Una nueva educación… y los nueve dragones

En China, los dragones están asociados a la idea del poder creativo. En 1244, el artista de la Dinastía Song, Cheng Rong, realizó una serie de dibujos que se conocen como el Rollo de los Nueve Dragones. En él se pueden apreciar estos míticos seres emergiendo de elementos sujetos a grandes turbulencias. Así, lo nuevo, lo improbable, emerge del vórtice mismo del caos. No puede haber una mejor representación de la actual situación: en medio de una crisis multidimensional (ambiental, espiritual, cultural, social), tenemos la oportunidad de cambiar el curso de la Humanidad.

Detalle del Rollo de los Nueve Dragones, de Cheng Rong

En los renglones que siguen, he invocado a nueve dragones para que nos asistan en la búsqueda de una nueva educación. Una educación que esté a la altura no sólo de los actuales momentos turbulentos, sino también de una renovada noción de Humanidad y de ser humano que nos permitan proseguir coevolucionando en este planeta.

El Dragón del vacío. Para aprender con una mirada fresca, con otra actitud hacia la vida y para poder comprender otra realidad, es necesario crear un vacío. Un vacío no sólo intelectual y racional, sino también emocional, sensual y espiritual. Estamos tan llenos de cosas, no sólo inútiles sino también nocivas, que hemos recogido a través de una escolarización cerrada, lineal y fragmentadora. Hoy, es necesario deshacerse de ellas, pues son una pesada carga para emprender una transformación que verdaderamente valga la pena. Debemos soltar amarras de nuestras “verdades” y nociones que siempre hemos dado por hechas, incluso de aquellas que nos vienen por medio del “sentido común”. Es tiempo de reaprender tantas cosas: desde cómo miramos, escuchamos y percibimos, hasta cómo nos relacionamos con los demás. La comprensión de una realidad compleja y entrelazada significa dejar a un lado el pesado bagaje de las disciplinas, las especializaciones y las certezas. No es tarea fácil, pues nuestros hábitos están anclados en nociones que hemos cultivado desde hace mucho tiempo. La nueva educación debe proporcionar las condiciones de un desaprendizaje virtuoso… para volver a aprender.

El Dragón de la soledad. Necesitamos aprender a estar solos. Debemos proporcionarnos los medios, el tiempo y el espacio para hacerlo. Necesitamos dialogar internamente. Dejar el ruido ensordecedor de la vida moderna, pues es sólo eso: ruido. Ya no prestamos atención a nosotros mismos. Estamos tan conectados a la televisión, a las noticias, a Internet. Los pocos espacios que creíamos tener para nosotros van siendo invadidos por el teléfono celular. Estamos disponibles para todos a todas horas. No nos desconectamos jamás y podemos dedicar los fines de semana al trabajo que no pudimos terminar. Pero, es necesario tomar distancia del mundo, de todo lo que nos rodea, aunque sigamos inmersos en el mundo y en las cosas. Tenemos que aprender a mirar el mundo críticamente y vernos a nosotros en ese mundo. ¿Hemos tenido realmente la oportunidad de reflexionar alguna vez? Es poco probable. Apenas pensamos. ¿Pensamos? Creemos que tomamos decisiones cuando lo único que hacemos es escoger entre un menú que nos es asignado externamente. No nos conocemos. Hacerlo es la puerta de entrada para conocer a los demás. La soledad, el aislamiento, que nos procuremos es parte de una nueva concepción de calidad de vida.

El Dragón de la lentitud. No sólo vivimos en multitudes. También vivimos a toda velocidad. Nuestras vidas están cronometradas y todo está en función del número de actividades y tareas que somos capaces de realizar en un día, en una hora, en un minuto. Cada vez tenemos menos tiempo y más cosas que hacer. Resolver este problema es nuestra obsesión y a eso le llamamos productividad, eficiencia, profesionalismo, responsabilidad. El tiempo industrial y productivo ha sustituido los otros tiempos, los otros ritmos: los de la naturaleza, los de la meditación, los de la respiración, los del atardecer, los de la conversación. Nos da vergüenza admitir que no estamos haciendo nada productivo. Ya no tenemos tiempo para disfrutar de una buena comida en compañía de los amigos y de una amena conversación. Hoy todo es chat y fast food. Sin tiempo, no tenemos más remedio que consumir lo que ya viene predigerido. No hay tiempo, pues hay que cumplir con los horarios, los programas y los compromisos.

El Dragón de la visión cósmica. Conocer lo humano es situarlo en el universo y a la vez separarlo de él. Un ¿quiénes somos? es inseparable de un ¿dónde estamos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Interrogar nuestra condición humana significa reconocer lo no humano, lo que trasciende la humanidad y nuestra historia. Hay algo que ya estaba antes de que existiéramos y habrá algo después de que hayamos partido. La cosmología nos debe ser tan familiar como las ciencias de la Tierra, la ecología y la biología. Debemos superar la idea de un universo ordenado, perfecto y hecho a la medida de nuestros miedos y necesidades. En cambio, debemos cambiarlo por un universo que nace de la explosión y que evoluciona en medio del orden, del desorden, de la organización, del cataclismo termonuclear. Antes que terrestres, somos seres cósmicos. Estamos atados a las grandes leyes de la Naturaleza. Nuestra aventura se desarrolla en un planeta minúsculo que gira alrededor de un sol errante en la periferia de una galaxia de suburbio. Las partículas constituyentes de nuestro cuerpo aparecieron desde los primeros segundos de nuestro cosmos, hace 15 mil millones de años. Somos seres de carbono. No se trata de reconocer nuestra pequeñez en una escala cósmica, sino de ver nuestra condición humana como parte del desarrollo prodigioso de un universo que se autoorganiza. Todavía es tiempo de reconocer y, sobre todo, apreciar esta improbabilidad que conocemos como Humanidad.

El Dragón de la nueva casa. El espíritu integrador de la ecología es parte de una nueva visión del mundo. La relacionalidad de las cosas no se percibe desde las ciencias, las artes o las humanidades. Ellas la corroboran. Esta percepción emerge del espíritu, de un espíritu que se sabe parte de todo lo que le rodea. Es cuando comprendemos que tenemos una sola casa: monoikos, en griego. Lo que hago de ella y en ella me afecta. Lo que hago con mi cuerpo, mi mente o mi espíritu le perturba. Ecología y economía comparten la misma raíz: oikos = casa. Ambas deben dedicarse al cuidado de la casa: la primera a descubrir sus relaciones; la segunda a administrarla. La nueva economía tendrá que ser no sólo ciencia, sino primordialmente un arte: el arte de cooperar con la Naturaleza para mantener en equilibrio dinámico a nuestra Tierra-Patria. No le son ajenas las leyes de la termodinámica o de la física cuántica. Tampoco los principios de la autopoiesis o de la autoorganización. Pero no menos la ética del cuidado o las fuerzas del amor. La nueva educación debe enseñar que tenemos una carta de identidad terrena y que antes de buscar el paraíso en el más allá hay que conquistarlo en el más acá.

El Dragón de la incertidumbre. El orden es bueno. Siempre es conveniente que los calcetines los encontremos en el lugar que les hemos asignado. También es ventajoso que nuestras casas no cambien de lugar cada día de la semana. El hombre tiene necesidad de regularidad y de certidumbre. Por miles de años hemos creado instituciones para ese fin: para encontrar orden, para alejarnos de lo fortuito y del azar. Hasta parece razonable el dicho de que más vale malo conocido que bueno por conocer. Ahí están siempre el sentido común o la “sabiduría popular” para confortarnos. La gente, en gran medida, tiene la necesidad de sentirse física, psicológica, intelectual, emocional y socialmente segura. La espontaneidad y la novedad son bienvenidas, siempre y cuando se den dentro de un marco general de orden. El sistema se cuida a sí mismo. Las desviaciones deben ser corregidas. La creatividad y la genialidad, por tanto, son casos desviantes, anormales, fuera de la regla. Pero se permiten, siempre y cuando sean marginales. Esta es la verdad que las organizaciones y las instituciones cuidan celosamente. Por eso, el desorden, el caos, son desterrados. Por tanto, la nueva educación debe permitirlos. Debe abrir la puerta de las posibilidades insospechadas. No hay una idea más subversiva que esta. Es hora de desprogramar y desestructurar la educación. Hay que abrir la ventana para que entre la complejidad. Es necesario educar para la incertidumbre y el caos creativo.

El Dragón del espíritu del valle. Debemos, mujeres y hombres, adoptar el espíritu del valle: recoger todas las aguas de los ríos y las montañas. No hay conocimiento que nos deba ser ajeno. Abrevar de las ciencias, la filosofía, la historia, las artes y las humanidades. No se trata del saber enciclopédico, sino de poner en relación y en constelación los saberes que nos ayudan a descubrir la unidad en la diversidad, a descubrir nuestra propia  naturaleza. No podemos seguir fragmentando al hombre y al mundo en miles de conocimientos dispersos en especialidades y disciplinas. La educación debe ser así: un valle donde concurren pequeños arroyos, riachuelos, corrientes subterráneas y enormes ríos. Todos alimentan por igual nuestra mente y mueven los molinos del espíritu. Confluyen, se separan, forman nuevas corrientes, remolinos y turbulencias. Se asientan y serenan. Las aguas en permanente movimiento nos permiten fluir con ellas. Los meandros son las huellas fractales de nuestra experiencia.

El Dragón de la enseñanza. Cualquier dragón lo sabe: la enseñanza es una inclinación natural del hombre. Enseñar es parte constitutiva de nuestra naturaleza humana. Enseñamos como padres o como hijos, como expertos o como aprendices, como profesores o alumnos, como amigos o hermanos. No hay que renunciar a esta inclinación que nos viene de no sé dónde. Pero que está ahí. Que la ejercemos conciente o inconcientemente, pero siempre desinteresadamente. No hay que renunciar a la enseñanza, por más que nos quieran vender la idea de que lo que cuenta hoy es el aprendizaje. Es la trampa para vender una educación anónima, pero interesada. El verdadero aprendizaje tiene como contraparte la enseñanza, a menos que se viva en una isla desierta. La enseñanza es más necesaria que nunca. En medio de un mar de informaciones fragmentadas, de transacciones comerciales y de nuevas formas de entretenimiento, la enseñanza nos puede salvar. La autonomía del aprendizaje no significa aprender de nadie: significa aprender a aprender de todos. Todos podemos enseñar si cultivamos las actitudes y la disposición necesarias. Compartamos nuestras experiencias, incluyendo nuestros errores y nuestras cegueras. Enseñar es aprender. Una nueva educación no ocurrirá por generación espontánea. Surgirá desde la conciencia compartida de que podemos ser mejores como individuos como condición para ser mejores como sociedad y como Humanidad. Renunciar a la enseñanza es renunciar a ser humanos.

El Dragón de la resistencia. Debemos resistirnos a lo que separa, a lo que desintegra, a lo que aleja, sabiendo que la separación, la desintegración, el alejamiento ganarán la partida. La resistencia es lo que acude en ayuda de esas débiles fuerzas, es lo que defiende lo frágil, lo perecedero, lo hermoso, lo auténtico, el alma. Es lo que puede abrir una brecha en el plexiglás de la indiferencia para, de sonrisa en sonrisa, consolar los llantos. Sonreír, reír, bromear, jugar, acariciar, abrazar es también resistir. Sí, con Edgar Morin debemos resistir a la crueldad del mundo, sea la crueldad anónima del mercado y del capital o la crueldad con nombres y apellidos. Debemos resistirnos a la cultura de masas, al consumo irreflexivo, a la ideología de la excelencia, la competitividad y la productividad contable. Resistir desde la educación es crear y multiplicar las posibilidades de que, al fin, algún día, podamos ser completamente humanos.

Desacelerar, recuperar la lentitud

Estoy cada vez más convencido de que es necesario desacelerar. Vivimos en tiempos de gran velocidad. No sabemos a dónde vamos, pero eso no importa. Lo que cuenta es la rapidez. Todo se mueve a ritmo del cronómetro y de la productividad. Hay que hacer más cosas en menos tiempo. Cada vez dormimos menos y comemos más rápido. Carl Honoré (2004) nos dice que el culto a la velocidad nos ha empujado hasta el punto de ruptura. Los japoneses tienen ya una palabra para denominar la muerte debido a exceso de trabajo: karoshi. Es un mal mundial que nos arrastra a todos. El teléfono celular nos recuerda en todo momento y a todas horas que nuestras vidas no son realmente nuestras. Las laptops extienden las horas de trabajo a los fines de semana, las noches, las madrugadas. Bien decía Marshall McLuhan que «el medio es el mensaje» (después dijo que «el medio es el masaje»).

Ya no hay tiempo para contemplar un atardecer (incluso a muchos les puede parecer cursi o una pérdida de tiempo), para conversar, para degustar la comida, para compartir con los amigos o la familia, o simplemente para no hacer nada. Ya no hacemos sobremesa. No hay tiempo para el arte, para aprender a tocar un instrumento o a cocinar, arreglar el jardín,  intentar dibujar y pintar, aprender otro idioma, leer y escribir por puro gusto, sin que nadie nos lo exija. A los jóvenes se les dificulta mucho apreciar una película lenta (como Lo que queda del día o incluso como Odisea del espacio 2001), o una música con un tempo pausado (como la Sinfonía Pastoral de Beethoven), con sutiles riquezas. Hoy todo es acción, ruido, muchos decibeles, informaciones fragmentadas y mensajes obvios. La escuela no esta a salvo: «En el mundo competitivo, la escuela es el campo de batalla donde lo único que importa es ser el primero en la clase» (Honoré, 2004: 205). Hoy las universidades enseñan para ser productivo, competitivo y exitoso, en un mundo globalizado.

Ernesto Sábato nos dice:

En el vértigo no se dan frutos ni se florece. Lo propio del vértigo es el miedo, el hombre adquiere un comportamiento autómata, ya no es responsable, ya no es libre, ni reconoce a los demás. Se me encoge el alma al ver a la humanidad en este vertiginoso tren en marcha en que nos desplazamos, ignorantes atemorizados sin reconocer la bandera de esta lucha, sin haberla elegido.

Al tiempo que nos volvemos más «productivos», los pocos momentos de ocio los rellenamos de horas frente al televisor, o consumiendo los productos ya predigeridos de la cultura de masas (hoy multimillonario negocio): música, noticias, diversión, libros de superación personal, comida rápida, Internet…

¿Qué tal si un día nos desconetamos del celular, la televisión y la Internet? ¿Qué tal si decidimos comenzar algo nuevo, algo que rompa completamente nuestras rutinas y hábitos? Eso en realidad puede ser algo subversivo. Porque nos podría dar la oportunidad de ver la realidad desde otra perspectiva, descubrir que hay otras prioridades en la vida, de pensar por nosotros mismos, de realizar proyectos que nadie nos exige. Es tiempo de recuperar la lentitud, la pausa, la conversación con los demás, nuestra capacidad de dialogar con nosotros mismos. En fin, comenzar a construir nuestra propia autonomía y vivir nuestras propias vidas. Quizá descubramos que la felicidad está más cerca de lo que pensábamos, y no allá en ese mundo del éxito y la competitividad.

Referencia

Honoré, Carl. (2004). Elogio de la lentitud. Un movimiento mundial desafía el culto a la velocidad. Barcelona: RBA Libros.

En busca de una nueva era geológica

Hace cinco siglos, siguiendo los grandes viajes de descubrimiento (y de conquista), comenzó una nueva etapa histórica que significó un insólito incremento sin paralelo de las comunicaciones y el flujo de habitantes entre todos los rincones del mundo. Al mismo tiempo, gracias a Copérnico y sus seguidores, los intelectuales europeos comenzaron a aceptar la idea de que la Tierra, junto con otros cuerpos celestes, es un planeta (Kelly, 2010). La palabra planeta, por cierto, viene del griego planeté que quiere decir “errante”. Fue entonces cuando comenzó la era planetaria (Morin y Kern, 1993). El intercambio entre continentes fue material (oro, plata), biológico (plantas, animales, virus), tecnológico (instrumentos, armas), pero sobre todo cultural (ideas, religiones, modos de vida). El proceso, obviamente, fue desigual, como corolario inevitable de la dominación colonial por parte de los países europeos.

Esta red de relaciones y comunicación a escala global condujo a una creciente interdependencia económica y cultural. Hoy constituye un tejido humano sumamente complejo que, aunque es mucho más delgado que la atmósfera o el resto de la biosfera, ejerce una enorme influencia sobre el resto del sistema. No obstante, esta capa humana, que podríamos llamar antroposfera, es muy débil y propensa a romperse. Esta debilidad no proviene de los materiales con que está constituida (de hecho son los mismos con los que está hecho el resto del universo), sino de su organización y de los principios que guían esa organización.

La organización humana no sólo constituye hoy una seria amenaza para ella misma, sino para el resto del planeta. A tal punto que está provocando el fin de todo un periodo geológico y el comienzo de otro. Nuestras acciones están dando fin a la era Cenozoica, la cual duró los últimos 65 millones de años (Kelly, 2010). En griego significa “animales nuevos”. Paradójicamente, hoy estamos presenciando la sexta extinción masiva de especies, la cual se ha acelerado durante las últimas décadas. La reducción de la biodiversidad ha llegado a un grado tal que hemos comprometido la viabilidad de todo el sistema biosférico. Nos guste o no, estamos al borde del fin de una civilización dominada por la economía y el complejo tecno-industrial, basada en nuestra obsesión por la posesión.

La cuestión ahora es ¿cómo podríamos llamar la nueva era geológica que estamos a punto de inaugurar? La comunidad científica internacional ha debatido este asunto y ha propuesto que se llame Antropoceno, en reconocimiento de que los humanos constituimos la principal fuerza de cambio del planeta. Thomas Berry, por el contrario, ha sugerido el término Era Ecozoica para describir, esperanzadoramente, una era en la que finalmente el hombre reconozca la importancia de restituir la ecología planetaria. Morin (2008), en este sentido, habla de un “año cero de la era ecológica”.

Desde mi punto de vista, me parece poco afortunado llamar Antropoceno a la nueva era. No sólo reflejaría nuestra arrogancia como especie, y nuestro autismo dentro de una comunidad planetaria, sino que aludiría a la continuación de una tendencia suicida y estúpida. Yo propondría, en cambio, una era que reconociera la unidad sistémica de nuestro planeta, así como la interdependencia entre todo lo vivo y lo no vivo para constituir una inteligencia emergente y superior: la biosfera. En consecuencia, mi apuesta es a una Era Biosférica.

Referencias

Berry, Thomas. (1999). The Great Work. Nueva York: Bell Tower.

Kelly, Sean M. (2010). Coming Home. The birth and transformation of the planetary era. Great Barrington (MA): Lindisfarne Books.

Morin, Edgar. (2008). El año 1 de la era ecológica. Barcelona: Paidós.

Morin, Edgar y Ann Brigitte Kern. (1993) Tierra Patria. Barcelona: Editorial Kairós.

Una presentación de libro

Una de las ventajas de participar en la presentación de un libro es que uno se ve, de alguna manera, en medio de una doble tensión productiva. Por una parte, la oportunidad de leer un texto completamente nuevo, inédito, recién salido del horno. Es como una especie de descubrimiento de un misterio por encargo. Por otra parte, está la limitación de tiempo para leer, anotar, comprender, ensayar alrededor de la lectura, y finalmente tomar una decisión sobre qué hablar en los contados quince minutos disponibles (incluyendo ingeniosos recursos para evitar que el público se duerma o se ponga a chatear con los celulares).

Entrada al diseño. Juventud y universidad, de Luis Porter.

Y es que yo tengo un problema (en realidad no sé si llamarlo problema): entre más me parece interesante un libro, más lenta su lectura. Lo disfruto, lo voy saboreando palabra por palabra, párrafo por párrafo. Se me vienen a la cabeza nuevas ideas y mis neuronas toman extrañas rutas sinápticas. Imagino situaciones improbables. Me conecto con el cosmos, y también con el inframundo. Subrayo, hago anotaciones al margen y, por si fuera poco, me da por elaborar mapas conceptuales (dibujitos, vamos). Y mientras yo vivo mi mundo de diálogo con el texto, la fecha de presentación se viene acercando silenciosa, lenta e inexorablemente.

Los organizadores no se habían comunicado conmigo, hasta hace apenas unos cuantos minutos. Dos meses atrás, sólo me habían dicho que la presentación sería a finales de abril. Y los días pasaban y pasaban, y me hacía la pregunta (con graves implicaciones epistemológicas): ¿a qué se le puede llamar legítimamente “finales de abril”? Este cuestionamiento alcanza altos niveles de urgencia cuando se toma en cuenta que al mes de abril sólo le quedaban unas 36 horas para que concluyera. Pero afortunadamente los propios organizadores me han dado la respuesta precisa: abril puede extenderse hasta el 7 de mayo. Uno aprende algo nuevo todos los días.

En esta ocasión se trata de un libro de Luis Porter: Entrada al Diseño. Juventud y universidad (2009, UAM). Un libro extraordinario, como todos los de Porter. Si bien surge a partir de las vivencias cotidianas del autor con sus estudiantes de diseño en la UAM Xochimilco, el texto trasciende el campo del diseño y la arquitectura. Es un libro que debiera ser leído no sólo por los estudiantes de cualquier carrera, sino también por los profesores y los funcionarios universitarios (ojalá llegara a las manos de la profesora Elba Esther, pero dudo si entendería algo de lo que allí se dice).

Entrada al Diseño habla sobre los estudiantes, no como parte de una borrosa y anónima comunidad llamada universitaria, sino como verdaderos sujetos. Cada uno de ellos con historias, experiencias, saberes y visiones de futuro. Al autor le interesa saber cómo conocerlos, cómo poner en concierto todas esas potencialidades individuales, todos esos mundos que son ocultos o negados por los contenidos, el programa y la productividad académica. La aspiración de Porter es liberar al estudiante de las ataduras que le impiden expresarse con alegría y comodidad en el medio universitario, a contracorriente del orden, la jerarquía y las reglas establecidas.

Porter utiliza la narrativa como método de investigación. Pone en movimiento un conjunto de estrategias para que los estudiantes se expresen, jueguen y, de paso, se conozcan a sí mismos en ese trance de convertirse en universitarios. El autor abreva de muchos autores, entre ellos Edgar Morin, Paulo Freire, John Dewey, Donald Schön y Kieran Egan. Una excelente prosa en la que se articulan el arte, la literatura, la ciencia, la arquitectura, la filosofía y el diseño. 254 páginas sin desperdicio alguno. Así que si no tienen otra cosa más importante que hacer (lo dudo), nos vemos en el auditorio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Veracruzana (Xalapa). La cita es a las 11 de la mañana del viernes 7 de mayo… finales de abril, pues.

El comienzo (una historia de dudosa procedencia)

Hace dos millones y medio de años. Garganta de Olduvai, situada en lo que hoy es Tanzania, África. Son las 5 de la tarde. Hora del té. Hace un calor infernal. El Gran Mamut convoca a toda la población de homínidos a una reunión. Acuden también otros animales que se ven atraídos por tal iniciativa… por el chisme, vamos. Sobre todo porque es la primera vez que se convoca a estos seres que parecen un poco más evolucionados que los demás animales. El Gran Mamut se sitúa en un pequeño promontorio que le sirve de podium. Los homínidos están impacientes. Los animales están a la expectativa.

El Gran Mamut

El Gran Mamut: Yo sé que todos ustedes están muy ocupados, pero lo que les tengo que decir es aún mucho más importante. Trasciende este espacio y esta era. Tiene consecuencias para la vida de este planeta y de todos sus habitantes, incluso en un tiempo tan lejano como dentro de dos millones y medio de años. Pero voy al grano. Quiero decirles que ustedes, hombres y mujeres, son seres complejos que comparten un conjunto de habilidades, inteligencia, valores y actitudes que les ha hecho destacar del resto de los animales. El sexo no importa. Bueno, el sexo sí importa, pero para otras cosas de las que no voy a hablar ahora. Uno sólo tiene que acercarse a sus cuevas por la noche para darse cuenta que el sexo sí importa… perdón… ya me perdí… ¿dónde estaba?

El Arqueopterix: El sexo no importa.

–  El Gran Mamut: Gracias. El sexo no importa cuando se trata de habilidades, inteligencia, valores y actitudes. Ambos son tiernos y duros, caritativos y avaros, sensibles y crueles, artistas y guerreros, racionales e intuitivos. Son sapiens y son demens, ambos. Yo sé que ustedes mismos ya lo saben. Pero, ¿por qué quiero hoy hablar de esto?

– El Diplodocus: ¿Quiere advertirnos sobre el futuro problema del calentamiento global?

– El Gran Mamut: ¡No seas baboso! Ese es otro tema muy distinto. Nada que ver con esto. Además, mi pregunta era una pregunta retórica.

– El Diplodocus: ¿Retórica? ¿Es una nueva edad geológica?

– El Gran Mamut: (Moviendo la cabeza y tornando los ojos al cielo con gesto de resignación) He convocado a los homínidos porque a partir de hoy ustedes van a ir dejando de ser seres completos… poco a poco… sin darse cuenta. Esa inteligencia, esas habilidades, esos valores se van a ir fragmentando, separando con el tiempo. Las mujeres asumirán ciertos rasgos de ese ser humano complejo, y los hombres asumirán otros. Esa será como una maldición gitana.

– El Triceratopo: Pero… falta mucho para que haya gitanos sobre la tierra, ¿no?

– El Gran Mamut: Bueno, era sólo una licencia poética. Como les decía… será una maldición para la gran mayoría de ustedes, hombres y mujeres, aunque habrá otros que se volverán famosos y ganarán mucho dinero escribiendo absurdas teorías acerca de esta diferenciación del ser humano. Que el Cosmos, que la mano del muerto.

– Una Mujer Homínido: Pero, Gran Mamut, ¿cómo pueden separarse estas cualidades que como especie compartimos hombres y mujeres?

– El Gran Mamut: Eso es precisamente lo que les voy a explicar ahora mismo. Hasta ahora, hombres y mujeres participan más o menos en todas las tareas necesarias para su sobrevivencia y para acondicionar el mundo que les rodea. Pero ya no será así. La recolección de frutos, raíces y otras yerbas ya se está volviendo una tarea demasiado complicada. Comenzarán a escasear estos alimentos y tendrán que cazar animales…

– Todos los animales presentes: ¡Ohhh!… ¡Ahhh!… (cuchicheos ininteligibles).

– El Gran Mamut: Como les decía, se verán forzados a cazar animales. Y como pueden ver (señalando la enorme variedad de animales congregados) son todos peligrosos, astutos, dotados de gran fuerza, algunos pesan más que 20 de ustedes juntos. Las mujeres, por su condición de madres, tendrán que abstenerse de estas tareas, pues no querrán poner en peligro a los seres que llevan en sus vientres, o a las pequeñas crías que amamantan. Son los hombres los que tendrán que hacerse cargo de estas actividades: salir y cazar, destazar los animales muertos, y llevar el alimento a casa.

– El Tiranosauro Rex: (Haciéndosele agua la boca) ¿Y por qué no acabamos ahorita mismo con esta bola de australopitecus?

– El Gran Mamut: (Dirigiéndole una mirada aniquiladora al T Rex) ¡No seas güey! No vez que esta raza merece sobrevivir, simplemente por hecho de que en un futuro muy lejano van a inventar los hot dogs, el béisbol, y los viajes interplanetarios… ahh… y las tarjetas de crédito. Algo que jamás ninguno de nosotros podría siquiera imaginar.

– El Tiranosauro Rex: ¿Tarjetas… como la American Express?

– El Gran Mamut: Exacto… Bueno, les decía que esta división del trabajo traerá enormes consecuencias físico-psico-socio-antropológicas. Los hombres desarrollarán más su fuerza física, sus músculos crecerán más y los huesos tendrán que ser más grandes para absorber este nuevo peso. Crearán armas cada vez más efectivas y sofisticadas. Las estrategias de acecho y caza requerirán de mucha planeación, coordinación y pensamiento racional. Las mujeres se quedarán en casa cuidando de los hijos, amamantándolos, dándoles calor cuando haga frío y refrescándolos cuando haga calor. Las mujeres, con el tiempo, y tiempo van a tener de sobra estando en casa, van a desarrollar el arte culinario…

– El Pterodáctilo: ¿Culinario?

– El Gran Mamut: No te quieras lucir ahora con tus chistes de mal gusto. Es decir, las mujeres van a desarrollar una destreza extraordinaria para preparar deliciosamente las piezas de caza que proveerán los hombres. De la misma manera, sus habilidades para acondicionar sus hogares se expandirá casi infinitamente: barrer, limpiar, poner visillos en las ventanas, zurcir calcetines, lavar las pieles de los hombres, cuidar el jardín, escribir diarios, planchar, ver telenovelas, etcétera. Mientras, los hombres irán curtiendo su piel y su carácter, pues tendrán que enfrentarse a otras tribus de homínidos que tratarán de invadir sus territorios. Los hombres saldrán a cazar y a pelear, y las mujeres se quedarán en casa cuidando la familia que cada vez será más numerosa. Este proceso de diferenciación de roles se irá profundizando con el tiempo. Al paso de cientos de miles de años todo esto parecerá como si la naturaleza así funcionara: que una parte del cosmos es femenino y otra parte es masculino. Casi puedo imaginar a un inútil asiático inventando el yin y el yang para nombrar estas cualidades.

– El Velocirraptor: Eso suena como a chino… yin yang… yin yang… yin yang…

– El Gran Mamut: (Respirando profundo) La economía, pegada a la  política, se diversificará y se hará más compleja. Cientos de miles de nuevas actividades aparecerán, incluyendo la ciencia y sus especializaciones. Los hombres seguirán haciéndose cargo de casi todas ellas, a excepción de las que están más relacionadas con el cuidado de los niños y las tareas del hogar, como la enseñanza de párvulos o la enfermería. Los hombres saldrán y las mujeres se quedarán en casa. Cada quien pensará que las mujeres son tiernas e intuitivas y los hombres duros y racionales. Que las mujeres son dadoras de vida y los hombres de muerte. Estos roles, estas etiquetas, quedarán profundamente grabadas en las psiques de todos: los hombres no deben llorar pues es signo de debilidad, las mujeres no deben ser competitivas pues su lugar está en la casa. Las relaciones sociales estarán dominadas por esta ideología. Los hombres ejercerán cada vez más su poder y dejarán fuera de la jugada al 51% de la población humana: las mujeres.

– El Dientes de Sable: Estos australopitecus son más efectivos que el PRI… que el PRD… que el PAN…

– El Gran Mamut: Y eso no será todo. Las mujeres se rebelarán en el futuro. Pedirán igualdad de oportunidades para desarrollarse como los hombres. Quemarán sus brassieres, querrán votar, entrar a las universidades y estudiar cualquier carrera, como los hombres. Querrán ocupar puestos directivos y en la política. Se desatará una guerra entre mujeres y hombres. Surgirá un feminismo que pedirá venganza por todos estos dos millones y medio de años de sojuzgamiento. Una corriente de pensamiento pedirá que la nueva sociedad se funde en valores femeninos. Es decir, no se pedirá la restauración de la complejidad de la especie humana, sino la imposición de una visión: ahora la de las mujeres, heridas y maltratadas desde el principio de los tiempos. Pero lo peor no será eso.

– Un Homínido Hombre: Pero ¿es que puede haber algo peor, Gran Mamut?

– El Gran Mamut: Siento decirlo, pero sí. Hay algo realmente espeluznante: aparecerá una mujer terrible que pedirá venganza, derramamiento de sangre. Se hará llamar “Paquita la del Barrio”. Cantará canciones no sólo espantosas e insufribles, sino llenas de mensajes insultantes y violentos contra los hombres. Esto marcará la debacle de la Humanidad. Se cerrarán así las posibilidades de hacer emerger una nueva sociedad fundada en los valores, inteligencia y capacidades de las mujeres y los hombres por igual. Se inventarán jaladas como la de que hay un “orden cósmico” que explica y justifica esta fragmentación terrible. Un discurso políticamente correcto, de lo más jalado, obligará a todos a decir “los chiquillos y las chiquillas”, “los lectores y las lectoras”, “los trabajadores y las trabajadoras”…

– El Arqueopterix: ¡Que bueno que a nosotros nos va exterminar un meteorito marca chamuco y no la tal Paquita la del Barrio!

– El Gran Mamut: Así es. Debemos dar gracias que no pertenecemos a esta especie tan rara de animales.

– El Diplodocus: Bueno Gran Mamut, está interesante todo este discurso, pero ¿tienes alguna propuesta, alguna solución?

– El Gran Mamut: Por supuesto. Mis queridos homínidos: sean siempre vegetarianos estrictos y aprendan a cultivar. No caigan en la tentación de matar animales. Siembren sus alimentos alrededor de sus casas. Así, mujeres y hombres podrán trabajar juntos. Eviten esa terrible fragmentación de la que les he hablado esta tarde. Coman frutas y verduras. En ellas encontrarán una gran variedad de vitaminas, minerales, proteínas, hierro, antioxidantes, como los betacarotenos, omega 13. Aprovechen ahora que todo es orgánico. Luego les va a costar un ojo de la cara, o les van a dar gato por liebre.

– El Conjunto de Australopitecus: ¡Sí, sí, sí! ¡Sí se puede! ¡Sí se puede! ¡Homínidos unidos jamás serán vencidos!

– El Gran Mamut: Veo que los he logrado convencer. ¡Celebremos este acontecimiento histórico… perdón… pre-histórico! ¡Vamos a chupar!

La asamblea se disuelve y pronto se convierte en fiesta y celebración. El licor de helecho gigante fluye con singular alegría. El sol se oculta tras la pared poniente de la Garganta de Olduvai. Son las 21:30 hrs. (hora del centro). Todo indica que el plan del Gran Mamut dio resultado. Él era el indicado para este brillante discurso: tiene una increíble imaginación. ¿A quién más se le podría ocurrir una historia como la de Paquita la del Barrio?

La fiesta termina. Todo mundo se retira a su casa. En una de las cuevas que hay en las paredes de la Garganta de Olduvai, una pareja de homínidos (hombre y mujer) platican sobre lo sucedido:

– ¿Cómo viste al güey ese del mamut?

– Pues medio raro, ¿no? Pura jalada.

– Sí, creo que está delirando.

– Bueno, ya me está dando hambre. ¿Qué tenemos para la cena, gordito?

– Pues sopita de cilantro y papas a la francesa, mi reina.

– ¿Otra vez? Ya me estoy cansando de tanta yerba. Que se me hace que mejor comenzamos a cazar animales, ¿no crees?

– Eso te iba a decir. ¿Te imaginas? Unas brochetas de brontosaurio… unas arracheras de pterodáctilo… unas empanadas rellenas de pierna de T Rex… unas tortas envinadas de mamut…

– Ya párale. Mejor mañana nos echamos nuestro primer animalito. Organizamos a la raza, ¿no?

– ¿No te da miedo eso de la Paquita la del Barrio?

– Cómo crees. Eso es puro cuento. Y si fuera cierto, qué nos importa si eso va a suceder hasta dentro de dos millones y medio de años.

– Tienes razón. Ya apaga la luz.

– Si todavía no hemos descubierto la electricidad.

– Cierto. Se me olvidó. No apagues nada.

Y el silencio reinó de nuevo en la Garganta de Olduvai. Un cielo estrellado cubrió la cuna de la Humanidad.

Alineando la cabeza, el ojo y el corazón con Cartier-Bresson

Henry Cartier-Bresson
Henry Cartier-Bresson

Leo en el diario español El País «Cartier-Bresson vuelve al MOMA». Fue en 1947 cuando el Museum of Modern Art de Nueva York mostró la primera exposición de este extraordinario fotógrafo francés, y ahora vuelve a hacerlo seis años después de su muerte. Henry Cartier-Bresson (1908-2004) nació en una pequeña ciudad cerca de París, Chanteloup. Desde pequeño dio muestras de interesarse por el arte, particularmente por la fotografía. Va de joven a Cambridge a estudiar literatura y pintura. En 1932 compra su maravillosa cámara «Leica» de 35 mm. Desde entonces se dedica a capturar en imágenes los preciosos instantes de la vida, el momento decisivo. Él les llama «images á la sauvette», o imágenes a hurtadillas.

La cámara Leica de Cartier-Bresson
La cámara Leica de Cartier-Bresson

La espontaneidad es lo que a Cartier-Bresson le importa. Pero esa espontaneidad requería de preparación: debía hacerse invisible, pasar inadvertido, para interferir lo menos posible con las situaciones que quería atrapar. Por ello pintó de negro las partes niqueladas y relucientes de su cámara. Trato de imaginármelo: confundiéndose con el paisaje, con la escena, con su cámara oculta en la palma de la mano (por suerte la Leica era una cámara pequeña), componiendo mentalmente la toma. Esta composición debía hacerla en su cabeza, pues jamás recortaba un negativo y las imágenes las imprimía completas. No encuadraba nada ni quitaba nada. Su composición era instantánea, rigurosa… perfecta.

Marilyn Monroe
Marilyn Monroe

Viajó por todo el mundo. Fotografió guerras e hizo retratos de gente famosa. Pero es en esas instantáneas donde mejor lo conocemos. Él dijo: «Para tomar una fotografía hay que alinear la cabeza, el ojo y el corazón. Es una forma de vida». Y esa vida la dedicó a dejar constancia de la Historia (con mayúscula), pero también de los millones de historias que constituyen eso que llamamos vida cotidiana. Cada una de esas fotografías tomadas a hurtadillas cuenta una historia, una historia que nos une a otras vidas anónimas, como la nuestra.

Nueva York 1947
Nueva York 1947

Hello World!

Mi primera entrada del blog. ¿Para quién escribo? Sé que escribo principalmente para mí. Pero también un blog es una especie de botella lanzada al mar. ¿A quiénes llegará? No sé, pero quizá en eso radique lo interesante y misterioso de este medio. No hay plan. Sólo el deseo de que emerjan (ver concepto de emergencia en sistemas complejos) otras posibilidades, nuevas conexiones, otros paisajes y texturas.

Me interesa cómo puedan articularse diversos campos del conocimiento, sean de las ciencias, el arte y las humanidades (esas fronteras que hemos creado y mantenido artificialmente por tanto tiempo) para construir otra educación. Es necesario salvar la educación, hoy en caída libre y atravesada por intereses económicos, para darle otro sentido: aprender a vivir en un planeta finito y con increibles capacidades de autorregulación (hoy en peligro). Para ello, habrá que trabajar a contracorriente de una cultura cada vez más banal y de una economía global intrínsecamente depredadora.

Habrá que construir otro concepto de desarrollo. Ya no puede ser económico, ni social… ni humano, aunque sea un duro golpe a nuestros egos. ¿Qué tal un desarrollo biosférico? Es una idea subversiva, pues tiende a diluir todo aquello que nos separa como especie. Propongo una educación coevolutiva que sea capaz de abrir nuestros sentidos para buscar la posibilidad de hacer más habitable este planeta, con la ayuda de las demás especies.