La riqueza de una vida: Chick Corea

Era un genio y tuvo una vida plena y prolífica. Tocó con todos los músicos de jazz a quienes él admiraba y que posteriormente le admirarían a él. No era raro verlo en sus conciertos con una camisa informal, como si viniera de arreglar un poco su jardín, y como si quisiera decir a todos: «miren, aquí vengo a tocar y a divertirme un rato con ustedes». Nació como Armando Anthony Corea en la ciudad de Chelsea, Massachusetts, el 12 de junio de 1941. En más de cinco décadas de carrera artística cosechó 23 premios Grammy. En los años 60, impulsó el jazz fusión y pronto estuvo tocando con, ni más ni menos, Miles Davis. Dedicó su vida y talento a construir puentes con todos los géneros de música, fuera clásica, tropical, rock o tango. Acaba de morir el 9 de febrero de 2021, a la edad de 79 años. Un tipo raro de cáncer le impidió seguir tocando, quién sabe por cuántos años más, pues su energía y creatividad estaban intactas. En su página personal dejo un texto de despedida:

Quiero agradecer a quienes me han acompañado a lo largo de mi viaje y que han ayudado a mantener encendida la llama de la música. Espero que quienes se sientan inclinados a tocar, escribir, actuar o cualquier otra cosa, lo hagan. Si no es para ustedes mismos, entonces para el resto de nosotros. El mundo necesita no solo más artistas, sino también más diversión.

A mis increíbles amigos músicos que han sido como una familia para mí desde que los conozco: ha sido una bendición y un honor aprender y tocar con todos ustedes. Mi misión ha sido llevar la alegría de crear a cualquier lugar que pudiera. Haberlo hecho con todos los artistas que admiro tanto ha sido la riqueza de mi vida.

En las antípodas de Massachusetts, Hiromi Uehara nacía el 26 de marzo de 1979, en Shizuoka, Japón. Siendo muy joven, se convirtió en pianista y compositora de jazz. Sus actuaciones están llenas de técnica virtuosa, energía y, sobre todo, alegría. Mucha alegría. Aprendió piano clásico desde los seis años de edad. Su misma profesora de piano la introdujo en el mundo del jazz. Cuando tenía 14, Hiromi tocó con la Orquesta Filarmónica Checa. A los 17, en 1996, conoció a Chick Corea en Tokio, por pura casualidad. Él la invitó a su concierto que tenía al día siguiente y, como suele decirse en estos casos, «el resto es historia». En 2009 grabaron un disco juntos: Duet: Chick & Hiromi. Abajo mostramos un video de ellos, improvisando sobre un movimiento del Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, en el que Corea nos lleva a su composición «Spain».

El video y la música tienen derechos reservados. Se reproducen aquí sin ánimo de lucro.

Curiosamente, al final del recital, Corea, como un niño en una dulcería, tomó fotos de su público y de su invitada. Como si fuera a ponerlas en su página personal o enviárselas a sus amigos y familia. Pareciera que fuera a publicarlas con el pie: «¡Miren con quien acabo de tocar!». Así era su genio y su sencillez.

Kuniko y el Fondo Monetario Internacional (con fondo musical de instrumentos de percusión)

Acabo de recibir un email del Sr. Kuniko Yamaguchi. En él me informa que el Fondo Monetario Internacional, en coordinación con el Banco Mundial, aprobó una compensación para mí de 950 mil dólares (19 millones de pesos mexicanos). La razón de tal compensación, me explica amablemente el Sr. Yamaguchi, es para personas que «tenían transacciones sin terminar en cualquier parte del mundo». Esto me hizo pensar con cierta profundidad el asunto: ¿qué transacción no he terminado en cualquier parte del mundo?

Recuerdo que hace un par de meses entré a una tienda de artículos fotográficos en Nueva York. Allí pedí que me mostraran la cámara Hasselblad modelo X1D II, de formato medio y con una resolución de 50 megapixeles. ¡Qué belleza! (Me refería a la mujer que me mostró la cámara). El precio, ya con descuento de promoción, era de 7 500 dólares (unos 150 mil pesos). Sin más ni más dije: «¡Me la llevo! No la empaque, porque me la llevo puesta.» Pero justo en el momento en que sacaba mi tarjeta de crédito… desperté de tan prometedor sueño. Esto me hace pensar que mi experiencia onírica cuenta como «transacción sin terminar» y que, además, sucedió en «cualquier parte del mundo».

Hasselblad X1D II. Copyright de la foto: Hasselblad.

Pero aún así existe una brutal diferencia entre 7 500 y 950 000 dólares. Me puse a sumar lo que debo en la panadería de la esquina, al tintorero que pasa todos los martes y el último mes de renta de mi celular. Pero aún así no me dan las cuentas. Debo confesar que, a pesar de la gran diferencia señalada y de ciertos remilgos de mi parte, acepto gustosamente el ofrecimiento del FMI.

En este momento estoy contestando al señor Yamaguchi, agradeciendo la noticia y sus atenciones. Le estoy adjuntando los detalles que me pidió de mi cuenta bancaria, incluyendo la clave personal, para que la transferencia de los fondos del Fondo fluyan con tersura y alegría. También le hago saber, con mucho tacto, por supuesto, que hay algo muy extraño en todo esto: que su nombre, Kuniko, sea de mujer. Y ya de paso aprovecho para preguntarle a mi nuevo amigo Kuniko Yamaguchi si ha escuchado a la extraordinaria percusionista japonesa Kuniko Kato. En caso de que no lo haya hecho, le estoy enviando la liga a un video de ella. Seguramente disfrutará el arte y sensibilidad de su tocaya.

Video tomado de YouTube: Contrapunto de Seis Marimbas, de Steve Reich, con Kuniko Kato.

Entre un cuarteto de cuerdas, fractales y enfermeras

La morfina es una potente droga que se extrae del opio (adormidera), de uso frecuente como analgésico en medicina. El nombre se lo dio su descubridor, el farmacéutico alemán Friedrich Wilhelm Adam Sertürner, en honor a Morfeo, el dios griego de los sueños. Su fórmula es C17H19NO3, en caso de que quieran ponerla en el juego de Scrable. Es una droga psicoactiva que provoca poderosos efectos relajantes, analgésicos y narcóticos. También leo en Wikipedia que suele generar sensaciones placenteras y alucinaciones: percepción de elementos que no encuentran correlato en el mundo real (pero también otros que sí lo tienen… me consta). La adormidera no es otra que la planta que conocemos con el nombre de amapola real y cuyo nombre científico es Papaver somniferum. Recuerdo que hace algunos años, por la belleza de sus flores, las amapolas solían habitar en muchos jardines de las casas. Pero ya nadie se anima a tenerlas.

Por otra parte, Bernard Herrmann (1911-1975) fue un músico estadounidense que se especializó en la composición de temas para películas, como Ciudadano Kane, Taxi driver y Farenheit 451. Pero quizá su composición más conocida sea la música que hizo para la película Psicosis (1960), dirigida por Alfred Hitchcock. Nota: sigue spoiler. A todos quienes la vimos, se nos quedó grabado en las profundidades de nuestros lóbulos temporales ese fragmento para la escena de la regadera, en la que Norman (Anthony Perkins) apuñala a Marion (Janet Leigh): esas notas chillonas y agudas de las cuerdas repetidas una y otra vez, al ritmo del cuchillo al clavarse en el cuerpo de la chica. La obra lleva el título de Psycho Suite y tiene una duración aproximada de 9 minutos. Está dividida en 11 mini-temas que corresponden a igual número de situaciones de la trama. Incluida, por supuesto, la terrible escena de la regadera. Si bien Herrmann compuso la obra para cuarteto de cuerdas, hay una versión interesante para orquesta sinfónica (secciones de cuerdas), que se puede ver en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=fQwzJ6VvUD0. Nota: la parte de la regadera comienza a los 5:53 minutos.

Justo el día de mi cumpleaños ingresé al hospital, con dolores abdominales muy fuertes. Después de un largo y minucioso examen e interrogatorio, fui diagnosticado: lo que me aquejaba merecía por lo menos un par de semanas internado hasta que la crisis fuera superada. De ahí podría irme a casa para seguir recuperándome. Estuve en la sala de urgencias varias horas, después de las cuales me llevaron a mi cuarto. A partir de ese momento fui sometido a una medicación cronométricamente administrada día, tarde y noche, a una dieta muy rigurosa y a un poderoso analgésico que me aplicaron por vía intravenosa durante la primera semana. La dieta, debo decir, en verdad fue implacable. Nada de lo que me gustaba podía comer y todo lo que odiaba era precisamente lo que me servían: tés de yerbajos, atoles espesos, gelatinas con sabor artificial, consomés y ensaladas de zanahoria con chayote. ¡El temible chayote! Siempre he creído que fue una anomalía en los 3 900 millones de años de evolución de la vida en la Tierra. Cada vez que entraba alguno de los doctores (llegué a contar hasta 34), le preguntaba “¿Cuándo cree que pueda volver a comer unas enfrijoladas con huevo, chorizo de Las Vigas y salsa de chile seco?”. Nunca me contestaban. Se limitaban a sonreír, revisar mi bitácora y salir de la habitación tan rápido como habían entrado.

Es justo mencionar que el conjunto de enfermeras que me atendió durante 18 días constituyó un verdadero mecanismo de relojería las 24 horas del día. La aplicación de medicamentos vía intravenosa, el registro de la temperatura, la presión y otros signos vitales, así como asegurar que el catéter estuviera funcionando adecuadamente, se llevaba a cabo con precisión matemática. Su labor no solo la desempeñaban con profesionalismo sino también con sentido del humor. Debo confesar que la imagen que tenía de las enfermeras cambió por completo. Cuando estaba en la primaria, cada año, todos los niños teníamos que presentar un certificado de salud que incluía una radiografía de tórax y el temible análisis de sangre. Las enfermeras que nos atendían entonces en el Centro Gastón Melo disfrutaban viendo cómo casi nos desmayábamos ante la presencia de la jeringa. Nos trataban con rudeza y nos daban órdenes como “¡No te muevas, mocoso tonto, o te voy a volver a picar!”. Llegué incluso a pensar que si El Santo (el enmascarado de plata) iba a perder alguna vez en el ring, tenía que ser con las Enfermeras del Gastón Melo. Nunca tuve la menor duda.

En la madrugada del día # 1 de mi estancia en el hospital, a las tres de la mañana para ser exactos, tuve la primera señal. La habitación estaba completamente oscura. De pronto, la puerta se abrió y entró un intenso haz de luz que provenía del pasillo que me obligó a entrecerrar los ojos. Fue cuando apareció la oscura silueta de una enfermera armada con una descomunal jeringa. En esos precisos momentos, comencé a escuchar el tema de la escena de la regadera de Psycho Suite. Entonces comprendí cómo iba a estar la cosa en el hospital: ¡Nada mal! Mi segunda experiencia sucedió cuando me llevaban a realizar un ultrasonido abdominal. El camillero empujaba con entusiasmo mi camilla por interminables corredores, sorteando con habilidad doctores, enfermeras y pacientes, a quienes solo les veía el torso. El recorrido por ese laberinto se me hizo interminable. De pronto, salido de no sé dónde, nos rebasó un ciclista enfundado en su malla ajustada, con su casco y goggles de carreras: llevaba el suéter amarillo de líder de la etapa, ¡como en el Tour de France! Me saludó con un movimiento de cabeza y me aventó una botella de agua sin darme tiempo a agradecerle el gesto. Y esto apenas comenzaba.

En efecto, eso fue apenas el comienzo. Durante una semana no supe si estaba despierto, dormido o alucinando. O todos estos estados superpuestos a la vez, parecido al caso del gato de Schrödinger (solo que en una caja más grande). Una de las experiencias más placenteras se repetía todas las noches antes de dormir: cientos de miles de hormigas salían de un pequeño orificio en la pared, frente a mi cama. Realizaban complejas formaciones que siempre terminaban reproduciendo figuras fractales, esas estructuras geométricas que consisten en la repetición del mismo patrón a distintas escalas. Pude corroborar, por otra parte, que mi tiempo transcurría más lentamente que el tiempo de los demás. Cuando yo creía que debían ser las cuatro o cinco de la mañana, apenas iban a ser las 9 o 10 de la noche. Estoy seguro que esto tiene que ver con la Teoría Especial de la Relatividad de Einstein, particularmente con la paradoja de los gemelos y sus relojes: según mis cálculos, salí del hospital unas 177 horas rejuvenecido (que finalmente me fueron descontadas por el padecimiento por el que fui internado en el hospital). También pude dialogar con algunos autores de libros que recién había leído. Con el artista chino Ai Wei Wei pude discutir acerca de la posibilidad de preparar un chilpachole con los cangrejos (He Xie) de porcelana de una de sus exposiciones. Con Stefano Mancuso (léase su The Revolutionary Genius of Plants, Atria Books, 2017) hablamos sobre el papel de las plantas en la construcción de territorios sustentables y el futuro de la especie humana, siempre y cuando no se incluyera al chayote.

Si bien la dieta, la comida y estar en cama (esta última experiencia, la más deshabilitante jamás experimentada) durante los 18 días que permanecí en el hospital fue realmente algo espeluznante, los poderosos efectos del analgésico que me aplicaron rescataron por completo la experiencia. Ahora sé todo de lo que me perdí durante la década de los años 60.

Friedrich Wilhelm Adam Sertürner, (c) AKG Images.

Esta entrada está dedicada a la memoria de Friedrich Wilhelm Adam Sertürner.

Desde el xilófono de 8 notas a Yuja Wang

Tengo escasos y fragmentados recuerdos de mi niñez temprana. Son breves imágenes que han perdurado a través de las eras geológicas. Uno de esos recuerdos proviene de cuando estaba en el kinder. Para una festividad, posiblemente el Día de las Madres, nuestras profesoras creyeron que era una buena idea que los niños interpretáramos la Marcha Turca, de Mozart. Pero debo aclarar que sólo íbamos a tocar instrumentos de percusión, acompañando a una grabación profesional de dicha pieza. Así que entre los niños y niñas se repartieron claves, panderos, tambores, maracas, triángulos, etc. A mi me asignaron un xilófono de 8 notas. No recuerdo cuántas veces ensayamos, pero sí que llegamos a dominar razonablemente los ritmos y cuándo debía entrar  cada uno de los grupos de instrumentos. De las 8 notas disponibles en mi xilófono, debía tocar solamente una. Yo, debo confesarlo, me sentía un verdadero virtuoso con ese despliegue de destreza. Recuerdo bien que nuestra interpretación fue espléndidamente aplaudida (aunque teniendo a nuestras mamás de público uno no puede esperar mucha exigencia). Ignoro si esa experiencia tuvo algún impacto en alguno de nosotros, de tal suerte que haya decidido tomar el camino de la música.

La Marcha Turca, es en realidad uno de los tres movimientos de la Sonata para Piano No. 11, de Wolfgang Amadeus Mozart (Salzburgo, 1756 – Viena, 1791): 1. Andante grazioso, 2. Menuetto y 3. Rondo Alla Turca Allegretto. Este movimiento es muy popular y se suele tocar aisladamente del resto de la Sonata. Constituye uno de los caballos de batalla de estudiantes de piano, quienes lo practican hasta el cansancio para demostrar que el dinero que han pagado los padres por las lecciones ha valido la pena. Pues bien, el pianista ruso Arcadi Volodos (San Petesburgo, 1972), considerado como uno de los mejores, hizo un arreglo muy ingenioso de la Marcha, dándole un toque divertido y a veces jazzeado. Pero no solamente eso: requiere de una maestría técnica impresionante. Yuja Wang (Pekín, 1987) es una pianista china que hoy, con sus 21 años de edad, es una de las intérpretes mejor dotadas técnica e interpretativamente en el mundo. He querido esta vez compartir la versión de Volodos de la Marcha Turca de Mozart, en manos de Yuja Wang.

Yuja Wang, interpretando la Marcha Turca de Mozart, en la versión de Arcadi Volodos. Carnegie Hall. (c) Video tomado de TouTube.

¿No es una maravilla? Tiendo a pensar que hay una conexión cósmica entre mi interpretación de una sola nota en el xilófono en el kinder y esta de Yuja Wang en el famoso Carnegie Hall de Nueva York. Seguramente también su mamá debe estar orgullosa de ella.

Voy a dormir

Escuchaba hace rato Radio Dinamarca en Internet, mientras escribía con la computadora. La estación 2  (www.dr.dk/radio/p2/) se dedica principalmente a la música clásica. Como mis conocimientos del danés son nulos, la mayoría de las referencias de la música que transmite me pasan de noche. De vez en cuando reconozco algo que he escuchado antes, como ha sucedido esta vez. Para mi sorpresa, emergieron tres versiones distintas de la canción «Alfonsina y el Mar»: la primera, instrumental con guitarra sola, otra, con una orquesta de cámara y, finalmente, surge la voz inconfundible de Diego El Cigala, en una versión entre tango y flamenco. Esta canción fue compuesta por el pianista Ariel Ramírez y el escritor Félix Luna, ambos argentinos, y hace honor a la poetisa suiza-argentina Alfonsina Storni, quien se suicidó arrojándose al mar en 1938. Esta es la letra.

Alfonsina y el Mar

Por la blanda arena que lame el mar
Su pequeña huella no vuelve más
Un sendero solo de pena y silencio llegó
Hasta el agua profunda
Un sendero solo de penas mudas llegó
Hasta la espuma
Sabe Dios qué angustia te acompañó
Qué dolores viejos calló tu voz
Para recostarte arrullada en el canto
De las caracolas marinas
La canción que canta en el fondo oscuro del mar
La caracola
Te vas Alfonsina con tu soledad
¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
Te requiebra el alma y la está llevando
Y te vas hacia allá como en sueños
Dormida, Alfonsina, vestida de mar
Cinco sirenitas te llevarán
Por caminos de algas y de coral
Y fosforescentes caballos marinos harán
Una ronda a tu lado
Y los habitantes del agua van a jugar
Pronto a tu lado
Bájame la lámpara un poco más
Déjame que duerma nodriza, en paz
Y si llama él no le digas que estoy
Dile que Alfonsina no vuelve
Y si llama él no le digas nunca que estoy
Di que me he ido
Te vas Alfonsina con tu soledad
¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
Te requiebra el alma y la está llevando
Y te vas hacia allá como en sueños
Dormida, Alfonsina, vestida de mar

 

Alfonsina Storni.

Alfonsina Storni se arrojó a una escollera de Mar del Plata el 25 de octubre de 1938, agobiada por la enfermedad, a la edad de 46 años. Dejó en una carta dirigida al periódico La Nación su último poema de despedida: «Voy a dormir».
Voy a dormir

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…

Una emocionante sorpresa surgió en medio de la noche en la radio danesa. Me pregunto a quién se refiere Alfonsina Storni en la última estrofa de su despedida.

 

¿Bailar con Beethoven?

Hace muchos años, el tío Jaime me regaló (¿nos regalo?.. . ¿incluyó al resto de la familia?) las nueve sinfonías de Beethoven, dirigidas por Herbert von Karajan. El año de grabación, si no mal recuerdo, fue 1966. Las escuchaba una y otra vez,   hasta que el surco llegó al otro lado de los discos de vinilo. Una de mis favoritas era la número siete: alegre, saltarina (concepto musical muy profundo), con extraordinarios cambios de ritmo y estados de ánimo. Había partes del tercer movimiento que parecían invitar a bailar una tarantella. Era prácticamente imposible escucharlo sin mover los pies.

Y ahora me encuentro con una composición que parece confirmar mis intuiciones de aquellos años: Apotheosis of the Dance. Es una obra escrita en 2012 por el compositor sueco Mats Larsson Gothe. El título obedece a una frase de Richard Wagner para describir la Séptima de Beethoven, por la gran variedad de ritmos de danza desplegados en sus movimientos. Lo curioso de Apotheosis es que Larsson toma compases completos de la séptima para metamorfosearlos y darles nuevas e inesperadas sonoridades mediante ingeniosos cambios en la orquestación, en los acordes (disonancias, por ejemplo) y énfasis en el ritmo. El resultado es una manera interesante de hace honor a la genial obra de Beethoven. ¿Qué tal si la escuchamos… y vemos? Den click a la liga de abajo.

Apotheosis of the Dance

La obra del compositor sueco Mats Larsson Gothe es interpretada por la Orquesta Sinfónica de Gotemburgo, bajo la dirección de Alain Altinoglu. Dura aproximadamente 11 minutos.

Mats Larsson Gothe.
Mats Larsson Gothe. © Mats Larsson Gothe. Tomada de su página en Internet (sin fines comerciales).

Cuatro estaciones, no de Vivaldi, sino de radio

Una de las maravillas de Internet es la radio. Uno puede encontrar estaciones de todos los países, sabores y colores. Muchas de ellas tienen un sonido excepcional (en estos casos conviene escucharlas con unos audífonos). Pongo a la consideración de los lectores cuatro estaciones de cuatro países nórdicos: Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca (no he incursionado en las estaciones de la otra mitad de los territorios). No sólo podrán disfrutar de la música de compositores conocidos como Grieg, Larsson, Sibelius o Nielsen, sino de cientos más (algunos con nombres impronunciables… para mí). Estas estaciones también incluyen canales con música de jazz, con una gran variedad de tendencias. Échenles un oído.

En caso de que, como yo, no entiendan noruego, sueco, finés y danés, dénle click a todo lo clickable que vean en estas páginas. No va a explotar nada y sí van a encontrar muchas sorpresas, como videos, entrevistas en inglés y otros tipos de música (aparte de clásica y jazz). Quizá encuentren divertido escuchar las noticias en estos idiomas, tratando de adivinar de qué tratan. Por momentos breves, en algunas de estas estaciones, me ha parecido escuchar japonés. ¿Son lenguas tonales? Vayan ustedes a saber.

NOTA: Es muy buena idea tener a la mano papel y lápiz para anotar el nombre del compositor y/o de la pieza desconocida que nos gusta. Después es cuestión de entrar a una tienda de discos (como Amazon) para conseguir más información y, si se quiere, hacer la compra correspondiente. Nota de la NOTA: no tengo comisión de la tienda mencionada.

Cuadros de una Exposición

Estaba escuchando una de mis canciones favoritas de los Beatles: I want you (She’s so heavy). Si la recuerdan, al final hay una serie de arpegios descendentes in crescendo que se acompañan con el sonido de un sintetizador Moog que reproduce ruido blanco. El efecto es impresionante (si el aparato de música tiene el volumen adecuado). Hay un momento en el que se siente que algo se nos viene encima y nos va a aplastar. Como una gran carreta. Sí, como Bydlo, la gran carreta polaca de dos ruedas representada en uno de los cuadros de la célebre obra para piano de Modesto Mussorgsky (1839-1881) Cuadros de una Exposición. Creo que de no haber sido por la (genial) orquestación de Maurice Ravel (1875-1937) de esta obra, jamás la hubiera escuchado. Recuerdo que fue una de las primeras obras sinfónicas que escuché “en vivo”.

Modesto Mussorgsky.
Modesto Mussorgsky.

La obra está formada por un ciclo de piezas para piano que Mussorgsky compuso en 1874 como homenaje póstumo a su gran amigo Viktor Hartman, arquitecto y artista. Se trata de la representación sonora de 10 cuadros de la exposición que se llevó a cabo en la Academia Imperial de las Artes de San Petersburgo y que contenía más de 400 obras del artista. Los cuadros representados son: Gnomos, Il vecchio castello, Tuileries, Bydlo, Ballet de polluelos en sus cáscaras, Samuel Goldenberg y Schmule, El mercado de Limoges, La cabaña sobre patas de gallina y La Gran Puerta de Kiev. Para darle unidad a toda la obra, Mussorgsky incluyó la repetición, entre cuadro y cuadro, de un tema que nombró Promenade (paseo), que simula el recorrido del espectador por toda la exposición.

Facsímil del dibujo de Hartman de la casa con patas de gallina (de la bruja Baba Yaga).
Facsímil del dibujo de Hartman de La casa con patas de gallina (de la bruja Baba Yaga).

Dibujo Ballet de polluelos en sus cascarones, de Hartman.
Dibujo Ballet de polluelos en sus cascarones, de Hartman.

La Gran Puerta de Kiev, dibujo de Hartman.
La Gran Puerta de Kiev, dibujo de Hartman.

Cuadros de una exposición de Mussorgsky, con la orquestación de Ravel, es quizá una de las obras favoritas  en el repertorio de las orquestas sinfónicas del mundo. Al menos eso es lo que me imagino. Encontré en la página de la Orquesta Sinfónica de Gotemburgo una versión muy buena de esta obra… y además en alta definición y con una excelente dirección de cámaras. Pongo la liga correspondiente aquí abajo para que disfruten de esta pieza. Abran la imagen para que cubra toda la pantalla. Pónganse sus audífonos y suban el volumen. Dirige Ken Nagano.

http://www.gso.se/en/gsoplay/video/musorgskij-pictures-at-an-exhibition/

En verdad, ¿no encuentran similitud alguna entre I want you y Bydlo, de Cuadros de una exposición?

García Márquez y Los Beatles

Reproduzco un texto de Gabriel García Márquez, escrito en 1980, poco después de la muerte de John Lennon. Tomado del periódico El País, versión digital.

Sí, la nostalgia sigue siendo igual que antes

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ/16 de diciembre de 1980

Ha sido una victoria mundial de la poesía. En un siglo en que los vencedores son siempre los que pegan más fuerte, los que sacan más votos, los que meten más goles, los hombres más ricos y las mujeres más bellas, es alentadora la conmoción que ha causado en el mundo entero la muerte de un hombre que no había hecho nada más que cantarle al amor. Es la apoteosis de los que nunca ganan.Durante 48 horas no se habló de otra cosa. Tres generaciones -la nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestros nietos mayores- teníamos por primera vez la impresión de estar viviendo una catástrofe común, y por las mismas razones. Los reporteros de la televisión le preguntaron en la calle a una señora de ochenta años cuál era la canción de John Lennon que le gustaba más, y ella contestó, como si tuviera quince: «La felicidad es una pistola caliente». Un chico que estaba viendo el programa dijo: «A mí me gustan todas». Mi hijo menor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó, como si tuviera ochenta años: «Porque el mundo se está acabando».

Así es: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. Yo no olvidaré nunca aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Angel, donde apenas si teníamos dónde sentarnos, había sólo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles. Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres- «Help, I need somebody». Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach. Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bozart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla en favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es un oiseau de malheur, es decir, un pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñé, desde entonces, en incluir a los Beatles. Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un crítico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: «Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida». Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a máquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen.

Como sucede siempre, pensábamos entonces que estábamos muy lejos de ser felices, y ahora pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar a los momentos amargos y los pinta de otro color, y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en los retratos antiguos, que parecen iluminados por el resplandor ilusorio de la felicidad, y en donde sólo vemos con asombro cómo éramos de jóvenes cuando éramos jóvenes, y no sólo los que estábamos allí, sino también la casa y los árboles del fondo, y hasta las sillas en que estábamos sentados. El Che Guevara, conversando con sus hombres alrededor del fuego en las noches vacías de la guerra, dijo alguna vez que la nostalgia empieza por la comida. Es cierto, pero sólo cuando se tiene hambre. En cambio, siempre empieza por la música. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos, pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba un disco.

Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quién soy, ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inició la liberación del sexo y de otras drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres y los hijos, el principio de un nuevo diálogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos.

El símbolo de todo esto -al frente de los Beatles- era John Lennon. Su muerte absurda nos deja un mundo distinto poblado de imágenes hermosas. En Lucy in the sky, una de- sus canciones más bellas, queda un caballo de papel periódico con una corbata de espejos. En Eleanor Rigby -con un bajo obstinado de cielos barrocos- queda una muchacha desolada que recoge el arroz, en el atrio de una iglesia donde acaba de celebrarse una boda. «¿De dónde vienen los solitarios?», se pregunta sin respuesta. Queda también el padre MacKenzie escribiendo un sermón que nadie ha de oír, lavándose las manos sobre las tumbas, y una muchacha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelva a salir. Estas criaturas han hecho decir que John Lennon era un surrealista, que es algo que se dice con demasiada facilidad de todo lo que parece raro, como suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer. Para otros, es el visionario de un mundo mejor. Alguien que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos.

Copyright, 1980, Gabriel García Márquez (ACI).

24 Preludios y Fugas, Op 87, de Dimitri Shostakovich

Disfruto mucho de la música clásica. Y si hay algo que supere ese gusto es, precisamente, mi falta de conocimientos sobre ella. Se trata de una deficiencia de graves proporciones, sobre todo cuando intento compartir mis gustos con los demás. Es decir, ¿cómo ir más allá de un variado juego de calificativos?, ¿cómo transmitir, al menos en parte, la riqueza y las complejidades que la música encierra? Esto se debe a dos cuestiones relacionadas. Una, no me he comprometido seriamente con el aprendizaje formal de instrumento alguno (apenas conocimientos elementales de la guitarra y el piano). Otra, la falta de lecturas en temas como apreciación y teorías musicales, historia de la música, vida y obra de compositores, etc. Mea culpa.

Así que aquí estoy, tratando de escribir sobre las impresiones que me han causado los 24 Preludios y Fugas, Op 87, de Dimitri Shostakovich (1906-1975). Esta obra fue inspirada por el estudio de la música de Johann Sebastian Bach (1685-1750), en particular del Clavecín bien Temperado. No siguió la progresión por semitonos utilizada por Bach (do, do sostenido, re, re sostenido…), sino por el círculo de quintas, lo cual le permitió a Shostakovich celebrar su propia creatividad, al margen de las restricciones políticas y sociales prevalecientes en la U.R.S.S. Los 24 Preludios y Fugas fueron escritos en 1950 y 1951, poco después de que entró en vigor el Decreto Zhdanov, que prohibía toda manifestación artística que no estuviera en alineación con las ideas del Partido Comunista, esto es, las ideas de Stalin. Por ello, la mayor parte de las obras de Shostakovich no podían ser tocadas en la Unión Soviética. Sus trabajos mayores fueron escritos esencialmente para el «cajón del escritorio», para mejores tiempos. Sú única fuente de ingresos en esos años fueron sus composiciones para películas soviéticas.

Dmitri Shostakovich en 1935
Dmitri Shostakovich en 1935

Stalin designó a Andrei Alexandrovich Zhdanov la tarea de elaborar una lista de los principales infractores quienes, con sus obras, «traicionaran» los ideales del pueblo soviético y de su partido. Por supuesto, nadie quería estar en la lista, pues no se trataba de una lista de premios, sino de exterminación. El mismo Shostakovich nos dice en sus memorias póstumas: «Todo tenía significado aquí, tu posición en la lista, por ejemplo. Si estabas en primer lugar, podías considerarte muerto. Si estabas al final, había algo de esperanza». Más adelante agrega: «Mi nombre estaba en primer lugar, y el de Prokofiev en segundo» (Shostakovich, 2006: 146). De hecho, Shostakovich vivió permanentemente con la idea obsesiva de que de un momento a otro iban a ir por él. Siempre mantenía una pequeña maleta con un poco de ropa, para cuando llegara ese momento.

Dmitri Shostakovich
Dmitri Shostakovich

Shostakovich asistió en julio de 1950 a las celebraciones del bicentenario de la muerte de Johann Sebastian Bach, en la ciudad alemana de Leipzig. Allí participó, con invitación de última hora, en la ejecución del Concierto para Tres Pianos en Re menor, de Bach. Allí quedó profundamente impresionado con el talento de la joven pianista Tatyana Nikolayeva, quien se convirtió en el catalizador para su ciclo de Preludios y Fugas Op. 87, compuesto entre octubre de 1950 y febrero de 1951. En el verano de 1952, Nikolayeva argumentó, exitosamente, a favor de la obra de Shostakovich ante las autoridades soviéticas, quienes aprobaron su publicación y posterior estreno el 23 y el 28 de diciembre por la propia Tatyana. No obstante, pocas veces los Preludios y Fugas fueron tocados completos, quizá debido a que su duración total rebasa las dos horas y 20 minutos. De ahí que en aquellos años y décadas se solían tocar sólo algunas selecciones, a discreción de cada solista. Pero a partir de mediados de la década de los 80 los pianistas han seguido el ejemplo de Nikolayeva y presentan el ciclo completo. ESta es la única manera de disfrutar y percibir la grandeza, profundidad y libertad creativa de esta obra, escrita en un tiempo y un espacio donde estas cualidades estaban prohibidas.

Referencias

Shostakovich, Dmitri. (2006). Testimony: the memoirs of Dmitri Shostakovich (as related to and edited by Solomon Volkov). Pompton Plains (New Jersey: Limelight Editions. Obra publicada por primera vez en 1979.

CD: Shostakovich, Dimitri (2000). 24 Preludes and Fugues, Op 87. Pianista: Konstantin Scherbakov. Canadá: Naxos. 2 CDs.