Aeropuerto de la Ciudad de México
Conozco la angustia que uno puede experimentar durante las conexiones entre vuelos de avión, sobre todo cuando la distancia entre la llegada y la salida es muy estrecha. Todo depende de una extraña e improbable coreografía sujeta a muchos azares y situaciones inesperadas (evito concientemente la palabra “accidentes”). Recuerdo que, hace años, tuve que correr, con maletas en mano, varios kilómetros por un laberinto horrendo y sin fin en un aeropuerto de Estados Unidos para no perder mi vuelo a México.
Por esa razón, le pedí a la agencia de viajes que, por favor, no me pusiera en vuelos de conexión demasiado juntos, que hubiera cierta holgura para asegurar que no perdiera ningún vuelo. Y así lo hicieron. Salí de Veracruz a las 3:05 de la tarde. Y aquí estoy, en el aeropuerto de la Ciudad de México, a las 4 de la tarde, caminando parsimoniosamente por los pasillos… haciendo tiempo hasta que salga mi vuelo a Londres… ¡a las 9:35 de la noche! Me da tiempo de ver con cierto desprecio y diversión (como lo haría Mr. Bean) a toda la gente que corre por los pasillos, tratando de encontrar su compañía aérea.
Tengo que comprar libras esterlinas. Me doy el lujo de recorrer pasillos y comparar los precios entre las casas de cambio. Voy y vengo. Es increíble que en un tramo de tan solo unos cuantos metros esa moneda pueda variar de 19.85 a 22 pesos. Descubro que incluso entre casas que están una pegada a la otra el precio varíe en más de un peso con 50 centavos. ¿Alguien puede explicar qué lógica de la Economía aplica aquí? Pregunto en una ventanilla de información sobre las casas de cambio de adentro, más allá del puesto de control de salida. Me dicen que ni lo piense. Que adentro es un robo, que mejor compre las libras en los pasillos de aquí afuera.
Acato la sugerencia. Me dirijo al baño a sacar el dinero de mi bolsa secreta que traigo alrededor de la cintura, debajo de la camisa. Es un movimiento que no puedo hacer en público (so pena de que la policía me detenga por intento de exposición indecente, o bien que alguien del otro lado de la justicia –es un decir- se lleve mi dinero). Terminada la operación bursátil cuento con más de cuatro horas para que salga mi avión. Es hora de comer. Tengo tiempo suficiente para seguir leyendo Coming home, de Sean Kelly.