Rendezvous en París VII (Montmartre)

La Butte, como le llaman los parisinos a Montmartre, es una colina que destaca sobre la geografía más o menos plana de París. Es uno de los lugares más pintorescos (nótese lo original del adjetivo) y lleno de contrastes de la ciudad. Se puede subir en funicular, pero es mucho mejor hacerlo por alguna de las laberínticas callejuelas que llevan a la cima (hay que advertir que lo mismo sirven para bajar), coronada por la impresionante basílica del Sagrado Corazón (Sacré-Coeur).

Montmartre y el arte son inseparables, pues desde el siglo XIX este barrio fue el centro de pintores, escritores y poetas, quienes, después de pintar o escribir se iban a divertir a los cabarés, revistas y otros locales de espectáculos, incluyendo casas de mala nota. Por algún tiempo, Montmartre se ganó la reputación de lugar de depravación. Por desgracia ya no lo es más. Uno de los lugares que atrae más a la gente es la antigua plaza del pueblo, la Place du Tertre, donde se concentra un buen número de retratistas. Fue aquí donde en 1956 Salvador Dalí pintó su famoso Don Quijote con un cuerno de rinoceronte, ante los ojos atónitos de los turistas.

La basílica del Sagrado Corazón es una de las pocas iglesias construidas con bloques de piedra blanca, lo que la hace destacar desde lejos. Se construyó entre 1876 y 1914. Su arquitecto, Paul Abadie, se inspiró en las antiguas iglesias románicas. En el campanario (83 metros de altura) se encuentra alojada la campana Savoyarde, una de las más grandes del mundo, con sus 19 toneladas de peso. La cúpula central es el lugar más alto de París, después de la Torre Eiffel.

Este barrio está lleno de pequeñas tiendas, restaurantes, creperías, galerías de arte y locales donde se puede escuchar música y beber. Es una verdadera mina para los fotógrafos, con sus minúsculas plazas, calles sinuosas, terrazas con vistas impresionantes de París, largas escalinatas y el famoso viñedo, donde se lleva a cabo la vendimia a principios de otoño en un ambiente de jolgorio. Es el lugar perfecto para perderse, para caminar por instrumentos, sin mapa y sin guía turística.

Con tanta caminata, con tanto subir a bajar, el hambre hace acto de presencia. Es hora de hacer un alto para disfrutar un entrecot que, como su nombre lo indica claramente, significa «entre las costillas». Una cerveza para acompañar la carne… o un vinillo tinto. Aunque no estaría mal comenzar por una clásica sopa de cebolla. Lo bueno es que el regreso es de pura bajada.