Cuando la física y la conciencia se encuentran

Entre los libros que estoy leyendo está el de los físicos Bruce Rosenblum y Fred Kuttner, El Enigma Cuántico. La física se encuentra con la conciencia. Es un libro muy interesante en el que los autores sumergen al lector en las profundidades de la teoría cuántica. Lo hacen evitando al máximo las inextricables matemáticas de este campo. Emplean con éxito recursos gráficos, narrativos y ejemplos que nos ayudan a comprender los fenómenos y los experimentos, así como las misteriosas implicaciones de la física cuántica. De ahí que haya escrito unas cuantas líneas sobre el primer capítulo con el fin de interesar a algún lector, lectora, en este campo de la ciencia que actualmente ha acaparado la atención internacional del público. ¿Por qué este interés de la gente?: los extraordinarios descubrimientos del Gran Colisionador de Hadrones del Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN). Todo indica que los científicos del CERN están a punto de probar la existencia del bosón de Higgs, partícula que explicaría el origen de la masa, hecho que constituiría la posibilidad de una teoría unificadora de la física.

Albert Eintein estaba profundamente preocupado por las misteriosas implicaciones de la teoría cuántica. En la década de los 30 del siglo pasado, solía burlarse de los científicos que desarrollaban esta teoría señalando que se requería de una observación en un lugar para influir instantáneamente lo que sucedía en otro lugar lejano sin que mediara ninguna fuerza física. Se refería a una “acción sobrenatural” (spooky action) que no podía existir. Einstein también estaba molesto por la afirmación de esta teoría de que si uno observaba un objeto pequeño, como un átomo, en un lugar, era esa observación lo que causaba que estuviese allí. ¿Aplica este principio a objetos grandes? Sí, en principio. Ridiculizando la teoría cuántica, Einstein preguntó a un joven físico si creía que la luna estaba allí sólo porque él la miraba. Si se toma en serio a la teoría cuántica, Einstein afirmaba, se niega la existencia de un mundo físico real independiente de su observación. Estas ya son palabras mayores. No obstante, este es el marco sobre el cual descansa toda la física. Ni más ni menos.

Kaleidoscopio Efex 01

El primer misterio comienza con la dualidad onda-partícula. Se trata de una paradoja que, mirando en una dirección, se puede demostrar que un átomo es un objeto compacto concentrado en un lugar. Sin embargo, si se mira en otra dirección, se puede demostrar exactamente lo contrario: que el átomo no es un objeto compacto, sino que es una onda desplegada sobre una amplia región. Es decir, el resultado del experimento depende de lo que queramos demostrar. Pero más allá de estas aparentes contradicciones, la teoría cuántica implica un significado más profundo que trasciende la dualidad onda-partícula.

La teoría cuántica es asombrosamente exitosa. Hasta hoy, ninguna de sus predicciones ha probado ser incorrecta. Una tercera parte de la economía de hoy depende de productos basados en ella. Sin embargo, la visión de la realidad que demanda la teoría cuántica no sólo es más extraña de lo que se suponía: es más extraña de lo que se puede suponer. Veamos por qué. La mayoría de nosotros comparte las siguientes intuiciones del sentido común: 1) un mismo objeto no puede estar al mismo tiempo en dos lugares distantes; 2) lo que uno decide hacer aquí no puede afectar instantáneamente lo que pasa en otro lugar lejano; 3) el “mundo de allá fuera” existe independientemente de que lo veamos o no. Pues bien, la teoría cuántica desafía cada una de estas intuiciones.

Kaleidoscopio Photomatix 01

Pero, ¿qué es la mecánica cuántica? Esta teoría fue desarrollada a comienzos del siglo XX para explicar el mecanismo que gobierna la conducta de los átomos. Poco antes se había descubierto que la energía de un objeto podía cambiar sólo en una cantidad discreta, el quantum o cuanta, de ahí que la teoría se le conozca como mecánica cuántica. Esta teoría se encuentra en la base de todas las ciencias naturales, desde la química hasta la cosmología. La teoría cuántica es necesaria para entender por qué brilla el sol, cómo los televisores producen imágenes, por qué el pasto es verde y cómo se desarrolló el universo a partir del Big Bang. La tecnología moderna está basada en dispositivos diseñados con la teoría cuántica.

La física pre-cuántica, la mecánica clásica o física clásica, también llamada física newtoniana, es una excelente aproximación al estudio de los objetos que son más grandes que las moléculas, y es mucho más simple que utilizar la mecánica cuántica. Es, sin embargo, una mera aproximación. No funciona en absoluto para los átomos de que están hechas todas las cosas. No obstante, la física clásica es la base de nuestra sabiduría convencional, de nuestra visión newtoniana del mundo. Pero hoy sabemos que esta visión clásica del mundo es fundamentalmente defectuosa.

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Ahora, los experimentos cuánticos niegan una realidad física producto del sentido común. Ya no es una opción lógica. ¿Puede la visión del mundo sugerida por la mecánica cuántica tener alguna relevancia fuera de la ciencia? La teoría cuántica es sobre el aquí y ahora, e incluso en ella se encuentra la esencia de nuestra humanidad y de nuestra conciencia. Si es así, ¿por qué sus implicaciones no han tenido el impacto social que se podría esperar? Se pueden resumir las implicaciones de las teorías de Copérnico y de Darwin de manera sintética, en unas cuantas oraciones, las cuales parecerían razonables a la mente moderna. Pero cuando se trata de sintetizar las implicaciones de la teoría cuántica es inevitable que comience a sonar como algo místico. Veamos. La teoría cuántica nos dice que la observación de un objeto puede influir en el comportamiento de otro objeto situado a gran distancia (digamos 500 kilómetros… 500 años luz), incluso si ninguna fuerza física conecta a los dos. Einstein rechazaba todo esto como “acciones sobrenaturales”, pero se ha demostrado plenamente que existen y que nada tienen que ver con lo sobrenatural.

Erwin Schrödinger, uno de los fundadores de la teoría cuántica, contó su famosa historia del gato para enfatizar que la teoría cuántica decía algo “absurdo”. El gato no observado de Schrödinger, de acuerdo a la teoría cuántica, estaba simultáneamente muerto y vivo hasta que la observación causara que estuviera muerto o vivo. Pero hay algo que es más difícil de aceptar: encontrar el gato muerto implica crear la historia del rigor mortis; encontrar el gato vivo implica crear la historia del desarrollo del hambre del gato. La reversibilidad del tiempo.

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El enigma planteado por la teoría cuántica ha desafiado a los físicos por décadas. Y quizá uno de los aspectos más desafiantes se refiere al encuentro entre la física y la conciencia. Esto no implica algún tipo de “control mental” que con sólo nuestro pensamiento podemos controlar directamente el mundo físico. ¿Los resultados indiscutibles de los experimentos cuánticos implican un papel misterioso para la conciencia en el mundo físico? Este es un acalorado debate en los límites de la física.

Aunque los hechos cuánticos no están en disputa, el significado detrás de esos hechos acerca de lo que la mecánica cuántica nos dice acerca de nuestro mundo está en plena discusión. Por ello, la mecánica cuántica ha dejado de ser un campo de interés exclusivo de los físicos. Se suman hoy estudiosos de las ciencias sociales, filósofos y teólogos.

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Referencia bibliográfica:

Resenblum, Bruce y Fred Kuttner. (2011). Quantum Enigma. Physics encounters consciousness. Nueva York: Oxford University Press. Segunda edición. 287 páginas.

Fotografías tomadas con una cámara Nikon D7000 (18-105 mm), a través de un caleidoscopio. Derechos reservados.

Las moscas (in fraganti)

He aquí el poema «Las moscas» de Antonio Machado, que aparece en la sección «Humorismos, fantasías, apuntes» de su primer libro Soledades. Da un primer plano a un tema que por ser tan familiar no se le brinda el estatus de poético. Aquí el autor nos descubre que no hay nada más poético que las moscas, ya que, como se han posado en todo, evocan «todas las cosas».

Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares, me evocáis todas las cosas.

¡Oh, viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!

¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!

Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,

—que todo es volar—, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales…
Moscas de todas las horas,

de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,

de siempre… Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado

sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.

Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.

Quizá lo que le faltó decir a Machado fue que las moscas incluso se posan sobre ellas mismas, lo que hace que su grado poético se eleve a la segunda potencia. ¿O no? Veamos algunas evidencias. Las fotos de abajo fueron tomadas con una Nikon D7000 (18-105 mm). Puede dar «click» sobre ellas para verlas con la lente de aumento. Dé rienda suelta a su espíritu voyeurista.

Las moscas in fraganti I
Las moscas in fraganti II
Las moscas in fraganti III

Imágenes del Jazz

En esta ocasión quiero compartir algunas fotos que tomé en un festival de jazz que acaba de concluir (Jazzuv) y que cada vez adquiere más relieve internacional. Tuve la oportunidad de escuchar a músicos muy talentosos, algunos con gran experiencia y otros muy jóvenes. Todas las fotografías fueron tomadas con una Nikon D7000 y con un lente de 18 – 105 mm. Debido a la iluminación de los foros, tuve que subir el ISO a 1250. Nada que temer, creo. Como podrán ver, no pude resistirme a jugar/experimentar un poco con algunas imágenes.

Osmani Paredes

Osmani Paredes es pianista, compositor y arreglista, cuyo estilo funde el jazz con su herencia rítimica afro-cubana. Utiliza, además, una técnica que proviene de sus años de educación musical clásica. Nació en Santa Clara, Cuba, y asistía a la Escuela de Música de la Habana, mientras participaba en la Orquesta América de Enrique Jorrín. Actualmente reside en Nueva York, donde tiene su propio grupo. También se dedica a dar cursos y seminarios en diferentes partes del mundo.

Ray Drummond

Ray Drummond nació en Brookline, Massachusetts, en 1946. Es contrabajista, compositor, director de banda, arreglista, productor y educador. Asistió a 14 escuelas alrededor del mundo, lo que enriqueció su bagaje cultural y musical. Su viaje musical lo inició a la edad de ocho años, primero con la trompeta y después con el corno francés. Más tarde se volvió un apasionado del jazz y fue a los 14 años cuando se dedicó al contrabajo de tiempo completo.

Jeff «Tain» Watts

Jeff «Tain» Watts, nacido en Pittsburgh, es hoy uno de los bateristas más solicitados del mundo. Su habilidad técnica, desenvoltura y naturalidad hacen que los más complejos solos parezcan como un sencillo juego. Se inició como percusionista clásico en la escuela Duquesne de su ciudad natal, donde se desempeñó principalmente como ejecutante de los timbales. Hizo sus estudios de jazz en la Escuela de Música de Berklee, junto con músicos talentosos, como Winton Marsalis.

Edgar Dorantes, Ray Drummond y Francesco Cafiso en el sax

Francesco Cafisso nació en 1989 y a sus 22 años es considerado ya como uno de los talentos más precoces del jazz en el mundo. Ha recorrido muchos países tocando con Winton Marsalis y ha alternado con músicos de la talla de Hank Jones, Dave Brubeck, Ray Drummond y Joe Lovano, entre muchos otros. La Fundación de Jazz de Umbría, de su país natal, Italia, lo ha nombrado embajador de la música de jazz italiana en el mundo.

Jazzistas al borde de un hoyo negro

Después de leer algunas biografías de jazzistas importantes, uno comienza a darse cuenta de cómo muchos de ellos comenzaron estudiando música clásica y después migraron hacia el jazz. Uno se puede preguntar qué tanta distancia hay entre el jazz y la música clásica, cuáles son sus puntos de contacto y cuáles sus cualidades más distantes. Sobre todo cuando hay quienes ven en estos géneros dos polos opuestos: desde sus orígenes sociales hasta su grado de libertad para expresar las notas en el momento. Pero quizá lo más importante es que siempre ha existido este vínculo y que ha enriquecido a ambas partes.

Las cascadas de Texolo y la comida de Xico

El pasado domingo enfilamos rumbo a las cascadas de Texolo, situadas a tres kilómetros de la localidad de Xico (estado de Veracruz). Se llega por un camino empedrado, rodeado (todavía) por una exuberante vegetación, donde predominan los cafetales y las plantas de plátano. Pudimos apreciar que han aparecido un buen número (nótese la exactitud del dato) de restaurantes y de posadas en el trayecto. La misión era tomar algunas fotos en un lugar que tenía por lo menos tres años que no visitábamos.

Después de un par de horas, después de caminar por veredas, miradores, despeñaderos y puentes, el hambre nos advirtió que ya era hora de suspender la sesión fotográfica. Emprendimos el regreso a Xico, donde constatamos lo que ya sabíamos: la variedad y exquisitez de la comida de esta región. Después de una pausada degustación (cursi eufemismo para encubrir un tremendo atracón), decidimos visitar la parroquia de Xico. Debo advertir que para entonces eran casi las siete de la noche.

Una de las corrientes que alimentan a las cascadas.

Lo primero que nos llamó la atención fue la iluminación de la iglesia: un conjunto de reflectores programados que iluminan su fachada en una insólita sucesión cromática. Así que durante un minuto es lila, el siguiente es rosa mexicano… amarillo, verde, azul… Extraña y hermosa visión al mismo tiempo. Más fotos (con tripié, por supuesto, y largas exposiciones).

La Parroquia de Xico.

El remozado parque de Xico (que se funde con el atrio de la iglesia) se veía muy animado: gente, puestos con comida, más gente, más puestos con comida, niños jugando (que son parte de la gente), músicos. Un locutor anunciaba que pronto iba a dar comienzo el baile: «esta es la primera llamada, primera llamada». Un original toque teatral. Y entre anuncio y anuncio el sistema de sonido reproducía un disco de… ¡Ray Conniff! Un fondo musical improbable en una localidad pequeña de tradiciones vivas y ancestrales.

Regresamos a casa, después de una parada técnica en un café de Xalapa, para tomar un «lechero» acompañado de unas «banderillas». La combinación perfecta para terminar un día de paisajes extraños, bellos e inesperados.

Rendezvous en París XIV (Au Renoir!… perdón… Au Revoir!)

Con esta entrada termino la serie “Rendezvous en París”. Han quedado fuera, por supuesto, muchos lugares, fotografías, anécdotas, comentarios. Pero mi propósito nunca fue dar cuenta pormenorizada de mis últimas andanzas en esa increíble ciudad. Más bien he querido picar la curiosidad, motivar el interés por conocerla, sea por medio de libros y películas, o de una visita en vivo y a todo color. Tiendo a pensar que París no es sólo de los parisinos y de los franceses (habría que preguntarle también a Sarcozy), sino de todos: allí se encuentran claves, testimonios, vivencias, gérmenes, corrientes, movimientos artísticos, sociales, filosóficos, científicos, religiosos, que han alimentado a la cultura occidental, que han nutrido nuestras sociedades. No nos es tan ajena como puede pensarse.

Los dejo, por ahora, con varias fotografías, un poco sin orden, sino como las voy sacando de mis archivos. Espero que las disfruten, pero sobre todo que les abran la perspectiva de visitar París en el futuro cercano. «Aikir», como diría nuestro buen Germán Dehesa. Después de esa primera visita, ya podemos decir, como Humphrey Bogart le dijo al oído a la deliciosa Ingrid Bergman en Casablanca: «Siempre tendremos París».

Vista desde La Madeleine
Museo del Louvre
Museo D’Orsay, antigua estación de tren.
Dibujante en la acera
Fuente en el Centro Pompidou.
Pirámide invertida en el Museo del Louvre.
Basílica del Sacre Coeur.

Rendezvous en París X (Allez enfants de la Patrie…)

Nuestro vuelo llega a París a las tres de la tarde del 14 de julio. Por esta razón no pudimos ir al desfile del Día de la Bastilla que se celebra en la Avenida de los Campos Elíseos. No es que me gusten los desfiles (de hecho los evito a toda costa), pero me atraía la idea de tomar fotos interesantes de las fuerzas armadas, del presidente Charles de Gaulle… perdón, Nicolas Sarkozy (con todo y Carla Bruni)… ah y los aviones caza que pasan volando a ras de suelo (es un decir), dejando sus estelas azules blancas y rojas.

Apenas terminamos de instalarnos en nuestro hotel (a unos 678 metros con 36 centímetros de la Torre Eiffel), nos dirigimos al Campo Marte, donde tradicionalmente se junta la gente a comer, beber, conversar y esperar la noche y junto con ella los fuegos artificiales que se lanzan desde Trocadero. Alrededor de las cinco de la tarde el Campo Marte estaba a reventar, pues se celebraba un festival de música por la igualdad, en el que desfilaron un gran número de artistas franceses (de los cuales sólo pude identificar a uno).

Mi instinto me dice que los fuegos artificiales se podrán ver y disfrutar mejor del otro lado del Sena, es decir, en Trocadero. Asi que nos dirigimos al puente d’Iéna para cruzar el río: imposible, hay una inexpugnable barrera metálica y un fuerte resguardo de policía y ejército. Nos dirigimos río arriba por el muelle Branly y el siguiente puente está igualmente cerrado al paso. El mismo instinto mencionado líneas arriba me dice que tendríamos que caminar mucho antes de poder cruzar. Desistimos. Pero quizá el destino quiso que hiciéramos uno de los descubrimientos más sensacionales del viaje: el Museo del Muelle Branly (Musée du Quai Branly). Por supuesto, estaba cerrado. Pero la sola fachada del edificio, rodeado de altos muros de cristal y un increíble jardín, nos hizo decidir regresar, alterando nuestros cuidadosos planes trazados semanas antes.

Cartel en el Museo del Muelle Branly

En nuestro camino de vuelta al Campo Marte, nos topamos con un jardín vertical en un edificio de tres niveles. Seguramente este jardín se conecta con un «techo verde». Me da gusto ver por todas partes este tipo de respuestas a la actual crisis ambiental, aunque sean pequeñísimos granos de arena. Sabemos que no es suficiente y que lo más difícil está aún pendiente: cambiar nuestros patrones de consumo y de conducta. Algo que representa un giro radical de nuestra cultura depredadora.

Jardín vertical en el muelle Branly

Regresamos al Campo Marte. Está mucho más lleno. ¿De dónde sale tanta gente? Apenas se puede caminar sin tropezar con algún ciudadano francés. Navegamos entre las multitudes hacia lo que se conoce el Pabellón de la Paz, que es, como su nombre lo indica, un lugar dedicado a la paz: un monumento de Jean-Michel Wilmotte en el que se puede ver la palabra «paz» escrita un muchos idiomas sobre una superficie de plexiglás transparente. Después de varias horas de espera, incursiones fotográficas, tentempiés y derivas, dan las 11 de la noche y comienza el impresionante espectáculo de fuegos artificiales. Ha valido la pena. Una hora de música y luces. A medianoche emprendemos la retirada, junto con varios miles de personas. Con tanta emoción el apetito hace su presencia. Habrá que hacer una escala técnica antes de llegar al hotel.

Pabellón de la Paz, en el Campo Marte.
Fuegos artificiales sobre la Torre Eiffel.

Rendezvous en París IX (encuentro con Cartier-Bresson)

La Rue Mouffetard es una importante vía desde tiempos romanos, cuando unía Lutecia (antiguo nombre de París) con Roma. Hoy, es una zona muy conocida y visitada por sus mercados al aire libre, especialmente los de la Place Maubert, Place Monge y la Rue Daubenton, una bocacalle donde se organiza un alegre mercado africano. Las tiendas de los pequeños comerciantes conservan celosamente sus rótulos, muy antiguos y a veces pintorescos. Allí nos dirigimos la tarde del domingo, después de haber pasado la mañana en el Jardín de Plantas.

Arriba y abajo: la Rue Mouffetard. Por supuesto, puede dar click en las fotografías (tratadas con la técnica HDR) para ver los detalles por medio de la lente de aumento.

La tarde era lluviosa, pero era una lluvia intermitente y ligera. Las condiciones ideales para tomar fotografías interesantes en las que se mostraran los claroscuros de las nubes. Mientras Tere visitaba cada una de las tiendas (literalmente), yo buscaba ángulos donde emplazar la mirada. Fue en uno de esos momentos de ver la realidad a través de la lente que me vino a la mente una fotografía de Henry Cartier-Bresson (1908-2004) cuyo título es, precisamente, «Rue Mouffetard». En ella se muestra a un niño que caminaba por esa calle con un par de botellas de vino. Su cara y su mirada mostraban no sólo alegría, sino también un aire de satisfacción y orgullo.

¿Posando para la cámara? ¿Feliz de ir a casa a disfrutar una comida acompañada por el vino que lleva en sus brazos? ¿Cómo saberlo? No importa: con ver ese rostro es más que suficiente. Cartier-Bresson dijo lo siguiente sobre el arte de la fotografía:

El aparato fotográfico es para mi un cuaderno de croquis, el instrumento de la intuición y de la espontaneidad, el maestro del instante que, en términos visuales, cuestiona y decide al mismo tiempo. Para significar el mundo, es preciso sentirse implicado con lo que se recorta a través del visor. Esta actitud exige concentración, sensibilidad, un sentido de la geometría. Es a través de una economía de medios y sobre todo el olvido de uno mismo como se llega a la simplicidad de la expresión

Rendezvous en París VII (Montmartre)

La Butte, como le llaman los parisinos a Montmartre, es una colina que destaca sobre la geografía más o menos plana de París. Es uno de los lugares más pintorescos (nótese lo original del adjetivo) y lleno de contrastes de la ciudad. Se puede subir en funicular, pero es mucho mejor hacerlo por alguna de las laberínticas callejuelas que llevan a la cima (hay que advertir que lo mismo sirven para bajar), coronada por la impresionante basílica del Sagrado Corazón (Sacré-Coeur).

Montmartre y el arte son inseparables, pues desde el siglo XIX este barrio fue el centro de pintores, escritores y poetas, quienes, después de pintar o escribir se iban a divertir a los cabarés, revistas y otros locales de espectáculos, incluyendo casas de mala nota. Por algún tiempo, Montmartre se ganó la reputación de lugar de depravación. Por desgracia ya no lo es más. Uno de los lugares que atrae más a la gente es la antigua plaza del pueblo, la Place du Tertre, donde se concentra un buen número de retratistas. Fue aquí donde en 1956 Salvador Dalí pintó su famoso Don Quijote con un cuerno de rinoceronte, ante los ojos atónitos de los turistas.

La basílica del Sagrado Corazón es una de las pocas iglesias construidas con bloques de piedra blanca, lo que la hace destacar desde lejos. Se construyó entre 1876 y 1914. Su arquitecto, Paul Abadie, se inspiró en las antiguas iglesias románicas. En el campanario (83 metros de altura) se encuentra alojada la campana Savoyarde, una de las más grandes del mundo, con sus 19 toneladas de peso. La cúpula central es el lugar más alto de París, después de la Torre Eiffel.

Este barrio está lleno de pequeñas tiendas, restaurantes, creperías, galerías de arte y locales donde se puede escuchar música y beber. Es una verdadera mina para los fotógrafos, con sus minúsculas plazas, calles sinuosas, terrazas con vistas impresionantes de París, largas escalinatas y el famoso viñedo, donde se lleva a cabo la vendimia a principios de otoño en un ambiente de jolgorio. Es el lugar perfecto para perderse, para caminar por instrumentos, sin mapa y sin guía turística.

Con tanta caminata, con tanto subir a bajar, el hambre hace acto de presencia. Es hora de hacer un alto para disfrutar un entrecot que, como su nombre lo indica claramente, significa «entre las costillas». Una cerveza para acompañar la carne… o un vinillo tinto. Aunque no estaría mal comenzar por una clásica sopa de cebolla. Lo bueno es que el regreso es de pura bajada.

Rendezvous en París VI (un museo de plantas)

No todos los museos son de arte. En París, el Jardín de las Plantas (Jardin des Plantes) es considerado un museo en el estricto sentido de la palabra. Es una institución que mantiene colecciones de plantas vivas documentadas con la investigación científica, la conservación, la difusión del conocimiento y la exposición abierta al público. La construyó Luis XIII en 1635, y comenzó como un jardín de plantas medicinales. Hoy, está formado por diversos jardines, invernaderos, la Casa de los Animales (Menagerie), la Escuela de Botánica, la Gran Galería de la Evolución, Galerías de Paleontología y Anatomía Comparada, un laberinto con un mirador en el centro, auditorio, salas de exposición… ah, y, lo imprescindible, un excelente restaurante: La Ballena (La Baleine).

A los 32 años, Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), se convirtió en conservador del Jardin des Plantes en una época en que la historia natural alimentaba el pensamiento de la época. Buffon fue el cerebro de la reorganización del Jardín y lo elevó a un nivel preeminente en el ámbito científico. En 1752, fue elegido miembro de la Academia Francesa a raíz de sus trabajos: Historia Natural y Las Épocas de la Naturaleza. Los Jardines están asociados a los trabajos científicos de Jean-Baptiste Lamarck, el genio que puso de cabeza al mundo con su teoría de la evolución.

En este jardín aprendí que hay hoteles para abejas, como el que se muestra  en la foto de abajo. Junto a él, hay un letrero que dice»¡Bienvenidas todas las abejas a este hotel!» Supongo que sólo podrán leer este aviso las abejas que hablan francés.

También aprendí que hay árboles que crecen hacia los lados, más que hacia arriba, formando una especie de cueva a la que hay que entrar agachándose. Una vez adentro, se descubre un lugar que  a cualquier niño le parecería maravilloso: el refugio ideal para aislarse del mundo, incluyendo de los padres y de las sopas de fideo.

Cuando viajo, me gusta tomar nota de los pequeños detalles que hacen que los lugares sean lo que son. Cuando uno está en París, no importa hacia dónde se mire, allí habrá algo donde estacionar la mirada por un buen rato. Esta vez, no fue un objeto de hace dos o tres siglos, sino un elemento moderno: las bancas situadas a lo largo de las calzadas del Jardín. No sólo son bellas y simples: ¡son extraordinariamente cómodas! Creo que resumen el propósito del buen diseño. Nótese que son de una sola pieza: ni un tornillo, ni una tuerca.

También hay que estar preparado para lo inesperado, desde lo más pequeño, como un «insecto palo», de apenas unos cuantos milímetros, hasta un estegosaurio con mirada de malas intenciones. Parece acecharme. Pero también parece asecharme. ¿Conocerá la diferencia entre ambos verbos? ¿Será su hora de almuerzo?

La mañana se ha ido demasiado rápido en el Jardin des Plantes. Más de 400 fotografías para ayudar a la memoria. Increíble que un lugar como éste se encuentre en medio de Paris, con sus enormes reservas de especies. Un lugar donde se forman botánicos de primera línea y jardineros movidos por el amor a la vida. Hay que regresar. Algún día. Por ahora hay que enfilarse hacia la calle Mouffetard, a unas cuantas cuadras. Dicen que allí se puede comer muy bien. Habrá que ver, pues uno no puede confiar de los dichos de la gente.

Rendezvous en París V (la catedral en medio de las aguas)

La visita a la catedral de Notre-Dame (1163) es una de las muchas visitas  obligadas de los turistas en París. Estoy conciente que escribí “obligadas” y “turistas”. Con esto queda claro que es una especie de trámite para la mayoría de los visitantes que van a sacarse la foto frente a la fachada principal, o junto a una de esas (literalmente) monstruosas gárgolas que adornan y sirven de goteras en los techos del edificio. Pero también estoy seguro de que no pocos de quienes van a cumplir con ese protocolo llegan a sentir algo especial cuando se encuentran bajo la influencia de esta imponente iglesia medieval. Y no es difícil. Es cuestión de ponerse en otra modalidad: desacelerar, hacer una pausa, poner atención, hacer a un lado la guía verde de Michelin, y dejarse llevar por la percepción y los sentidos. Un esfuerzo nada del otro mundo, pero que se nos dificulta tanto en esta era inundada de Blackberries y otros instrumentos nómadas de trabajo y “productividad”.

Si estamos frente a Notre-Dame, o debajo de ella, nos encontramos justo en el corazón de París. En esta pequeña isla, la Isla de la Cité, nació París, hace unos 2 mil 260 años (ignoro la hora). Todo comenzó con el asentamiento de un grupo de pescadores galos de la tribu de los Parisi. Es el nacimiento de Lutecia, nombre celta que significa “casas en medio del agua”. Y aquí estoy, en esta magnífica catedral en medio del agua, dejándome llevar por los sentidos (y una que otra distracción que se cruza por mi campo visual). Esta vez son las puertas, las tres impresionantes puertas de la fachada principal. Hay que verlas de lejos, en conjunto. Pero también de cerca. De muy cerca. Casi tocarlas y sentir sus detalles. Cerrar los ojos. Son un agasajo.

Voy con mi Nikon D7000 y su lente original de 18-105 mm. Desde donde estoy parado, no puedo abarcar toda la fachada de Notre-Dame en una sola toma, pues necesitaría un gran angular muy abierto, quizá un “ojo de pescado”. Así que tomo tres fotos: la base, la parte media y la parte superior del edificio. Procuro mantener el mismo eje vertical para que después pueda unir las tres fotos (mediante un programa especial) y se vea como una sola. De esta manera mato dos pájaros con tres disparos (sé que la frase no suena muy afortunada). Por una parte, tener toda la fachada a una distancia razonable. Por otra, contar con una fotografía que muestre las tres puertas principales y con una resolución que permita al espectador apreciar los detalles mediante un “click” con el ratón.

Los tres pórticos son desiguales. Si se miran con cuidado, se puede advertir que la puerta del centro es más alta y más ancha que las otras dos. En la Edad Media, este era un truco muy efectivo para evitar la monotonía de las grandes superficies. Pero, repito, hay que tener la calma y la atención para descubrir estos detalles. De hecho, la intención con estos pórticos era muy interesante: los fieles que no sabían leer podían aprender la historia sagrada admirando y “leyendo” las estatuas y bajorrelieves allí expuestos. El pórtico de la izquierda está dedicado a la Virgen María, el del centro al Juicio Final (tema omnipresente para infundir el miedo entre los pecadores potenciales… o sea todos), y el de la derecha a Santa Ana (abuela de Jesús).

Con tanta cultura e historia da mucha hambre y mucha sed. Es necesario recargar las baterías. Lo maravilloso de París es que por todas partes hay restaurantes y brasseries. Una buena panadería (boulangerie) nos quedaría también muy bien: un baguette con una combinación de jamón y quesos. Y un vinillo, para no cerrar en falso (que es lo peor que podría suceder en estos casos).

Nota: Las fotografías (derechos reservados) fueron procesadas mediante la técnica de HDR (high dynamic range), con el fin de obtener el mayor rango posible de contraste en luces y sombras. Los invito a verlas con detenimiento, dando click en ellas y utilizando el instrumento de aumento.