Urbanidad mínima en la era de la comunicación

Vivimos la misma estupidez, una y otra vez. Nunca falta una persona cuyo teléfono celular suena en medio de un concierto de la sinfónica. En esos casos, el o la portadora recibe ipso facto su castigo: la mirada de «seca-papayo» (como diría mi abuelita) de asistentes enardecidos, el «¡shh!» de otros más. En ocasiones, el director detiene la orquesta y espera a que el ruido cese. Segundos interminables. Esas ya son vergüenzas mayores. Y quizá no sea suficiente. Sigue sucediendo una y otra vez. Yo votaría por una requisa de los aparatejos esos antes de entrar a una sala de conciertos.

Pero, ¿qué hacer en otras situaciones? Seguramente les ha sucedido que en medio de una conversación el o la interlocutora recibe una llamada y, sin pedir disculpas, contesta y se enfrasca una conversación que uno se ve forzado a (medio) escuchar. En otros casos, la persona simplemente se da la media vuelta y se aleja, haciendo elegantes ademanes con las manos en el aire, para atender asuntos urgentes que no pueden esperar.

Este tipo de situaciones me ha convertido en un interesado observador de las conductas humanas (es un decir) alrededor del celular. Quizá uno de los casos más desagradables sea aquel en el que la persona, hombre o mujer, adopta esa actitud de mírenme-y-escuchen-que-tan-importante-soy. A pesar de que tienen el celular a escasos dos milímetros de la boca, levantan la voz para asegurarse de que todo ser viviente a cincuenta metros a la redonda escuche y se percate de su voz de mando: «Sí, ahora salgo a Nueva York a cerrar ese jugoso contrato»… o cualquier otra sandez por el estilo, aunque del otro lado no haya nadie, o se trate del perro de la casa.

Pero hay situaciones peores. Usted va a desayunar o comer con alguien, mujer u hombre, y lo primero que hace su acompañante es poner su celular sobre la mesa. ¿Qué clase de mensaje nos está enviando? Creo que no hay mucho que especular. El mensaje es muy claro «Mira, mis llamadas son más importantes que tú; no puedo hacer esperar a las otras personas; hay jerarquías… o sea».

Es increíble, pero una vez que se popularizaron los celulares, las personas creen que es más urgente atender lo que no está frente a ellas. Hay algunas, muy pocas por desgracia, que tienen la sensatez de apagar su celular cuando entran a una sala de conciertos, cuando van a comer con alguien, cuando tienen una cita, cuando dan clases, cuando hacen algo con alguien por quien sienten respeto.

2 respuestas a «Urbanidad mínima en la era de la comunicación»

  1. Estoy totalmente de acuerdo, pero peor es con los que conversan horas y a toda velocidad, yo creo que debería de haber algún reglamento en el uso de los celulares. a mi un laboratorio me regaló un letrero con un anuncio. ¡Su consulta es importante! Gracias por apagar su celular y mas ó menos me ha dado resultado.

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