Entrevista a un hongo
En 2003 se realizó el concurso anual del mejor ensayo a escala global. Fue patrocinado por la Royal Dutch Shell (una de las cuatro mayores multinacionales en materia de hidrocarburos, gas natural y gasolinas) y la prestigiosa revista The Economist (publicación británica sobre economía y relaciones internacionales). La pregunta que plantearon para la elaboración de los ensayos fue: ¿Necesitamos a la naturaleza? Curiosa pregunta, ¿no? La ganadora de esta competencia fue Diane Brooks Pleninger, de Anchorage, Alaska, con el ensayo “Entrevista a un hongo”.

Aquí presento una traducción libre de parte del texto ganador y que aparece en el libro Dreaming the Future, de Kenny Ausubel. Aquí, Diane Pleninger (D. P.), la galardonada del concurso, entrevista al hongo Pilobolus crystallinus (P. C.).
D. P. Nuestro invitado de hoy es Pilobolus crystallinus, autor del libro bestseller y ganador de varios premios ¿Necesitamos la humanidad? Una perspectiva micótica. Él es un erudito, conferencista, habitante del estiércol y conocido autor. Señor Pilobolus, su libro más reciente plantea algunas preguntas tentadoras acerca del futuro de la biosfera y el papel que usted y otros habitantes jugarán en él. Díganos cómo es que llegó a escribir sobre este tema.
P. C. El libro es resultado de una serie de simposios a los que asistí a lo largo de 200 años, bajo el patrocinio de la Federación Mundial de Hongos, sobre el tema “¿Qué necesita la naturaleza?”
D. P. Los siglos XIX, XX y XXI constituyen un periodo revolucionario en la biosfera. ¿Cómo han sido afectados los hongos por los eventos de la historia moderna?
P. C. La historia reciente de los hongos, la cual tiene unos 400 millones años, ha sido una historia de éxito extraordinario. Los hongos ocupamos dos nichos vitales en la naturaleza cuya importancia nunca ha sido cuestionada. En uno de ellos, nosotros conducimos los ciclos del carbono, donde equipos selectos de detritívoros tienen la misión de digerir la materia orgánica y regresar las partes componentes de nuevo al sistema ecológico. Sin nuestro trabajo, la vida sobre la Tierra desde hace mucho tiempo se hubiera detenido por la falta de materia prima. En otro nicho, actuamos en sociedad con las raíces de las plantas para extender su alcance en el ambiente del suelo y mejorar su absorción de agua y de nutrientes. Los animales, a su vez, se alimentan de las plantas y se benefician de esta colaboración. Ambos roles son críticos para mantener la biosfera.
D. P. Desde su punto de vista, ¿cuál ha sido el propósito de los humanos durante los siglos recientes?
P. C. Con la sabiduría que me da la experiencia, creo que lo podemos resumir como un experimento fallido de individualismo. La idea de individuo –y no hay un equivalente entre los hongos– surgió durante un periodo de transformaciones rápidas en la sociedad humana. En teoría, el individualismo se veía justificable, incluso atractivo. El individuo ideal era educado e ilustrado, alguien a quien todos querríamos conocerle. Sin embargo, en la práctica, la cultura del individualismo ilustrado se convirtió, después de un breve periodo, en un culto a la libertad personal. Durante varios siglos, esta libertad desenfrenada y la distribución fortuita de los recursos naturales condujeron a la creación de ciertas colonias de humanos ricas y aisladas. Su prosperidad provocó envidia, y el resto del mundo hizo lo que pudo para emularlas. Grandes poblaciones de humanos se mudaron de una experiencia muy simple del mundo natural a la expectativa de un estilo de vida similar a la que gozaban sus explotadores. Este clamor por la riqueza puso una enorme presión en la biosfera.
D. P. ¿Cómo describe la relación actual entre la naturaleza y la humanidad?
P.C. Sólo puedo hablar por los hongos, quienes caracterizan a la humanidad como prescindible. Después de un análisis muy intenso de los datos, la Academia no pudo identificar ninguna transacción indispensable entre los hongos y los humanos.
En este concurso participaron alrededor de 6 000 trabajos, provenientes de 163 países. El premio fue de $ 20 000.00 dólares. Diane Pleninger, en una entrevista, dijo que no diría en qué se iba a gastar ese dinero. Sólo mencionó que había hecho una lista con las cosas que le parecían prioritarias para beneficiarse de ese dinero.

Esta es la referencia completa del libro:
Ausubel, Kenny. (2012). Dreaming the Future. Reimagining Civilization in the Age of Nature. White River Junction (Vermont): Chelsea Green. 212 páginas.
Nota: Las dos fotografías que acompañan esta entrada fueron tomadas de la página Nature Photography by Dragisa Savic: http://http://www.naturefg.com/pages/b-fungi/pilobolus%20crystallinus.htm. Se usan sólo para ilustrar esta entrada y sin ningún ánimo de lucro. Los derechos son del autor Dragisa Savic. Recomiendo visitar esta página con excelentes galerías de flora, fauna y hongos.
¿Qué WhatsApp?
Ya que nos encontrábamos en París, quise probar si el Whatsapp tenía un alcance de más de veinte metros (que es la distancia promedio a la que yo lo utilizo), enviando un mensaje al otro lado del charco. Tomé una foto del maravilloso edificio de la Fundación Louis Vuitton (ver entrada anterior) y se la envié a José Luis, con el siguiente texto: “Saludos desde París, mi querido amigo”. En verdad no creí que resultara la prueba. Más bien esperaba un aviso que me informara algo como: “Lo sentimos mucho. Su mensaje no pudo ser enviado. Por favor, haga una recarga extra de 50 € y ya veremos”.
Cuál sería mi sorpresa cuando de mi celular brotó la melodía que me anunciaba la recepción de un mensaje: “♬ tit-ta-ra-tit-tit ♬ B♭”. ¡Sí funciona! José Luis me había respondido en menos de tres minutos. Su respuesta fue: “Querido amigo rabelesiano –por la anterior alusión a Gargantúa–, es un extraordinario gusto recibir tu mensaje icónico desde la Ciudad de la Luz. Y ya que andas elongando el espíritu con la exquisita frivolidad parisina (¡Vuitton!), espero una imagen de los escaparates de las Galerías Lafayette. Enardece tu vivencia paseando por el Boulevard Clichy (¡Oh Pigalle!). Te abrazo desde esta ciudad, con menos calor que el de París, ¡pero también con menos belleza! Cuídate”.
Estoy ya acostumbrado a las referencias literarias y a ese lenguaje churrigueresco (tardío) que utiliza en estos intercambios por el celular. Desencripté lo que tenía que desencriptar y pasé al resto del mensaje. Allí había una petición y una recomendación. La primera, una fotografía de los aparadores de la famosa tienda Galerías Lafayette. La segunda, la sugerencia de recorrer el Boulevard Clichy, con especial atención al barrio de Pigalle, conocido ampliamente por las ofertas nocturnas que ofrece en sus calles y esquinas. Respecto a la primera, no tomé una, sino varias fotografías de las Galerías, pero no de los aparadores. Decidí mejor captar la impresionante cúpula que remata el edificio.

No sólo fotografié la cúpula desde el interior de los almacenes, que es como se aprecia la belleza de sus vitrales. También decidí mostrar su cara oculta. Así que subimos a la azotea. Allí descubrimos que este último nivel ha sido acondicionado para… ¡hacerse las ilusiones de que uno está en la playa! (versión francesa de “Acapulco en la azotea”). Sólo faltaban los vendedores de coco con ginebra. Una inspección detallada del lugar nos llevó a una pequeña placa en la que se puede leer que el piloto aviador Jules Védrine aterrizó su aeroplano allí mismo, el 19 de enero de 1919.



La historia es esta. Las Galerías Lafayette organizaron una competencia para desafiar a los pilotos más atrevidos de la época, la Era Dorada de la Aviación: aterrizar un avión en la azotea de los famosos almacenes. El premio consistía en la jugosa cantidad de 25 mil francos (supongo que hace casi cien años esa era una buena cantidad de dinero). Las autoridades parisinas prohibieron de inmediato la competencia, por el peligro que representaba intentar tal cosa en el centro de París, a 33 metros de las concurridas calles y con numerosos edificios aledaños (entre ellos, el de la Ópera Garnier). Tal prohibición le valió bolillo (para utilizar una frase ya en desuso) a nuestro buen Jules. Eso sí, tuvo que pagar una multa de seis francos por la hazaña tan temeraria. Supongo que los 24 994 francos que le quedaron valieron la pena.


Respecto a la sugerencia de José Luis de visitar Pigalle, debo decir que las cosas no salieron como yo quería. Inventar que iba a comprar un poco de pan en una famosísima boulangerie de aquel barrio… a las once de la noche, no dio resultado. Será para la próxima vez. Con una excusa un poco más elaborada.
Nota: hacer click sobre las fotos para ver los detalles.
A excepción de las últimas dos fotos (Biblioteca Nacional de Francia), las demás son mías: © Arturo Guillaumín T. / 2015.
Un barco que emerge en medio del bosque
El año pasado (2014), se inauguró la Fundación Louis Vuitton, en París, un espacio dedicado al descubrimiento de la creación artística contemporánea. En él se aloja una amplia diversidad de experiencias culturales para los visitantes: una colección permanente de arte, los trabajos comisionados por la Fundación, las exhibiciones temporales, la creación de artistas in situ, así como otras expresiones que incluyen al teatro y la música.

El edificio fue encargado al arquitecto canadiense Frank Gehry, y es el primer gesto artístico con el que se encuentra el visitante al llegar: una enorme y elegante estructura que semeja un barco. Las curvas y líneas geométricas se han adaptado perfectamente a las formas del jardín circundante, y las doce velas de vidrio juegan con la luz y los reflejos de una enorme pila de agua sobre la que se asienta la estructura. De hecho, su diseño fue inspirado por un yate de principios del siglo pasado, el yate Susanne.

Para lograr la apariencia de un barco, se construyeron las «velas» con un material que les diera una apariencia de ligereza: el vidrio. Se produjeron paneles de vidrio a escala industrial, y con especificaciones muy particulares para poder satisfacer las necesidades de la construcción. La superficie se dividió en 3 600 elementos: cada uno es único en cuanto a su radio, curvatura, ángulo y orientación. La sola colocación de estos paneles requirió de 17 meses.


La arquitectura constituye una continua interacción entre el interior y el exterior, e invita al visitante a recorrer todos sus espacios, sus recovecos, corredores, terrazas, escaleras y salas. Es una sucesión de cambiantes perspectivas que crean una experiencia arquitectónica única. Aun si despojáramos al edificio de todos los objetos que contiene, sería un motivo suficiente para visitarlo.

El enorme peso de las velas de vidrio se apoya en una enorme estructura mixta de madera y acero, dos materiales que tienen diferentes propiedades y cuyas interacciones tuvieron que ser puestas a prueba mediante modelos a escala. «Un iceberg envuelto en velas de vidrio», así es como Gehry imaginó desde el principio su edificio.



La Fundación cuenta con 17 galerías en las que se alojan la exhibición permanente, las exposiciones temporales, así como las actividades de los artistas invitados. Las escaleras y los elevadores son más que elementos que conectan los diversos niveles del edificio: fueron cuidadosamente diseñados para que sean parte de una unidad geométrica total.

La Fundación Louis Vuitton se levanta a un lado del Jardín d’Acclimatation, en el Bosque de Bolonia (Bois de Boulogne), con una extensión de 846 hectáreas. Era un antiguo coto de caza de los reyes, y hoy es un gran pulmón de la ciudad y un parque que supera en tamaño al Central Park de Nueva York y al Hyde Park de Londres. Es una excelente lugar para jugar a las escondidas.


Nota: algunos datos técnicos de la Fundación fueron tomados de: LVMH. (2014). Fondation Louis Vuitton. París: Connaissance des Arts.
Todas las fotografías (a excepción de la segunda): © Arturo Guillaumín T. / 2015
Arte, poesía y… trenes
Abordamos el tren de Eurostar poco antes las nueve de la mañana, en la estación Gare du Nord de París. Este tren une, entre otras ciudades, a París, Londres y Bruselas. La velocidad crucero es de alrededor 330 km/h, aunque la reduce a 140 km/h cuando corre por el Eurotunel, por debajo del Canal de la Mancha, a lo largo de 50 kilómetros. Nos dirigimos a Londres, donde nuestros objetivos principales son los museos de Victoria y Alberto y el de Historia Natural, así como la galería Tate Modern. El viaje dura 2 horas y 15 minutos. Con la diferencia de uso horario entre las dos ciudades, llegamos a las 10 de la mañana, hora local.
El primer contacto que tenemos es con la estación londinense de Saint Pancras, un enorme espacio que alberga no sólo la estación, sino también un hotel de cinco estrellas, restaurantes, bares y tiendas de todo tipo. Combina magníficamente la arquitectura victoriana con la arquitectura moderna. En los pasillos hay diversas esculturas, pero la que más nos llama la atención es Meeting Place (Lugar de encuentro), del escultor británico Paul Day.


En la base de la escultura, el artista esculpió un friso en alto relieve en el que se representan diversas escenas relacionadas con la vida del metro londinense (tube, le dicen los ingleses). Es incréible el grado de detalle de las figuras y la inusual perspectiva de cada escena. A continuación muestro algunas fotografías del friso. Dé click en cada una de ellas y observe los detalles.





Tomamos el metro hacia South Kensington, por la línea Picadilly, hacia los museos. De regreso a la estación, por la noche, tendremos oportunidad de explorar más la estación Saint Pancras, incluyendo algún restaurant.
Ensayos fotográficos (museos, galerías y calles)
Muestro esta vez diez fotografías relacionadas con el arte. Tienen como marco algún museo o alguna calle de la ciudad de París. He utilizado el programa Lightroom, de Adobe, para procesarlas y crear ciertos efectos que enfaticen algunas cualidades de la imagen. Espero que les gusten. Nota: haga click sobre las imágenes para apreciar los detalles.










Panqué con nueces para el desayuno
Esta mañana he decidido desayunar un panqué con nuez, acompañado de una taza de café. Abro la lustrosa y colorida bolsa de plástico. Leo que ha sido enriquecido con vitaminas B1, B2 y B12 (¡mis favoritas!). Mientras remojo una rebanada en el café me pregunto de dónde viene. De la tienda, por supuesto. Pero, ¿cuál es su historia?, ¿qué es lo que ha tenido que pasar para que el panqué esté sobre mi mesa? Me sumerjo mentalmente en un complejo proceso que comprende desde la extracción de sus insumos hasta la disposición final del producto (o de lo que quede de él).
Para simplificar mi reflexión, me centro en uno de sus ingredientes: la harina. Ésta proviene del trigo (que es el segundo grano que más importamos en México) que se cosecha en grandes extensiones de agricultura industrial, esto es, en grandes monocultivos (que han alterado tanto los ecosistemas). Su producción está muy tecnificada y depende de la industria petroquímica, particularmente de los pesticidas y los fertilizantes (mercado controlado por unas cuantas corporaciones globales: Syngenta, Bayer CropScience, BASF, Dow AgroSciences, Monsanto). El trigo es cosechado y transportado a la fábrica de harina, ya sea por avión, barco, tren o carretera (con el correspondiente gasto de energía y el uso de combustibles fósiles). Las distancias recorridas pueden ser de miles de kilómetros. En la planta de producción se le somete a su limpieza, acondicionamiento (grado de humedad), molienda, trituración, cribado (tamizado), purificación (eliminación del salvado), reducción (moler sémolas y semolinas), blanqueo (la industria ha decidido que es muy desagradable su color amarillo natural) y empaque (bolsas de diferentes tamaños, costales). La harina tiene que ser transportada ahora a la fábrica de panqués, sea por carretera o ferrocarril (más gasto de energía y uso de combustibles fósiles).
En la fábrica de panqués, la harina se reúne con otros ingredientes: leche, levadura, azúcar, gluten, colorantes (amarillo 5 y rojo 40), conservadores, las nueces, aditivos (como las vitaminas), sulfato y fosfato de aluminio, saborizante artificial (?), goma xantana, ácido sórbico, etc. También podríamos preguntarnos cuál es la historia de cada uno de estos insumos (dónde se obtienen, cómo se transforman). Los ingredientes se combinan y procesan en las proporciones exactas indicadas en la receta de la empresa. Se les somete a un proceso altamente mecanizado que incluye el paso por mezcladoras, amasadoras, cortadoras, hornos, cintas transportadoras y empaquetadoras. Por supuesto, todo esto significa más gasto de energía, principalmente eléctrica y de gas. Siendo más refinados en nuestra descripción, podríamos incluir la participación de diversos tipos de operadores humanos, que a su vez utilizan medios de transporte para desplazarse de sus casas a la planta y viceversa.
Una vez que el panqué ha sido empacado y almacenado, tiene que ser transportado a los centros de distribución de la empresa. Esta operación involucra el traslado del producto a todas partes del país por miles de kilómetros (más combustibles fósiles). De los centros de distribución, los panqués son llevados a las tiendas y supermercados de las ciudades y pueblos (donde han desplazado la producción local y artesanal del pan): una amplia red que penetra todos los rincones de nuestra geografía. Toda esta distribución está acompañada por un fuerte apoyo de la mercadotecnia en diversos medios de comunicación masiva (más gasto material y energético). Cuando el panqué está al fin en los anaqueles, lo único que tenemos que hacer es ir a comprarlo a la tienda más cercana. En mi caso, a una de estas franquicias que operan las 24 horas del día y que está a solo un par de cuadras de casa. Ahí me han proporcionado una conveniente bolsita de plástico que me servirá para poner algo de basura y después meterla en la gran bolsa negra de basura. Finalmente, el eficiente servicio de recolección se llevará el empaque de propileno (hidrocarburo) de mi panquecito a algún “relleno sanitario” (mejor conocidos como “tiraderos”) donde se reunirá con otras bolsas hechas del mismo material y constituir así el ocho por ciento de toda la basura.
Debido al tiempo que me tomó hacer esta breve reflexión, mi panqué descansa ahora en el fondo de la taza. Mientras realizo algunas maniobras para rescatarlo con una cuchara, me pregunto qué pasa con otros productos: ropa, zapatos, juguetes, adornos de Navidad, celulares, palillos de dientes, computadoras, baterías, focos “ahorradores”, bolsas de plástico, autos, gas para uso doméstico, casas, etcétera. ¿Cuál es la historia de cada uno de los productos que consumimos y utilizamos todos los días? Esta debe ser, sin duda, una tarea compleja y complicada que requiere de mucha investigación: seguir la pista por todo el planeta de cada uno de los insumos y de los procesos de transporte y transformación que intervienen en la producción, distribución y consumo de cada una de las mercancías. No sólo eso. También se trata de saber la cantidad de materia y de energía que se ocupa y consume, así como de conocer los efectos que tienen todos estos mega-procesos sobre los ecosistemas, las personas y las comunidades. ¡Vaya tarea!
Por fortuna existe una disciplina que se dedica a realizar esta meticulosa labor: el análisis de flujos materiales (AFM, o MFA por sus siglas en inglés: material flow analysis). Abel Wolman publicó en 1965 un artículo en la revista Scientific American en el que proponía un nuevo concepto: metabolismo urbano (Wolman, 1965). Es decir, pensaba en la ciudad como un gran organismo viviente que requiere insumos, que cuenta con existencias y que transforma y desecha materia y energía para su funcionamiento. Desde hace 50 años se ha desarrollado el campo del AFM para estudiar los sistemas antropogénicos mediante un método robusto, transparente y útil. Éste puede definirse como “una evaluación sistemática de los flujos de la materia dentro de un sistema definido en espacio y tiempo” (Brunner y Rechberger, 2004: 3). Debido a la ley de la conservación de la materia, los resultados de este método pueden ser verificados mediante un balance material que compara todos los insumos, los almacenamientos y los productos en un proceso (1).
El AFM se ha sofisticado y refinado tanto que podemos saber no sólo cuánta materia y energía se ha utilizado en la producción de un bien en particular. También se puede conocer bajo qué condiciones se producen. Es decir, a qué condiciones físicas y laborales son sometidos los trabajadores. Si participan niños y mujeres y cuántas horas trabajan. Del mismo modo, se investigan los efectos que tienen los procesos productivos en los ecosistemas y cuánto contaminan el agua, la tierra y la atmósfera. En otras palabras, contamos con una poderosísima herramienta que nos permite evaluar los daños de la economía global, una economía que sólo puede sostenerse mediante el crecimiento indefinido de la producción y, por supuesto, del consumo. Entre las investigaciones que nos pueden ayudar a comprender toda esta red de interacciones y efectos está la que realizó Annie Leonard por todo el mundo y que se publicó en un libro: The Story of Stuff (La historia de las cosas) y que lleva como subtítulo El impacto del sobreconsumo en el planeta, nuestras comunidades y nuestra salud, y cómo podemos mejorar la situación (Leonard, 2011).
Con tanta reflexión, mi segunda rebanada de panqué fue a parar también al fondo de la taza de café. Será mejor que aquí deje de pensar en estas cosas y dedicarme mejor a disfrutar de este panecillo que ha sido hecho tal y como lo hacían nuestras abuelitas, según puedo leer en su bolsa. Pero he aprendido una cosa: que contamos con el análisis de flujos materiales como una herramienta muy poderosa para ver qué tan derrochadores son nuestros procesos de producción, consumo y estilos de vida.
Nota:
(1) El análisis de flujos materiales se utiliza también en la industria alimentaria para propósitos de control, supervisión, identificación de riesgos y, sobre todo, seguridad sanitaria. Esto es lo que se conoce como “trazabilidad” y se le define como: “la capacidad para seguir el movimiento de un alimento a través de etapas especificadas de la producción, transformación y distribución” (Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, 2009: 15).
Referencias
Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición. (2009). Guía para la aplicación del sistema de trazabilidad en la empresa agroalimentaria. Madrid: Gobierno de España.
Brunner, Paul H. y Helmut Rechberger, (2004). Practical Handbook of Material Flow Analysis. Boca Raton (Flo.): Lewis Publishers.
Leonard, Annie. (2011). The Story of Stuff. The Impact of Overconsumption on the Planet, Our Communities, and Our Health. And How We Can Make it Better. Nueva York: Free Press.
Wolman, Abel. (1965). “The Metabolism of Cities”. Scientific American, Vol. 3, No. 213, pp. 179-190.
Ignorancia botánica
No me había dado cuenta. Al paso de los años, mi jardín se ha convertido en un lugar de gran belleza y de una biodiversidad extraordinaria. Quizá sea la envidia del mismísimo Jardin des Plantes, de París (línea 5 del Metro, estación Austerlitz, saliendo hacia la mano izquierda, siempre mirando hacia el Sena). Sí, aquel creado en 1635 por Luis XIII y que sirviera de campo de observación a destacados científicos botánicos de cuyos nombres no me acuerdo por el momento. Así que decidí salir a tomar algunas fotografías de él (de mi jardín, no de Luis XIII), sobre todo de algunas plantas que me parecen especialmente bellas. El problema es que era de noche y no pude obtener ni una foto decente. Así que decidí hacerlo la mañana siguiente.
Fue una mañana productiva, con cientos de fotografías en la memoria de mi cámara. Pero a la hora de organizar mi álbum, caí en la cuenta de que desconocía los nombres de las plantas. La idea de etiquetarlas «Planta # 1», «Planta # 2» no era muy atractiva. La materia de Botánica siempre la aprobé en la tercera oportunidad (y haciendo uso de “acordeones”). Solía confundir las fanerógamas con las angiospermas. La única diferencia que alcanzaba yo a distinguir era que las primeras pertenecen a la categoría de las esdrújulas. Tomé entonces la decisión de pedir ayuda a dos destacados académicos: Jorge Brash y José Luis Martínez Suárez. Ambos escritores, poetas y traductores, con una amplísima cultura. Pero no se crean, a veces también trabajan y producen algunos conocimientos de cierta utilidad.
A continuación presento algunas de las fotografías que tomé en mi jardín (las de la mañana, porque las de la noche están muy oscuras). Debajo de cada una de ellas aparecen las muy útiles notas que me proporcionaron amablemente los dos académicos mencionados.
Aquí mostramos estos pensamientos de Pasoladrillo, conocidos tan solo por unos cuantos botánicos de Ginebra, los cuales ingresaron recientemente (en el invierno de 2013-2014 para ser exactos o casi) en la nómina florística con el elocuente nombre de Vapensiero verdinensis. Nota: Nos referimos a las flores que aparecen atrás, fuera de foco.
La edición de 1753 del Species Plantarum de Carlos Linneo no hace mención alguna a la Tucusita heptámera cuyo perfume atrae al chupamirto para encontrar una dulce muerte por asfixia. Se adornan con flores iridiscentes y en noches inhóspitas (cuando no encuentra uno ningún hospital disponible) –y por breves instantes– es cuando se puede observar la inflorescencia en los sitios más sombríos de pueblos y ciudades.
He aquí el majestuoso gordolobo del Macuiltepetl (Lupus macroventris), de inconfundible aroma casi más bien parecido al de la lima pero mucho más diferente.
Nada más adecuado que fotografiar en los días de canícula la vistosa inflorescencia romboidea de la Cervantea complutensis, o la insólita flor de una sola noche y fuliginosos pétalos a la que el propio Lineo bautizó como Lucifera tenebrae. Cabe hacer notar que la flor de noche no aparece pues la fotografía fue tomada durante el día.
La Droppinea waterensis, como su nombre lo indica, suele atrapar pequeñas gotas de agua por la mañana, cuando éstas se encuentran descuidadas. Quizá la cualidad más extraordinaria de esta flor es que cuando nadie la mira es de color azul.
Una ausencia en el influyente legado linneano es la espectacular y antediluviana Meliorchus xiquensis. Paleontólogos reportan que servía de adorno en las sienes de las coquetas diplodocas (y uno que otro diplodoco de orientación difusa) y que ahora sólo en instantes de la alta noche o apenas despuntando la alborada llevan en ofrenda las meretrices semi-vírgenes a la Santa Magdalena. No dice nada de esto la BBC ni la National Geographic, ni Radio UV.
Esta es la fenomenal Dracunla titanium xalapensis que existe únicamente en Xalapa. Crece abundante (especialmente las tardes sabatinas y todo el domingo) en los alrededores de la Plazuela del Carbón. Su perfume a cálido fuyul es una absoluta aventura hedonista. Lamentablemente, no hay manera de llevarla a casa, so pena de sufrir expulsión humillante con todo y flor.
Quicius visagrensis es el nombre de esta planta que suele crecer al pie de las puertas que conducen a habitaciones donde haya una gran cantidad de libros y tratados sobre botánica.
Este ha sido un recorrido mínimo por el jardín de mi casa. Aquí hemos descubierto algunas especies que no habían sido identificadas en los principales catálogos botánicos del mundo. Debemos estar pendientes porque en el próximo número de Acta Botanensis, del Instituto de Ciencias Naturales de Tatatila, aparecerá un artículo donde se dará cuenta de casi 423 especies nuevas de fanerógamas acuáticas de la región. Es obvio que tales especies no las consignara el sabio Linneo porque le faltó tropicalidad.
Phubbing
La palabra no es muy atractiva que digamos, pero recientemente ha cobrado inusitada fuerza en los medios de comunicación. Se trata de un neologismo acuñado por Alex Heigh, un joven australiano de 23 años de edad. Pero, ¿qué significa? Es un verbo que combina dos palabras en inglés: phone (teléfono) y snub (desairar, desdeñar, rechazar). Desdeñar por medio del teléfono. Su equivalente en español se oiría incluso peor, algo como «celdeñar» o «teledeñar». Así que mejor dejamos el término en inglés.
En la página stopphubbing, del propio Heigh, se nos brinda la definición formal de phubbing: Acto de desdeñar a alguien en una situación social, mirando el celular en lugar de prestarle atención. ¿Suena conocida esta práctica? Por supuesto: la vemos y experimentamos a diario en cafés, restaurantes, parques, cines, calles, salones de clase, campus universitarios, etc. El problema ha alcanzado tales proporciones (se dice que el 87% de los jóvenes prefiere comunicarse por texto –texting– que cara-a-cara) que ya existe un movimiento internacional para parar estas prácticas poco sensibles y abiertamente groseras.
«Si el phubbing fuera una plaga, ya habría diezmado a 6 Chinas juntas», se nos dice en la página de Heigh. La mayoría de los phubbers utiliza su celular, mientras están con otras personas, para: actualizar su red social (quizá para decir, paradójicamente, que están en esos momentos con… ¡un amigo!); escribirle a alguien que es mucho mejor que tú; comprar música o, mejor aún, pirateándola; buscar el significado de «conversar» en Google; jugar juegos en línea; tener «relaciones sexuales» mediante texto (sexting); reírse (lol*) de un chiste que no es tuyo; etc.
(*) lol = laughling out loud = reírse a carcajadas.
La página stopphubbing alienta a hacer algo para detener al creciente número de phubbers, desde el envío de una carta al perpetrador o perpetradora, hasta la colocación de posters en bares, cafés y restaurantes. Incluso un conocida compañía de refrescos ha ofrecido una solución: un dispositivo alrededor del cuello que impide mirar el celular, pero no a la persona que está junto a nosotros.
Si usted ha sido víctima de los phubbers, seguro ha pensado alguna vez cómo pararlos ahí mismo, en el acto. Yo también. ¿Qué tal tirar al suelo su celular y aplastarlo con los pies? ¿Una cachetada… con el puño cerrado? ¿Arrebatarles el celular para ver qué están haciendo? Las posibilidades son casi infinitas y todas ellas divertidas (para nosotros, por supuesto). Habrá que comenzar a practicar desde hoy.
García Márquez y Los Beatles
Reproduzco un texto de Gabriel García Márquez, escrito en 1980, poco después de la muerte de John Lennon. Tomado del periódico El País, versión digital.
Sí, la nostalgia sigue siendo igual que antes
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ/16 de diciembre de 1980
Ha sido una victoria mundial de la poesía. En un siglo en que los vencedores son siempre los que pegan más fuerte, los que sacan más votos, los que meten más goles, los hombres más ricos y las mujeres más bellas, es alentadora la conmoción que ha causado en el mundo entero la muerte de un hombre que no había hecho nada más que cantarle al amor. Es la apoteosis de los que nunca ganan.Durante 48 horas no se habló de otra cosa. Tres generaciones -la nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestros nietos mayores- teníamos por primera vez la impresión de estar viviendo una catástrofe común, y por las mismas razones. Los reporteros de la televisión le preguntaron en la calle a una señora de ochenta años cuál era la canción de John Lennon que le gustaba más, y ella contestó, como si tuviera quince: «La felicidad es una pistola caliente». Un chico que estaba viendo el programa dijo: «A mí me gustan todas». Mi hijo menor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó, como si tuviera ochenta años: «Porque el mundo se está acabando».
Así es: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. Yo no olvidaré nunca aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Angel, donde apenas si teníamos dónde sentarnos, había sólo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles. Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres- «Help, I need somebody». Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach. Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bozart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla en favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es un oiseau de malheur, es decir, un pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñé, desde entonces, en incluir a los Beatles. Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un crítico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: «Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida». Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a máquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen.
Como sucede siempre, pensábamos entonces que estábamos muy lejos de ser felices, y ahora pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar a los momentos amargos y los pinta de otro color, y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en los retratos antiguos, que parecen iluminados por el resplandor ilusorio de la felicidad, y en donde sólo vemos con asombro cómo éramos de jóvenes cuando éramos jóvenes, y no sólo los que estábamos allí, sino también la casa y los árboles del fondo, y hasta las sillas en que estábamos sentados. El Che Guevara, conversando con sus hombres alrededor del fuego en las noches vacías de la guerra, dijo alguna vez que la nostalgia empieza por la comida. Es cierto, pero sólo cuando se tiene hambre. En cambio, siempre empieza por la música. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos, pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba un disco.
Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quién soy, ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inició la liberación del sexo y de otras drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres y los hijos, el principio de un nuevo diálogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos.
El símbolo de todo esto -al frente de los Beatles- era John Lennon. Su muerte absurda nos deja un mundo distinto poblado de imágenes hermosas. En Lucy in the sky, una de- sus canciones más bellas, queda un caballo de papel periódico con una corbata de espejos. En Eleanor Rigby -con un bajo obstinado de cielos barrocos- queda una muchacha desolada que recoge el arroz, en el atrio de una iglesia donde acaba de celebrarse una boda. «¿De dónde vienen los solitarios?», se pregunta sin respuesta. Queda también el padre MacKenzie escribiendo un sermón que nadie ha de oír, lavándose las manos sobre las tumbas, y una muchacha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelva a salir. Estas criaturas han hecho decir que John Lennon era un surrealista, que es algo que se dice con demasiada facilidad de todo lo que parece raro, como suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer. Para otros, es el visionario de un mundo mejor. Alguien que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos.
Copyright, 1980, Gabriel García Márquez (ACI).








