[Esta contribución al blog de mi querido amigo, colega, socio y hermano gira en torno a la concepción del tiempo en la escuela. Es decir, trata de cómo concebimos, medimos y utilizamos nuestro tiempo, en este caso, en la universidad. – Luis Porter]
Introducción
En el mundo de todos los días, nos movemos en dos esferas: el mundo de los negocios y el mundo del ocio. Los psicólogos también le llaman a esta separación el mundo del trabajo y el mundo del afecto. De una u otra manera, la vida de todo ser humano, nuestra vida, se mueve en y entre esas dos esferas: la que ocurre fuera de la escuela, y la que ocurre dentro de ella. La de afuera, trabajo, mercado, producción, familia y vida social, le solemos llamar coloquialmente, la «escuela de la vida», que corresponde a la vida pública activa, un mundo en constante negociación. Entre los educadores se le ha dado en llamar «educación informal» para contrastarlo con el escolarizado, como sistema escolar formal, que todos conocemos (y padecemos), porque hemos sido obligados a ingresar y sortear sus diferentes niveles. La universidad es un peldaño superior de ese sistema.
La escuela de la vida es un espacio lleno de imposiciones y restricciones que provienen de la diversidad de las instituciones que nos organizan, como la familia o las que se derivan de la realidad económica: las fuentes de trabajo y las costumbres o cultura popular heredada. De una u otra forma es el mundo de los negocios. La etimología de la palabra “negocio” es latina y está formada por nec y otium que significa sin-ocio. Es decir, alguien que debe estar activo y despierto, dejar la indolencia a un lado, y dedicarse a alguna ocupación, trabajo, actividad, cargo o deber. Un hombre o una mujer de negocios es una persona atareada, ocupada, dedicada a su trabajo y a sus quehaceres, que le toman todo el tiempo, que nunca le alcanza.
Ahora viene una revelación que para muchos o algunos resultará insólita e interesante. El mundo de la escuela fue concebido como un mundo drásticamente diferente al de los negocios, de hecho como un espacio opuesto. La etimología de la palabra “escuela”: school, en inglés; école, en francés; schule, en alemán; scuola, en italiano, etc., también viene del latín schola, y éste a su vez del griego, schole, que significa, ocio. Ocio entendido como tiempo libre, porque, ¡cuidado!… la bella palabra ocio ha sido deformada, denigrada, y desprovista de su verdadero significado, por frases como: “¡no estés de ocioso!” Pero en su concepción original no es una palabra negativa, simplemente se refiere al tiempo de inacción, de reposo, a ese tiempo libre, de placer, entretenimiento, vacación que compensa el tiempo de trabajo. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿cómo es eso de que la escuela es un lugar de tiempo libre, de ocio? ¿No se habrán equivocado los griegos o los latinos? ¿No es que para aprender, para formarnos, es necesario trabajar, estar ocupado?

Déjenme leer la definición de ocio que nos da Rommel Masaco, porque nos ayuda a entender esta común equivocación o concepto equivocado que tenemos (el énfasis es mío):
El ocio es un conjunto de ocupaciones a las que el individuo puede entregarse de manera completamente voluntaria tras haberse liberado de sus obligaciones profesionales, familiares, y sociales, para descansar, para divertirse, y sentirse relajado, para desarrollar su información o su formación desinteresada, o para participar voluntariamente en la vida social de su comunidad.
Entonces, pongamos las cosas claras:
- El mundo de los neg/ocios es el mundo que niega el ocio, el tiempo en que uno se dedica a cumplir con obligaciones, que no deja mayor espacio a la reflexión, a la cosecha que nos deja la experiencia.
- El mundo de la escuela es el tiempo que la misma sociedad creó, estableció, separó, para hacer un alto en el trabajo industrioso, productivo, y dedicarnos a lo que queramos, un tiempo libre dedicado a nuestra formación personal. Es libre porque no hay imposición sino espacio para jugar, reflexionar, cultivarnos. Un poco, como cuando Dios creó al mundo en seis días y el séptimo descansó. La escuela es el séptimo día que deberíamos utilizar para enriquecer nuestro espíritu.
En otras palabras, la escuela se creó para apartarnos de ese exterior en el que nuestro tiempo está dedicado a los demás (familia-trabajo-sociedad) y tener tiempo para crecer, pensar, conocernos a nosotros mismos. Eso requiere libertad, tiempo libre, una atmósfera especial, no muy lejana a la de un recinto sagrado, o al menos pacífico, o al menos relajado.
Pero ha pasado algo fatal y pernicioso. Algo que los docentes tenemos que ayudar a corregir. Nuestro mundo de los negocios ha enajenado de tal manera a los que conciben y dirigen el sistema educativo, que se han olvidado de las etimologías y del sentido del lenguaje. Han confundido los dos tiempos, han extendido el de los negocios dentro de la escuela, desplazando el ocio, o sustituyéndolo por entretenimientos y espectáculos, distracciones y espacios todo-pago, de tal forma que la escuela perdió su sentido, o se desvirtuó, tergiversando su papel. Los que descubrimos eso, porque estudiamos con maestros que nos han abierto las ventanas de la libertad, tenemos la enorme responsabilidad de devolverle a la escuela su cualidad de espacio relajado, afectivo, suntuoso, atractivo, elegante, lujoso, invitador a la reflexión, y estimulante de nuestros mejores virtudes, es decir, alimentador del alma y del espíritu, que son las mejores condiciones para nuestra formación.

Las dos concepciones del tiempo: Cronos y Aion
Lo anteriormente dicho nos ayuda a tomar conciencia de lo importante que es recuperar la escuela como espacio de descanso para reflexionar, en forma auto-didacta, formativa-reflexiva, que es la forma constructiva de experimentar el tiempo para crecer, es decir, aprender a pensar bien y a desarrollarnos como seres humanos con criterio y capacidad de acción y reacción al regresar al mundo de los negocios. Otra vez los griegos nos pueden ayudar. Ellos tienen tres dioses que nos guían en el tema del tiempo. Cronos, que es el tiempo que nos devora y Aión, que es el tiempo que no pasa, que se conforma con el hoy. Hay un tercero, Kairós, que es el del tiempo imprevisto, la sorpresa o la oportunidad.
Cronos es el tiempo de los negocios, que nunca es suficiente, es el del caminar veloz, que devora el día, sin darnos oportunidad para pensar. Aion es el tiempo de la escuela, del caminar lento, que deja huella hoy, para meditar, darle sentido al día, como el poema: «caminante no hay camino, se hace camino al andar». El movimiento lento es un buen representante de Aion. Sin embargo, la escuela, la universidad, ha dejado que penetre el tiempo que niega el ocio. En lugar de que fuera «Casa abierta al tiempo Aion» (como en la Universidad Autónoma Metropolitana -UAM-), han cambiado el slogan por «Casa abierta al tiempo que nos devora». ¡Craso error! No será fácil regresarnos a los que habitamos la UAM. A estas alturas, hay algunas cosas en las que debemos ceder. Por ejemplo, podemos aceptar que en la universidad exista un orden, que en el modelo de universidad heredado de los franceses, el tiempo se conciba cronológicamente, fragmentado en períodos, del módulo 1 al 12, después el posgrado, más tarde un trabajo, una familia, negocios. Este pensamiento lineal y aparentemente realista, es un pensamiento que niega el tiempo libre, que niega el Aion. Nos pinta una secuencia atroz y deprimente: estudiar, recibirme, trabajar, tener una familia, envejecer y morir. ¿Dónde queda la belleza del descanso, el error y la sana indolencia?
La labor del maestro con conciencia y del alumno alerta será regresarle a la escuela ese halo de emancipación que sólo puede darse en la lentitud cotidiana del ocio como tiempo libre para vivir una manera diferente de experimentar el tiempo. La escuela podrá estar hoy estructurada en un tiempo lineal sucesivo, pero frente a esta realidad de calendario, el buen estudiante será aquél que sabe encontrar en las muchas fracturas y resquicios del sistema, espacios de libertad, de auto-didaxia, donde encontrarse con sus compañeros y con sus docentes… leer, pensar, cultivarse/nos. Un tiempo dedicado a la formación personal, que es muy diferente a cumplir tareas, a sentarse a escuchar la lección, a presentar ideas para que otro las «corrija», a escuchar explicaciones de maestros que creen que necesitamos que alguien se entrometa en nuestro ocio para «explicarnos» algo. ¡Por favor!, no permitamos tanta intromisión. El buen estudiante es aquél que aprovecha el haber sido aceptado en una universidad para verla como un espacio suyo, donde puede jugar, reflexionar, contemplar, traer su propia experiencia, lo que aprendió fuera de la escuela, en la escuela de la vida, para utilizarla como materia prima de su propia formación a través de una cierta experiencia de tiempo libre.

Estar en la universidad es saber usar este tiempo libre, en el cultivo de sí mismo, y de la relación con los otros que comparten un modo de vida, un programa. Una prueba de lo que les estoy diciendo es una realidad, es la forma en que muchos padres reaccionan ante el hecho de que sus hijos hayan entrado a la escuela-ahora-universidad. Al mismo tiempo que se sienten orgullosos, sienten que sus hijos se les fueron de las manos… y claro que tienen razón, sí, se le fueron de las manos, porque han dejado el espacio de trabajo (negocios) para disfrutar la libertad del tiempo que ellos, sus padres, carecen o ni siquiera conocieron… Los jóvenes dirán, y espero que lo hagan, que en la escuela tampoco hay tiempo para nada, que hay imposiciones, que hay burocracia, rigidez, autoritarismo, rigor, etc. Que en suma, la escuela es otro negocio más. Y yo les doy la razón, pero… no puedo quedarme aquí sin hacer nada. Como maestro digo, y no soy el único, que hay que recuperar el sentido original de la escuela: «La educación es un proceso de emancipación» dijo Paulo Freire.
Ahora bien, ¿qué significa experimentar el tiempo de otra manera en la universidad? ¿Cómo podemos recuperar el ocio y darle a ese término su sentido original?
El tiempo cronológico -tiempo más cuantitativo, sucesivo, numérico- y el tiempo aiónico -cualitativo, durativo, experiencial
Walter Cohen, un filósofo argentino que vive en Brasil, nos hace ver en sus escritos que muy equivocadamente tanto docentes como alumnos hemos aprendido a confundir rigor, exigencia, demanda, intensidad de tareas, desveladas, estrés, como un indicador de la calidad y mejor nivel de una escuela. A más negocio más respeto. En la cultura del autoritarismo, del «con sangre la letra entra», de la sumisión acrítica, de la obediencia para evitar asumir nuestra responsabilidad y nuestro trabajo, de plazos, evaluaciones, calificaciones, promedios que nos devoran, no hay lugar para experiencias formativas creativas que sólo pueden darse en la libertad.
El tiempo del pensamiento, el tiempo de la formación personal, no va con esta lógica cronológica. Requiere un tiempo en otra dimensión, un tiempo que no puede ser acotado, numerado, es un tiempo similar al del juego, y jugar no tiene tiempo. Hay cosas que pasan rápido, y hay otras en las que el tiempo parece no pasar nunca. Hay minutos largos y hay horas cortas. Hay años que desaparecen, hay otros que no pasan y se quedan en nosotros. El tiempo en Aion, no es el movimiento que pasa, el tiempo que se va. El espacio para pensar, crear, formarse no tiene duración. Daré un ejemplo. Habiendo nacido en Argentina, de chico y de joven, jugábamos al fútbol, es parte de nuestra cultura. Sabemos diferenciar perfectamente bien un partido de fútbol profesional, de jugar al fútbol en la calle. El partido de fútbol profesional se ubica en el espacio de los negocios. Está acotado: 45 minutos, un intervalo, otros 45 minutos, etc. Con muchas reglas a cumplir. Cuando nosotros jugábamos al fútbol, jamás mirábamos el reloj. Jugábamos hasta cansarnos. El tiempo no nos preocupaba, el tiempo nos dejaba jugar, lo que nos detenía era el cansancio, o la voz de mi mamá, de alguna mamá, llamándonos a comer. Así debe ser la estancia en la escuela, en la universidad, hay que parar el tiempo, el del reloj, y entrar en un tiempo que no tiene que ver con el reloj, y tiene que ver con la experiencia que tiene un ser humano, niño o grande cuando juega. Jugar hasta acabar, hasta cansarse, tiempo libre, no hay límites, no se mira el reloj, imposible, porque al entrar a la universidad, tenemos la oportunidad de experimentar el tiempo de otra manera, porque es otro tiempo.

Para finalizar:
Hay dos tipos de estudiantes, que se corresponden a dos tipos de profesores: 1) el estudiante vasija (bancario) que viene a que lo llenen o le depositen conocimientos, que es un estudiante pasivo, inmóvil, silencioso y obediente; 2) el estudiante autodidacta, activo, que se da cuenta que va a la universidad a utilizar su tiempo a partir de sus propias experiencias y capacidades. El primer tipo es el estudiante que no ha salido de Cronos y que se acomoda con el tipo de maestro que parte de la idea de que sabe y debe enseñarle al estudiante que según este maestro, no sabe, y para ello plantea un camino lineal y veloz, por el que el estudiante corre azuzado por el maestro, obedeciendo, haciendo lo que le dice.
El maestro alternativo, el otro, el que cree en el ocio, es un maestro que parte de la idea de que sabe que no sabe, y está dispuesto a aprender junto al estudiante. No es una pose, sabe que lo que sabe es muy poco, y que va a la escuela igual que su estudiante a aprender… y lo hace caminando por un camino lento, que se va haciendo día con día, en los lapsos de tiempo libre y privilegiado que ofrece la universidad. Es el maestro que al ver que convirtieron el salón o sitio de encuentro, en un salón «de clases» es decir, que lo convirtieron en un sitio para negociar maestro-estudiante, prefiere salir al jardín para conversar con el estudiante en el espacio del ocio que es a cielo abierto, sabiendo que no tiene el poder ni la manera de resolver o eximir al estudiante de aprender jugando. El buen maestro rehúsa aceptar que sus estudiantes se sienten en pupitres alineados, frente a un pizarrón. Sabe que el estudiante estático, cuyo cuerpo permanece hundido fuera de la vista y su cabeza es lo único que pareciera servir de algo, es un estudiante pasivo, que se aburre, que no habla, que se resiste, que está en conflicto, porque se le está obligando a obedecer. Por eso lo invita a salir al aire libre, al campo abierto.
Lo principal en este tipo de maestro es el movimiento. Como decía Simón Rodríguez: «prefiero el aire el agua y el sol, todo lo que se mueve, a los árboles que se quedan quietos en un mismo lugar». El docente se mueve, se mueve a través de la penumbra que comparte con el estudiante. No los pone abajo del sol o de un foco, sino que los guía por debajo de las sombras de los árboles, del bosque, que es el conocimiento. En la penumbra, es donde el estudiante aguza su visión, sus sentidos, se va con tiento, paso a paso, para no tropezarse y caer, para descubrir entre las sombras, la forma de las cosas. El maestro se mueve atentamente, abre su sensibilidad, su percepción, desde la experiencia que cada cual posee, lejos de imponer, de dar lecciones, sino simplemente, concentrado en las relaciones que se crean en el espacio del tiempo libre. Y de esa manera, atraviesan un bosque y el otro, disfrutando el tiempo de ocio que les permite descubrir a la Naturaleza, disfrutar de sus lecciones, ubicarse en el mundo.
Luis Porter
NOTA: Aunque Luis y yo creemos que los curriculum vitae producen monstruos, de todas maneras debo decir que él es arquitecto, diseñador, investigador-profesor de la UAM-Xochimilco, urbanista, innovador de pedagogías, restaurador de objetos perdidos, poeta, autor y coordinador de libros sobre educación y universidad, conferenciante, conspirador contra las burocracias universitarias… un artista pues.
Excelente
Este es un comentario del autor a si mismo. Me ha gustado mucho mi propio artículo, cosa que generalmente me ocurre, aunque tiendo a corregirlos una y otra vez, y al final la versión que mas me gusta es la primera. Cuando leo lo que escribo me doy cuenta que uno sabe mas de lo que cree y menos de lo creería. La mente guarda muchos recuerdos, y es común plagiarse a uno mismo al escribir. A veces escribo como si otro me dictara. Busco de donde viene la voz y me veo a mi mismo hablándome en voz inaudible. Otra veces leyendo a autores admirables, me descubro haciendo una segunda voz, y al hacer dúo aparecen ideas conjuntas en donde no es fácil distinguir quien de los dos es el que habla. Otras, muy legítimas, uno sin querer se apropia de lo que lee hasta olvidar de donde lo sacó y verse impedido a «citar». Claro está que citar, hacer caso a la propiedad privada de las ideas de otro que a su vez se inspiró en otros mas, es un invento siniestro y malévolo de los que no saben escribir, o los que no escriben. Los que no escriben, que son muchos, se ocupan de inventar reglas para que sus colegas que escriben no copien de otros que también escriben, haciendo evidente que ellos, los que hacer las reglas, no tienen el valor de escribir. Por último diré que los que forman parte de comisiones, comités, grupos o instancias dictaminadoras, evaluados de textos de otros, y vigilantes de que se cumplan las reglas que alguien inventó, son personas que tomaron un camino equivocado. Yo los invito a que se sinceren consigo mismos y se pregunten si su «amor» por el lenguaje, no es un amor posesivo, parecido al de esas madres que castran a sus hijos, creyendo que los están educando. En fin, hay que saben aprovechar el tiempo de vida que tenemos, evitando tomar la forma de un perro cancerbero. La universidad está llena de gente así, y eso demerita, empobrece y cercena la creatividad de la población universitaria. Que no se cometan mas crímenes en nombre del lenguaje. Ser libres es nuestro compromiso. Liberarnos cada día, temprano en la mañana, de ser posible, ir hacia el café matinal desprendidos de nuestra bata, desnudos y sonrientes. un saludo a todos, Luis Porter
Culturalmente la empresa social y familiar han influido en la percepción del tiempo estilo Kronos (me encantan las referencias mitológicas). «Tiempo es dinero» me dijo un día un taxista de la CDMX. «Tiempo es vida» me decía mi abuelo.
Nuestros hijos van a la escuela tienen horarios que permiten hacer cosas en conjunto pero eso no significa que todos hagan lo mismo al mismo tiempo. Un asunto que aprendí siendo mamá fue que mi hijo tienen una percepción distinta del tiempo de la que yo como adulto. Siendo maestra aprendí que también los estudiantes tienen una visión distinta del tiempo. Mi mejor opción entonces es encontrar el ritmo y tratar de coincidir, diferentes velocidades de tiempo, diferentes pausas y contrastes. Respetar y disfrutar la cadencia natural de los procesos en lugar de ir a raja tabla cumpliendo productos por tiempo determinado. No solo la escuela está llena de eso, la vida cotidiana lo está también. Por ejemplo, como si tengo tiempo, no si tengo hambre. Sin embargo no respiro si tengo tiempo, tengo un ritmo para respirar y mi cuerpo me lleva a respetarlo. Hay que ser cuidadosos de no confundirse, el ritmo no es una rutina, no es lo mismo cada día. El ritmo es simplemente nuestra estructura, que además es individual pero que viene de escucharnos, de saber como funcionamos, usar nuestros recursos, respetar nuestros tiempos, tenernos paciencia y ser considerados y generosos con nosotros mismos.
Abrazos Luis y Arturo!