Respuesta desde más allá de la heliopausa

El siguiente texto es de Luis Porter, como respuesta a mi entrada «El síndrome de la inercia literaria cuántica: una justificación científica para 1509 días de silencio». De pilón nos regala unos versos titulados «Cumplir años en Xochimilco». (Este blog no se hace responsable de la calidad del texto que aquí se presenta).

Respuesta

Mon estimée de la racontée: Me toma de improviso esta esperada contribución al Guillaumin Blog, después de 1509 días de crudo silencio. Cae como una lluvia de ideas y lejos estaría de subvalorar tal introspección, que me obliga a revisar mi bibliografía, descartar algunos clásicos y volver a encuadernar algunos de los ejemplares más utilizados, víctimas de la erosión que produce la vista al pasar sobre sus textos una y otra vez, en forma si se quiere, amalgamada.

No me atrevería a leer el contenido de tal Blog, sin antes remontarme al anterior, lo cual me obligaría, en caso de hacerlo, a transitar hacia atrás por los 1509 días de silencio, lo cual podría llegar a aturdirme. Podría agregar esto o aquello, o incluso, lo de más acá, lo de mas allá y lo que ni siquiera se llega a ver, siempre  tratando de alcanzar algo más, sin por ello corregir las posibles faltas de sintaxis, de ortografía, etc.  Pero todo ello me desvía de mi verdadera intención que es la de contestar al blog, sin leerlo y muchos menos, releerlo.

Afortunadamente, en mis últimas travesías literarias, he sido omiso y ya estando en ello, he hecho caso omiso a todo aquello que podría implicar un serio cuestionamiento. Mejor, pensé para mis adentros, lo postergamos por un día más.  Ahora, hablando un poco en broma, sin la menor sorna, pero con un abultado sentido del mal humor, creo que ya habíamos intercambiado unos pareceres, en los que me disculpaba de haber transitado hacia Zimpizahua, sin detenerme en Xalapa. Omisión por la que pido disculpas, solicitando fecha para una posible visita en las estribaciones del próximo invierno, ya que el verano lo pasaré, mientras haya salud y una poltrona, en Stratford Ontario…

Van unos versos formidables que mi astuto temperamento ha logrado producir. Nada nuevo, las cursilerías de siempre, pero nada que nos pueda volver locos. Un fuerte abrazo y nos mantenemos displicentes, hasta donde quepa. Luis

Cumplir años en Xochimilco

Me gustaría festejar 

mi cumpleaños

en una trajinera,

no en una del montón

de esas cualquiera,

sino en una especial

(digo espacial)

de las que al cosmos 

suben

como quien sube

una escalera.

Una trajinera 

de techo abovedado

de esas floridas

que se alinean

en el embarcadero.

Estar allí sentado

y en el cielo ver  

una garza 

que al vuelo bate sus alas 

y despega

mientras bajo del agua

el eterno ajolote, 

su cuerpo regenera.

Festejar un año mas 

de vida 

flotando entre lirios y juncos

como a veces hacíamos

cuando íbamos juntos.

Citarnos en Cuemanco

y acomodarnos

a lo largo de una mesa 

pintada de amarillo,

y escuchar cantar 

a la cigarra

a dúo con el grillo.  

Quisiera de nuevo 

ver los verdes del paisaje 

que la tarde pinta, 

verdeando

el verde atardecer, 

y sobre la mesa

tlacoyos 

y un verde guacamole 

en platos de papel. 

Larga y angosta 

es la mesa

hecha con tablas alineadas

ya están servidos 

los tacos de canasta.

Los mismos que vendía

Pablo Valle

bajo su sombrilla

en medio de la calle.

En la trajinera 

todos vamos sentados

menos el guía

que va siempre parado

hundiendo su estaca

hasta el fondo del lago.

Los invitados

se disponen a brindar  

con mezcal, tequila 

o con cerveza

cada uno calzando 

de alas anchas 

un sombrero de paja

en la cabeza.

A lo largo del canal

vemos mas visitantes

navegando

en otras trajineras

como islas flotantes

se acercan

y nos ofrecen flores 

llenando la cubierta

de colores.

Las flores pintan

nombres que me recuerdan

fugitivos amores. 

Quisiera festejar mi cumpleaños 

en aquel Xochimilco

de los tiempos idos

cuando por unos pesos

nos llevaban a pasear 

por las chinampas

jóvenes empujando 

las varas

con gestos de torero 

o como en la Venecia 

de los gondoleros.

Apaguemos las velas

dispuestos a cantar

entre piedras talladas

y las faldas de jade 

bajo las que quisiera estar.

Y al final de la fiesta 

descansemos, 

como hace ese pájaro 

que se posa en la florida rama

de un juncal. 

El síndrome de la inercia literaria cuántica: una justificación científica para 1509 días de silencio

Durante los últimos 1509 días, mi ausencia en este blog no ha sido producto de la simple procrastinación, sino de un fenómeno descrito en 2006 por el renombrado Dr. Arnold von Stressberg en su tratado sobre la «Inercia Literaria Cuántica» (ILQ). Según von Stressberg, los escritores pueden quedar atrapados en un estado de superposición creativa en el que, de manera simultánea, desean escribir y son incapaces de hacerlo debido a fuerzas desconocidas que operan en la heliopausa (Stressberg, 2006). La existencia de esas fuerzas ha sido corroborada recientemente por la sonda Voyager I.

Mi travesía comenzó con la firme intención de redactar una nueva entrada. Sin embargo, en el momento exacto en que abrí mi procesador de texto, se generó un pequeño vórtice espacio-temporal sobre mi escritorio. Esto indicaba que la información cuántica de mi creatividad estaba en un estado de decoherencia. Como explicó el Dr. James Schrödingham, experto en metafísica aplicada: «cuando un autor intenta colapsar su estado de indecisión literaria, el universo responde con una reacción igual y opuesta de distracción absoluta» (Schrödingham, 2012). Y así ocurrió: un alud de notificaciones, responsabilidades urgentes e incluso el súbito interés de mi gata Lunita en monopolizar el teclado conspiraron contra mi proceso creativo.

A esto se sumó la teoría de la Dispersión Creativa formulada por la Dra. Penélope Inkwell, quien sostiene que la concentración literaria es inversamente proporcional al número de pestañas abiertas en el navegador. En mi caso, este índice alcanzó niveles críticos con un promedio de 62 pestañas simultáneas (Inkwell, 2013). El resultado fue un colapso absoluto de mi capacidad de enfoque, que me sumergió en una espiral de vídeos sobre termodinámica, recetas de pan y documentales sobre suricatas.

Hoy, sin embargo, un raro evento de alineación de asteroides ha restaurado mi acceso a la creatividad. He superado la ILQ, la Dispersión Creativa y hasta el bloqueo cuántico autoinducido. Estoy de vuelta… al menos hasta que Lunita reclame nuevamente el teclado.

La riqueza de una vida: Chick Corea

Era un genio y tuvo una vida plena y prolífica. Tocó con todos los músicos de jazz a quienes él admiraba y que posteriormente le admirarían a él. No era raro verlo en sus conciertos con una camisa informal, como si viniera de arreglar un poco su jardín, y como si quisiera decir a todos: «miren, aquí vengo a tocar y a divertirme un rato con ustedes». Nació como Armando Anthony Corea en la ciudad de Chelsea, Massachusetts, el 12 de junio de 1941. En más de cinco décadas de carrera artística cosechó 23 premios Grammy. En los años 60, impulsó el jazz fusión y pronto estuvo tocando con, ni más ni menos, Miles Davis. Dedicó su vida y talento a construir puentes con todos los géneros de música, fuera clásica, tropical, rock o tango. Acaba de morir el 9 de febrero de 2021, a la edad de 79 años. Un tipo raro de cáncer le impidió seguir tocando, quién sabe por cuántos años más, pues su energía y creatividad estaban intactas. En su página personal dejo un texto de despedida:

Quiero agradecer a quienes me han acompañado a lo largo de mi viaje y que han ayudado a mantener encendida la llama de la música. Espero que quienes se sientan inclinados a tocar, escribir, actuar o cualquier otra cosa, lo hagan. Si no es para ustedes mismos, entonces para el resto de nosotros. El mundo necesita no solo más artistas, sino también más diversión.

A mis increíbles amigos músicos que han sido como una familia para mí desde que los conozco: ha sido una bendición y un honor aprender y tocar con todos ustedes. Mi misión ha sido llevar la alegría de crear a cualquier lugar que pudiera. Haberlo hecho con todos los artistas que admiro tanto ha sido la riqueza de mi vida.

En las antípodas de Massachusetts, Hiromi Uehara nacía el 26 de marzo de 1979, en Shizuoka, Japón. Siendo muy joven, se convirtió en pianista y compositora de jazz. Sus actuaciones están llenas de técnica virtuosa, energía y, sobre todo, alegría. Mucha alegría. Aprendió piano clásico desde los seis años de edad. Su misma profesora de piano la introdujo en el mundo del jazz. Cuando tenía 14, Hiromi tocó con la Orquesta Filarmónica Checa. A los 17, en 1996, conoció a Chick Corea en Tokio, por pura casualidad. Él la invitó a su concierto que tenía al día siguiente y, como suele decirse en estos casos, «el resto es historia». En 2009 grabaron un disco juntos: Duet: Chick & Hiromi. Abajo mostramos un video de ellos, improvisando sobre un movimiento del Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, en el que Corea nos lleva a su composición «Spain».

El video y la música tienen derechos reservados. Se reproducen aquí sin ánimo de lucro.

Curiosamente, al final del recital, Corea, como un niño en una dulcería, tomó fotos de su público y de su invitada. Como si fuera a ponerlas en su página personal o enviárselas a sus amigos y familia. Pareciera que fuera a publicarlas con el pie: «¡Miren con quien acabo de tocar!». Así era su genio y su sencillez.

No sois necesarios

El periodista y bertsolari (improvisador de versos, en euskera) Xabier Euzkitze (1966, Azpeitia, País Vasco) ha escrito lo siguiente:

© Arturo Guillaumín / Banca flotante / 2018.

Nos acostamos en un mundo y despertamos en otro diferente. De golpe, Disney ha perdido su magia, París ya no es romántica, Nueva York no se despierta, la Muralla China ya no es un baluarte y la Meca está vacía.

De repente los abrazos y los besos se han convertido en armas peligrosas, y no visitar a familiares y amigos en un acto de amor.

Súbitamente nos hemos percatado de que el poder, la belleza y el dinero no valen absolutamente nada porque no pueden darnos ese oxígeno que tanto necesitamos.

Mientras tanto, la vida sigue y es hermosa. Únicamente ha recluido en jaulas al género humano y creo que quiere enviarnos un mensaje. Es este: «No sois necesarios. El aire, la tierra, el agua y el cielo están bien sin vosotros. Cuando regreséis, no olvidéis que sois mis invitados y no mis dueños».

Kuniko y el Fondo Monetario Internacional (con fondo musical de instrumentos de percusión)

Acabo de recibir un email del Sr. Kuniko Yamaguchi. En él me informa que el Fondo Monetario Internacional, en coordinación con el Banco Mundial, aprobó una compensación para mí de 950 mil dólares (19 millones de pesos mexicanos). La razón de tal compensación, me explica amablemente el Sr. Yamaguchi, es para personas que «tenían transacciones sin terminar en cualquier parte del mundo». Esto me hizo pensar con cierta profundidad el asunto: ¿qué transacción no he terminado en cualquier parte del mundo?

Recuerdo que hace un par de meses entré a una tienda de artículos fotográficos en Nueva York. Allí pedí que me mostraran la cámara Hasselblad modelo X1D II, de formato medio y con una resolución de 50 megapixeles. ¡Qué belleza! (Me refería a la mujer que me mostró la cámara). El precio, ya con descuento de promoción, era de 7 500 dólares (unos 150 mil pesos). Sin más ni más dije: «¡Me la llevo! No la empaque, porque me la llevo puesta.» Pero justo en el momento en que sacaba mi tarjeta de crédito… desperté de tan prometedor sueño. Esto me hace pensar que mi experiencia onírica cuenta como «transacción sin terminar» y que, además, sucedió en «cualquier parte del mundo».

Hasselblad X1D II. Copyright de la foto: Hasselblad.

Pero aún así existe una brutal diferencia entre 7 500 y 950 000 dólares. Me puse a sumar lo que debo en la panadería de la esquina, al tintorero que pasa todos los martes y el último mes de renta de mi celular. Pero aún así no me dan las cuentas. Debo confesar que, a pesar de la gran diferencia señalada y de ciertos remilgos de mi parte, acepto gustosamente el ofrecimiento del FMI.

En este momento estoy contestando al señor Yamaguchi, agradeciendo la noticia y sus atenciones. Le estoy adjuntando los detalles que me pidió de mi cuenta bancaria, incluyendo la clave personal, para que la transferencia de los fondos del Fondo fluyan con tersura y alegría. También le hago saber, con mucho tacto, por supuesto, que hay algo muy extraño en todo esto: que su nombre, Kuniko, sea de mujer. Y ya de paso aprovecho para preguntarle a mi nuevo amigo Kuniko Yamaguchi si ha escuchado a la extraordinaria percusionista japonesa Kuniko Kato. En caso de que no lo haya hecho, le estoy enviando la liga a un video de ella. Seguramente disfrutará el arte y sensibilidad de su tocaya.

Video tomado de YouTube: Contrapunto de Seis Marimbas, de Steve Reich, con Kuniko Kato.

Entre un cuarteto de cuerdas, fractales y enfermeras

La morfina es una potente droga que se extrae del opio (adormidera), de uso frecuente como analgésico en medicina. El nombre se lo dio su descubridor, el farmacéutico alemán Friedrich Wilhelm Adam Sertürner, en honor a Morfeo, el dios griego de los sueños. Su fórmula es C17H19NO3, en caso de que quieran ponerla en el juego de Scrable. Es una droga psicoactiva que provoca poderosos efectos relajantes, analgésicos y narcóticos. También leo en Wikipedia que suele generar sensaciones placenteras y alucinaciones: percepción de elementos que no encuentran correlato en el mundo real (pero también otros que sí lo tienen… me consta). La adormidera no es otra que la planta que conocemos con el nombre de amapola real y cuyo nombre científico es Papaver somniferum. Recuerdo que hace algunos años, por la belleza de sus flores, las amapolas solían habitar en muchos jardines de las casas. Pero ya nadie se anima a tenerlas.

Por otra parte, Bernard Herrmann (1911-1975) fue un músico estadounidense que se especializó en la composición de temas para películas, como Ciudadano Kane, Taxi driver y Farenheit 451. Pero quizá su composición más conocida sea la música que hizo para la película Psicosis (1960), dirigida por Alfred Hitchcock. Nota: sigue spoiler. A todos quienes la vimos, se nos quedó grabado en las profundidades de nuestros lóbulos temporales ese fragmento para la escena de la regadera, en la que Norman (Anthony Perkins) apuñala a Marion (Janet Leigh): esas notas chillonas y agudas de las cuerdas repetidas una y otra vez, al ritmo del cuchillo al clavarse en el cuerpo de la chica. La obra lleva el título de Psycho Suite y tiene una duración aproximada de 9 minutos. Está dividida en 11 mini-temas que corresponden a igual número de situaciones de la trama. Incluida, por supuesto, la terrible escena de la regadera. Si bien Herrmann compuso la obra para cuarteto de cuerdas, hay una versión interesante para orquesta sinfónica (secciones de cuerdas), que se puede ver en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=fQwzJ6VvUD0. Nota: la parte de la regadera comienza a los 5:53 minutos.

Justo el día de mi cumpleaños ingresé al hospital, con dolores abdominales muy fuertes. Después de un largo y minucioso examen e interrogatorio, fui diagnosticado: lo que me aquejaba merecía por lo menos un par de semanas internado hasta que la crisis fuera superada. De ahí podría irme a casa para seguir recuperándome. Estuve en la sala de urgencias varias horas, después de las cuales me llevaron a mi cuarto. A partir de ese momento fui sometido a una medicación cronométricamente administrada día, tarde y noche, a una dieta muy rigurosa y a un poderoso analgésico que me aplicaron por vía intravenosa durante la primera semana. La dieta, debo decir, en verdad fue implacable. Nada de lo que me gustaba podía comer y todo lo que odiaba era precisamente lo que me servían: tés de yerbajos, atoles espesos, gelatinas con sabor artificial, consomés y ensaladas de zanahoria con chayote. ¡El temible chayote! Siempre he creído que fue una anomalía en los 3 900 millones de años de evolución de la vida en la Tierra. Cada vez que entraba alguno de los doctores (llegué a contar hasta 34), le preguntaba “¿Cuándo cree que pueda volver a comer unas enfrijoladas con huevo, chorizo de Las Vigas y salsa de chile seco?”. Nunca me contestaban. Se limitaban a sonreír, revisar mi bitácora y salir de la habitación tan rápido como habían entrado.

Es justo mencionar que el conjunto de enfermeras que me atendió durante 18 días constituyó un verdadero mecanismo de relojería las 24 horas del día. La aplicación de medicamentos vía intravenosa, el registro de la temperatura, la presión y otros signos vitales, así como asegurar que el catéter estuviera funcionando adecuadamente, se llevaba a cabo con precisión matemática. Su labor no solo la desempeñaban con profesionalismo sino también con sentido del humor. Debo confesar que la imagen que tenía de las enfermeras cambió por completo. Cuando estaba en la primaria, cada año, todos los niños teníamos que presentar un certificado de salud que incluía una radiografía de tórax y el temible análisis de sangre. Las enfermeras que nos atendían entonces en el Centro Gastón Melo disfrutaban viendo cómo casi nos desmayábamos ante la presencia de la jeringa. Nos trataban con rudeza y nos daban órdenes como “¡No te muevas, mocoso tonto, o te voy a volver a picar!”. Llegué incluso a pensar que si El Santo (el enmascarado de plata) iba a perder alguna vez en el ring, tenía que ser con las Enfermeras del Gastón Melo. Nunca tuve la menor duda.

En la madrugada del día # 1 de mi estancia en el hospital, a las tres de la mañana para ser exactos, tuve la primera señal. La habitación estaba completamente oscura. De pronto, la puerta se abrió y entró un intenso haz de luz que provenía del pasillo que me obligó a entrecerrar los ojos. Fue cuando apareció la oscura silueta de una enfermera armada con una descomunal jeringa. En esos precisos momentos, comencé a escuchar el tema de la escena de la regadera de Psycho Suite. Entonces comprendí cómo iba a estar la cosa en el hospital: ¡Nada mal! Mi segunda experiencia sucedió cuando me llevaban a realizar un ultrasonido abdominal. El camillero empujaba con entusiasmo mi camilla por interminables corredores, sorteando con habilidad doctores, enfermeras y pacientes, a quienes solo les veía el torso. El recorrido por ese laberinto se me hizo interminable. De pronto, salido de no sé dónde, nos rebasó un ciclista enfundado en su malla ajustada, con su casco y goggles de carreras: llevaba el suéter amarillo de líder de la etapa, ¡como en el Tour de France! Me saludó con un movimiento de cabeza y me aventó una botella de agua sin darme tiempo a agradecerle el gesto. Y esto apenas comenzaba.

En efecto, eso fue apenas el comienzo. Durante una semana no supe si estaba despierto, dormido o alucinando. O todos estos estados superpuestos a la vez, parecido al caso del gato de Schrödinger (solo que en una caja más grande). Una de las experiencias más placenteras se repetía todas las noches antes de dormir: cientos de miles de hormigas salían de un pequeño orificio en la pared, frente a mi cama. Realizaban complejas formaciones que siempre terminaban reproduciendo figuras fractales, esas estructuras geométricas que consisten en la repetición del mismo patrón a distintas escalas. Pude corroborar, por otra parte, que mi tiempo transcurría más lentamente que el tiempo de los demás. Cuando yo creía que debían ser las cuatro o cinco de la mañana, apenas iban a ser las 9 o 10 de la noche. Estoy seguro que esto tiene que ver con la Teoría Especial de la Relatividad de Einstein, particularmente con la paradoja de los gemelos y sus relojes: según mis cálculos, salí del hospital unas 177 horas rejuvenecido (que finalmente me fueron descontadas por el padecimiento por el que fui internado en el hospital). También pude dialogar con algunos autores de libros que recién había leído. Con el artista chino Ai Wei Wei pude discutir acerca de la posibilidad de preparar un chilpachole con los cangrejos (He Xie) de porcelana de una de sus exposiciones. Con Stefano Mancuso (léase su The Revolutionary Genius of Plants, Atria Books, 2017) hablamos sobre el papel de las plantas en la construcción de territorios sustentables y el futuro de la especie humana, siempre y cuando no se incluyera al chayote.

Si bien la dieta, la comida y estar en cama (esta última experiencia, la más deshabilitante jamás experimentada) durante los 18 días que permanecí en el hospital fue realmente algo espeluznante, los poderosos efectos del analgésico que me aplicaron rescataron por completo la experiencia. Ahora sé todo de lo que me perdí durante la década de los años 60.

Friedrich Wilhelm Adam Sertürner, (c) AKG Images.

Esta entrada está dedicada a la memoria de Friedrich Wilhelm Adam Sertürner.

Alfonso Cuarón, el Parque Monceau, el señor Cernuschi y un museo de arte extraordinario.

París, te amo es una película de 2006 dirigida por varios directores de distintas nacionalidades. Está integrada por 18 cortometrajes que corresponden a 18 (de los 20) distritos (arrondissements) de la ciudad. El tema central, como se puede adivinar, es el amor, e incluye una historia de vampiros. Uno de esos cortos se llama Parc Monceau (Parque Monceau), dirigido por el director mexicano Alfonso Cuarón (Ciudad de México, 1961). Dura apenas 5 minutos y se desarrolla en un plano secuencia (una sola toma) mientras los dos personajes principales caminan por la calle, por el Boulevard de Courcelles que pasa a un lado del Parque Monceau. Se trata de un ingenioso diálogo que nos conduce a imaginar lo que no es, para finalmente descubrir la verdadera razón del encuentro de dichos personajes. La historia fue escrita por el propio Cuarón, mientras viajaba en taxi de Pisa a Cannes (¿cuánto le habrá costado la dejada?). Este es un video de YouTube de Parc Monceau, de Cuarón, para que la recuerden.

Parc Monceau, de Alfonso Cuarón (2006).

Lo curioso es que el Parque Monceau que da nombre al cortometraje nunca aparece en él. Ni siquiera un fragmento de la bella herrería de la reja que lo rodea. Fue construido en 1778 y hoy cubre una extensión de 82 506 metros cuadrados. En 1797 fue escenario del aterrizaje del primer salto de paracaídas que hizo un tal André Jacques Garnerin, quien se lanzó desde un rudimentario globo (que incluso lo pudo haber matado antes de saltar). Claude Monet pintó varios cuadros en el parque, lo que nos da pistas de la belleza de este lugar. Su diseño paisajista, entre inglés y oriental, dio paso una sucesión de extrañas construcciones, que incluían una pirámide egipcia, un castillo gótico y una pagoda china, entre otros excesos. De todas ellas destaca un estanque rodeado de columnas y que lleva el nombre de Naumaquia: lugar donde en la antigua Roma se representaban combates navales. Monceau es hoy un parque de extraordinaria belleza que, afortunadamente, no es visitado por las grandes masas de turistas. Es una verdadera joya. Un remanso para ir a caminar y a descansar, fuera del ajetreo de la ciudad.

Parque Monceau. Estanque con columnas (Naumaquia). © Arturo Guillaumin T. / 2018.
Parque Monceau, Chica leyendo. © Arturo Guillaumin T. / 2018.
Parque Monceau, Juegos. © Arturo Guillaumin T. / 2018.
Parque Monceau, Gran árbol. © Arturo Guillaumin T. / 2018.

Henry (Enrico) Cernuschi (1821-1896) fue uno de los tres héroes italianos que liberaron a Milán de la ocupación austriaca, y quien más tarde tuvo que refugiarse en Francia. Algo debe haber salido mal. Si bien sus primeros años fueron muy difíciles, logró hacerse de una buena reputación como economista y, posteriormente, como consultor de inversionistas. Compró además acciones de diversos negocios, lo que le permitió acumular una fortuna millonaria. Cernuschi realizó viajes por todo el mundo entre 1871 y 1873. Durante su estancia en Japón y China, adquirió alrededor de 5 000 piezas de arte que pasaron a constituir el centro de su colección. En París, compró el último terreno disponible junto al Parque Monceau. Allí construyó su mansión para vivir rodeado de sus obras de arte. Murió en Menton, una ciudad cerca de la frontera con Italia, en 1896. Antes de morir, había donado su casa y sus colecciones a la ciudad de París. Hoy es el Museo Cernuschi de Artes Asiáticas, un museo fuera de serie que muestra colecciones de China, Japón, Corea y Vietnam, entre otros países., además de exposiciones temporales que incluyen arte contemporáneo. Es un museo que, afortunadamente, también se encuentra fuera del circuito del turismo masivo.

Museo Cernuschi de Artes Asiáticas: fachada. © Arturo Guillaumin T. / 2018.
Museo Cernuschi de Artes Asiáticas: Buda japonés. © Arturo Guillaumin T. / 2018.
Museo Cernuschi de Artes Asiáticas: diversas piezas en cerámica. © Arturo Guillaumin T. / 2018.
Museo Cernuschi de Artes Asíaticas: Columnas y decoración con garzas. © Arturo Guillaumin T. /2018.
Museo Cernuschi de Artes Asiáticas: Músicos a caballo, en cerámica. © Arturo Guillaumin T. / 2018.
Museo Cernuschi de Artes Asiáticas: la cuidadora en meditación. © Arturo Guillaumin T. / 2018.

Desde el cortometraje de Cuarón, hasta el Museo Cernuschi, pasando por el Parque Monceau y el breve descanso de la chica vigilante, parecen ser piezas de la misma historia de amor, de amor al arte, y que hemos tomado como pretexto para mostrar algunas fotografías de espacios que se han convertido en lugares.

Fluctuat nec mergitur

Fluctuat nec mergitur significa, en latín, «batida por las olas pero no hundida». Esta frase es el lema de París. La podemos encontrar en el escudo de la ciudad debajo de un barco que navega agitadas aguas. Nada más lógico en una ciudad que es atravesada por el río Sena y cuyo núcleo urbano comenzó en una pequeña isla llamada Isla de la Ciudad (Île de la Cité), que tiene, precisamente, forma de un barco. Si bien aparece en muchos edificios oficiales y estaciones del metro de la ciudad, el lema no fue comprendido a cabalidad hasta el ataque terrorista de finales de 2015. Desde entonces se ha convertido en símbolo de resiliencia de París.

Una vez más la frase surge de nuevo en boca de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo (gaditana, por cierto): «No tengo palabras para expresar el dolor que siento. Esta noche, todos los parisinos y franceses lloran este emblema de nuestra Historia Común. De nuestro lema obtendremos la fuerza para levantarnos: Fluctuat Nec Mergitur». Se refería así al terrible incendio que casi acabó con la Catedral de Notre Dame este 15 de abril de 2019. De las 7 a las 11 de la noche, el fuego acabó con la aguja y el techo de la catedral y estuvo a punto de destruir el resto de la estructura de no ser por la intensa labor de más de 400 bomberos.

Incendio de Notre Dame. (C) Thomas Samson (AFP) / 2019.
Incendio de Notre Dame (c) Patrick Anidjar (AFP) / 2019.
Incendio de Notre Dame (C) Francois Mori (AP) / 2019.
Incendio de Notre Dame, París. (C) Geoffroy Van Der Hasselt (AFP) / 2019.

La escala del desastre va más allá de un sitio turístico que era visitado por más de 15 millones de personas al año. Se trata de un referente histórico, cultural y artístico de importancia mundial. No es necesario ser francés ni católico para comprender la enorme pérdida de este edificio gótico de 850 años, construido entre 1163 y 1345. Tardarán muchos años para reconstruirlo. El presidente Macron dijo: » El pueblo francés la reconstruirá, la levantará de nuevo. Y estaremos ahí, el mundo entero está y estará con Francia. La catedral de Notre Dame resurgirá de sus cenizas». Habrá que esperar mucho tiempo, antes de poder escuchar esos impresionantes cantos gregorianos en sus misas.

Desde el xilófono de 8 notas a Yuja Wang

Tengo escasos y fragmentados recuerdos de mi niñez temprana. Son breves imágenes que han perdurado a través de las eras geológicas. Uno de esos recuerdos proviene de cuando estaba en el kinder. Para una festividad, posiblemente el Día de las Madres, nuestras profesoras creyeron que era una buena idea que los niños interpretáramos la Marcha Turca, de Mozart. Pero debo aclarar que sólo íbamos a tocar instrumentos de percusión, acompañando a una grabación profesional de dicha pieza. Así que entre los niños y niñas se repartieron claves, panderos, tambores, maracas, triángulos, etc. A mi me asignaron un xilófono de 8 notas. No recuerdo cuántas veces ensayamos, pero sí que llegamos a dominar razonablemente los ritmos y cuándo debía entrar  cada uno de los grupos de instrumentos. De las 8 notas disponibles en mi xilófono, debía tocar solamente una. Yo, debo confesarlo, me sentía un verdadero virtuoso con ese despliegue de destreza. Recuerdo bien que nuestra interpretación fue espléndidamente aplaudida (aunque teniendo a nuestras mamás de público uno no puede esperar mucha exigencia). Ignoro si esa experiencia tuvo algún impacto en alguno de nosotros, de tal suerte que haya decidido tomar el camino de la música.

La Marcha Turca, es en realidad uno de los tres movimientos de la Sonata para Piano No. 11, de Wolfgang Amadeus Mozart (Salzburgo, 1756 – Viena, 1791): 1. Andante grazioso, 2. Menuetto y 3. Rondo Alla Turca Allegretto. Este movimiento es muy popular y se suele tocar aisladamente del resto de la Sonata. Constituye uno de los caballos de batalla de estudiantes de piano, quienes lo practican hasta el cansancio para demostrar que el dinero que han pagado los padres por las lecciones ha valido la pena. Pues bien, el pianista ruso Arcadi Volodos (San Petesburgo, 1972), considerado como uno de los mejores, hizo un arreglo muy ingenioso de la Marcha, dándole un toque divertido y a veces jazzeado. Pero no solamente eso: requiere de una maestría técnica impresionante. Yuja Wang (Pekín, 1987) es una pianista china que hoy, con sus 21 años de edad, es una de las intérpretes mejor dotadas técnica e interpretativamente en el mundo. He querido esta vez compartir la versión de Volodos de la Marcha Turca de Mozart, en manos de Yuja Wang.

Yuja Wang, interpretando la Marcha Turca de Mozart, en la versión de Arcadi Volodos. Carnegie Hall. (c) Video tomado de TouTube.

¿No es una maravilla? Tiendo a pensar que hay una conexión cósmica entre mi interpretación de una sola nota en el xilófono en el kinder y esta de Yuja Wang en el famoso Carnegie Hall de Nueva York. Seguramente también su mamá debe estar orgullosa de ella.

De premios, libros, palacios, miniaturas y edificios inexistentes

Veo que mi última publicación tiene fecha del 9 de marzo de 2018. Durante 10 meses he estado alejado de este blog y la única razón dudosamente válida que encuentro es que estuve inmerso en un periodo sabático, escribiendo un libro sobre sustentabilidad. En mi página descubro varios borradores que nunca vieron la luz… o la oscuridad. Así que después de 300 días de ausencia retomo el ejercicio de escritura en este medio. Dedico esta entrada a mi buen amigo Luis Porter Galetar quien, por cierto, obtuvo el Premio ANUIES 2018 por su Trayectoria Profesional en Educación Superior y Contribución a su Desarrollo.

luis porter
Luis Porter, entrevistado por la publicación Al Momento. Copyright Al Momento, 2018.

Y hablando de Luis Porter, el 22 de febrero del año pasado tuve la oportunidad de participar en la presentación de su libro Lecciones a mí  mismo. Vida y universidad. Esto sucedió en el Palacio de Minería de la ciudad de México, a las cinco de la tarde. Se trata de un libro extraordinario que aborda diversos problemas de la universidad pública mexicana. Pero del libro hablaremos en otra entrada con más calma y detalle. Lo que ahora me ocupa es otro asunto. Después de la presentación, la firma de ejemplares por el autor y el desalojo de la sala, los participantes nos despedimos en el pasillo, en medio de ríos de gente que iba a la caza de buenos libros. Le dije a Luis que quería aprovechar que todavía era temprano y  había luz natural para tomar algunas fotografías en el Centro Histórico. Fue entonces cuando, bajando un poco la voz, me dijo lo siguiente, o algo muy parecido: «Mira, el Centro Histórico es una maravilla y esconde muchos lugares que hay que visitar. La mayoría de esos sitios puedes encontrarlos en las guías turísticas, como el Palacio Postal, el Museo Nacional de Arte, el Café de Tacuba, La Casa de los Azulejos, el Museo de la Estampa o el Franz Mayer, entre muchos más. Pero el Centro Histórico, he podido descubrir en mis largas caminatas, encierra un verdadero misterio». Fue entonces cuando hizo una breve pausa para despedirse de algunos colegas y estudiantes.

Panorama Palacio de Minería Bis
Palacio de Minería, Ciudad de México. © Arturo Guillaumín T. / 2018.

Cúpula Palacio de Minería
Cúpula del Palacio de Minería, ciudad de México. © Arturo Guillaumín T. /2018.

El Caballito
«El Caballito», escultura de Carlos IV, de Miguel Tolsá. Centro Histórico de la Ciudad de México. © Arturo Guillaumín T. / 2018.

Y prosiguió: «No sé exactamente a qué se deba, pero algunas veces de forma inesperada encuentras ciertas anomalías – Luis enfatizó la palabra «anomalías» con un gesto bastante anómalo que me sacó de onda momentáneamente . Son anomalías, prosiguió, en el paisaje urbano de este sector de la ciudad. Si vas distraído en tus pensamientos es posible que ni te des cuenta, porque suelen mostrarse de manera muy sutil. Pero si vas con los sentidos muy atentos no tendrás ningún problema. No tengo una explicación, pero sí tengo la intuición de que tiene que ver con una especie de algoritmo o algo así, que depende de cuántas veces dobles las esquinas a la derecha y cuántas a la izquierda, en secuencias que contengan como múltiplo al número áureo phi, siempre y cuando se siga un plano tangencial de la figura fractal más próxima al eje de rotación». Me quedé viendo la magnífica cúpula del Palacio de Minería como si allí pudiera encontrar alguna pista de lo que acababa de escuchar. Como no la encontré, me limite a contestar que procuraría estar atento, siempre y cuando ningún perro callejero me distrajera. Luis se limitó a encogerse de hombros y decir «Chao», mientras se encaminaba apresuradamente a la escalera más próxima. Pude notar que iba silvando el tercer movimiento de la décima sinfonía de Mahler (allegretto moderato). Nada mal para no llevar la partitura encima.

Palacio Postal
Escaleras del Palacio Postal, Centro Histórico de la CDMX. © Arturo Guillaumín T. /2018.

Palacio de Bellas Artes
Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México. © Arturo Guillaumín T. /2018.

A decir verdad, me desentendí de las apreciaciones de Porter respecto a las supuestas anomalías. Así que torcí a la derecha y a la izquierda según se me antojara en el momento. Fue en ese azaroso deambular que llegué a una esquina del Centro Histórico donde a finales del siglo XIX había una joyería que se llamaba «La Esmeralda». Ya no hay ni rastro de esa joyería de lujo, excepto que al edificio se le quedó ese nombre. En la planta baja está ocupada por una tienda de discos y en la planta superior hay un lugar muy interesante, aunque puede pasar desapercibido si uno lleva la mirada clavada al nivel de la acera: el Museo del Estanquillo. Hay que entrar por un estrecho y no muy atractivo pasillo que conduce a un pequeño elevador que debe tener una capacidad máxima para cargar 2.5 personas. Es mejor no llevar prisa, pues el elevador se toma su tiempo para cubrir los cinco metros y medio que separan la planta baja y la primera. Pero la subida vale la pena. El Museo alberga varias colecciones del escritor Carlos Monsiváis (Ciudad de México: 1938-2010), que fue enriqueciendo a lo largo de 30 años: fotografía, carteles, miniaturas, juguetes, dibujos y caricaturas, grabados.  Monsiváis visitaba los fines de semana lugares como La Lagunilla y la Plaza San Ángel para comprar los objetos más disímiles (de ahí el nombre del Museo) y llegar a juntar alrededor de 12 000, todos relacionados con la cultura popular mexicana (su debilidad por el mundo de las luchas y de los luchadores es muy conocida). Según veo en una placa, este lugar se encuentra en la calle de Isabel La Católica número 26.

Museo del Estanquillo
Museo del Estanquillo, Ciudad de México. © Arturo Guillaumín T. / 2018.

Ofrenda de muertos miniatura
Ofrenda de muertos miniatura (¡con gato!), Museo del Estanquillo, Ciudad de México. © Arturo Guillaumín T. / 2018.

Marionetas
Marionetas, Museo del Estanquillo, Ciudad de México. © Arturo Guillaumín T. /2018.

Bendición de los animales
Bendición de los animales, Museo del Estanquillo, CDMX. © Arturo Guillaumín T. / 2018.

Panorama Interior La Profesa
Templo San Felipe Neri (La Profesa), Ciudad de México. © Arturo Guillaumín T. /2018.

Edificio Inexistente 04
Edificio inexistente. Centro histórico de la CDMX. © Arturo Guillaumín T. / 2018.

No fue hasta el momento de editar las fotografías que había tomado en el Centro Histórico de la CDMX que pude descubrir la extraña fachada de un edificio, como se puede apreciar en la fotografía de arriba. Basta observar cómo las líneas que debieran ser verticales ahora toman direcciones divergentes, o convergentes, según se mire. Nada que ver con los estilos arquitectónicos de los edificios aledaños. Después de investigar un poco, descubro que se trata del Edificio París, situado en el número 32 de la calle de 5 de Mayo, esquina con Motolinía. Fue construido en 1907 y en su interior alguna vez albergó un cine. Es un emblema del porfirismo afrancesado y de estilo ecléctico. Bueno, al menos cuando no decide convertirse en una anomalía de las que me advertía Luis.