De los regalos que recibí durante mi infancia, recuerdo tres con especial gusto: un juego de sheriff, un patín del diablo y mi primera bicicleta. El primero consistía en dos pistolas, varias tiras de chinampines(as), un cinturón con un par de fundas y, lo mejor, una placa plateada de plástico que me daba la autoridad correspondiente para imponer el orden en el barrio. Durante las vacaciones, el uso de la bici rayaba en la obsesión. Antes de acostarme, la estacionaba junto a la cama para que al día siguiente estuviera a la mano para subirme a ella y salir lo más temprano posible en la mañana. Está de más decir que pasaba muchas horas al día con ella… hasta que entraron en escena los patines.



¿A quién no le gustan las bicicletas? Es un artefacto muy versátil y lo podemos ver como juguete, para hacer deporte, como medio de transporte y de trabajo, e incluso como un objeto bello y simple (aunque hoy se tengan materiales como la fibra de carbono y algunas partes computarizadas). En varios sentidos se le ve hoy como símbolo de la protección ambiental, una vida saludable, la humanización de las ciudades y la sustentabilidad. Después de todo, de tantos deslumbrantes adelantos tecnológicos durante los últimos 200 años, quizá constituya una de las invenciones modernas más importantes para la humanidad. Quiero pensar, al igual que un creciente numero de personas, que constituye una de las claves para un futuro mejor, a pesar de su sencillez de formas y diseño básico.
Bicicleta con ángel de la guarda. © Arturo Guillaumin T. / 2016.



A los autos se les clasifica como «transporte personal», debido a que un individuo los posee y controla y generalmente lleva a un ocupante o a un número pequeño de pasajeros ocasionales. Las bicicletas son también un transporte personal, pero son impulsadas por la energía humana (que a final de cuentas es de flujo) y no por la liberada por los hidrocarburos. El mundo tiene más de 1 000 millones de bicicletas y duplica el número de autos y, desde la década de los 1970, su producción sobrepasa a la de los autos. Las cifras son alentadoras pero un poco engañosas: las bicicletas pesan aproximadamente una centésima del peso de los autos. Así que en términos de los materiales utilizados en su construcción, un auto representa una relación de 100 a 1 respecto a la bici.


Recuerdo que las primeras bicicletas con las que me relacioné en mi vida estaban impresas en las cartas (naipes) con las que la familia jugaba poker (siempre haciendo trampa): un par de ángeles regordetes montados en bici atravesaban un campo con sus alas extendidas (¿por qué no las plegaban para reducir la resistencia del aire?) y con las manos sobre un manubrio que parecía no tener palancas de frenos (supongo que los ángeles no las necesitan). Por cierto, los países con más bicicletas per capita son: 1) Holanda (con el 99.1% de bicis respecto a su población total); 2) Dinamarca (80.1%); 3) Alemania (75.8%); 4) Suecia (63.7%); 5) Noruega (60.7%); 6) Finlandia (60.4%); 7) Japón (56.9%); 8) Suiza (48.8%); 9) Bélgica (48%); y 10) China (37.2%, aunque en términos absolutos tiene el mayor número de bicicletas en el mundo).


Las bicicletas han sido motivo de relatos y novelas, así como de objetos de fotografía. Siempre me impresionó mucho aquella foto en blanco y negro tomada en 1932 por Henri Cartier-Bresson. Se titulaba simplemente «Hyères, Francia». Cartier se posicionó en la parte superior de una escalera de piedra con pasamanos de metal (seguramente a la entrada de una casa) y esperó a que algo sucediera. El resultado sigue siendo hoy motivo de numerosos análisis de composición: un ciclista un tanto borroso cruza la escena de derecha a izquierda, describiendo una curva en perfecta armonía con las líneas de la escalera y la calle. Esta extraordinaria foto se puede admirar en la siguiente liga:
http://pro.magnumphotos.com/C.aspx?VP3=SearchResult&VBID=2K1HZO6QQX0QSR&SMLS=1&RW=1280&RH=711


Arturo gracias por traernos estos ricos recuerdos de andanzas en bici que aprendimos a fuerza de caidas con sus raspones, pero que llegamos a dominar.