Gastos fijos

Estuve haciendo cuentas
pues no sé hacer milagros
ni esas cosas que dicen
sabemos las mujeres.

Y ahora que estás lejos me pregunto
si acaso vivir sola
no me cuesta más caro.

-Ángeles Mora (Córdoba, España). En 1989 obtuvo el Premio Rafael Alberti con su libro La Guerra de los Treinta Años, y en el año 2000 el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla por Contradicciones, pájaros. Hay una antología de su obra en ¿Las mujeres son mágicas? (Ayuntamiento de Lucena, 2000). Su último libro se titula Bajo la alfombra (Visor, 2008).

GO

En 1979, poco antes de partir a Edimburgo, Escocia, a estudiar una maestría, un amigo mío me pidió, me suplicó, que si alguna vez entraba a una tienda de juegos, que por favor le comprara un tablero y las piezas de un antiguo juego llamado Go. Recuerdo que anoté el encargo, pero no haber pedido descripción alguna sobre él. Como suele suceder, al menos en mi caso, olvidé por completo la encomienda. Y así pasaron los meses hasta que, sin pensar en el asunto, me topé con una pequeña y atractiva juguetería, justo frente a donde se encuentra la famosísima estatua del «Bobby de Greyfriars». Recuerdo que estaba repleta de los juegos más variados, la gran mayoría de ellos desconocidos para mí. Y, por ahí, en uno de los estantes, vi que se asomaba una caja con símbolos orientales y la palabra «Go» impresa en letras muy grandes. Mi mente hizo «click» inmediatamente, y pedí a la empleada que me la enseñara. Ella la abrió y me mostró el contenido: un tablero de madera y dos cuencos con piezas blancas y negras. Compré el juego junto con tres libros: uno para principantes, otro para nivel intermedio y el último para jugadores avanzados. Salí satisfecho de la tienda por haber hecho honor al encargo. La excusa precisa para tomar una cerveza en el pub de junto.

La estatua del Bobby de Greyfriars, en Edimburgo, Escocia.

Dos años después, de regreso a casa, Tere y yo desempacamos las cuatro enormes y pesadas maletas que venían completamente llenas de ropa y quién-sabe-qué-tantas-cosas-más. Cuando saqué el juego y los libros, los puse en uno de los armarios de la recámara. Allí, tablero, fichas y libros reposaron por años. Como ya no volví a ver a Mariano, que es el nombre de mi amigo, el asunto quedó completamente olvidado. Al menos por un tiempo. Una mañana de otoño (en realidad no recuerdo la estación, pero le da más sabor al relato) leí en la sección de «Oportunidades» del periódico un pequeño anuncio que decía más o menos así: «Doy clases gratuitas de Go, un juego oriental muy antiguo. Interesados hablar al teléfono…». No hace falta decirlo (pero lo digo de todas maneras), pero hablé inmediatamente a ese teléfono y concerté una cita para mi primera sesión de Go. Debo decir que fue uno de los descubrimientos más fascinantes de mi vida en torno a cualquier clase de juego. Recuerdo haber asistido a unas seis sesiones de Go, en las que aprendí no sólo las reglas, sino también el sentido general del juego y algunas estrategias básicas.

Tablero y piedras de Go.

Pero, ¿qué es el Go? Se cree que este juego se inventó en Tibet, en el norte de India o posiblemente en China, alrededor del año 2 000 antes de Cristo. De hecho es el juego más viejo que se sigue jugando más o menos en su forma original. El Go es un juego de territorio. El tablero está marcado con un cuadrado de 41.5 x 44.5 centímetros, formado por 19 líneas verticales y 19 líneas horizontales. Las líneas forman 361 intersecciones sobre las cuales se colocan las piezas, conocidas como «piedras». Para que el lector tenga una idea de la complejidad de este juego, basta recordar que el ajedrez tiene 64 casillas, mientras que el Go cuenta con 361 espacios. Los grandes maestros afirman que jugar Go equivale a jugar simultáneamente cuatro juegos de ajedrez. Se comienza con el tablero vacío en el que los jugadores  de manera alternada colocan sobre las intersecciones una piedra a la vez, discos negros y blancos que miden apenas un poco más de un centímetro de diámetro.

Una partida de Go en progreso.

El Go difiere mucho de la mayoría de los juegos occidentales por ser un juego constructivo. El área de juego es muy grande y el análisis exacto de las posiciones es imposible, por lo que uno debe desarrollar un estilo fundado en la intuición y en el dominio de una inmensa variedad de estrategias y tácticas. Hay muchas oportunidades para el análisis lógico, pero el Go se mantiene más como arte que como ciencia. Los principios que subyacen en este juego son construir y compartir. Los dos jugadores, aunque casi siempre hay un ganador (puede haber empate), son compañeros en un ejercicio de coexistencia. Cada uno necesita del otro para jugar ya sea por puro gozo o auto-iluminación. La actitud apropiada hacia el oponente es, por tanto, no una de agresión y animosidad sino de respeto y amistad.

Posición final en una partida.

Aunque he visto de vez en cuando a Mariano en años recientes, él no se ha acordado de aquel encargo que me hizo en 1979. Yo tampoco.

Un domingo en una comunidad de Coacoatzintla

Gracias a la invitación de Reyna, tuve la oportunidad de convivir unas horas con habitantes, especialmente niños, de una comunidad rural cercana a Xalapa. La idea era darles una plática breve, en el marco de un trabajo de investigación-acción que ella realiza con otros colegas suyos. Lo que más me impresionó, además del paisaje de una zona montañosa, de «malpaís», fue la gente de allí: cálida, abierta y con sentido del lugar (sensibilidad que hemos perdido los citadinos).

Niña con vasito de plástico.

Los miembros del pequeño grupo de académicos saben muy bien que ellos no «llevan el desarrollo» a la comunidad ni van a «empoderar» (uno de los verbos más arrogantes que hemos importado del inglés) a sus habitantes. Saben, en cambio, que se trata de un proceso de participación respetuosa en el que todo mundo aprende y lleva a su propio nicho vital lo aprendido. Sobre todo aquello que tiene que ver con nuestra relación con la naturaleza.

Niño en verdad muy serio.
Cerca de piedra.

Fue esta una oportunidad para tomar algunas fotografías, tanto de la comunidad y sus habitantes como de los paisajes circundantes. Muestro aquí una pequeña muestra de ellas, sobre todo de los niños. Todos posan, les gusta ser el centro de atención (¿a quién no?), aunque algunos fingen cierta indiferencia. Pueden hacer click sobre ellas para ver los detalles con la lupa de aumento.

Tres niñas jugando.
Niña con Osito.