Regresar a casa XI (a very long journey)

Un metro = un millón de años

Guiados por Stephan Harding, el martes salimos a caminar por el sur de Devon. Subir y bajar por un sinuoso camino que, en una sucesión de paisajes de extraordinaria belleza, nos llevó a la ciudad puerto de Dartmouth. El propósito no era estirar las piernas, hacer un poco de ejercicio, distraernos de la intensa actividad en el Schumacher College.

En camino

La propuesta era emprender una caminata de 4,600 metros. ¿Por qué tal distancia?  La intención era darnos la oportunidad de sentir y experimentar la larga transformación de nuestro planeta. El reto era cómo hacer que un calendario geológico, que rebasa por mucho la escala humana, tuviera sentido. El desafío de esta experiencia consistía en crear un vínculo físico, emocional y mental con la evolución terrestre.

Un campo de flores

Cada metro caminado equivalía a un millón de años del proceso evolutivo de la Tierra. Cada paso representaba 500 mil años. En total 4,600 millones de años, desde que nuestro planeta era una esfera incandescente de metal fundido y gases, pasando por la aparición de la vida y su arborescente proliferación cámbrica, hasta el presente: un organismo inteligente al borde de la sexta extinción masiva de especies, al borde de la destrucción.

El mar

En ciertos puntos del recorrido, Stephan nos detenía para decirnos dónde estábamos parados, en qué momento de la evolución terrestre nos encontrábamos. Ésto nos ponía en perspectiva el largo, lento y complejo proceso creativo de Gaia, es decir la Tierra vista como un organismo inteligente. Así, nos deteníamos durante la aparición de los océanos, hace 4,200 millones de años… cuando apareció la vida en forma de células bacterianas, hace  3,900 millones de años…

Vista desde el periodo Cámbrico

Caminar sobre el tiempo geológico es revelador. El pensamiento racional cede a otras formas de conocimiento que nos permiten enriquecer nuestra experiencia (o mejor dicho, que la hacen emerger). Se comprometen nuestros sentidos de manera orgánica y se amplía nuestra percepción de la realidad. La descubrimos interconectada, diversa y única. Tal sensación nos abre a un sentido de reverencia por lo viviente y por lo no viviente.

Caminamos durante tres horas. No podía falta el agudo sentido de humor de Stephan. Llegamos a la explosión cámbrica (la aparición y proliferación de organismos macroscópicos multicelulares), hace 530 millones de años. Para festejar semejante orgía de la vida, nos refrescamos en una heladería, ya en la bahía de Dartmouth.

Finalmente, meditamos sobre esos 30 centímetros finales del camino, cuando apareció el Homo sapiens. Guardamos un momento de silencio, de agradecimiento al planeta. Pensé en la monumental arrogancia de la especie humana de creerse la cúspide de la evolución. En su afán de dominar la naturaleza para su propio beneficio. En su infinita ignorancia en una era que no ha tenido el menor sonrojo de llamarse “sociedad del conocimiento”.

Los últimos 30 centímetros

Aún así, Gaia no nos ha abandonado. Quizá está esperando a que, al fin, surja en nosotros los humanos, los recién llegados, una chispa de inteligencia.

Regresar a casa X (Satish Kumar y el castaño)

Desde la ventana de mi habitación puedo ver a ese mágnifico castaño que preside el jardín de la entrada principal al Schumacher College. No soy muy bueno para calcular distancias, pero mi apuesta es que debe tener alrededor de unos 22.648 metros de altura. Es hábitat de numerosos mirlos que cantan divertidos (eso me parecen) a todas horas: blackbird singing in the dead of night

Esta noche nos visitó Satish Kumar. Después de una cena con platillos de la India, nos dio una charla sobre Gaia y la consciencia. Mirando hacia el castaño desde la ventana de la biblioteca, nos dijo que, para continuar siendo, el castaño tiene que estar en constante cambio: cada minuto, cada día, cada estación. Esa es la paradoja de la vida: permanencia y cambio. Edgar Morin hablaría de un principio dialógico.

Satish Kumar en el Schumacher College

La flama de la vela que tenía enfrente, anadió Satish, no es la misma, pues tiene que renovarse a cada momento para seguir siendo, como el flujo de un río.

Lo mismo sucede con nuestro planeta. Para seguir siendo, debe tener la capacidad de renovarse y mantener su cualidad autopoiética. Los mirlos lo saben. Las bacterias lo saben.

¿Por qué nos cuesta tanto a los humanos recordar los principios básicos de la vida?

Regresar a casa IX (Peregrino de la Tierra)

El libro de Satish Kumar

Será mejor que no hablemos de futbol.

Acabo de comprar y leer un libro revelador. El título es Earth Pilgrim (Peregrino de la Tierra), escrito por Satish Kumar. Kumar nació en Rajashtan, India, y su vida ha sido atravesada siempre por el peregrinaje, desde que su madre lo llevaba de niño a los campos que ella cultivaba. A la edad de nueve años, Satish se convirtió en un monje errante Jain, y comenzó a caminar por toda India junto a su gurú.

A los 26, realizó el peregrinaje más largo de su vida: 12 mil 800 kilómetros, desde la India hasta Washington, DC. Desde la tumba de Gandhi hasta la tumba de John F. Kennedy. Dos años y medio caminando (incluso en el ferry que lo cruzó por el Canal de la Mancha o el Queen Mary que lo cruzó por el Atlántico).

Pasó por Moscú, París y Londres. La fuente de inspiración de este largo viaje fue el Premio Nobel Bertrand Russell, quien, a sus 90 años de edad, había protestado contra el uso de armas nucleares. Fue arrestado y encarcelado por romper la ley inglesa y «perturbar la paz de la Reina». Satish Kumar decidió hacer ese viaje para sumarse al mensaje de paz de Russel. Caminó sin llevar alimento ni dinero en toda su travesía, ateniéndose a la hospitalidad y buena voluntad de la gente que encontrara a su paso.

Kumar es hoy lo que podemos llamar un sabio. Es un visionario que conjunta una perspectiva espiritual con una preocupación práctica para que los humanos vivamos en armonía con la Tierra y con nosotros mismos. En su libro nos dice:

Cuando camino toco la Tierra. Cuando camino tengo tiempo. Voy despacio. Y cuando voy despacio tengo tiempo para mirar a mi alrededor. Cuando camino me conecto a la Tierra, al aire, a los árboles, a la luz del sol, a las flores, a los hongos, a los pájaros. Estoy conectado a todo el Universo. No hay dualismo. Soy completamente uno con todo el Universo, en sintonía con él. Por ello, todo peregrinaje tiene que ser a pie.

El camino

Mañana viene Satish Kumar al Schumacher College a dar una plática a las ocho de la noche. Sin duda será una oportunidad para aproximarse a ver la vida de otra manera, como un proceso, como un peregrinaje continuo.

Porque la vida tiene que ser vivida cada momento. Como dice Kumar: «el significado de la vida está en el vivir».

Referencia

Kumar, Satish. (2009). Earth Pilgrim. Totnes: Greenbooks.

Regresar a casa VIII (visita a Totnes)

El río Dart

Después de una intensa actividad en el Schumacher College, aprovecho el fin de semana para conocer Totnes. Emprendemos el camino por uno de los varios senderos que hay en esta zona. La caminata es muy agradable, en medio de exhuberante vegetación y con varios encuentros con el río Dart. Me acompañan en el trayecto Sissel (física noruega), Mavi (jefa de logística de una empresa española) y Eszter (ambientalista húngara). Los 45 minutos pasan volando.

High Street, de Totnes.

Totnes es una pequeña ciudad de orígenes míticos que se remontan al año 907 (cosa que no me consta). Está situada al sur de la región de Devon, una de las más bellas del suroeste de Inglaterra. Con una población menor a los 10 mil habitantes, hoy es una de las localidades que más atención han atraído en el mundo. En ella se inició uno de los movimientos de desarrollo sostenible más interesantes: Transition Towns (ciudades en transición).

Entre los propósitos que animan esta propuesta (que ya se ha extendido a cientos de ciudades, bosques y áreas productivas) se encuentran los siguientes: a) disminuir la dependencia de los combustibles fósiles y, por tanto, contribuir menos al calentaniento global; b) promover la producción y consumo local/regional de alimentos; c) crear mejores condiciones de habitabilidad y de bienestar, en consonancia con la naturaleza. No se trata de un programa gubernamental. Es un movimiento de naturaleza comunitaria.

Por cierto, Totnes es la primera localidad en la Gran Bretaña en acuñar su propia moneda, y que sirve de medio para apoyar esta iniciativa de transformación.

El viaje me da la oportunidad de entrar a varias tiendas, sobre todo aquellas que venden productos de la región. No puedo resistirme a comprar diversos tipos de rocas y cristales. Estoy fascinado con una piedra que muestra un trilobite, una criatura del periodo Cámbrico, de hace unos 540 millones de años. Me lo llevo.

Mi trilobite

Sobre una deliciosa comida en un bistro de la localidad, pienso en cuánto nos falta para pasar de lo académico e intelectual a la práctica comunitaria, para dar ese viraje que transforme radicalmente nuestra cultura consumista, sustentada en una economía intrínsecamente depredadora… Pero mejor pienso en mi trilobite. ¿Dónde habitará en casa?

Regresar a casa VII (peregrinaje a Dartmoor)

Stephan, antes de emprender la larga caminata

Escribo esta entrada al ritmo de Jean-Jacques Milteau y Terry Callier (Paris Blues). La música que llena mis audífonos proviene de la estación Radio Swiss Jazz, en Internet. Son casi las 12 de la noche. Creo que la mayoría de los moradores del Schumacher College debe estar descansando. Ha sido un día muy intenso. Stephan Harding y Sean Kelly son profesores extraordinarios, y lo que ha sucedido hoy hace difícil meterse a la cama. Hay demasiadas ideas, conexiones e intuiciones en el aire como para ir a dormir. Stephan, durante la mañana, nos condujo por las complejidades de la teoría Gaia. Con guitarra en mano, nos puso en la frecuencia adecuada, por medio de unos acordes que yo percibí abiertos y envolventes (después tocó algo del preludio de la suite para cello No. 1, de Bach).

En el corazón de Dartmoor

Nos acercó no sólo a los aspectos teóricos, científicos, al modelo Daisyworld de Lovelock, a los ciclos, feedbacks y cualidades emergentes de nuestro planeta. También nos abrió las puertas de la percepción (para utilizar una conocida frase de William Blake) para sentir y experimentar Gaia.

Sean, después de su viaje al Sol.

Durante la tarde, hicimos un viaje a Dartmoor, una región situada en el centro de Devon: un Parque Nacional que comprende 953 kilómetros cuadrados, en una extensa meseta de granito que data del periodo Carbonífero, con una edad de 170 millones de años. Allí, Stephan nos propuso diversos ejercicios, para sentir la Tierra (su atracción, su curvatura, su inmensidad, y también su cuidado hacia nosotros), para percibir las piedras, las plantas, no como objetos sino como sujetos activos. Finalizamos con un viaje al sol (a estas alturas comienzo a dudar que haya sido con la imaginación).

El público, listo para la «open night»

De regreso al Schumacher College, y después de cenar, acudimos a lo que aquí llaman una “open night”. Es decir, una noche en la que también vienen personas de la localidad de Totnes a escuchar y participar en alguna actividad del curso. Sean Kelly nos ofreció una extraordinaria plática sobre la era planetaria, concepto que él ha elaborado a partir de las ideas de Edgar Morin (quien, por cierto, fue su mentor en París y a quien le ha traducido al inglés algunos libros, entre ellos Tierra Patria). Las palabras y frases las acompañó con lentos movimientos de brazos y manos, lo que revela su pasión por el tai chi y otras disciplinas orientales. Una experiencia completa, estética y emotiva.

Al final, unos bocadillos. Un poco de música. Armamos un trío. Philippe (Francia) improvisa con la guitarra, Alessandra (Brasil) canta y acompaña con una segunda guitarra, y yo los sigo con el piano. No estuvo mal. El viernes en la noche, ya quedamos, hacemos nuestro numerito.

A descansar.

Regresar a casa VI (llegada al Schumacher College)

El mar desde el tren

Tomo mi tren en  Londres a las 9:06 de la mañana rumbo a Totnes. El tranquilo viaje de casi tres horas me da la oportunidad de leer y de disfrutar el paisaje. Antes de llegar a mi destino, me toma por sorpresa el mar. El día es espléndido y soleado, pero estoy seguro que el agua está fría. Tomo un taxi a la pequeña localidad de Dartington y en diez minutos ya estoy en el Schumacher College, un conjunto de edificios situados en un envidiable escenario, lleno de árboles, plantas y aves.

Schumacher College

Me dan la bienvenida e inmediatamente me conducen a lo que será mi habitación durante dos semanas. Pequeña, pero confortable y con el espacio necesario para trabajar y descansar. Me llama la atención una enredadera que ya se está metiendo por mi ventana (¿serán sanas sus intenciones?). La vista desde ella es inmejorable.

Vista desde mi ventana

En menos de una hora, ya estamos todos los participantes (20 en total, de 11 países) y pronto comienzan las actividades: introducción a la vida en el Colegio, lunch vegetariano, tour por las instalaciones, círculo de presentaciones de los participantes, cena vegetariana, primera sesión con dos de los profesores (Sean Kelly y Stephan Harding). Terminamos cerca de las 10 de la noche. El curso es prometedor.

Stephan Harding y Sean Kelly

Los efectos del jet lag comienzan a hacer su efecto. Decido subir a mi habitación a descansar. El aire está frío, pero el blackbird que anda por ahí cantando ni se entera. Mañana las actividades comienzan temprano, a las 7:15, con una sesión de meditación. Si no disponen de otra cosa, ya me desconecto por el día de hoy.

Regresar a casa V (los elefantes invaden al West End)

Perdido entre la multitud del West End, Londres

El West End

Mañana lunes salgo temprano a Totnes. Mientras, tengo la tarde-noche del domingo. Decido ir al West End, esa amplia y rica zona que tiene como eje la avenida Shaftesbury. Ahí están los famosos teatros londinenses. Cientos de restaurantes, bares y clubes. Por supuesto, allí está la estatua de Eros, en el centro de la glorieta de Picadilly Circus.

Elefante-Conejo

Veo que los elefantes han invadido el West End. Todo mundo quiere retratarse con ellos. Los hay de todos los colores y sabores. La mayoría unas verdaderas obras maestras. Me llama mucho la atención ese con la figura de un conejo. ¿Será el exceso de cervezas? Como sé que no me van a creer mis dos lectores, van aquí algunas fotos.

Elefante psicodélico

No me puedo resistir a incluir una curiosa foto. Me di una vuelta a la Trafalgar Square y allí me encontré con esta botella. ¿Cómo habrán metido ese colorido barco de velas allí dentro? (darle click a la foto y usar la herramienta de ampliación para ver el detalle)

El velero dentro de la botella

Ya son cerca de las 11 de la noche. Tengo que ir a dormir temprano. ¿O me voy a dar una vuelta a Soho? (zona de perdición de las almas) Lo dejo a la suerte: de tín marín de do pingüé… perdón: Eenie, meenie, miney, moe…

Regresar a casa IV (Monsi)

Londres, cerca de la estación de Paddington.

Monsiváis con uno de sus gatos

Me acabo de enterar de la muerte de Monsiváis. Elena Poniatowska pregunta «¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi?» Yo pregunto: ¿Qué van a hacer los gatos sin Monsi?

Regresar a casa III (en busca del tiempo perdido)

En alguna parte sobre el Atlántico

Problema: un avión de la British Airways despega de la Ciudad de México a las 21:35 hrs del sábado y aterriza en Londres el día siguiente a las 14:35 hrs (todas horas locales). La diferencia entre usos horarios entre esas ciudades es de 6 horas. Pregunta: ¿cuántas horas pierden los pasajeros en su vuelo? Pistas. El capitán de la nave se llama Robert. La Tierra gira de izquierda a derecha, siempre y cuando se le mire de frente (en caso de duda, vea el comienzo de alguna película de la Universal Pictures). El avión vuela a una velocidad de crucero de 980 km/h. La cena consistió en chicken and beef.

A primera vista, el problema parece no muy complicado. Estoy trabajando en él, mientras miro una noche sin luna por mi ventanilla (desde la 44K). Pero tengo la intuición de que no todos los pasajeros pierden el mismo número de horas. Depende mucho de lo que dejan atrás y de lo que esperan encontrar adelante. Me temo que hay que combinar la teoría de la relatividad de Einstein y algo de mecánica cuántica. Después de algunos cálculos preliminares, preveo que en algunos extraños casos puede ser que no se pierda nada tiempo, sino al contrario, que se gane. Creo que ese es mi caso. Algo me dice que voy a encontrar el tiempo perdido en otros viajes. Hay una sensación de deja vu.

Regresar a casa II

Aeropuerto de la Ciudad de México

Conozco la angustia que uno puede experimentar durante las conexiones entre vuelos de avión, sobre todo cuando la distancia entre la llegada y la salida es muy estrecha. Todo depende de una extraña e improbable coreografía sujeta a muchos azares y situaciones inesperadas (evito concientemente la palabra “accidentes”). Recuerdo que, hace años, tuve que correr, con maletas en mano, varios kilómetros por un laberinto horrendo y sin fin en un aeropuerto de Estados Unidos para no perder mi vuelo a México.

Por esa razón, le pedí a la agencia de viajes que, por favor, no me pusiera en vuelos de conexión demasiado juntos, que hubiera cierta holgura para asegurar que no perdiera ningún vuelo. Y así lo hicieron. Salí de Veracruz a las 3:05 de la tarde. Y aquí estoy, en el aeropuerto de la Ciudad de México, a las 4 de la tarde, caminando parsimoniosamente por los pasillos… haciendo tiempo hasta que salga mi vuelo a Londres… ¡a las 9:35 de la noche! Me da tiempo de ver con cierto desprecio y diversión (como lo haría Mr. Bean) a toda la gente que corre por los pasillos, tratando de encontrar su compañía aérea.

Tengo que comprar libras esterlinas. Me doy el lujo de recorrer pasillos y comparar los precios entre las casas de cambio. Voy y vengo. Es increíble que en un tramo de tan solo unos cuantos metros esa moneda pueda variar de 19.85 a 22 pesos. Descubro que incluso entre casas que están una pegada a la otra el precio varíe en más de un peso con 50 centavos. ¿Alguien puede explicar qué lógica de la Economía aplica aquí? Pregunto en una ventanilla de información sobre las casas de cambio de adentro, más allá del puesto de control de salida. Me dicen que ni lo piense. Que adentro es un robo, que mejor compre las libras en los pasillos de aquí afuera.

Acato la sugerencia. Me dirijo al baño a sacar el dinero de mi bolsa secreta que traigo alrededor de la cintura, debajo de la camisa. Es un movimiento que no puedo hacer en público (so pena de que la policía me detenga por intento de exposición indecente, o bien que alguien del otro lado de la justicia –es un decir- se lleve mi dinero). Terminada la operación bursátil cuento con más de cuatro horas para que salga mi avión. Es hora de comer. Tengo tiempo suficiente para seguir leyendo Coming home, de Sean Kelly.