El 22 de abril de 2012, el Laboratorio de Análisis Institucional del Sistema Universitario Mexicano (Laisum) publicó mi artículo «Universidad Pública vs Desarrollo», en su sección Voz de los Universitarios. Lo reproduzco hoy aquí. El Laisum es coordinado por el investigador de la UAM Dr. Eduardo Ibarra Colado, y su portal en Internet está en: laisumedu.org/
I. El desarrollo como visión del mundo
Un tema recurrente de discusión en el ámbito educativo es el que se refiere a la privatización de los fines de la universidad pública. Es decir, su conversión progresiva para que opere como una empresa productora de conocimientos y de “recursos humanos”[1] que alimenten a la economía neoliberal. De ahí todo ese sistema operativo y conceptual que domina el ambiente y que incluye aspectos tales como competitividad, acreditación, certificación, productividad, liderazgo, ranking, competencias, etc. Para quienes defendemos la naturaleza humanista de la universidad pública la cosa pinta difícil. El asunto es que detrás de este proceso de privatización hay un argumento legitimizador poderoso: la universidad debe contribuir al desarrollo (del país, de las regiones, del mundo). ¿Quién en su sano juicio puede oponerse al aparentemente bienintencionado propósito de promover el desarrollo? Al parecer, un creciente número de académicos, científicos y pensadores de todas partes del mundo.
El desarrollo no es sólo un concepto que utilizan los economistas, los políticos y los expertos. Es una manera de ver el mundo y de vernos en ese mundo. Modela nuestras “necesidades”, deseos y consumos. Determina el diseño de nuestras instituciones (incluyendo las educativas) y la organización de nuestras vidas. El desarrollo ha establecido una racionalidad que nos dicta lo que es bueno, conveniente y deseable. Está fundado en términos dicotómicos, como éxito-fracaso, riqueza-pobreza, productivo-improductivo, etc. La racionalidad del desarrollo está tan arraigada en nuestras mentes y acciones, que pocas veces o nunca sometemos a un examen crítico sus consecuencias. El desarrollo ha creado un conjunto de categorías que se imponen en los sistemas de conocimiento, los cuales se reproducen por medio de la educación. Como dice Ashis Nandy, la dominación se ejerce hoy no tanto mediante la fuerza, sino a través de categorías, incrustadas en los sistemas de conocimiento:
Durante las últimas décadas, las definiciones hicieron que por lo menos dos mil millones de seres humanos se vieran a sí mismos como subdesarrollados, no sólo económicamente, sino también cultural y educativamente (Nandy 2003: 143).
El desarrollo, con la ayuda de la educación, convirtió lo local en algo irrelevante. Si queríamos progresar teníamos que poner los ojos en lo que estaba fuera de nuestras vidas, experiencias y saberes. La educación se encargó de que aprendiéramos el nuevo alfabeto único del desarrollo al tiempo que nos hacía olvidar los alfabetos propios. Dejamos de ver lo que las comunidades y las personas pensaban y hacían en sus lugares (Fasheh, 2002), para aprender que la felicidad y el bienestar se encuentran más allá del horizonte.
La universidad forma los “recursos humanos” para el desarrollo: mano de obra, profesionales, especialistas, administradores y “líderes” que requiere el funcionamiento de la economía global. Prepara a los científicos y tecnólogos que proveen los conocimientos y sus aplicaciones para hacer más provechosas las inversiones[2]. El conocimiento que vale es aquel que sirve a los fines de la economía. Pero no sólo eso. La educación forma a los futuros consumidores y ciudadanos de McWorld, como Benjamin Barber bautizó a la civilización occidental. La educación se privatiza en sus fines y métodos y adopta un enfoque empresarial. Así, se enseña la eficiencia económica y no el bienestar o el equilibrio de la biosfera. Se promueve la competitividad en detrimento de la cooperación. Se privilegia la especialización y la estandarización, y se atenta contra la diversidad.
La educación de hoy alienta a los jóvenes a encontrar carrera antes de que puedan encontrar una vocación (Orr 2004). Una carrera es un trabajo, una manera de ganarse el sustento, una forma para hacerse de un curriculum. Es símbolo de movilidad social y de un “estilo de vida” (medible en niveles de consumo). En cambio, una vocación tiene que ver con propósitos más trascendentales en la vida, con valores más profundos, con lo que uno quiere legar al mundo. La escolarización deja impreso un paradigma disciplinario en las mentes de los jóvenes, con la creencia de que el mundo está organizado en campos separados, como en el curriculum. Llegan a creer que la economía no tiene nada que ver con la física o con la biología. No se puede mantener esta creencia sin causar daño, tanto al planeta como a las mentes y vidas de las personas que lo creen así.
II. La historia que no se cuenta en las universidades
Un alud de crecientes evidencias científicas ha corroborado que nuestro planeta tiene una “habilidad” extraordinaria para mantener las condiciones habitables (Lovelock, 2010). La temperatura del planeta nunca ha estado demasiado fría o demasiado caliente (a pesar de periodos muy fríos y muy calientes) en los últimos 3 000 millones de años. Esta estabilidad es extraordinaria en virtud de que la temperatura del sol se ha incrementado sostenidamente y, actualmente, es ¡25 por ciento más caliente que hace 3 500 millones de años! (Harding, 2010: 72). La vida, por medio de un proceso autopoiético (que se produce a sí misma) y de continuas emergencias ha construido un mega-sistema con capacidades de auto-organización: la Tierra.
La autorregulación y la capacidad autopoiética de individuos, especies y biosfera son posibles gracias a la cooperación y a la dependencia mutua. El resultado es una creatividad sistémica que les permite coevolucionar. El fenómeno de la simbiosis constituye un proceso cognitivo global[3], y nuestro cálido planeta es expresión de constantes creaciones locales y emergencias globales entre organismos vivos y su ambiente no vivo. Esta compleja dinámica se ha venido perfeccionando durante 4 600 millones de años, con la participación de individuos y especies de los cinco reinos: monera (bacterias), protoctista (algas, moho, protozoa), animales, plantas y hongos.
La teoría del planeta como un sistema complejo auto-organizado llevó a otro nivel la teoría evolutiva de Darwin, con un giro inesperado: la vida no se tuvo que adaptar a las azarosas fuerzas de la geología, la química y la física planetarias, sino que la vida creó su propio entorno que mantiene y regula las condiciones ambientales. El nivel de oxígeno, la formación de las nubes y la salinidad de los océanos, por ejemplo, son todos regulados por procesos químicos, físicos y biológicos en constante interacción. La auto-regulación del clima y la composición química emerge de la estrecha evolución acoplada de rocas, aire, océanos y organismos (Harding, 2009).
La organización de lo vivo, fundada en relaciones y acciones locales, no es jerárquica (no hay un elemento central que organice o controle los procesos), sino holárquica: cada parte del todo se comporta como totalidad y como parte (Margulis y Sagan, 2005). La paulatina diferenciación dentro de la biosfera a partir de variables geográficas, climáticas, oceanográficas, edafológicas y biológicas, hizo emerger una gran variedad de hábitats, los ecosistemas, cuyas interacciones locales siguieron modificando la biosfera para seguir creando mejores condiciones para la vida.
Pongamos las cosas en perspectiva. Durante 4 600 millones de años el proceso evolutivo produjo un sistema que se comporta como un mega-organismo con capacidades de auto-regulación. Todas las especies forman un tejido bio-cognitivo por medio de procesos autopoiéticos, de acoplamiento estructural y de intercambios energéticos, materiales e informacionales. La biodiversidad, la verdadera riqueza con la que contamos (Margulis y Sagan, 2005), es la diversidad de la vida a varios niveles de organización, desde los átomos constituidos en moléculas y cadenas orgánicas, hasta especies, ecosistemas, bio-regiones, biosfera y planeta.
III. Lo peligroso del desarrollo
El problema es que las expresiones concretas del desarrollo económico, contrario a lo que predica su discurso y su teoría, constituyen hoy la principal causa de destrucción de la naturaleza, de las relaciones ecológicas y sistémicas de las que depende la integridad del planeta y, por tanto, de la integridad de la especie humana. El desarrollo, el proyecto del progreso de la Modernidad, no sólo no ha resuelto los problemas de desigualdad social, pobreza, hambre e injusticia, sino que los ha agravado. Hoy podemos constatar que ningún avance científico y tecnológico ha ayudado a eliminar, o al menos disminuir, ninguno de los grandes flagelos de la humanidad.
En nombre del desarrollo se ha venido desmantelando, racional y eficientemente, el tejido bio-cognitivo de la Tierra (que tomó 4 600 millones de año de evolución). Con cada acción destructiva (deforestación, contaminación de océanos, extinción de especies, etc.) se disminuyen las capacidades de auto-regulación del planeta, debido a la destrucción de cadenas y ciclos bio-físico-químicos a partir de los cuales se crea la diversidad y la riqueza que sustenta nuestra especie. Con el incremento de la pobreza, el agotamiento de los combustibles fósiles del que depende la economía global, y la escasez de alimentos,[4] nos encontramos en una senda de colapso civilizacional.
No se trata de una catástrofe futura. La catástrofe ya se ha producido (Latouche y Harpagès, 2011). Estamos acabando con las especies a una tasa 10 000 veces la tasa de extinción natural (Wilson, 2002). Dicho de manera prosaica: cada día perdemos 80 especies, principalmente en los bosques tropicales, gracias a nuestro insaciable apetito de madera, soya, aceite de palma y carne (Harding, 2010). En un día típico en el planeta, se pierden 300 kilómetros cuadrados de bosques lluviosos, otros 190 kilómetros cuadrados se convierten en desiertos, como resultado de programas de “desarrollo”. Se lanzan 2 700 toneladas de clorofluorocarbonos y 15 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera (Orr, 2004). Es decir, cada día la Tierra es un poco más caliente, su agua más ácida y el tejido de la vida más débil.
El tetramotor del desarrollo globalizado, identificado por Edgar Morin, constituido por el acoplamiento entre la ciencia, la tecnología, la industria y el interés económico, es hoy en realidad un penta-motor: ciencia-tecnología-industria-interés económico-universidad. Lo que quiero decir es que la universidad es parte hoy de la maquinaria de un desarrollo a escala global intrínsecamente destructivo. Desde nuestra perspectiva, el problema va más allá de la privatización de la educación: lo que está en juego detrás de todo esto es el futuro y la viabilidad de nuestra civilización.
IV. La Universidad Pública y una otra concepción del desarrollo
Se habla de una pretendida “sociedad del conocimiento”, pero paradójicamente la teoría del desarrollo, en pleno siglo XXI, está fundada en retazos de teorías científicas, imposturas intelectuales (Smith y Max-Neef, 2011) y en supuestos que se han mantenido desde el siglo XVIII (Rifkin y Howard, 1980). La “nueva economía” descansa sobre principios que están en conflicto flagrante con los procesos y fenómenos de la vida. La visión del desarrollo no sólo está equivocada en sus fundamentos científicos (Smith y Max-Neef, 2011), sino que es la visión que se enseña y reproduce en las universidades (Kumar, 2009; Orr, 2004). Éstas ofrecen un conjunto de conocimientos fragmentados (competencias) que satisfacen las necesidades propias de cada mercado laboral, pero que son ajenos a una comprensión sistémica de la realidad humana. David Orr lo expresa de manera contundente:
La verdad es que sin las precauciones necesarias, la educación sólo va a habilitar a las personas para convertirlas en vándalos de la Tierra más eficaces. Si uno presta la debida atención, es posible escuchar a la Creación quejarse cada vez que un nuevo lote de jóvenes Homo sapiens, astutos y deseosos de tener éxito, pero ecológicamente analfabetos, son lanzados a la biosfera. (Orr, 2004: 5)
Se habla de la necesidad de repensar y replantear la Universidad pública. Pero para ello es necesario también repensar y replantear la idea del desarrollo. No podemos hacer avances significativos en este sentido si nuestras instituciones no emprenden un esfuerzo individual y colectivo de análisis crítico a fondo del desarrollo y sus consecuencias, no sólo económicas, sino también culturales, psicológicas, espirituales, entre otras dimensiones.[5] No podemos salir de la caja si no sabemos cuál es la caja en la que estamos encerrados.
Hoy contamos con suficientes evidencias científicas acerca del fracaso del proyecto de la Modernidad: el control de la naturaleza por el hombre para beneficio del hombre mismo. Hemos vivido demasiado tiempo con la idea arrogante de que la humana es la especie más evolucionada, cuando en realidad somos los recién llegados. En tan solo 0.00000086 por ciento de la historia evolutiva de la Tierra estamos a punto de destruir lo que tomó 4 600 millones de años en crearse. Hoy ya nos queda claro que no somos el centro del universo ni somos más inteligentes que las bacterias (de quienes descendemos y a quienes debemos el acondicionamiento de nuestro planeta). Es hora de adoptar una visión más humilde y más realista y comprender que nuestra integridad depende de la integridad de cada una de las demás especies.
Es por ello que aún me siguen inquietando esos ampulosos discursos sobre la “sociedad del conocimiento” y esos carteles que están pegados en los muros de nuestras facultades, en los que expresan su misión y que, palabras más, palabras menos, rezan más o menos así: “Formar profesionistas que sean capaces de insertarse exitosamente al proceso de globalización”. Estoy seguro de que hay otro desarrollo que se pueda evaluar a escala local, a la luz de principios que tienen que ver con el tejido físico-químico-biológico-social de la biosfera y el incremento de la habitabilidad. Es decir, que recupere la autonomía perdida en aras de un desarrollo que nunca llegó y, al parecer, nunca llegará. Ahí está el verdadero reto de las universidades públicas.
Referencias
Fasheh, Munir. (2002). “Abundance as a central idea in ecological approaches in education”. En Jean-Paul Hautecoeur (ed.) Ecological Education in Everyday Life. Toronto: Toronto University Press. Pp. 44-50.
Harding, Stephan. (2010). “Gaia and Biodiversity”. En Eileen Crist y Bruce Rinker (eds.) Gaia in Turmoil. Climate change, biodepletion, and Earth ethics in an age of crisis. Cambridge (MA): The Massachussetts Institute of Technology Press. Pp. 107-124.
Harding, Stephan. (2009). Animate Earth. Science, Intuition and Gaia. Totnes: Green Books.
Kumar, Satish. (2009). Earth Pilgrim. Totnes: Green Books.
Latouche, Serge y Didier Harpages. (2011). La hora del decrecimiento. Barcelona: Ediciones Octaedro.
Lovelock, James. (2010). “Our Sustainable Retreat”. En Eileen Crist y Bruce Rinker (eds.) Gaia in Turmoil. Climate change, biodepletion, and Earth ethics in an age of crisis. Cambridge (MA): The Massachussetts Institute of Technology. Pp. 21-24.
Margulis, Lynn y Dorion Sagan. (2005). ¿Qué es la Vida? Barcelona: Tusquets Editores.
Nandy, Ashis. (2003). “Recuperación del conocimiento autóctono y futures contrapuestos de la Universidad”. En Sohail Inayatullah y Jennifer Gidley (comp.) La universidad en transformación. Perspectivas globales sobre los futuros de la universidad. Macanet de la Selva (Girona): Ediciones Pomares. Pp. 143-154.
Orr, David W. (2004). Earth in Mind. On education, environment, and the human prospect. Washington: Island Press.
Rifkin, Jeremy y Ted Howard. (1980). Entropy. A new world view. Nueva York: The Viking Press.
Smith, Philip B. y Manfred Max-Neef. (2011). Economics Unmasked. From power and greed to compassion and the common good. Totnes: Green Books.
NOTAS:
[1] Vale la pena preguntarse en qué momento los sujetos nos convertimos en “recursos”. El concepto mismo nos hace saber que nos hemos convertido en instrumentos de algo que nos supera y está por encima de nuestras vidas: la economía global.
[2] La ciencia y sus aplicaciones está guiada por las ganancias, sin importar los “efectos secundarios”, como los daños ambientales y sociales. Así, las corporaciones alimentaria y farmacológica (las más rentables del mundo, junto con el negocio de la guerra) dedican miles de millones de dólares anuales a la investigación en biotecnologías de manipulación genética para obtener ganancias en tiempos cada vez más cortos.
[3] Simbiosis significa “convivir”, de acuerdo a su etimología griega. En la teoría evolutiva, se refiere a la estrecha y persistente relación entre dos organismos de diferentes especies, con efectos benéficos para ambos (Margulis, 1998).
[4] Escasez provocada por la pérdida diaria de millones de toneladas de suelo fértil, el incremento de la población, y el uso de cosechas para producir biocombustibles y forrajes.
[5] Yo propondría un proyecto académico-científico de alcance nacional (incluso internacional) en el que las universidades públicas no sólo realizaran una crítica al desarrollo y sus principios, sino también aportaran propuestas alternativas, con fundamentos en las aportaciones científicas recientes en campos como la biología, la ecología profunda, la teoría de la evolución, la física, la permacultura, la biomimética, el estudio de los sistemas complejos con capacidades de auto-regulación, etc.