En busca de una nueva era geológica

Hace cinco siglos, siguiendo los grandes viajes de descubrimiento (y de conquista), comenzó una nueva etapa histórica que significó un insólito incremento sin paralelo de las comunicaciones y el flujo de habitantes entre todos los rincones del mundo. Al mismo tiempo, gracias a Copérnico y sus seguidores, los intelectuales europeos comenzaron a aceptar la idea de que la Tierra, junto con otros cuerpos celestes, es un planeta (Kelly, 2010). La palabra planeta, por cierto, viene del griego planeté que quiere decir “errante”. Fue entonces cuando comenzó la era planetaria (Morin y Kern, 1993). El intercambio entre continentes fue material (oro, plata), biológico (plantas, animales, virus), tecnológico (instrumentos, armas), pero sobre todo cultural (ideas, religiones, modos de vida). El proceso, obviamente, fue desigual, como corolario inevitable de la dominación colonial por parte de los países europeos.

Esta red de relaciones y comunicación a escala global condujo a una creciente interdependencia económica y cultural. Hoy constituye un tejido humano sumamente complejo que, aunque es mucho más delgado que la atmósfera o el resto de la biosfera, ejerce una enorme influencia sobre el resto del sistema. No obstante, esta capa humana, que podríamos llamar antroposfera, es muy débil y propensa a romperse. Esta debilidad no proviene de los materiales con que está constituida (de hecho son los mismos con los que está hecho el resto del universo), sino de su organización y de los principios que guían esa organización.

La organización humana no sólo constituye hoy una seria amenaza para ella misma, sino para el resto del planeta. A tal punto que está provocando el fin de todo un periodo geológico y el comienzo de otro. Nuestras acciones están dando fin a la era Cenozoica, la cual duró los últimos 65 millones de años (Kelly, 2010). En griego significa “animales nuevos”. Paradójicamente, hoy estamos presenciando la sexta extinción masiva de especies, la cual se ha acelerado durante las últimas décadas. La reducción de la biodiversidad ha llegado a un grado tal que hemos comprometido la viabilidad de todo el sistema biosférico. Nos guste o no, estamos al borde del fin de una civilización dominada por la economía y el complejo tecno-industrial, basada en nuestra obsesión por la posesión.

La cuestión ahora es ¿cómo podríamos llamar la nueva era geológica que estamos a punto de inaugurar? La comunidad científica internacional ha debatido este asunto y ha propuesto que se llame Antropoceno, en reconocimiento de que los humanos constituimos la principal fuerza de cambio del planeta. Thomas Berry, por el contrario, ha sugerido el término Era Ecozoica para describir, esperanzadoramente, una era en la que finalmente el hombre reconozca la importancia de restituir la ecología planetaria. Morin (2008), en este sentido, habla de un “año cero de la era ecológica”.

Desde mi punto de vista, me parece poco afortunado llamar Antropoceno a la nueva era. No sólo reflejaría nuestra arrogancia como especie, y nuestro autismo dentro de una comunidad planetaria, sino que aludiría a la continuación de una tendencia suicida y estúpida. Yo propondría, en cambio, una era que reconociera la unidad sistémica de nuestro planeta, así como la interdependencia entre todo lo vivo y lo no vivo para constituir una inteligencia emergente y superior: la biosfera. En consecuencia, mi apuesta es a una Era Biosférica.

Referencias

Berry, Thomas. (1999). The Great Work. Nueva York: Bell Tower.

Kelly, Sean M. (2010). Coming Home. The birth and transformation of the planetary era. Great Barrington (MA): Lindisfarne Books.

Morin, Edgar. (2008). El año 1 de la era ecológica. Barcelona: Paidós.

Morin, Edgar y Ann Brigitte Kern. (1993) Tierra Patria. Barcelona: Editorial Kairós.

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