I
Se levanta a las cinco de la mañana. Enciende la computadora y, mientras se inician los programas, se da tiempo para refrescarse la cara. Se sienta frente a la pantalla sensible al tacto de 20 pulgadas y abre su buzón: 96 mensajes nuevos que esperan ser leídos y escrupulosamente contestados. Antes de comenzar, abre dos páginas para consultar un par de periódicos en línea. Pasea la vista por los encabezados, por las noticias del día. Salta de una sección a otra. Cada vez adquiere la habilidad de hacerlo más rápido. Pasa de la nota roja a la economía. De la política a los deportes. De los chismes de artistas al estado del tiempo. Un profundo suspiro denota su satisfacción de estar ahora informada y con una visión integradora, panóptica, de lo que sucede en el mundo. Regresa a sus mensajes. Su prioridad ahora es reenviar inmediatamente todos los mensajes-cadena que ha recibido. Es una tarea vital e ineludible. En uno de ellos, le advierten sobre el próximo pasaje de nuestro planeta a través de un cinturón de fotones, lo que causará que la civilización humana colapse. Habrá siete días de oscuridad total. Ningún aparato o tecnología funcionará, porque no habrá energía para que lo haga. No van a funcionar los cajeros automáticos. Tampoco el refri ni la tele ni el tostador. No se diga del karaoke. El caos total. El mismo mensaje advierte que sólo algunos humanos sobrevivirán a esta terrible experiencia (sin tostador que funcione, esto es comprensible): serán los elegidos que trascenderán a una nueva dimensión de la realidad, hacia una vida plena de amor y comprensión. Un escenario completamente original. Para ser parte de ese grupo VIP de personas es necesario emprender, desde ya, un largo proceso de meditación, oración, reflexión y arrepentimiento (aquí no sabemos de qué hay que arrepetirse, pero hay que hacerlo). Debe distribuir este mensaje a la brevedad, pues todos deben estar preparados para un evento de tal magnitud. Lo mismo hace con los demás 22 mensajes-cadena. Algunos de ellos con serias advertencias en caso de que no se haga el reenvío a todos los contactos: padecimiento de exóticas enfermedades, pérdida de todas las posesiones y del empleo, frigidez sexual crónica (con la lectura de los mensajes ya está uno a la mitad de ello), etcétera.
II
A las nueve de la mañana, ya instalada en su oficina, continúa su tarea. Es preciso ahora consultar Facebook y LinkedIn. Ahora ella sabe con certeza que Luis Antonio y Andrea Soraya ya son amigos de Roberto Constantino, y que Ilse, Mafouz y Abdulio son parte ya de la red social de Sandra Isela. No conoce a nadie, pero eso no importa. Se siente orgullosa de pertenecer a una trama que crece geométricamente por todas partes: ¡Es parte activa de la globalización! Actualiza su curriculum e incluye el curso en línea que recién terminó sobre Administración Sustentable de Inventarios. Otro suspiro de satisfacción. Twittea las siguientes dos horas sobre lo que hace en esos momentos. Incluye algunas reflexiones filosóficas de gran profundidad, como: «Ya es hora de que tenga mi propio Blackberry, pues debo estar conectada con la realidad todo el tiempo». Regresa a su buzón del correo electrónico. Contesta más mensajes. No más de dos líneas para cada uno. Hay que «eficientar el tiempo», como ella dice. Chatea por Messenger. Es tan hábil que puede hacerlo con seis personas al mismo tiempo, cuatro de las cuales no están a más de cuatro metros de su escritorio.
III
A las seis de la tarde, ya en casa, dedica las horas para ver sus «reality shows» favoritos en la televisión. No dejar de estar en contacto con la realidad es su prioridad en la vida. Y eso requiere un gran sacrificio. Durante un breve comercial, apenas tiene tiempo de abrir unas bolsas de papitas y churritos y de acercarse al sillón un refresco con sabor de groseya, pues no puede darse el lujo de perderse un detalle de la realidad, de la vida, de lo que realmente importa.
IV
Mientras, afuera, el viento ligero de otoño forma pequeños remolinos con las hojas secas que han caído de los árboles. El sol se resiste a ocultarse bajo la silueta de la montaña. Desesperado, lanza sus últimos rayos, con tonos de violetas, naranjas y rojos sobre las nubes más altas. Inútil. Ningún humano ve el espectáculo. Todos están ocupados haciendo cosas más importantes. Están conectados a la realidad.

MI QUERIDO ARTURO: Cierto muy cierto y triste, cuantas personas están actuando de esa manera y viven ese mundo que creen vanguardista y se pierden lo bello de un atardecer con la puesta espectacular de Dn. Sol, como el de la foto adjunta.
Abrazos.
ANA
Sir Arthur. Creo que nos esta sucediendo a todos.¿Se salvaran las generaciones que vamos de salida? Creo que las nuevas generaciones están perdiendo la batalla. Como dicen que dijo Chakespeare (notese que trato de seguir las nuevas reglas gramaticales de la Madre Academia) «Ser o no ser..un cibernauta.» La realidad será una ilusión o no lo será…solo espero que nos quede la poesía.
Rafa el Mario