Fritz Schumacher… o lo pequeño es hermoso

En un tiempo en el que la economía de mercado ha fallado tan espectacularmente (y lo seguirá haciendo cada vez de manera más catastrófica si insistimos en andar el mismo camino), es esencial que releamos los trabajos de grandes pensadores como Fritz Schumacher. Me parece absurdo que en las bibliotecas y en las bibliografías de las escuelas de Economía no estén sus libros y que los estudiantes no tengan la menor idea de quién fue este economista alemán/inglés, uno de los pensadores más lúcidos de nuestros tiempos.

Fritz Schumacher

Este año se celebra el centenario del nacimiento de E. F. (Fritz) Schumacher (1911-1977), quien en su tiempo fue visto como «el profeta que se mantuvo contra la marea». Fue pionero de muchas ideas que muchos creen que fueron inventadas apenas en años recientes: la conciencia ambiental, el desarrollo sostenible, la organización de la economía a escala humana y la tecnología intermedia, amigable con el entorno y las personas.

Schumacher fue un economista y filósofo que saltó a la fama, sin proponérselo, en 1973, con la publicación de su libro Lo pequeño es hermoso: un estudio de la economía como si la gente importara. Es considerado hoy como uno de los 100 libros más influyentes después de la Segunda Guerra Mundial. Desde una filosofía budista, criticó las bases del pensamiento sobre el desarrollo. Cuestionó la obsesión por el Producto Interno Bruto y la lógica de la búsqueda continua del crecimiento, sobre todo en un mundo de recursos finitos. Apoyó la descentralización de las estructuras políticas y económicas a favor de la responsabilidad y la iniciativa a escala local.

Abro su libro Guía para los perplejos. En el primer apartado, «Sobre los mapas filosóficos», leo lo siguiente:

Se me ocurrió pensar entonces que no era la primera vez en mi vida que me daban un mapa en el que no aparecían muchas cosas que tenía ante mis ojos. Durante los años que pasé en la escuela y en la universidad me habían dado mapas de la vida y del conocimiento en los que a duras penas podía hallarse rastro de muchas cosas de las que más me interesaban y me parecían de la mayor importancia para orientarme en la vida. Durante años mi perplejidad fue total, y no vinieron intérpretes en mi ayuda. Así permanecí hasta que dejé de dudar de la cordura de mis percepciones y comencé, por el contrario, a dudar de la veracidad de los mapas

Biblioteca mínima de Fritz Schumacher:

Schumacher, E. F. (1981). Guía para los perplejos. Madrid: Editorial Debate.

Schumacher, E. F. (1980). El buen trabajo. Madrid: Editorial Debate.

Schumacher, E. F. (1974). Small is beautiful. A study of economics as
if people mattered
. Londres: Abacus.

Paradoja

La vida es paradójica.

La realidad está compuesta por opuestos. Ambos están relacionados de tal manera que afirmar uno es afirmar también su opuesto.

La paradoja de tener es que entre más se tiene, mayor es la insatisfacción de uno.

La paradoja del placer es que el auto-control es precisamente la primera condición del placer. El placer que no tiene restricción se aniquila a sí mismo.

La paradoja de la intimidad es que la distancia es la primera condición de la intimidad. La intimidad en la que no hay distancia se convierte muy pronto en resentimiento o incluso en odio.

La paradoja del placer sexual es que todos los factores que crean el placer sexual y la felicidad sexual se encuentran fuera de la sexualidad.

La paradoja del interés personal es que la única manera de servir al interés propio es servir el interés del otro. Esto equivale a decir que el placer y la felicidad del otro es una condición esencial del placer y la felicidad propios.

La paradoja del ego es que sin el otro, el ego sería inconcebible.

La paradoja del lenguaje es que el silencio es su función más elevada.

Y existe la paradoja de los límites, que consiste en el hecho de que uno llega a ser conciente de sus propios límites sólo transgrediéndolos. No hay manera de que alguien conozca sus límites anticipadamente.

Sobre todo, hay la paradoja de la vida misma, que consiste en el hecho biológico, pero igualmente emocional y espiritual, que es que muriendo la vida es. Una es imposible sin lo otra.

Fuente: The Mahabharata: An Inquiry in the Human Condition, por Chaturvedi Badrinath (2006, Orient Longman). Tomado de Resurgence, julio/agosto de 2010, No. 261, p. 35.

Inteligencia humana

Durante millones de años, desarrollamos un cerebro que nos ha dotado de una inteligencia singular, no digo que sea mejor o peor que la de las otras especies. Distinta. Quizá una inteligencia más revolucionada y curiosa, aunque con enormes deficiencias. Hoy podemos terraformar el planeta Marte y dotarle de atmósfera y vida, mientras acabamos con ambas, atmósfera y vida, en nuestro planeta Tierra. Una inteligencia que ha creado una ciencia y una tecnología impresionantes. Lástima que ninguno de estos conocimientos, haya servido nunca para solucionar alguno de nuestros grandes problemas: hambre, inequidad, pobreza, violencia. Más bien pareciera que obran en dirección contraria. Una inteligencia que le cuesta mucho trabajo comprender que nuestra especie depende de todas las demás especies o que la nuestra no es la especie más evolucionada. Curiosa inteligencia, ¿no?

Ética pre-navideña

La cosa está así. Desde que salió al mercado, será cosa de unos tres meses, la nueva cámara digital Nikon D7000 me había hecho ojitos. Una belleza negra con 16.2 Mp de  resolución… y con ese misterioso pequeño botón llamado «bracket» (no voy a entrar en detalles técnicos, pero créanme, es magia pura). Conforme se acercaba el fin de año (y con él, la Navidad), hice mis mejores esfuerzos para informar a todos quienes me rodean y me quieren (hipótesis por demostrar) sobre mis crecientes deseos de poseer esa maravilla tecnológica. El problema era que, invariablemente, me decían «¿y por qué no te la compras?»

La belleza negra

Finalmente, mis repetitivas y cada vez menos sutiles estrategias surtieron efecto. Así que hace unos días Tere me dijo, «Está bien te la voy a comprar, y ese va a ser mi regalo de Navidad». ¡Zucutrucu! (expresión que denota desbordada alegría) Ahora la susodicha maravilla descansa frente a mí… perfectamente empacada, envuelta en papel dorado y con  un enorme y elegante moño rojo. Y es aquí  cuando entra en escena esa dimensión altamente compleja de la ética pre-navideña: ¿puedo abrir con cuidado el envoltorio, sacar la cámara, el lente (18-105 mm) y su respectivo manual, con el fin exclusivo de probarla… de asegurarme de que todo está  bien?

Busco en los archivos familiares, y no encuentro antecedentes de un acto similar. Nadie ha pre-abierto un regalo con el fin de probarlo. No hay evidencias de que se haya roto el protocolo oficial del intercambio de regalos (ISO 6660). La materia parece alcanzar niveles de algo cuasi-sagrado. Dije «cuasi». Ahora debo aclarar que no me mueve ningún afán insano y prematuro de ponerme a jugar ya con mi juguete. No. Se trata de un procedimiento elemental de prueba técnica anticipada (PTA, por sus siglas en español). ¿Se imaginan la situación tan embarazosa que se podría generar en medio de la algarabía si la D7000 no funciona como se espera? No se diga más. ¿Dónde puse mi navaja suiza?

«Tiene 3 minutos»

Ay, los rituales académicos. Hace unos días me apunté a un foro sobre educación, transdisciplina y desarrollo local y regional. Sonaba bien. Envié mi ponencia a tiempo. Me hiceron saber reiteradamente que dispondría de 15 minutos para hacer mi presentación. Un poco apretado el tiempo para poder expresar algo de manera coherente y clara, sobre todo sobre un tema lleno de malabarismos teóricos y conceptuales: educación coevolutiva.

Desde hace un poco más de un año he venido realizando una investigación sobre ese tema. Todo indica que soy el primero en hacerlo (sí, hice una búsqueda con Google).  No es la primera vez que expongo sobre esta propuesta educativa. Cuando lo hago, suelo tomarme al menos una hora (me he tomado hasta cinco).  Así que hacer una exposición de 15 minutos cuando se va a hablar sobre cosas tan extrañas como autopoiesis, teoría Gaia, trama biocognitiva y entropía, es todo un desafío.

El evento ya llevaba una hora y media de retraso respecto al programa (la conferencia inaugural se había tomado más del doble del tiempo anunciado). Llegado mi turno, nadie me lo advirtió. Comencé a soltar mi rollo y, habiendo pasado 7 (miserables) minutos me pasan una tarjetita que dice «Tiene 3 minutos». Así que tuve que utilizar el conocido recurso de leer un párrafo sí y un párrafo no.  Adiós coherencia. Adiós claridad. Adiós Premio Nobel.

Pero es lo que suele suceder en estos rituales académicos. Lo que importa es cumplir con el programa. No importa cómo. Por eso no avanzamos en los temas que son importantes. ¿Dónde están las posibilidades de diálogo, de debate, de intercambio de saberes? Esto lo he platicado mucho con Luis Porter (experto saboteador de formalidades). Nosotros proponemos encuentros «unplugged». Donde no haya cronómetros, power points, micrófonos, discursos ni lecturas de largos curriculums vitaes (nótese mi habilidad para manejar el plural en latín). Sino donde prevalezca la lentitud y atención que requiere cualquier tema que merezca el adjetivo de «académico».

Pero no todos los eventos son así. Ahora mismo estoy en el aeropuerto de El Lencero esperando mi avión que me llevará al DF. De ahí me traslado en autobús a Toluca. Me han invitado a participar en un encuentro internacional sobre gastronomía y turismo (sí, leyeron bien). La institución convocante es la Universidad Autónoma del Estado de México. Participo en un panel donde se va a debatir sobre complejidad, transdisciplina y universidad. Contamos con hora y media para explorar este interesante tema. Eso es lo que dice el programa. Promete. Ya reportaré qué pasó. No le abran a nadie.

Apuntes para un proyecto

Le he dado varias vueltas al asunto. Creo que sería un proyecto de investigación no sólo interesante, sino también útil y con profundas implicaciones epistemológicas y éticas. No tomaría mucho tiempo y la recolección de evidencias provendría de muchas fuentes de información que están a  la mano. Datos duros. Puedo prever que también habría  espacio para un poco de diversión (¿humor negro?).

Sí, he decidido realizar un pequeño catálogo de las profesiones más peligrosas. No me refiero a aquellas  que ponen en peligro la integridad de sus practicantes (malabarismo sobre la cuerda floja y sin malla de protección, limpiador de vidrios de rascacielos, guardaespalda de político acaudalado, etc.). No.

Me refiero a aquellas profesiones universitarias que, sin proponérselo (hipótesis «x») hacen un gran daño a los ecosistemas, a la integridad del planeta, a la biodiversidad, al género humano. Incluso, muchas de ellas se declaran a favor de un «desarrollo sustentable» (hoy tan banalizado y objeto de la mercadotecnia) ¿Por dónde empezar? Se me vienen a la mente tantas candidatas.

Pero será mejor comenzar con tres o cuatro. Mmm… De tin marín de do pingüé…

Otra posibilidad

Si tomamos la suficiente distancia como para ver la actual crisis  planetaria desde una perspectiva más amplia, puede ser que se trate de una reacción de un mega-sistema que lucha por mantener su integridad y evitar así disiparse en el vacío: una última llamada de atención a nuestra inteligencia para dar a la cultura humana la oportunidad de dar un viraje de 180 grados. Tenemos, pues, una motivación existencial muy poderosa para hacerlo: la preservación misma de nuestra especie. Quizá sea un aviso de la Tierra, que se comporta como un ente compasivo, que nos advierte del peligro.

En reciprocidad a esta oportunidad, nuestro compromiso es hacer emerger otra sensibilidad y otra percepción, para liberar nuestra intuición y creatividad que nos permitan descifrar los códigos que el planeta ha desplegado en 4 600 millones de años de evolución. Esta podría ser la idea central de otra educación. Una educación que nos ayude a coevolucionar con el resto de las especies de la Tierra.

Pero hay otra posibilidad que podría no gustarnos, pues puede ser un duro golpe a nuestros egos: que el planeta siga su curso sin nosotros. Una desestabilización crítica del sistema, debido al calentamiento global, la pérdida de diversidad, el envenenamiento del agua y de la atmósfera, una conflagración nuclear, puede hacer desaparecer a la humanidad, junto con otras consecuencias catastróficas inimaginables.

Pero ya ha sucedido antes. Ha habido grandes cataclismos planetarios… pero siempre vuelve a florecer la vida. Por supuesto, esta vez lo podría hacer sin nosotros, lo cual abriría la posibilidad de una evolución más inteligente y una Tierra más habitable para la nueva comunidad planetaria. Nada ni nadie nos echaría de menos.

Lo que estoy tratando de decir es que nosotros necesitamos más del planeta que él de nosotros.

La necesidad de un nuevo comienzo

En los últimos 300 años, el daño ecológico, el hambre, la pobreza, la injusticia y la violencia se han expandido geométricamente por todo el mundo. La fragmentada inteligencia humana ha producido problemas y daños que no puede solucionar ni reparar. Nuestros sentidos de proporción y de propósito han corrido muy atrás de nuestras habilidades técnicas y científicas. Lo que ostentosamente denominamos “sociedad del conocimiento” está al borde del colapso, precisamente por la estrechez de su concepto de conocimiento. Las instituciones y organizaciones de hoy son obsoletas e inútiles ante la complejidad de los problemas.

Gaia 09, AGT

Si vamos a construir otro mundo, uno que sea ecológicamente sustentable y que nos sostenga espiritualmente, debemos trascender la visión de la era industrial. Hoy podemos decir, con abundancia de pruebas, que el proyecto de la modernidad ha fracasado. Reconocerlo constituiría el primer paso hacia un futuro más esperanzador. El problema es que todas nuestras vidas están montadas sobre las ideas, conceptos y mitos creados en la modernidad. He ahí la razón para hacer emerger una educación distinta, que pueda aportar las semillas de posibilidad para continuar la aventura humana.

Pero, ¿Cómo reconstruir la habitabilidad del planeta? ¿Cómo detener una civilización arrogante y centrada en sí misma? ¿Cómo parar una economía depredadora? ¿Cómo comenzar a ver las diferentes culturas como parte de una misma comunidad terrena? ¿Cómo re-imaginar y rehacer la presencia humana sobre la Tierra en formas que funcionen en el largo plazo, en un horizonte de miles o de millones de años? Estas preguntas se encuentran en el corazón de lo que Thomas Berry (1999) llamó “el Gran Trabajo”. Ese gran trabajo no es otra cosa que el esfuerzo para armonizar la aventura humana con el resto de la comunidad del planeta Tierra.

Gaia 21, AGT

Necesitamos conservar lo mejor de la civilización humana con una perspectiva mucho más amplia de nuestro lugar en el cosmos. Esa filosofía será la que nos conecte con la vida, con nosotros mismos, y con las generaciones por venir. Los fundamentos de una sabiduría capaz de articular la cultura con la naturaleza se encuentran en los 4,600 millones de años de evolución terrestre. Esta historia nos provee el registro de pautas y estrategias de vida en toda su variedad desplegada en una eflorescencia de creatividad biológica (Orr, 2004b).

La gran presunción fallida del mundo moderno ha sido la creencia de que los humanos estamos exentos de las leyes que gobiernan el resto de la creación, y que la naturaleza es una materia que debe ser subordinada y amoldada a nuestros deseos. Por el contrario, debemos reeducar las intenciones humanas con un conocimiento de nuestro planeta, de nuestra casa, para lograr una armonía que no cause daño ni a los humanos ni a las demás especies ni a su hábitat. Se trata de rehacer nuestra presencia en el mundo de manera que se honre la vida y se proteja la dignidad humana.

Gaia 14, AGT

Es necesario un nuevo comienzo. No tenemos mucho tiempo, como nos lo hacen saber científicos comprometidos con la unidad planetaria, como James Lovelock (2009) en su último libro, La evanescente cara de Gaia. Una advertencia final. En este sentido, quizá el descubrimiento más importante de las últimas décadas es que los humanos somos parte de un experimento muy frágil, vulnerable a eventos fortuitos, al mal juicio, a la miopía, a la avaricia y al rencor. Aunque estamos divididos por naciones, etnias, religiones, lenguaje, cultura y política, somos co-participantes de una empresa que se extiende hacia el pasado mucho más allá de nuestra memoria, pero hacia el futuro no más allá de nuestra habilidad para reconocer que somos simples miembros y ciudadanos de una gran comunidad (Orr, 2005).

Referencias

Berry, Thomas. (1999). The Great Work. Nueva York: Bell Tower.

Lovelock, James. (2009). The vanishing face of Gaia. A final warning. Nueva York: Basic Books.

Orr, David W. (2004). The Nature of Design. Ecology, culture and human intention. Nueva York: Oxford University Press.

Orr, David W. (2005). “Foreword”. En Michael  K. Stone y Zenobia Barlow (ed.) Ecological Literacy. Educating our children for a sustainable world. San Francisco: Sierra Club Books. Pp. ix-xi.