que los sujetos-objetos se den cuenta… o se den cuenta demasiado tarde. Me sirve de referencia e inspiración (nada menos que) Henri Cartier-Bresson, con su pequeña Leica de 35mm. «La roja, la roja», dijo Tere. Y la roja fue: una Nikon Coolpix S 9300. Ligera y con una amplia gama de modos para fotografiar. Así que aquí están las primeras pruebas.

Acercamiento a planta suculenta

Lo primero consistió en ver sus capacidades de macro, de acercamiento a los objetos, prueba que pasó muy bien frente a diversas flores y plantas de nuestro jardín, incluyendo la planta suculenta de enormes hojas que aparece arriba retratada (y cuyo nombre ignoro). Después, repasar sus funciones y trucos (automatizados) para combinar aperturas y velocidad y poder así aventurarnos en algunos experimentos con el foco suave, los contrastes y la saturación de los colores. Por supuesto, siempre con la ayuda de un buen programa para procesar las imágenes, en este caso LightRoom 3.

Ensayo con foco suave con globos en el parque
Ensayo # 2 con globos en el parque
Jarochas abanicándose

Las dos primeras fotos de arriba fueron tomadas después de las 8 de la noche, en el parque, y las otras dos fueron sacadas en interiores. Tratándose de una cámara de «apuntar y disparar» (point and shoot), la desventaja que supone no poder tener el control completo de la apertura, la velocidad del diafragma y la profundidad de campo, se (medio) compensa con la posibilidad de lograr fotografías ágiles, frescas e improvisadas al momento. Aquí abajo, un experimento de solarización (inversión de tonos) para rematar. La cámara pasa la prueba… por ahora.

Experimento con solarización.

Texturas

Para más precisión, las coordenadas son: 19° 25’ 32.91” N  96° 41’ 39.83” O. Desde allí fotografié el cañón que corre unos 160 metros debajo del nivel donde estaba parado. Me encontraba en el predio llamado “Magdala”, no en honor al lugar bíblico (que en arameo significa «torre») donde habría nacido María Magdalena, sino para honrar la memoria de la madre de las dueñas de este privilegiado mirador natural.

Cañón 01

Como se puede apreciar, la panorámica es impresionante. Pero algo que también atrajo mi atención fueron los restos de un árbol muerto. Yo podría jurar que hace apenas un año era un majestuoso saguaro (Carnegiea gigantea), pero no me lo crean: la memoria a veces me juega algunas bromas pesadas. Así que decidí tomar unas fotografías (unas 40 más o menos) de los restos, con el fin de registrar las bellas texturas producidas por el sol, el viento, el agua y los animales.

Textura 01
Textura 02

No pude resistir la tentación de combinar dos fotografías en una sola imagen: una del cañon y otra del tronco del árbol. El resultado me parece interesante pues se juxtaponen paisaje, flores, arbustos y la textura leñosa del árbol muerto. Si quieren apreciar mejor los detalles, pueden dar click sobre la foto para ampliarla.

Yuxtaposición de texturas

Finalmente, otra vista del cañón, utilizando una técnica distinta para procesar la imagen. Esta vez con cólores más vívidos y claros.

Cañón 02

Cabreo Masivo

El título de esta entrada proviene del encabezado del periódico digital El Huffington Post, donde se reseña la protesta masiva que se realizó hoy (19 de julio) en más de 80 ciudades españolas. Por su parte, el diario El País cabeceaba: «La indignación contra los recortes desborda las calles de España». Ambos medios presentaban la misma foto, impresionante por cierto, tomada en la Puerta del Sol, en Madrid.

La protesta en la Puerta del Sol, Madrid. Foto: Sergio Pérez (REUTERS).

La policía calculó 25 mil personas. El gobierno, 40 mil. El diario El País, 100 mil. Mientras que los organizadores aseguraron que había no menos de 800 mil personas congregadas allí. A ojo de buen cubero, ¿cuántas calcula usted? Y mientras en el Congreso se debatía acerca del recorte de 65 mil millones de euros, Rajoy estaba… ¿Dónde estaba el Señor Presidente? Extraño en verdad, sobre todo cuando en la página de La Moncloa no se advierte otra actividad en su agenda que coincidiera con dicho debate.

Universidad Pública vs Desarrollo

El 22 de abril de 2012, el Laboratorio de Análisis Institucional del Sistema Universitario Mexicano (Laisum) publicó mi artículo «Universidad Pública vs Desarrollo», en su sección Voz de los Universitarios. Lo reproduzco hoy aquí. El Laisum es coordinado por el investigador  de la UAM Dr. Eduardo Ibarra Colado, y su portal en Internet está en: laisumedu.org/

I. El desarrollo como visión del mundo

Un tema recurrente de discusión en el ámbito educativo es el que se refiere a la privatización de los fines de la universidad pública. Es decir, su conversión progresiva para que opere como una empresa productora de conocimientos y de “recursos humanos”[1] que alimenten a la economía neoliberal. De ahí todo ese sistema operativo y conceptual que domina el ambiente y que incluye aspectos tales como competitividad, acreditación, certificación, productividad, liderazgo, ranking, competencias, etc. Para quienes defendemos la naturaleza humanista de la universidad pública la cosa pinta difícil. El asunto es que detrás de este proceso de privatización hay un argumento legitimizador poderoso: la universidad debe contribuir al desarrollo (del país, de las regiones, del mundo). ¿Quién en su sano juicio puede oponerse al aparentemente bienintencionado propósito de promover el desarrollo? Al parecer, un creciente número de académicos, científicos y pensadores de todas partes del mundo.

El desarrollo no es sólo un concepto que utilizan los economistas, los políticos y los expertos. Es una manera de ver el mundo y de vernos en ese mundo. Modela nuestras “necesidades”, deseos y consumos. Determina el diseño de nuestras instituciones (incluyendo las educativas) y la organización de nuestras vidas. El desarrollo ha establecido una racionalidad que nos dicta lo que es bueno, conveniente y deseable. Está fundado en términos dicotómicos, como éxito-fracaso, riqueza-pobreza, productivo-improductivo, etc. La racionalidad del desarrollo está tan arraigada en nuestras mentes y acciones, que pocas veces o nunca sometemos a un examen crítico sus consecuencias. El desarrollo ha creado un conjunto de categorías que se imponen en los sistemas de conocimiento, los cuales se reproducen por medio de la educación. Como dice Ashis Nandy, la dominación se ejerce hoy no tanto mediante la fuerza, sino a través de categorías, incrustadas en los sistemas de conocimiento:

Durante las últimas décadas, las definiciones hicieron que por lo menos dos mil millones de seres humanos se vieran a sí mismos como subdesarrollados, no sólo económicamente, sino también cultural y educativamente (Nandy 2003: 143).

El desarrollo, con la ayuda de la educación, convirtió lo local en algo irrelevante. Si queríamos progresar teníamos que poner los ojos en lo que estaba fuera de nuestras vidas, experiencias y saberes. La educación se encargó de que aprendiéramos el nuevo alfabeto único del desarrollo al tiempo que nos hacía olvidar los alfabetos propios. Dejamos de ver lo que las comunidades y las personas pensaban y hacían en sus lugares (Fasheh, 2002), para aprender que la felicidad y el bienestar se encuentran más allá del horizonte.

La universidad forma los “recursos humanos” para el desarrollo: mano de obra, profesionales, especialistas, administradores y “líderes” que requiere el funcionamiento de la economía global. Prepara a los científicos y tecnólogos que proveen los conocimientos y sus aplicaciones para hacer más provechosas las inversiones[2]. El conocimiento que vale es aquel que sirve a los fines de la economía. Pero no sólo eso. La educación forma a los futuros consumidores y ciudadanos de McWorld, como Benjamin Barber bautizó a la civilización occidental. La educación se privatiza en sus fines y métodos y adopta un enfoque empresarial. Así, se enseña la eficiencia económica y no el bienestar o el equilibrio de la biosfera. Se promueve la competitividad en detrimento de la cooperación. Se privilegia la especialización y la estandarización, y se atenta contra la diversidad.

La educación de hoy alienta a los jóvenes a encontrar carrera antes de que puedan encontrar una vocación (Orr 2004). Una carrera es un trabajo, una manera de ganarse el sustento, una forma para hacerse de un curriculum. Es símbolo de movilidad social y de un “estilo de vida” (medible en niveles de consumo). En cambio, una vocación tiene que ver con propósitos más trascendentales en la vida, con valores más profundos, con lo que uno quiere legar al mundo. La escolarización deja impreso un paradigma disciplinario en las mentes de los jóvenes, con la creencia de que el mundo está organizado en campos separados, como en el curriculum. Llegan a creer que la economía no tiene nada que ver con la física o con la biología. No se puede mantener esta creencia sin causar daño, tanto al planeta como a las mentes y vidas de las personas que lo creen así.

II. La historia que no se cuenta en las universidades

Un alud de crecientes evidencias científicas ha corroborado que nuestro planeta tiene una “habilidad” extraordinaria para mantener las condiciones habitables (Lovelock, 2010). La temperatura del planeta nunca ha estado demasiado fría o demasiado caliente (a pesar de periodos muy fríos y muy calientes) en los últimos 3 000 millones de años. Esta estabilidad es extraordinaria en virtud de que la temperatura del sol se ha incrementado sostenidamente y, actualmente, es ¡25 por ciento más caliente que hace 3 500 millones de años! (Harding, 2010: 72). La vida, por medio de un proceso autopoiético (que se produce a sí misma) y de continuas emergencias ha construido un mega-sistema con capacidades de auto-organización: la Tierra.

La autorregulación y la capacidad autopoiética de individuos, especies y biosfera son posibles gracias a la cooperación y a la dependencia mutua. El resultado es una creatividad sistémica que les permite coevolucionar. El fenómeno de la simbiosis constituye un proceso cognitivo global[3], y nuestro cálido planeta es expresión de constantes creaciones locales y emergencias globales entre organismos vivos y su ambiente no vivo. Esta compleja dinámica se ha venido perfeccionando durante 4 600 millones de años, con la participación de individuos y especies de los cinco reinos: monera (bacterias), protoctista (algas, moho, protozoa), animales, plantas y hongos.

La teoría del planeta como un sistema complejo auto-organizado llevó a otro nivel la teoría evolutiva de Darwin, con un giro inesperado: la vida no se tuvo que adaptar a las azarosas fuerzas de la geología, la química y la física planetarias, sino que la vida creó su propio entorno que mantiene y regula las condiciones ambientales. El nivel de oxígeno, la formación de las nubes y la salinidad de los océanos, por ejemplo, son todos regulados por procesos químicos, físicos y biológicos en constante interacción. La auto-regulación del clima y la composición química emerge de la estrecha evolución acoplada de rocas, aire, océanos y organismos (Harding, 2009).

La organización de lo vivo, fundada en relaciones y acciones locales, no es jerárquica (no hay un elemento central que organice o controle los procesos), sino holárquica: cada parte del todo se comporta como totalidad y como parte (Margulis y Sagan, 2005). La paulatina diferenciación dentro de la biosfera a partir de variables geográficas, climáticas, oceanográficas, edafológicas y biológicas, hizo emerger una gran variedad de hábitats, los ecosistemas, cuyas interacciones locales siguieron modificando la biosfera para seguir creando mejores condiciones para la vida.

Pongamos las cosas en perspectiva. Durante 4 600 millones de años el proceso evolutivo produjo un sistema que se comporta como un mega-organismo con capacidades de auto-regulación. Todas las especies forman un tejido bio-cognitivo por medio de procesos autopoiéticos, de acoplamiento estructural y de intercambios energéticos, materiales e informacionales. La biodiversidad, la verdadera riqueza con la que contamos (Margulis y Sagan, 2005), es la diversidad de la vida a varios niveles de organización, desde los átomos constituidos en moléculas y cadenas orgánicas, hasta especies, ecosistemas, bio-regiones, biosfera y planeta.

III. Lo peligroso del desarrollo

El problema es que las expresiones concretas del desarrollo económico, contrario a lo que predica su discurso y su teoría, constituyen hoy la principal causa de destrucción de la naturaleza, de las relaciones ecológicas y sistémicas de las que depende la integridad del planeta y, por tanto, de la integridad de la especie humana. El desarrollo, el proyecto del progreso de la Modernidad, no sólo no ha resuelto los problemas de desigualdad social, pobreza, hambre e injusticia, sino que los ha agravado. Hoy podemos constatar que ningún avance científico y tecnológico ha ayudado a eliminar, o al menos disminuir, ninguno de los grandes flagelos de la humanidad.

En nombre del desarrollo se ha venido desmantelando, racional y eficientemente, el tejido bio-cognitivo de la Tierra (que tomó 4 600 millones de año de evolución). Con cada acción destructiva (deforestación, contaminación de océanos, extinción de especies, etc.) se disminuyen las capacidades de auto-regulación del planeta, debido a la destrucción de cadenas y ciclos bio-físico-químicos a partir de los cuales se crea la diversidad y la riqueza que sustenta nuestra especie. Con el incremento de la pobreza, el agotamiento de los combustibles fósiles del que depende la economía global, y la escasez de alimentos,[4] nos encontramos en una senda de colapso civilizacional.

No se trata de una catástrofe futura. La catástrofe ya se ha producido (Latouche y Harpagès, 2011). Estamos acabando con las especies a una tasa 10 000 veces la tasa de extinción natural (Wilson, 2002). Dicho de manera prosaica: cada día perdemos 80 especies, principalmente en los bosques tropicales, gracias a nuestro insaciable apetito de madera, soya, aceite de palma y carne (Harding, 2010). En un día típico en el planeta, se pierden 300  kilómetros cuadrados de bosques lluviosos, otros 190 kilómetros cuadrados se convierten en desiertos, como resultado de programas de “desarrollo”. Se lanzan 2 700 toneladas de clorofluorocarbonos y 15 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera (Orr, 2004). Es decir, cada día la Tierra es un poco más caliente, su agua más ácida y el tejido de la vida más débil.

El tetramotor del desarrollo globalizado, identificado por Edgar Morin, constituido por el acoplamiento entre la ciencia, la tecnología, la industria y el interés económico, es hoy en realidad un penta-motor: ciencia-tecnología-industria-interés económico-universidad. Lo que quiero decir es que la universidad es parte hoy de la maquinaria de un desarrollo a escala global intrínsecamente destructivo. Desde nuestra perspectiva, el problema va más allá de la privatización de la educación: lo que está en juego detrás de todo esto es el futuro y la viabilidad de nuestra civilización.

IV. La Universidad Pública y una otra concepción del desarrollo

Se habla de una pretendida “sociedad del conocimiento”, pero paradójicamente la teoría del desarrollo, en pleno siglo XXI, está fundada en retazos de teorías científicas, imposturas intelectuales (Smith y Max-Neef, 2011) y en supuestos que se han mantenido desde el siglo XVIII (Rifkin y Howard, 1980). La “nueva economía” descansa sobre principios que están en conflicto flagrante con los procesos y fenómenos de la vida. La visión del desarrollo no sólo está equivocada en sus fundamentos científicos (Smith y Max-Neef, 2011), sino que es la visión que se enseña y reproduce en las universidades (Kumar, 2009; Orr, 2004). Éstas ofrecen un conjunto de conocimientos fragmentados (competencias) que satisfacen las necesidades propias de cada mercado laboral, pero que son ajenos a una comprensión sistémica de la realidad humana. David Orr lo expresa de manera contundente:

La verdad es que sin las precauciones necesarias, la educación sólo va a habilitar a las personas para convertirlas en vándalos de la Tierra más eficaces. Si uno presta la debida atención, es posible escuchar a la Creación quejarse cada vez que un nuevo lote de jóvenes Homo sapiens, astutos y deseosos de tener éxito, pero ecológicamente analfabetos, son lanzados a la biosfera. (Orr, 2004: 5)

Se habla de la necesidad de repensar y replantear la Universidad pública. Pero para ello es necesario también repensar y replantear la idea del desarrollo. No podemos hacer avances significativos en este sentido si nuestras instituciones no emprenden un esfuerzo individual y colectivo de análisis crítico a fondo del desarrollo y sus consecuencias, no sólo económicas, sino también culturales, psicológicas, espirituales, entre otras dimensiones.[5] No podemos salir de la caja si no sabemos cuál es la caja en la que estamos encerrados.

Hoy contamos con suficientes evidencias científicas acerca del fracaso del proyecto de la Modernidad: el control de la naturaleza por el hombre para beneficio del hombre mismo. Hemos vivido demasiado tiempo con la idea arrogante de que la humana es la especie más evolucionada, cuando en realidad somos los recién llegados. En tan solo 0.00000086 por ciento de la historia evolutiva de la Tierra estamos a punto de destruir lo que tomó 4 600 millones de años en crearse. Hoy ya nos queda claro que no somos el centro del universo ni somos más inteligentes que las bacterias (de quienes descendemos y a quienes debemos el acondicionamiento de nuestro planeta). Es hora de adoptar una visión más humilde y más realista y comprender que nuestra integridad depende de la integridad de cada una de las demás especies.

Es por ello que aún me siguen inquietando esos ampulosos discursos sobre la “sociedad del conocimiento” y esos carteles que están pegados en los muros de nuestras facultades, en los que expresan su misión y que, palabras más, palabras menos, rezan más o menos así: “Formar profesionistas que sean capaces de insertarse exitosamente al proceso de globalización”. Estoy seguro de que hay otro desarrollo  que se pueda evaluar a escala local, a la luz de principios que tienen que ver con el tejido físico-químico-biológico-social de la biosfera y el incremento de la habitabilidad. Es decir, que recupere la autonomía perdida en aras de un desarrollo que nunca llegó y, al parecer, nunca llegará. Ahí está el verdadero reto de las universidades públicas.

Referencias

Fasheh, Munir. (2002). “Abundance as a central idea in ecological approaches in education”. En Jean-Paul Hautecoeur (ed.) Ecological Education in Everyday Life. Toronto: Toronto University Press. Pp. 44-50.

Harding, Stephan. (2010). “Gaia and Biodiversity”. En Eileen Crist y Bruce Rinker (eds.) Gaia in Turmoil. Climate change, biodepletion, and Earth ethics in an age of crisis. Cambridge (MA): The Massachussetts Institute of Technology Press. Pp. 107-124.

Harding, Stephan. (2009). Animate Earth. Science, Intuition and Gaia. Totnes: Green Books.

Kumar, Satish. (2009). Earth Pilgrim. Totnes: Green Books.

Latouche, Serge y Didier Harpages. (2011). La hora del decrecimiento. Barcelona: Ediciones Octaedro.

Lovelock, James. (2010). “Our Sustainable Retreat”. En Eileen Crist y Bruce Rinker (eds.) Gaia in Turmoil. Climate change, biodepletion, and Earth ethics in an age of crisis. Cambridge (MA): The Massachussetts Institute of Technology. Pp. 21-24.

Margulis, Lynn y Dorion Sagan. (2005). ¿Qué es la Vida? Barcelona: Tusquets Editores.

Nandy, Ashis. (2003). “Recuperación del conocimiento autóctono y futures contrapuestos de la Universidad”. En Sohail Inayatullah y Jennifer Gidley (comp.) La universidad en transformación. Perspectivas globales sobre los futuros de la universidad.  Macanet de la Selva (Girona): Ediciones Pomares. Pp. 143-154.

Orr, David W. (2004). Earth in Mind. On education, environment, and the human prospect. Washington: Island Press.

Rifkin, Jeremy y Ted Howard. (1980). Entropy. A new world view. Nueva York: The Viking Press.

Smith, Philip B. y Manfred Max-Neef. (2011). Economics Unmasked. From power and greed to compassion and the common good. Totnes: Green Books.

NOTAS:


[1] Vale la pena preguntarse en qué momento los sujetos nos convertimos en “recursos”. El concepto mismo nos hace saber que nos hemos convertido en instrumentos de algo que nos supera y está por encima de nuestras vidas: la economía global.

[2] La ciencia y sus aplicaciones está guiada por las ganancias, sin importar los “efectos secundarios”, como los daños ambientales y sociales. Así, las corporaciones alimentaria y farmacológica (las más rentables del mundo, junto con el negocio de la guerra) dedican miles de millones de dólares anuales  a la investigación en biotecnologías de manipulación genética para obtener ganancias en tiempos cada vez más cortos.

[3] Simbiosis significa “convivir”, de acuerdo a su etimología griega. En la teoría evolutiva, se refiere a la estrecha y persistente relación entre dos organismos de diferentes especies, con efectos benéficos para ambos (Margulis, 1998).

[4] Escasez provocada por la pérdida diaria de millones de toneladas de suelo fértil, el incremento de la población, y el uso de cosechas para producir biocombustibles y forrajes.

[5] Yo propondría un proyecto académico-científico de alcance nacional (incluso internacional) en el que las universidades públicas no sólo realizaran una crítica al desarrollo y sus principios, sino también aportaran propuestas alternativas, con fundamentos en las aportaciones científicas recientes en campos como la biología, la ecología profunda, la teoría de la evolución, la física, la permacultura, la biomimética, el estudio de los sistemas complejos con capacidades de auto-regulación, etc.

Pro-cras-ti-na-ción

Desde el siete de abril no he escrito una entrada nueva para este blog. ¿Cuál es la razón? Intuyo la respuesta cuyo nombre es terrible: procrastinación. El Diccionario del Uso del Español, de María Moliner (2a edición) define la procrastinación como «Acto de procrastinar», lo cual no ayuda mucho. Más abajo define procrastinar: «(del latín procrastinare) Aplazar. Retrasar». Quiero ampliar mi cultura respecto a esta (horrible) palabra y consulto el Diccionario de la RAE, pero me dice exactamente lo mismo.

¿Es posible que Wikipedia sea una opción más completa que la Moliner y la Real Academia juntas? Allí encuentro que procrastinar se compone de las palabras latinas «pro» (adelante) y «crastinus» (referente al futuro) y que el vocablo significa: «postergación o posposición, es la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables». Bien, esto suena un poco más interesante, y eso es lo que he hecho durante estos 94 días o 2 256 horas: pro-cras ti-nar. A propósito, ¿cómo se conjuga este verbo en pretérito pluscuanperfecto?

Pero busco más, y en la Revista Society of 2000 encuentro algo más completo:

La procrastinación es un complejo transtorno del comportamiento que a todo el mundo nos afecta en mayor o menor medida. Consiste en postergar de forma sistemática aquellas tareas que debemos hacer, que son cruciales para nuestro desarrollo y que son reemplazadas por otras más irrelevantes pero más placenteras de llevar a cabo. Es asumida popularmente como simple «pereza». Afecta a multitud de perfiles (el ejecutivo que aplaza una y otra vez una reunión porque la prevé conflictiva, el estudiante que aplaza indefinidamente el estudiar para sus exámenes,etc.) y cada vez más se está convirtiendo en un serio problema que afecta a la salud psicológica de los individuos y, por ende, a la salud social de una comunidad.

Confío en que mi complejo trastorno de comportamiento no haya contribuido a minar la salud social de mi comunidad, de mi país, del planeta, al dejar de escribir en mi blog durante 135 360 minutos. Pero la duda central permanece: ¿por qué? ¿Se agotaron de pronto los temas interesantes? ¿Encuentro ahora particularmente estresante escribir en el blog? ¿Miedo a enfrentarme a la pantalla en blanco? ¿Mi vida se ha convertido en una rutina anodina y vacía? La respuesta es un rotundo no, pero no puedo discernir qué me ha llevado a estos 8 millones 121 mil 600 segundos de inactividad en el blog. Quizá eso sea lo más misterioso de este largo periodo de procrastinación.

Cuadros de una exposición

He estado aquí por media hora. He fingido leer varias revistas. Es imposible entretenerse con algo. Echo una mirada a los demás. Nadie habla. Nadie mira a nadie. Todos, al igual que yo, simulan leer entretenidamente algo. Tienen sus pensamientos en otra parte. Llega el momento. Una voz me dice “¿Señor Alekhine?” Asiento con la cabeza. Me levanto de mi asiento. Me dirijo al camino conocido. Volteo a ver a las personas que dejo atrás. Inmóviles y calladas. Aparentan no darse cuenta de la inexorable cuenta regresiva. Como si no pasara nada.

Entro a ese pasillo ya familiar. Cuatro metros interminables. Seis segundos infinitos. El mosaico amarillo del piso, viejo y descuidado. El mismo foco fundido pendiente de un cable torcido lleno de telarañas. Las manchas de humedad sobre los muros se suceden como pinturas de una exposición. Mussorgsky de nuevo. Promenade… el Gnomo… el viejo castillo… el Jardín de las Tullerías… la carreta de enormes ruedas… el ballet de los polluelos en sus cascarones… Goldberg regatea de nuevo con Schmuyle… el mercado… las catacumbas… la Bruja Babayaga. Cinco segundos y medio y de nuevo estoy de nueve frente a ella: la Gran Puerta de Kiev. Está abierta. Siempre está abierta. Entro.

Una voz que no escucho me saluda. Tomo asiento. Mis manos sudan. Balbuceo algo que ni yo mismo logro entender. Estoy helado. Levanto la vista hacia el muro de enfrente: busco tranquilidad entre las certificaciones científicas. La misma voz me dice “¿Qué tal calor?” Creo que contesto algo. Me recuesto. Estiro las piernas. Descanso la cabeza sobre la mullida cabecera. Finjo una posición confortable y relajada. 250 watts estallan sobre mi cara. Cierro los ojos. Ese rojo conocido. Un sonido familiar marca el comienzo de todos los horrores.

El Cuarto Azul

En 1901, Pablo Picasso inició su «periodo azul» con una pintura que tituló «The Blue Room» (El Cuarto Azul). En esa época solía reflejar la miseria humana en forma de mendigos, prostitutas y alcohólicos, a quienes representaba con figuras ligeramente alargadas. El color azul impartía a esas pinturas un toque de inexpresable melancolía.

The Blue Room, de Pablo Picasso

Yo no estoy comenzando ningún periodo azul, pero sí tengo una fotografía que he titulado «El Cuarto Azul». La tome en un salón del Museo Carnavalet, situado en el barrio Le Marais en París, después de experimentar profunda frustración al saber que el museo Picasso (situado a unos cuantos pasos del Carnavalet) acababa de comenzar una etapa de remodelación de dos años.

El Cuarto Azul

Por supuesto, ese azul que se ve en la fotografía no es natural. Lo hice «virando» la foto a ese color y dándole otros toques «artísticos». El resultado: no estoy seguro, pero me gusta. Por supuesto, puede dar click sobre la imagen y ver algunos detalles interesantes,  como el pequeño cuadro de una mujer con velo, o el respaldo de las sillas.

Una introducción

A finales de este mes voy a asistir a un congreso internacional sobre estudios organizacionales. Mi participacion será en una mesa que tiene el sugerente nombre de «Reinventando la universidad: desafíos más allá de las reformas neoliberales». En verdad un tema tan necesario como desafiante. Así que he decidido publicar en este blog la introducción de mi ponencia con la expectativa de generar interés en un tema tan importante como es el futuro de la educación superior. Por cierto, el título de mi trabajo es: Reinventando la universidad a partir de una noción no antropocéntrica del desarrollo: ecopoiesis. Espero picar la curiosidad de algunos lectores y lectoras.

I. Introducción

Pensar y reinventar la universidad pública fuera de la lógica neoliberal es, sin duda, uno de los ejercicios más desafiantes de imaginación que podamos realizar. Al respecto, se pueden destacar cuatro aspectos por los que el tema resulta de la mayor importancia. Primero, porque la universidad pública ha estado sujeta en años recientes a un proceso de privatización progresiva, tanto de sus contenidos y métodos como de sus fines. Segundo, este proceso no está desprovisto de una lógica legitimadora: las universidades deben contribuir al desarrollo de los países y a la construcción de una sociedad del conocimiento, ambas nociones íntimamente atadas a una economía global que ha impuesto una racionalidad en apariencia inescapable. De ahí que las reformas no logren alejarse del campo gravitacional de ese objeto masivo que es el neoliberalismo, cuya ideología ha penetrado cada rincón de nuestras geografías, sociedades y psiques.

Tercero, las expresiones concretas del desarrollo, contrario a lo que predican su discurso y su teoría, constituyen hoy la principal causa destructiva de la naturaleza, de las relaciones ecológicas y sistémicas de las que depende la integridad del planeta y, por ende, la especie humana. Podemos incluso poner en tela de juicio, a la luz de los avances de la ciencia en los últimos 60 años, la validez científica de las llamadas teorías del desarrollo. Cuarto, las universidades públicas pueden estar contribuyendo, sin proponérselo, a la construcción de un mundo tan absurdo como inviable. Por todo esto es necesario pensar la universidad pública desde una perspectiva que no sea la de los intereses corporativos y de la racionalidad del mercado.

En medio de un alud de problemas, demandas y expectativas internas/externas, las universidades no tienen tiempo ni espacio para pensar a fondo su misión y su filosofía. La urgencia de los problemas exige rapidez de respuesta, por lo que se ven forzadas a adoptar, irreflexivamente, las reformas de moda, relegando indefinidamente el cuestionamiento a fondo sobre cuál debe ser el papel de la universidad pública en tiempos de crisis global, qué tipo de ciencia y de conocimientos son necesarios para hacerle frente a problemas que desbordan cualquier aproximación disciplinaria o profesional, qué valores enseñar en un mundo atravesado por la violencia, la corrupción y la codicia.

Al mismo tiempo, cada vez más crece la conciencia de que hay algo profundamente mal con la universidad y que no se puede resolver con una reforma educativa. A más de cuatro décadas de mayo de 1968, los estudiantes y los profesores han salido nuevamente a las calles para rebelarse contra el embate de los mercados sobre la universidad pública. El “No a Bolonia” es tan solo una de sus manifestaciones. La revuelta internacional busca contener la irrupción de la economía neoliberal e impedir que las universidades se conviertan en empresas que alimenten el mercado global de personas y conocimientos. De este tipo de resistencias depende que la educación, la ciencia y la cultura sean bienes públicos. De otra manera, se iría el último bastión de nuestras sociedades al servicio de la libertad, pues a la educación superior se le quiere convertir en el “mercado del saber”, donde el conocimiento es la mercancía susceptible de apropiación privada y explotación comercial.

No obstante, desde nuestra perspectiva, el problema va más allá de la privatización de la educación: lo que está en juego detrás de todo esto es el futuro y la viabilidad de nuestra civilización. En este trabajo trataremos de explicar por qué. Asimismo, vamos a ofrecer otra manera, entre tantas posibles, de ver la realidad, desde una perspectiva no centrada en las intenciones del Homo oeconomicus, ni en las llamadas “necesidades” humanas, hoy modeladas por los intereses corporativos y la mercadotecnia. Lo que proponemos es otra manera de contextualizar la educación, desde una visión evolutiva del hombre, una especie cuya integridad depende de la integridad de todas las demás especies y del complejo ambiente físico terrestre.

Son dos los propósitos centrales de este trabajo. Uno, proveer una mirada distinta de la realidad que nos ayude a concebir otra noción de desarrollo, fundado en conocimientos científicos recientes y en principios en los que se ha sustentado la evolución de la vida en nuestro planeta. Otro, abrir otras posibilidades para concebir la universidad, como una institución con la trascendental responsabilidad, no de capacitar para los mercados de trabajo, sino de formar para la vida y la construcción de un planeta habitable para ésta y las generaciones futuras. También debo decir que este trabajo está dedicado a las pacientes e inteligentes bacterias que han hecho posible lo improbable: el florecimiento y evolución de la vida en la Tierra y que nosotros, hoy, podamos discutir sobre la universidad.