Estuve haciendo cuentas
pues no sé hacer milagros
ni esas cosas que dicen
sabemos las mujeres.
Y ahora que estás lejos me pregunto
si acaso vivir sola
no me cuesta más caro.
-Ángeles Mora (Córdoba, España). En 1989 obtuvo el Premio Rafael Alberti con su libro La Guerra de los Treinta Años, y en el año 2000 el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla por Contradicciones, pájaros. Hay una antología de su obra en ¿Las mujeres son mágicas? (Ayuntamiento de Lucena, 2000). Su último libro se titula Bajo la alfombra (Visor, 2008).
En 1979, poco antes de partir a Edimburgo, Escocia, a estudiar una maestría, un amigo mío me pidió, me suplicó, que si alguna vez entraba a una tienda de juegos, que por favor le comprara un tablero y las piezas de un antiguo juego llamado Go. Recuerdo que anoté el encargo, pero no haber pedido descripción alguna sobre él. Como suele suceder, al menos en mi caso, olvidé por completo la encomienda. Y así pasaron los meses hasta que, sin pensar en el asunto, me topé con una pequeña y atractiva juguetería, justo frente a donde se encuentra la famosísima estatua del «Bobby de Greyfriars». Recuerdo que estaba repleta de los juegos más variados, la gran mayoría de ellos desconocidos para mí. Y, por ahí, en uno de los estantes, vi que se asomaba una caja con símbolos orientales y la palabra «Go» impresa en letras muy grandes. Mi mente hizo «click» inmediatamente, y pedí a la empleada que me la enseñara. Ella la abrió y me mostró el contenido: un tablero de madera y dos cuencos con piezas blancas y negras. Compré el juego junto con tres libros: uno para principantes, otro para nivel intermedio y el último para jugadores avanzados. Salí satisfecho de la tienda por haber hecho honor al encargo. La excusa precisa para tomar una cerveza en el pub de junto.
La estatua del Bobby de Greyfriars, en Edimburgo, Escocia.
Dos años después, de regreso a casa, Tere y yo desempacamos las cuatro enormes y pesadas maletas que venían completamente llenas de ropa y quién-sabe-qué-tantas-cosas-más. Cuando saqué el juego y los libros, los puse en uno de los armarios de la recámara. Allí, tablero, fichas y libros reposaron por años. Como ya no volví a ver a Mariano, que es el nombre de mi amigo, el asunto quedó completamente olvidado. Al menos por un tiempo. Una mañana de otoño (en realidad no recuerdo la estación, pero le da más sabor al relato) leí en la sección de «Oportunidades» del periódico un pequeño anuncio que decía más o menos así: «Doy clases gratuitas de Go, un juego oriental muy antiguo. Interesados hablar al teléfono…». No hace falta decirlo (pero lo digo de todas maneras), pero hablé inmediatamente a ese teléfono y concerté una cita para mi primera sesión de Go. Debo decir que fue uno de los descubrimientos más fascinantes de mi vida en torno a cualquier clase de juego. Recuerdo haber asistido a unas seis sesiones de Go, en las que aprendí no sólo las reglas, sino también el sentido general del juego y algunas estrategias básicas.
Tablero y piedras de Go.
Pero, ¿qué es el Go? Se cree que este juego se inventó en Tibet, en el norte de India o posiblemente en China, alrededor del año 2 000 antes de Cristo. De hecho es el juego más viejo que se sigue jugando más o menos en su forma original. El Go es un juego de territorio. El tablero está marcado con un cuadrado de 41.5 x 44.5 centímetros, formado por 19 líneas verticales y 19 líneas horizontales. Las líneas forman 361 intersecciones sobre las cuales se colocan las piezas, conocidas como «piedras». Para que el lector tenga una idea de la complejidad de este juego, basta recordar que el ajedrez tiene 64 casillas, mientras que el Go cuenta con 361 espacios. Los grandes maestros afirman que jugar Go equivale a jugar simultáneamente cuatro juegos de ajedrez. Se comienza con el tablero vacío en el que los jugadores de manera alternada colocan sobre las intersecciones una piedra a la vez, discos negros y blancos que miden apenas un poco más de un centímetro de diámetro.
Una partida de Go en progreso.
El Go difiere mucho de la mayoría de los juegos occidentales por ser un juego constructivo. El área de juego es muy grande y el análisis exacto de las posiciones es imposible, por lo que uno debe desarrollar un estilo fundado en la intuición y en el dominio de una inmensa variedad de estrategias y tácticas. Hay muchas oportunidades para el análisis lógico, pero el Go se mantiene más como arte que como ciencia. Los principios que subyacen en este juego son construir y compartir. Los dos jugadores, aunque casi siempre hay un ganador (puede haber empate), son compañeros en un ejercicio de coexistencia. Cada uno necesita del otro para jugar ya sea por puro gozo o auto-iluminación. La actitud apropiada hacia el oponente es, por tanto, no una de agresión y animosidad sino de respeto y amistad.
Posición final en una partida.
Aunque he visto de vez en cuando a Mariano en años recientes, él no se ha acordado de aquel encargo que me hizo en 1979. Yo tampoco.
Gracias a la invitación de Reyna, tuve la oportunidad de convivir unas horas con habitantes, especialmente niños, de una comunidad rural cercana a Xalapa. La idea era darles una plática breve, en el marco de un trabajo de investigación-acción que ella realiza con otros colegas suyos. Lo que más me impresionó, además del paisaje de una zona montañosa, de «malpaís», fue la gente de allí: cálida, abierta y con sentido del lugar (sensibilidad que hemos perdido los citadinos).
Niña con vasito de plástico.
Los miembros del pequeño grupo de académicos saben muy bien que ellos no «llevan el desarrollo» a la comunidad ni van a «empoderar» (uno de los verbos más arrogantes que hemos importado del inglés) a sus habitantes. Saben, en cambio, que se trata de un proceso de participación respetuosa en el que todo mundo aprende y lleva a su propio nicho vital lo aprendido. Sobre todo aquello que tiene que ver con nuestra relación con la naturaleza.
Niño en verdad muy serio.Cerca de piedra.
Fue esta una oportunidad para tomar algunas fotografías, tanto de la comunidad y sus habitantes como de los paisajes circundantes. Muestro aquí una pequeña muestra de ellas, sobre todo de los niños. Todos posan, les gusta ser el centro de atención (¿a quién no?), aunque algunos fingen cierta indiferencia. Pueden hacer click sobre ellas para ver los detalles con la lupa de aumento.
Se levanta a las cinco de la mañana. Enciende la computadora y, mientras se inician los programas, se da tiempo para refrescarse la cara. Se sienta frente a la pantalla sensible al tacto de 20 pulgadas y abre su buzón: 96 mensajes nuevos que esperan ser leídos y escrupulosamente contestados. Antes de comenzar, abre dos páginas para consultar un par de periódicos en línea. Pasea la vista por los encabezados, por las noticias del día. Salta de una sección a otra. Cada vez adquiere la habilidad de hacerlo más rápido. Pasa de la nota roja a la economía. De la política a los deportes. De los chismes de artistas al estado del tiempo. Un profundo suspiro denota su satisfacción de estar ahora informada y con una visión integradora, panóptica, de lo que sucede en el mundo. Regresa a sus mensajes. Su prioridad ahora es reenviar inmediatamente todos los mensajes-cadena que ha recibido. Es una tarea vital e ineludible. En uno de ellos, le advierten sobre el próximo pasaje de nuestro planeta a través de un cinturón de fotones, lo que causará que la civilización humana colapse. Habrá siete días de oscuridad total. Ningún aparato o tecnología funcionará, porque no habrá energía para que lo haga. No van a funcionar los cajeros automáticos. Tampoco el refri ni la tele ni el tostador. No se diga del karaoke. El caos total. El mismo mensaje advierte que sólo algunos humanos sobrevivirán a esta terrible experiencia (sin tostador que funcione, esto es comprensible): serán los elegidos que trascenderán a una nueva dimensión de la realidad, hacia una vida plena de amor y comprensión. Un escenario completamente original. Para ser parte de ese grupo VIP de personas es necesario emprender, desde ya, un largo proceso de meditación, oración, reflexión y arrepentimiento (aquí no sabemos de qué hay que arrepetirse, pero hay que hacerlo). Debe distribuir este mensaje a la brevedad, pues todos deben estar preparados para un evento de tal magnitud. Lo mismo hace con los demás 22 mensajes-cadena. Algunos de ellos con serias advertencias en caso de que no se haga el reenvío a todos los contactos: padecimiento de exóticas enfermedades, pérdida de todas las posesiones y del empleo, frigidez sexual crónica (con la lectura de los mensajes ya está uno a la mitad de ello), etcétera.
II
A las nueve de la mañana, ya instalada en su oficina, continúa su tarea. Es preciso ahora consultar Facebook y LinkedIn. Ahora ella sabe con certeza que Luis Antonio y Andrea Soraya ya son amigos de Roberto Constantino, y que Ilse, Mafouz y Abdulio son parte ya de la red social de Sandra Isela. No conoce a nadie, pero eso no importa. Se siente orgullosa de pertenecer a una trama que crece geométricamente por todas partes: ¡Es parte activa de la globalización! Actualiza su curriculum e incluye el curso en línea que recién terminó sobre Administración Sustentable de Inventarios. Otro suspiro de satisfacción. Twittea las siguientes dos horas sobre lo que hace en esos momentos. Incluye algunas reflexiones filosóficas de gran profundidad, como: «Ya es hora de que tenga mi propio Blackberry, pues debo estar conectada con la realidad todo el tiempo». Regresa a su buzón del correo electrónico. Contesta más mensajes. No más de dos líneas para cada uno. Hay que «eficientar el tiempo», como ella dice. Chatea por Messenger. Es tan hábil que puede hacerlo con seis personas al mismo tiempo, cuatro de las cuales no están a más de cuatro metros de su escritorio.
III
A las seis de la tarde, ya en casa, dedica las horas para ver sus «reality shows» favoritos en la televisión. No dejar de estar en contacto con la realidad es su prioridad en la vida. Y eso requiere un gran sacrificio. Durante un breve comercial, apenas tiene tiempo de abrir unas bolsas de papitas y churritos y de acercarse al sillón un refresco con sabor de groseya, pues no puede darse el lujo de perderse un detalle de la realidad, de la vida, de lo que realmente importa.
IV
Mientras, afuera, el viento ligero de otoño forma pequeños remolinos con las hojas secas que han caído de los árboles. El sol se resiste a ocultarse bajo la silueta de la montaña. Desesperado, lanza sus últimos rayos, con tonos de violetas, naranjas y rojos sobre las nubes más altas. Inútil. Ningún humano ve el espectáculo. Todos están ocupados haciendo cosas más importantes. Están conectados a la realidad.
En el 2010, cinco compañeras y yo publicamos un libro: Una educación emergente para la era planetaria. Se trata de un texto escrito a doce manos (¿o debieran ser seis?) en el que abordamos una manera distinta de contextualizar la educación. Se trata de un viaje que nos lleva al origen del universo, la evolución de nuestro planeta y la breve historia humana. Esta mirada nos revela que el llamado problema de la educación es de escala civilizacional, al tiempo que nos muestra la pobreza de las intenciones humanas en un mundo finito, sensible e inteligente.
Nuestro libro colectivo.
El libro constituye un esfuerzo integrador y transdisciplinario que abreva lo mismo de la biología y la cosmología que de la teoría del caos y el pensamiento complejo. Su propósito es encontrar pistas de una nueva noción de desarrollo para la especie humana. Se avanzan ideas sobre aspectos que rompen el orden impuesto por las fronteras disciplinarias: ciencia biosférica, tecnología biomimética, educación coevolutiva, planetarización…
Después de haberlo publicado en versión impresa, ahora ha sido editado y puesto a la venta en forma de eBook. Les recomiendo que lo consigan y lo lean (qué más puedo decir). Les aseguro que este libro les abrirá una nueva visión de lo que somos y de lo que puede ser una nueva educación. Una de las ligas para adquirir esta versión es la siguiente:
Entre los libros que estoy leyendo está el de los físicos Bruce Rosenblum y Fred Kuttner, El Enigma Cuántico. La física se encuentra con la conciencia. Es un libro muy interesante en el que los autores sumergen al lector en las profundidades de la teoría cuántica. Lo hacen evitando al máximo las inextricables matemáticas de este campo. Emplean con éxito recursos gráficos, narrativos y ejemplos que nos ayudan a comprender los fenómenos y los experimentos, así como las misteriosas implicaciones de la física cuántica. De ahí que haya escrito unas cuantas líneas sobre el primer capítulo con el fin de interesar a algún lector, lectora, en este campo de la ciencia que actualmente ha acaparado la atención internacional del público. ¿Por qué este interés de la gente?: los extraordinarios descubrimientos del Gran Colisionador de Hadrones del Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN). Todo indica que los científicos del CERN están a punto de probar la existencia del bosón de Higgs, partícula que explicaría el origen de la masa, hecho que constituiría la posibilidad de una teoría unificadora de la física.
Albert Eintein estaba profundamente preocupado por las misteriosas implicaciones de la teoría cuántica. En la década de los 30 del siglo pasado, solía burlarse de los científicos que desarrollaban esta teoría señalando que se requería de una observación en un lugar para influir instantáneamente lo que sucedía en otro lugar lejano sin que mediara ninguna fuerza física. Se refería a una “acción sobrenatural” (spooky action) que no podía existir. Einstein también estaba molesto por la afirmación de esta teoría de que si uno observaba un objeto pequeño, como un átomo, en un lugar, era esa observación lo que causaba que estuviese allí. ¿Aplica este principio a objetos grandes? Sí, en principio. Ridiculizando la teoría cuántica, Einstein preguntó a un joven físico si creía que la luna estaba allí sólo porque él la miraba. Si se toma en serio a la teoría cuántica, Einstein afirmaba, se niega la existencia de un mundo físico real independiente de su observación. Estas ya son palabras mayores. No obstante, este es el marco sobre el cual descansa toda la física. Ni más ni menos.
Kaleidoscopio Efex 01
El primer misterio comienza con la dualidad onda-partícula. Se trata de una paradoja que, mirando en una dirección, se puede demostrar que un átomo es un objeto compacto concentrado en un lugar. Sin embargo, si se mira en otra dirección, se puede demostrar exactamente lo contrario: que el átomo no es un objeto compacto, sino que es una onda desplegada sobre una amplia región. Es decir, el resultado del experimento depende de lo que queramos demostrar. Pero más allá de estas aparentes contradicciones, la teoría cuántica implica un significado más profundo que trasciende la dualidad onda-partícula.
La teoría cuántica es asombrosamente exitosa. Hasta hoy, ninguna de sus predicciones ha probado ser incorrecta. Una tercera parte de la economía de hoy depende de productos basados en ella. Sin embargo, la visión de la realidad que demanda la teoría cuántica no sólo es más extraña de lo que se suponía: es más extraña de lo que se puede suponer. Veamos por qué. La mayoría de nosotros comparte las siguientes intuiciones del sentido común: 1) un mismo objeto no puede estar al mismo tiempo en dos lugares distantes; 2) lo que uno decide hacer aquí no puede afectar instantáneamente lo que pasa en otro lugar lejano; 3) el “mundo de allá fuera” existe independientemente de que lo veamos o no. Pues bien, la teoría cuántica desafía cada una de estas intuiciones.
Kaleidoscopio Photomatix 01
Pero, ¿qué es la mecánica cuántica? Esta teoría fue desarrollada a comienzos del siglo XX para explicar el mecanismo que gobierna la conducta de los átomos. Poco antes se había descubierto que la energía de un objeto podía cambiar sólo en una cantidad discreta, el quantum o cuanta, de ahí que la teoría se le conozca como mecánica cuántica. Esta teoría se encuentra en la base de todas las ciencias naturales, desde la química hasta la cosmología. La teoría cuántica es necesaria para entender por qué brilla el sol, cómo los televisores producen imágenes, por qué el pasto es verde y cómo se desarrolló el universo a partir del Big Bang. La tecnología moderna está basada en dispositivos diseñados con la teoría cuántica.
La física pre-cuántica, la mecánica clásica o física clásica, también llamada física newtoniana, es una excelente aproximación al estudio de los objetos que son más grandes que las moléculas, y es mucho más simple que utilizar la mecánica cuántica. Es, sin embargo, una mera aproximación. No funciona en absoluto para los átomos de que están hechas todas las cosas. No obstante, la física clásica es la base de nuestra sabiduría convencional, de nuestra visión newtoniana del mundo. Pero hoy sabemos que esta visión clásica del mundo es fundamentalmente defectuosa.
Kaleidoscopio Photomatix 02
Ahora, los experimentos cuánticos niegan una realidad física producto del sentido común. Ya no es una opción lógica. ¿Puede la visión del mundo sugerida por la mecánica cuántica tener alguna relevancia fuera de la ciencia? La teoría cuántica es sobre el aquí y ahora, e incluso en ella se encuentra la esencia de nuestra humanidad y de nuestra conciencia. Si es así, ¿por qué sus implicaciones no han tenido el impacto social que se podría esperar? Se pueden resumir las implicaciones de las teorías de Copérnico y de Darwin de manera sintética, en unas cuantas oraciones, las cuales parecerían razonables a la mente moderna. Pero cuando se trata de sintetizar las implicaciones de la teoría cuántica es inevitable que comience a sonar como algo místico. Veamos. La teoría cuántica nos dice que la observación de un objeto puede influir en el comportamiento de otro objeto situado a gran distancia (digamos 500 kilómetros… 500 años luz), incluso si ninguna fuerza física conecta a los dos. Einstein rechazaba todo esto como “acciones sobrenaturales”, pero se ha demostrado plenamente que existen y que nada tienen que ver con lo sobrenatural.
Erwin Schrödinger, uno de los fundadores de la teoría cuántica, contó su famosa historia del gato para enfatizar que la teoría cuántica decía algo “absurdo”. El gato no observado de Schrödinger, de acuerdo a la teoría cuántica, estaba simultáneamente muerto y vivo hasta que la observación causara que estuviera muerto o vivo. Pero hay algo que es más difícil de aceptar: encontrar el gato muerto implica crear la historia del rigor mortis; encontrar el gato vivo implica crear la historia del desarrollo del hambre del gato. La reversibilidad del tiempo.
Kaleidoscopio Photomatix 04
El enigma planteado por la teoría cuántica ha desafiado a los físicos por décadas. Y quizá uno de los aspectos más desafiantes se refiere al encuentro entre la física y la conciencia. Esto no implica algún tipo de “control mental” que con sólo nuestro pensamiento podemos controlar directamente el mundo físico. ¿Los resultados indiscutibles de los experimentos cuánticos implican un papel misterioso para la conciencia en el mundo físico? Este es un acalorado debate en los límites de la física.
Aunque los hechos cuánticos no están en disputa, el significado detrás de esos hechos acerca de lo que la mecánica cuántica nos dice acerca de nuestro mundo está en plena discusión. Por ello, la mecánica cuántica ha dejado de ser un campo de interés exclusivo de los físicos. Se suman hoy estudiosos de las ciencias sociales, filósofos y teólogos.
Kaleidoscopio Photomatix 05
Referencia bibliográfica:
Resenblum, Bruce y Fred Kuttner. (2011). Quantum Enigma. Physics encounters consciousness. Nueva York: Oxford University Press. Segunda edición. 287 páginas.
Fotografías tomadas con una cámara Nikon D7000 (18-105 mm), a través de un caleidoscopio. Derechos reservados.
He aquí el poema «Las moscas» de Antonio Machado, que aparece en la sección «Humorismos, fantasías, apuntes» de su primer libro Soledades. Da un primer plano a un tema que por ser tan familiar no se le brinda el estatus de poético. Aquí el autor nos descubre que no hay nada más poético que las moscas, ya que, como se han posado en todo, evocan «todas las cosas».
Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares, me evocáis todas las cosas.
¡Oh, viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
—que todo es volar—, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales…
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
de siempre… Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
Quizá lo que le faltó decir a Machado fue que las moscas incluso se posan sobre ellas mismas, lo que hace que su grado poético se eleve a la segunda potencia. ¿O no? Veamos algunas evidencias. Las fotos de abajo fueron tomadas con una Nikon D7000 (18-105 mm). Puede dar «click» sobre ellas para verlas con la lente de aumento. Dé rienda suelta a su espíritu voyeurista.
Las moscas in fraganti ILas moscas in fraganti IILas moscas in fraganti III
Esto es realmente extraordinario y prometedor. El Sr. Salif Boubacar me acaba de escribir un amable email. Debo decir que Mr. Boubacar es nada menos que el Gerente del Departamento de Contabilidad y Auditoría del Banco de Desarrollo de África (BDA). ¿Por qué un personaje de tal rango y abolengo (que se nota con el solo apellido) le escribiría a este humilde ciudadano? Mr. Boubacar me ofrece un transacción muy beneficiosa para mí… y para él. Me explica que encontró una cuenta de un cliente del BDA que murió en un horrible accidente automovilístico. El problema es que nadie ha reclamado el saldo de tal cuenta, después de once años. Se trata de 10 millones de dólares (ya hice mis cuentas: 139 millones 410 mil pesos). Así que, antes de que el gobierno (no me dijo de qué país) se quede con el dinero, me propone que yo lo reclame como el familiar más cercano del infortunado cliente. Esto es maravilloso, pues siempre he querido tener un pariente en África. Mr. Boubacar (ya se me antoja llamarle Mr. Boub) se ofrece a hacer todos los arreglos legales y bancarios para llevar a cabo esta magnífica transacción. Me dice que yo recibiría 40% de los fondos y él 60%, lo cual se me hace muy justo, dado que Boub es quien va a hacer la mayor parte del trabajo. Sólo me pide que le envíe a la brevedad lo siguiente: mi nombre completo (ojalá haga juego con el nombre del fallecido), mis teléfonos y mi dirección particular, mi puesto y el nombre de la empresa u organización para la cual trabajo, una copia escaneada de mi pasaporte y de otro documento de identidad, y el detalle de todas mis cuentas bancarias. ¿No es maravilloso que aún existan personas tan generosas en este mundo?
El 9 de diciembre de 1980 me despertó, como todos los días, el aparato de música. El despertador estaba sintonizado a una de las estaciones de la BBC. Eran las seis y media de una mañana muy fría. Los vidrios de la recámara estaban empañados y por la ventana pude ver que había algo de nieve. Desde allí la vista era magnífica: la empinada calle hacía levantar la mirada para descubrir, por enésima vez, una de las laderas de Calton Hill, una colina que se levanta cerca del centro de Edimburgo.
Calton Hill, Edimburgo.
Siempre me intrigó esa extraña colección de monumentos neoclásicos sobre Calton Hill: ¡Grecia y Roma al norte de la Muralla de Adriano! La BBC seguía tocando «Woman», de John Lennon, lo cual era un poco extraño para una estación dedicada a la música clásica, a otras expresiones de las artes y a las noticias internacionales. Estaba viviendo mi segundo año en la capital escocesa y ahora estaba enfrascado en la redacción de mi tesis. Así que ahí estaba yo frente a la máquina de escribir con mis cuadernos de notas.
Una vez que concluyó la bellísima canción de Lennon, el locutor tomó un profundo respiro y dijo sin más que la BBC rendía tributo a este compositor, recién asesinado la noche anterior en Nueva York, a manos de un maniático. Mi primera reacción fue la de no haber escuchado lo que había escuchado, así que me puse a sintonizar otras estaciones, como queriendo huir de esa frecuencia. Corroboré al instante la noticia: todo el espectro estaba dedicado a reproducir Double Fantasy, el último disco de John Lennon. No había duda.
John Lennon y Sean en Nueva York.
Debía ir a la universidad, pero esa mañana sentía que no tenía sentido nada de lo que tenía programado hacer ese día. Una vez que salí a la calle, pude ver que la mayoría de las tiendas habían colocado televisores en sus aparadores para sintonizar las noticias y homenajes que se multiplicaban por todas partes. Era conmovedor ver a niños, adultos y ancianos frente a los televisores con las miradas empañadas. No tenía la menor idea de lo que Lennon significaba para esta nación.
Fue entonces cuando supe que Lennon se había retirado de la música durante cinco años para dedicarse a criar a su hijo Sean. Aprendió a hacer pan, cocinar y cambiar pañales. Pasaba largas horas haciendo dibujos para su hijo. Una vez que terminaba uno, le preguntaba qué era lo que había dibujado. Así, fue titulando cada uno de ellos. Hoy se pueden disfrutar todos ellos en la publicación Real Love: The drawings for Sean.
A cat climbing, de John Lennon.
Hace 31 años de esa fría y terrible mañana. Hace 31 años que la frase de Lennon adquirió sentido para mí: «The dream is over». Pero ahí está su música, sus libros de relatos y poemas, sus dibujos y diseños, sus himnos a favor de la paz. Quizá el sueño no haya terminado del todo. Es que la vida es así: «Life is what happens to you while you are busy making other plans» (Lennon).
Hay quienes se desviven por ser «productivos». Hacen muchas cosas a la vez, pero al final del día no se comprometen con ninguna. Mantienen al punto sus Bookfaces, Tweeters y LinkedIns. Mensajean sin cesar. Consultan sus cuentas de correo electrónico por Blackberry. Creen estar en todas partes, pero no están en ninguna. Multitaskean, válgase el verbo, pero no acaban nada. Viven actualizando sus fútiles curriculum vitaes. ¿De qué los llenan?
¿De dónde vendrá tanto vacío? ¿Que pasaría si esas personas se detuvieran por tan solo diez minutos? ¿Estallarían? Es como si «estar conectados» fuera la única evidencia de que tienen vida. Mientras, allá afuera corre la vida cara a cara, cuerpo a cuerpo. Lo que está fuera del programa no atrae, así sea la del misterio y lo desconocido, sino sólo aquello que se puede convertir en objetivos, actividades y metas.
Me resisto a ser productivo, concepto clave del ámbito de los negocios, de la administración y de la academia (mundos que cada vez se asemejan más). Como quería leer y escribir sin rumbo aparente, abandonado a las derivas y a las sorpresas, decidí producir tiempo. Apagué el celular. No consulté mi correo electrónico. No encendí la computadora. Me dediqué a leer y escribir a mano. Mi mesa de trabajo se llenó de libros, notas y garabatos. Escribí y escribí. Y cuando sentí que era hora de parar un rato, eran sólo las once de la mañana. Ahora tengo mucho tiempo para no hacer nada.