Era un genio y tuvo una vida plena y prolífica. Tocó con todos los músicos de jazz a quienes él admiraba y que posteriormente le admirarían a él. No era raro verlo en sus conciertos con una camisa informal, como si viniera de arreglar un poco su jardín, y como si quisiera decir a todos: «miren, aquí vengo a tocar y a divertirme un rato con ustedes». Nació como Armando Anthony Corea en la ciudad de Chelsea, Massachusetts, el 12 de junio de 1941. En más de cinco décadas de carrera artística cosechó 23 premios Grammy. En los años 60, impulsó el jazz fusión y pronto estuvo tocando con, ni más ni menos, Miles Davis. Dedicó su vida y talento a construir puentes con todos los géneros de música, fuera clásica, tropical, rock o tango. Acaba de morir el 9 de febrero de 2021, a la edad de 79 años. Un tipo raro de cáncer le impidió seguir tocando, quién sabe por cuántos años más, pues su energía y creatividad estaban intactas. En su página personal dejo un texto de despedida:
Quiero agradecer a quienes me han acompañado a lo largo de mi viaje y que han ayudado a mantener encendida la llama de la música. Espero que quienes se sientan inclinados a tocar, escribir, actuar o cualquier otra cosa, lo hagan. Si no es para ustedes mismos, entonces para el resto de nosotros. El mundo necesita no solo más artistas, sino también más diversión.
A mis increíbles amigos músicos que han sido como una familia para mí desde que los conozco: ha sido una bendición y un honor aprender y tocar con todos ustedes. Mi misión ha sido llevar la alegría de crear a cualquier lugar que pudiera. Haberlo hecho con todos los artistas que admiro tanto ha sido la riqueza de mi vida.
En las antípodas de Massachusetts, Hiromi Uehara nacía el 26 de marzo de 1979, en Shizuoka, Japón. Siendo muy joven, se convirtió en pianista y compositora de jazz. Sus actuaciones están llenas de técnica virtuosa, energía y, sobre todo, alegría. Mucha alegría. Aprendió piano clásico desde los seis años de edad. Su misma profesora de piano la introdujo en el mundo del jazz. Cuando tenía 14, Hiromi tocó con la Orquesta Filarmónica Checa. A los 17, en 1996, conoció a Chick Corea en Tokio, por pura casualidad. Él la invitó a su concierto que tenía al día siguiente y, como suele decirse en estos casos, «el resto es historia». En 2009 grabaron un disco juntos: Duet: Chick & Hiromi. Abajo mostramos un video de ellos, improvisando sobre un movimiento del Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, en el que Corea nos lleva a su composición «Spain».
El video y la música tienen derechos reservados. Se reproducen aquí sin ánimo de lucro.
Curiosamente, al final del recital, Corea, como un niño en una dulcería, tomó fotos de su público y de su invitada. Como si fuera a ponerlas en su página personal o enviárselas a sus amigos y familia. Pareciera que fuera a publicarlas con el pie: «¡Miren con quien acabo de tocar!». Así era su genio y su sencillez.
Nos acostamos en un mundo y despertamos en otro diferente. De golpe, Disney ha perdido su magia, París ya no es romántica, Nueva York no se despierta, la Muralla China ya no es un baluarte y la Meca está vacía.
De repente los abrazos y los besos se han convertido en armas peligrosas, y no visitar a familiares y amigos en un acto de amor.
Súbitamente nos hemos percatado de que el poder, la belleza y el dinero no valen absolutamente nada porque no pueden darnos ese oxígeno que tanto necesitamos.
Mientras tanto, la vida sigue y es hermosa. Únicamente ha recluido en jaulas al género humano y creo que quiere enviarnos un mensaje. Es este: «No sois necesarios. El aire, la tierra, el agua y el cielo están bien sin vosotros. Cuando regreséis, no olvidéis que sois mis invitados y no mis dueños».
París, te amo es una película de 2006 dirigida por varios directores de distintas nacionalidades. Está integrada por 18 cortometrajes que corresponden a 18 (de los 20) distritos (arrondissements) de la ciudad. El tema central, como se puede adivinar, es el amor, e incluye una historia de vampiros. Uno de esos cortos se llama Parc Monceau (Parque Monceau), dirigido por el director mexicano Alfonso Cuarón (Ciudad de México, 1961). Dura apenas 5 minutos y se desarrolla en un plano secuencia (una sola toma) mientras los dos personajes principales caminan por la calle, por el Boulevard de Courcelles que pasa a un lado del Parque Monceau. Se trata de un ingenioso diálogo que nos conduce a imaginar lo que no es, para finalmente descubrir la verdadera razón del encuentro de dichos personajes. La historia fue escrita por el propio Cuarón, mientras viajaba en taxi de Pisa a Cannes (¿cuánto le habrá costado la dejada?). Este es un video de YouTube de Parc Monceau, de Cuarón, para que la recuerden.
Parc Monceau, de Alfonso Cuarón (2006).
Lo curioso es que el Parque Monceau que da nombre al cortometraje nunca aparece en él. Ni siquiera un fragmento de la bella herrería de la reja que lo rodea. Fue construido en 1778 y hoy cubre una extensión de 82 506 metros cuadrados. En 1797 fue escenario del aterrizaje del primer salto de paracaídas que hizo un tal André Jacques Garnerin, quien se lanzó desde un rudimentario globo (que incluso lo pudo haber matado antes de saltar). Claude Monet pintó varios cuadros en el parque, lo que nos da pistas de la belleza de este lugar. Su diseño paisajista, entre inglés y oriental, dio paso una sucesión de extrañas construcciones, que incluían una pirámide egipcia, un castillo gótico y una pagoda china, entre otros excesos. De todas ellas destaca un estanque rodeado de columnas y que lleva el nombre de Naumaquia: lugar donde en la antigua Roma se representaban combates navales. Monceau es hoy un parque de extraordinaria belleza que, afortunadamente, no es visitado por las grandes masas de turistas. Es una verdadera joya. Un remanso para ir a caminar y a descansar, fuera del ajetreo de la ciudad.
Henry (Enrico) Cernuschi (1821-1896) fue uno de los tres héroes italianos que liberaron a Milán de la ocupación austriaca, y quien más tarde tuvo que refugiarse en Francia. Algo debe haber salido mal. Si bien sus primeros años fueron muy difíciles, logró hacerse de una buena reputación como economista y, posteriormente, como consultor de inversionistas. Compró además acciones de diversos negocios, lo que le permitió acumular una fortuna millonaria. Cernuschi realizó viajes por todo el mundo entre 1871 y 1873. Durante su estancia en Japón y China, adquirió alrededor de 5 000 piezas de arte que pasaron a constituir el centro de su colección. En París, compró el último terreno disponible junto al Parque Monceau. Allí construyó su mansión para vivir rodeado de sus obras de arte. Murió en Menton, una ciudad cerca de la frontera con Italia, en 1896. Antes de morir, había donado su casa y sus colecciones a la ciudad de París. Hoy es el Museo Cernuschi de Artes Asiáticas, un museo fuera de serie que muestra colecciones de China, Japón, Corea y Vietnam, entre otros países., además de exposiciones temporales que incluyen arte contemporáneo. Es un museo que, afortunadamente, también se encuentra fuera del circuito del turismo masivo.
Desde el cortometraje de Cuarón, hasta el Museo Cernuschi, pasando por el Parque Monceau y el breve descanso de la chica vigilante, parecen ser piezas de la misma historia de amor, de amor al arte, y que hemos tomado como pretexto para mostrar algunas fotografías de espacios que se han convertido en lugares.
Fluctuat nec mergitur significa, en latín, «batida por las olas pero no hundida». Esta frase es el lema de París. La podemos encontrar en el escudo de la ciudad debajo de un barco que navega agitadas aguas. Nada más lógico en una ciudad que es atravesada por el río Sena y cuyo núcleo urbano comenzó en una pequeña isla llamada Isla de la Ciudad (Île de la Cité), que tiene, precisamente, forma de un barco. Si bien aparece en muchos edificios oficiales y estaciones del metro de la ciudad, el lema no fue comprendido a cabalidad hasta el ataque terrorista de finales de 2015. Desde entonces se ha convertido en símbolo de resiliencia de París.
Una vez más la frase surge de nuevo en boca de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo (gaditana, por cierto): «No tengo palabras para expresar el dolor que siento. Esta noche, todos los parisinos y franceses lloran este emblema de nuestra Historia Común. De nuestro lema obtendremos la fuerza para levantarnos: Fluctuat Nec Mergitur». Se refería así al terrible incendio que casi acabó con la Catedral de Notre Dame este 15 de abril de 2019. De las 7 a las 11 de la noche, el fuego acabó con la aguja y el techo de la catedral y estuvo a punto de destruir el resto de la estructura de no ser por la intensa labor de más de 400 bomberos.
Incendio de Notre Dame. (C) Thomas Samson (AFP) / 2019.
Incendio de Notre Dame (c) Patrick Anidjar (AFP) / 2019.
Incendio de Notre Dame (C) Francois Mori (AP) / 2019.Incendio de Notre Dame, París. (C) Geoffroy Van Der Hasselt (AFP) / 2019.
La escala del desastre va más allá de un sitio turístico que era visitado por más de 15 millones de personas al año. Se trata de un referente histórico, cultural y artístico de importancia mundial. No es necesario ser francés ni católico para comprender la enorme pérdida de este edificio gótico de 850 años, construido entre 1163 y 1345. Tardarán muchos años para reconstruirlo. El presidente Macron dijo: » El pueblo francés la reconstruirá, la levantará de nuevo. Y estaremos ahí, el mundo entero está y estará con Francia. La catedral de Notre Dame resurgirá de sus cenizas». Habrá que esperar mucho tiempo, antes de poder escuchar esos impresionantes cantos gregorianos en sus misas.
Advertencia # 1: «Oiga, usted no puede recargarse sobre las mamparas para tomar fotografías»
Uno de los objetivos de nuestro viaje a la Ciudad de México fue visitar el Museo Soumaya, construido por Carlos Slim en 2011, al norte de la Colonia Polanco. En este lugar se aloja parte importante de la colección personal de este personaje, que en algún momento fue el hombre más rico del planeta, según la revista Forbes. Las fotografías que había visto del edificio ya auguraban un encuentro interesante. Yo iba preparado con una discreta cámara Nikon Coolpix (con un zoom 18-x muy bueno), que cabe perfectamente en la palma de la mano, en caso de que estuviera prohibido tomar fotografías (se dan casos). Pero pronto descubrimos que, además de que la entrada es libre (bueno, ya la pre-pagamos con las tarifas del servicio telefónico), se pueden tomar fotos, con la condición de no usar tripié ni flash. Lo usual.
Advertencia # 2: «Está usted pisando dentro de las líneas blancas que están en el suelo»
El edificio es obra del mexicano Fernando Romero, quien contó con la asesoría del arquitecto canadiense Frank Gehry (sí el mismo que tiene edificios que parecen que los golpeó un meteorito), de quien se nota su influencia. Por ejemplo, echar un ojo al Museo Guggenheim de Bilbao… bueno, más o menos. En realidad no es tan impresionante como el del País Vasco que, en verdad, es una maravilla. La fachada del Soumaya esta recubierta por más de 16 000 placas hexagonales de alumnio que no se tocan, semejando un panal. Por dentro, la colección se distribuye en seis pisos de dimensiones variables (el edificio es asimétrico) que se conectan por medio de una rampa perimetral y ascensores. Bajar esa rampa en patineta debe ser divertido, pero no creo que lo permitan.
Advertencia # 3: «Su cámara está demasiado cerca de las obras. Va a disparar las alarmas»
El Museo (por cierto hay dos museos Soumaya: el de aquí en Polanco, y el otro en Plaza Loreto) tiene una colección de 70 000 piezas que incluyen obras de Rodin, Monet, Degas, Renoir, Van Gogh, Murillo y otros artistas europeos. También hay obras de maestros novohispanos, así como pintores como Velasco, Dr. Atl, Rivera, Orozco, Siqueiros, etc. Sí, la colección no es nada despreciable e incluye monedas, relojes, joyería, vajillas, relicarios, devocionarios, objetos decorativos, fotografía mexicana contemporánea, entre otras muchas cosas. Hay una amplia sección dedicada a Venecia, a sus artistas y a las películas que han sido inspiradas por esta ciudad, como «Muerte en Venecia». Quizá una de las secciones más interesantes es la que se dedica a obras orientales talladas en marfil (aunque a los pobres elefantes no debe hacerles mucha gracia).
Advertencia # 4: «No puede tomar fotografías hacia abajo, por encima de estos muros. Su cámara puede caer al vacío»
No hay nada que le advierta al visitante que hay un cuadro que le va a «hacer ojitos» desde lejos. Se trata de una escena panorámica (66.3 cm x 128.6 cm) que atrae por su oscuridad que contrasta con la línea del horizonte. Un poco en la penumbra se puede ver un pastor con sus ovejas. Parece como si las acabara de reunir como para tomar una selfie. Se trata del óleo Después de la tormenta, de Vincent van Gogh. Lo pintó por encargo en 1884 para un tal Antoon Hermans, quien lo quería para adornar su comedor. Seguramente lo colgó entre el retrato de la abuela y el clásico bodegón de mal gusto. El Museo lo adquirió en una subasta en 1997 en Sotheby’s de Londres. ¿No hubo ese año hubo un incremento de tarifas telefónicas?
Advertencia # 5: «No está permitido tomar panorámicas de las salas de exhibición, sólo de las obras»
Después de tres horas y media de recorrido en el Museo Soumaya, me quedó una clara convicción y una sensación medio escurridiza. La primera se refiere a que cuenta con una colección de objetos de arte realmente extraordinaria y que vale la pena hacer el peregrinaje a esa zona de la Ciudad de México para ver y disfrutar esas obras en vivo. La segunda es un poco difícil de definir. Se trata de la combinación entre una arquitectura que no cuaja (eufemismo de «muy fea») y la disposición de las obras. Si bien no tengo conocimientos de museografía y curaduría (sólo conozco el curado de nanche), me quedó la sensación de que algo no hace «click» en el Museo y que otra organización de los espacios habría sido mejor. Pero dada mi ignorancia sobre este asunto, quizá sea sólo eso: mi ignorancia… o quizá un cierto resentimiento por haber sido amonestado varias veces por los y las guardias de las salas de exhibición.
Advertencia # 6: «Este es un baño, no una sala de exposición. Por favor no tome fotos aquí»
Sí, me amonestaron varias veces en el Museo. Respecto a recargarme en una de las mamparas, jamás sucedió tal cosa. Debe haber sido una ilusión óptica. Me declaro culpable de haber cruzado las líneas marcadas en el piso y de acercarme demasiado a las obras. Eso lo solucioné después con el zoom de la cámara. Eso de tomar fotos hacia el vestíbulo por encima del muro de protección es cierto. Vino a mi mente de inmediato la fórmula de la caída libre de los objetos, donde «h» es la altura, «t» es el tiempo de duración de la caída del objeto (en este caso, mi cámara), y, por supuesto, la aceleración de la gravedad, que se designa con «g» y que es de 9.81 metros/segundo. Le dije al vigilante que tenía razón y que podía causar un serio accidente. A lo que él respondió «Sí, imagínese, más con el peso de su cámara». Y ahí fue cuando nos enfrascamos en una acalorada discusión, pues le dije que ni el peso del objeto ni su forma eran variables relevantes para la fórmula. Finalmente estuvo de acuerdo cuando le recordé el experimento de Galileo en la Torre Inclinada de Pisa. Eso de que no podía tomar fotografía panorámicas de las salas de exhibición fue algo que se sacó de la manga la señora vigilante. Cuándo se ha visto semejante restricción. Quizá sólo quería hacerme plática.
No recuerdo dónde la vi por primera vez . Es probable que haya sido en una revista o en un diario en Internet. Inmediatamente supe que tenía que conocerla en vivo y a todo color. Ver de cerca su cara, su cuerpo, ¡su ombligo!, y los pliegues de su sensual vestimenta. Si pudiera también pasar la mano sobre ella para percibir mejor sus texturas sería mucho mejor. Pero dudo que tuviera oportunidad alguna de hacerlo sin ser detenido de inmediato y presentado a las autoridades (aparte de la vergüenza de aparecer en la prensa mundial… en estos tiempos de acosos y demandas millonarias).
Ya sabía dónde habitaba esta mujer de dos toneladas de peso: en la Galería Uffizi de Florencia, después de un «peregrinaje» de 220 años por diversas partes de Italia. El mismo Miguel Ángel la admiró y ahora la tenía de nuevo cerca (es un decir), en la Sala 35, dedicada a, precisamente, Miguel Ángel y los Florentinos. Arianna Durmiente (Arianna Addormentata) es una copia romana del siglo III antes de Cristo de una obra helénica. ¡Qué copia! Me imagino a la madre del escultor que la copió: «Hijo, ya te dije que tienes que deshacerte de esa fea manía tuya de copiar. Así no vas a llegar a ninguna parte y vas tener que dedicarte a la política». Y vaya que si llegó a alguna parte… al menos la escultura.
Los puentes sobre el río Arno, desde la Galería Uffizi, Florencia. (C) Arturo Guillaumín T. / 2016.
Y llegó la hora. Entramos a la Uffizi temprano, pero ya había demasiada gente, cientos de visitantes (¿miles?). Uno quisiera entrar a los museos y las galerías con otras 20 o 25 personas, a lo sumo, para poder sentarse con calma a ver las obras y tomar fotografías a gusto y sin que nadie se atraviese a la hora de apretar el disparador. Cabe decir que en esa Sala 35 se encuentra, ni más ni menos, que el cuadro Tondo Doni de Miguel Ángel: una pintura redonda de 120 centímetros de diámetro, de alrededor de 1505, en la que aparecen la Virgen con el Niño y San José, con un marco que el mismo pintor diseñó. Para mí el famosísimo Tondo Doni estaba en segundo lugar: yo iba a ver a Ariannita (nótese ya cierta confianza con la chica).
«Mi scusi, dov’è la stanza trentacinque?», me hubiera gustado haber preguntado así, con un fluido italiano a alguno de los asistentes de la galería. Pero no, sólo alcancé a balbucear algo incomprensible que me llevó a unos baños que se encontraban al final de un largo corredor. Después de un breve recorrido, al fin nos encontrábamos en el umbral de la Sala 35. Estaba preparado para el complicado encuentro con Arianna: tropiezos, empujones, piquetes de ojo, para abrirme paso y llegar a ella. Pero cuál sería mi sorpresa. Ni mi en mis más fantasiosos sueños lo hubiera imaginado… pero esto es lo que me encontré.
¡Arianna sola para mí! Sí, todo mundo estaba admirando el cuadro de Miguel Ángel y ni quien le echara un ojo a la escultura. Así que pudimos recorrerla centímetro a centímetro. Con una oportunidad como esta tuve que contener las ganas de pasar la mano sobre ella, sobre todo por el ombligo. Eso sí, tomé alrededor de 20 fotografías. Pero ninguna de ellas se compara con la emoción de estar frente a esta obra de arte (no importa que sea copia) de hace más de 2 200 años.
Después de una experiencia como esta, sólo queda reponerse con una bisteca alla fiorentina, un vinillo tinto y un helado para no cerrar en falso. Bueno, y apenas ese fue el comienzo en esa ciudad, cuna del Renacimiento y el Humanismo, y centro de la Toscana.
Hace apenas un par de meses no sabía nada acerca de Ai Weiwei. Poco antes de salir de viaje a La Toscana, me topé con un artículo en un periódico en Internet donde se hablaba de algunas de sus obras recientes. Lo googleé (del verbo googlear) y encontré una gran cantidad de información, incluyendo su blog personal (aiweiwei.com) y numerosas reseñas de sus exposiciones e instalaciones por todo el mundo. Leí con mucho interés acerca de su vida y de su obra: se me reveló un personaje fascinante artística, cultural y políticamente. Veinticuatro horas antes de partir, recibí un boletín informativo del Palacio Strozzi (www.palazzostrozzi.org), de Florencia, al que me acababa de suscribir y, ¡oh sorpresa!: en unos días se iba a inaugurar allí una exposición retrospectiva de su obra. ¿Una alineación cósmica?
Hicimos escala en Amsterdam. Allí debíamos esperar un par de horas en el aeropuerto de Schipol, antes de seguir a Florencia. Estábamos en la sala de salida esperando a que llamaran a abordar. Fue cuando volteé a la izquierda (la información acerca de la dirección hacia donde giré la cabeza es absolutamente irrelevante, pero pienso que da cierto dramatismo al relato) y vi una figura conocida: ¡era el mismísimo Ai Weiwei! Estaba vestido con jeans, camiseta verde, chaqueta azul y zapatos tenis. Se veía concentrado, chateando en su teléfono celular. Se lo dije a Tere, y ella, sin dudarlo, salió disparada a preguntarle si en verdad era Ai Weiwei o se trataba de una alucinación aeroportuaria (son frecuentes en las salas de espera). Charlamos brevemente con él y pudimos constatar que, a pesar de toda la fama que lleva encima, se trata de una persona afable, sencilla y conversadora.
Ai Weiwei nació en Beijing el 28 de agosto de 1957. Es un artista plástico, arquitecto, diseñador, activista y crítico tenaz del gobierno de su país, bloguero, experto en antigüedades y gran jugador de blackjack. Las autoridades chinas, quienes han tratado de silenciarlo inútilmente, lo han acusado de bígamo, evasor de impuestos, distribuidor de pornografía y plagiario, entre otros cargos. Es hijo del poeta chino Ai Qing (1910-1996), quien fue candidato del Premio Nobel de Literatura y amigo de Pablo Neruda. Por sus ideas revolucionarias, Qing fue exiliado en 1958 por el gobierno chino a Manchuria (el equivalente chino de Siberia), donde vivió con su familia durante 16 años. Weiwei heredó de su padre su espíritu crítico y disidente, sin duda, y ha encontrado en el arte una forma más de protestar contra las injusticias en su país: la corrupción de la policía, la falta de libertad de expresión, la tortura, el trabajo forzado, los arrestos domiciliarios ilegales (como los que ha sufrido, incluyendo el último que duró cinco años), y la pena de muerte.
Su Estudio de la Perspectiva consiste en una serie de fotografías que, a manera de selfies, Ai ha tomado a lo largo del tiempo, a partir de 1995 con una foto tomada en la Plaza de Tiananmen. Todas tienen en común que siempre aparece el brazo izquierdo del artista, levantando el dedo medio de la mano haciendo la seña que todos conocemos (giving the finger) a los lugares más icónicos del planeta, como la Casa Blanca, el Vaticano, el Museo del Louvre (frente a La Gioconda), la Torre Eiffel, la Plaza de San Marcos… Se produce una sensación curiosa cuando uno está frente a estas fotografías. La primera es de risa, lo cual pude constatar entre la gente que estaba a mi alrededor. Pero en una segunda mirada se advierte un poderoso acto de protesta detrás del gesto, un rechazo al poder de la cultura y la política. Con esta idea en mente, me estoy animando a comenzar mi propia serie. La lista de lugares se antoja infinita: la Cámara de Diputados, la de Senadores, la SEP, el Museo Soumaya, Los Pinos, Monsanto, zoológicos (no confundir con las Cámaras antes mencionadas)…
Ai Weiwei es actualmente uno de los artistas contemporáneos más prominentes de China que desafía al poder mediante su arte y sus enconados (y a veces divertidos) actos de protesta. Quizá haya sido más conocido mundialmente por su diseño del «Nido de pájaros» del Estadio Nacional de Pekín, construido para los Juego Olímpicos de 2008, en colaboración con los arquitectos suizos Herzog y de Meuron. Como botón de muestra de la «simpatía» que se ha ganado en los círculos del poder chino, en 2011, su recién construido estudio en la ciudad de Shanghai fue completamente arrasado por las autoridades locales con bulldozers, mientras sufría un arresto domiciliario más para impedir que estuviera presente. Curiosamente, las mismas autoridades de Shanghai le habían propuesto que construyera su estudio en un lugar que le habían designado especialmente para tal propósito.
Estoy cada vez más convencido de que es necesario desacelerar. Vivimos en tiempos de gran velocidad. No sabemos a dónde vamos, pero eso no importa. Lo que cuenta es la rapidez. Todo se mueve a ritmo del cronómetro y de la productividad. Hay que hacer más cosas en menos tiempo. Cada vez dormimos menos y comemos más rápido. Carl Honoré (2004) nos dice que el culto a la velocidad nos ha empujado hasta el punto de ruptura. Los japoneses tienen ya una palabra para denominar la muerte debido a exceso de trabajo: karoshi. Es un mal mundial que nos arrastra a todos. El teléfono celular nos recuerda en todo momento y a todas horas que nuestras vidas no son realmente nuestras. Las laptops extienden las horas de trabajo a los fines de semana, las noches, las madrugadas. Bien decía Marshall McLuhan que «el medio es el mensaje» (después dijo que «el medio es el masaje»).
Ya no hay tiempo para contemplar un atardecer (incluso a muchos les puede parecer cursi o una pérdida de tiempo), para conversar, para degustar la comida, para compartir con los amigos o la familia, o simplemente para no hacer nada. Ya no hacemos sobremesa. No hay tiempo para el arte, para aprender a tocar un instrumento o a cocinar, arreglar el jardín, intentar dibujar y pintar, aprender otro idioma, leer y escribir por puro gusto, sin que nadie nos lo exija. A los jóvenes se les dificulta mucho apreciar una película lenta (como Lo que queda del día o incluso como Odisea del espacio 2001), o una música con un tempo pausado (como la Sinfonía Pastoral de Beethoven), con sutiles riquezas. Hoy todo es acción, ruido, muchos decibeles, informaciones fragmentadas y mensajes obvios. La escuela no esta a salvo: «En el mundo competitivo, la escuela es el campo de batalla donde lo único que importa es ser el primero en la clase» (Honoré, 2004: 205). Hoy las universidades enseñan para ser productivo, competitivo y exitoso, en un mundo globalizado.
Ernesto Sábato nos dice:
En el vértigo no se dan frutos ni se florece. Lo propio del vértigo es el miedo, el hombre adquiere un comportamiento autómata, ya no es responsable, ya no es libre, ni reconoce a los demás. Se me encoge el alma al ver a la humanidad en este vertiginoso tren en marcha en que nos desplazamos, ignorantes atemorizados sin reconocer la bandera de esta lucha, sin haberla elegido.
Al tiempo que nos volvemos más «productivos», los pocos momentos de ocio los rellenamos de horas frente al televisor, o consumiendo los productos ya predigeridos de la cultura de masas (hoy multimillonario negocio): música, noticias, diversión, libros de superación personal, comida rápida, Internet…
¿Qué tal si un día nos desconetamos del celular, la televisión y la Internet? ¿Qué tal si decidimos comenzar algo nuevo, algo que rompa completamente nuestras rutinas y hábitos? Eso en realidad puede ser algo subversivo. Porque nos podría dar la oportunidad de ver la realidad desde otra perspectiva, descubrir que hay otras prioridades en la vida, de pensar por nosotros mismos, de realizar proyectos que nadie nos exige. Es tiempo de recuperar la lentitud, la pausa, la conversación con los demás, nuestra capacidad de dialogar con nosotros mismos. En fin, comenzar a construir nuestra propia autonomía y vivir nuestras propias vidas. Quizá descubramos que la felicidad está más cerca de lo que pensábamos, y no allá en ese mundo del éxito y la competitividad.
Referencia
Honoré, Carl. (2004). Elogio de la lentitud. Un movimiento mundial desafía el culto a la velocidad. Barcelona: RBA Libros.
Una de las ventajas de participar en la presentación de un libro es que uno se ve, de alguna manera, en medio de una doble tensión productiva. Por una parte, la oportunidad de leer un texto completamente nuevo, inédito, recién salido del horno. Es como una especie de descubrimiento de un misterio por encargo. Por otra parte, está la limitación de tiempo para leer, anotar, comprender, ensayar alrededor de la lectura, y finalmente tomar una decisión sobre qué hablar en los contados quince minutos disponibles (incluyendo ingeniosos recursos para evitar que el público se duerma o se ponga a chatear con los celulares).
Entrada al diseño. Juventud y universidad, de Luis Porter.
Y es que yo tengo un problema (en realidad no sé si llamarlo problema): entre más me parece interesante un libro, más lenta su lectura. Lo disfruto, lo voy saboreando palabra por palabra, párrafo por párrafo. Se me vienen a la cabeza nuevas ideas y mis neuronas toman extrañas rutas sinápticas. Imagino situaciones improbables. Me conecto con el cosmos, y también con el inframundo. Subrayo, hago anotaciones al margen y, por si fuera poco, me da por elaborar mapas conceptuales (dibujitos, vamos). Y mientras yo vivo mi mundo de diálogo con el texto, la fecha de presentación se viene acercando silenciosa, lenta e inexorablemente.
Los organizadores no se habían comunicado conmigo, hasta hace apenas unos cuantos minutos. Dos meses atrás, sólo me habían dicho que la presentación sería a finales de abril. Y los días pasaban y pasaban, y me hacía la pregunta (con graves implicaciones epistemológicas): ¿a qué se le puede llamar legítimamente “finales de abril”? Este cuestionamiento alcanza altos niveles de urgencia cuando se toma en cuenta que al mes de abril sólo le quedaban unas 36 horas para que concluyera. Pero afortunadamente los propios organizadores me han dado la respuesta precisa: abril puede extenderse hasta el 7 de mayo. Uno aprende algo nuevo todos los días.
En esta ocasión se trata de un libro de Luis Porter: Entrada al Diseño. Juventud y universidad (2009, UAM). Un libro extraordinario, como todos los de Porter. Si bien surge a partir de las vivencias cotidianas del autor con sus estudiantes de diseño en la UAM Xochimilco, el texto trasciende el campo del diseño y la arquitectura. Es un libro que debiera ser leído no sólo por los estudiantes de cualquier carrera, sino también por los profesores y los funcionarios universitarios (ojalá llegara a las manos de la profesora Elba Esther, pero dudo si entendería algo de lo que allí se dice).
Entrada al Diseño habla sobre los estudiantes, no como parte de una borrosa y anónima comunidad llamada universitaria, sino como verdaderos sujetos. Cada uno de ellos con historias, experiencias, saberes y visiones de futuro. Al autor le interesa saber cómo conocerlos, cómo poner en concierto todas esas potencialidades individuales, todos esos mundos que son ocultos o negados por los contenidos, el programa y la productividad académica. La aspiración de Porter es liberar al estudiante de las ataduras que le impiden expresarse con alegría y comodidad en el medio universitario, a contracorriente del orden, la jerarquía y las reglas establecidas.
Porter utiliza la narrativa como método de investigación. Pone en movimiento un conjunto de estrategias para que los estudiantes se expresen, jueguen y, de paso, se conozcan a sí mismos en ese trance de convertirse en universitarios. El autor abreva de muchos autores, entre ellos Edgar Morin, Paulo Freire, John Dewey, Donald Schön y Kieran Egan. Una excelente prosa en la que se articulan el arte, la literatura, la ciencia, la arquitectura, la filosofía y el diseño. 254 páginas sin desperdicio alguno. Así que si no tienen otra cosa más importante que hacer (lo dudo), nos vemos en el auditorio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Veracruzana (Xalapa). La cita es a las 11 de la mañana del viernes 7 de mayo… finales de abril, pues.