Encargado por el Musée du Quai Branly, The River (El Río) es una instalación del artista escocés Charles Sandison. Es una invitación al visitante a sumergirse en un flujo de palabras en movimiento a diferentes velocidades, simulando arroyos que alimentan a un gran río. Esto se logra con la sincronización de diversos proyectores dirigidos por una computadora. En lugar de agua lo que fluye son 16 mil 597 palabras que constituyen los nombres de las personas y lugares que conforman las colecciones del museo.
Cartel de la instalación en el Museo Quai Branly
El río es alimentado por el discurso que resulta de la combinación de software y los ciclos hidrológicos, mezclando técnicas de simulación para la creación de vida artificial y para demostrar las leyes de la física. El agua representa la riqueza de las culturas como el flujo de palabras en el tiempo y el espacio. Se puede apreciar la diversidad humana al ver la diversidad de lenguajes que aparecen en su superficie. En este medio ambiente, el visitante puede imaginar las relaciones, ser cautivado por los movimientos de cambio de estos signos, juntarlos, interpretar el sueño.
Puede dar click al mini-video que tomé en el Museo. No olvide reproducirlo en alta definición (oprimir botón que dice «HD») y a pantalla completa.
La obra de Charles Sandison, hoy residente de Finlandia, puede apreciarse en su página en Internet: www.sandison.fi
De nuevo el genio de Woody Allen. Anoche fui a ver su película Medianoche en París (Midnight in Paris), una ingeniosísima comedia que se desarrolla en esta ciudad, con un reparto alucinante y con un relato de pura fantasía… bueno, en parte.
Midnight in Paris
No, no voy a comentar nada acerca de la historia. Basta decir que es un viaje en el tiempo donde los actores reviven a personajes del pasado en una inteligente y divertida trama. ¿Habían soñado con ver juntos alguna vez a Carla Bruni (la esposa del presidente de Francia y co-princesa de Andorra), Cathy Bates, Adrien Brody, Marion Cotillard (bella, extraordinaria) y Owen Wilson?
Nota: Las fotos son del sitio oficial de la película, en español: www.midnightinparislapelicula.com (Si no la ha visto aún, absténgase de visitar esta página).
Como comenté en una entrada anterior, uno de los descubrimientos más conmovedores en París fue el Museo del Muelle de Branly (Musée du Quai Branly). Aquí se encuentra una vasta colección del arte de las culturas tradicionales de todo el mundo en un ambiente realmente sobrecogedor. Más de 300,000 muestras ocupan sus numerosas salas y serpenteantes pasillos.
Una de las fachadas del Museo Quai Branly.
Si bien el Museo tiene especial énfasis en las culturas asiáticas, africanas y de Oceanía, igualmente se pueden admirar obras de América Latina y los pueblos indígenas de Norteamérica. El edificio, diseñado por Jean Nouvel, es en sí ya un motivo para visitarlo, con sus formas curvas e irregulares y su increíble integración a los enormes jardínes que lo rodean.
Esculturas en madera.
El ingenioso empleo del cristal incorpora de manera creativa el entorno como telón de fondo a las exposiciones. El interior, compuesto de diversos niveles irregulares y pasillos, permite al expectador elegir la secuencia y ruta que quiera. No hay un orden impuesto por la arquitectura, sino que hay una libertad que tiende a crear orden dentro de un caos aparente.
Espíritu volador.Tambores africanos.Esculturas en cerámica.
El Museo de Quai Branly no sólo cuenta con espacios para las exposiciones, sino también con una mediateca, diversos nichos donde se pueden ver videos y escuchar grabaciones de música, salas de espectáculos, conferencias y proyecciones, áreas para actividades culturales, educativas y de investigación. No menos importante es su extraordinaria colección de instrumentos musicales.
Canoa.
París no es sólo el Museo del Louvre. La ciudad ofrece una cantidad y variedad inimaginable de museos. Algunos son pequeños y engañosamente modestos. Unos están en las principales avenidas, mientras que otros se encuentran en pequeñas calles, como si quisieran evitar la vista de los turistas. El Museo del Muelle de Branly es uno de esos lugares que hay que visitar. El visitante no va a encontrar las obras de artistas famosos, como Monet, Picasso o Dalí. Va a descubrir, en cambio, las extraordinarias obras de artistas anónimos cuyas culturas hemos tenido por «subdesarrolladas» por mucho tiempo. Este museo nos hace preguntar si dichas culturas no son los últimos vestigios de la cordura humana.
Nuestro vuelo llega a París a las tres de la tarde del 14 de julio. Por esta razón no pudimos ir al desfile del Día de la Bastilla que se celebra en la Avenida de los Campos Elíseos. No es que me gusten los desfiles (de hecho los evito a toda costa), pero me atraía la idea de tomar fotos interesantes de las fuerzas armadas, del presidente Charles de Gaulle… perdón, Nicolas Sarkozy (con todo y Carla Bruni)… ah y los aviones caza que pasan volando a ras de suelo (es un decir), dejando sus estelas azules blancas y rojas.
Apenas terminamos de instalarnos en nuestro hotel (a unos 678 metros con 36 centímetros de la Torre Eiffel), nos dirigimos al Campo Marte, donde tradicionalmente se junta la gente a comer, beber, conversar y esperar la noche y junto con ella los fuegos artificiales que se lanzan desde Trocadero. Alrededor de las cinco de la tarde el Campo Marte estaba a reventar, pues se celebraba un festival de música por la igualdad, en el que desfilaron un gran número de artistas franceses (de los cuales sólo pude identificar a uno).
Mi instinto me dice que los fuegos artificiales se podrán ver y disfrutar mejor del otro lado del Sena, es decir, en Trocadero. Asi que nos dirigimos al puente d’Iéna para cruzar el río: imposible, hay una inexpugnable barrera metálica y un fuerte resguardo de policía y ejército. Nos dirigimos río arriba por el muelle Branly y el siguiente puente está igualmente cerrado al paso. El mismo instinto mencionado líneas arriba me dice que tendríamos que caminar mucho antes de poder cruzar. Desistimos. Pero quizá el destino quiso que hiciéramos uno de los descubrimientos más sensacionales del viaje: el Museo del Muelle Branly (Musée du Quai Branly). Por supuesto, estaba cerrado. Pero la sola fachada del edificio, rodeado de altos muros de cristal y un increíble jardín, nos hizo decidir regresar, alterando nuestros cuidadosos planes trazados semanas antes.
Cartel en el Museo del Muelle Branly
En nuestro camino de vuelta al Campo Marte, nos topamos con un jardín vertical en un edificio de tres niveles. Seguramente este jardín se conecta con un «techo verde». Me da gusto ver por todas partes este tipo de respuestas a la actual crisis ambiental, aunque sean pequeñísimos granos de arena. Sabemos que no es suficiente y que lo más difícil está aún pendiente: cambiar nuestros patrones de consumo y de conducta. Algo que representa un giro radical de nuestra cultura depredadora.
Jardín vertical en el muelle Branly
Regresamos al Campo Marte. Está mucho más lleno. ¿De dónde sale tanta gente? Apenas se puede caminar sin tropezar con algún ciudadano francés. Navegamos entre las multitudes hacia lo que se conoce el Pabellón de la Paz, que es, como su nombre lo indica, un lugar dedicado a la paz: un monumento de Jean-Michel Wilmotte en el que se puede ver la palabra «paz» escrita un muchos idiomas sobre una superficie de plexiglás transparente. Después de varias horas de espera, incursiones fotográficas, tentempiés y derivas, dan las 11 de la noche y comienza el impresionante espectáculo de fuegos artificiales. Ha valido la pena. Una hora de música y luces. A medianoche emprendemos la retirada, junto con varios miles de personas. Con tanta emoción el apetito hace su presencia. Habrá que hacer una escala técnica antes de llegar al hotel.
Pabellón de la Paz, en el Campo Marte.Fuegos artificiales sobre la Torre Eiffel.
La Rue Mouffetard es una importante vía desde tiempos romanos, cuando unía Lutecia (antiguo nombre de París) con Roma. Hoy, es una zona muy conocida y visitada por sus mercados al aire libre, especialmente los de la Place Maubert, Place Monge y la Rue Daubenton, una bocacalle donde se organiza un alegre mercado africano. Las tiendas de los pequeños comerciantes conservan celosamente sus rótulos, muy antiguos y a veces pintorescos. Allí nos dirigimos la tarde del domingo, después de haber pasado la mañana en el Jardín de Plantas.
Arriba y abajo: la Rue Mouffetard. Por supuesto, puede dar click en las fotografías (tratadas con la técnica HDR) para ver los detalles por medio de la lente de aumento.
La tarde era lluviosa, pero era una lluvia intermitente y ligera. Las condiciones ideales para tomar fotografías interesantes en las que se mostraran los claroscuros de las nubes. Mientras Tere visitaba cada una de las tiendas (literalmente), yo buscaba ángulos donde emplazar la mirada. Fue en uno de esos momentos de ver la realidad a través de la lente que me vino a la mente una fotografía de Henry Cartier-Bresson (1908-2004) cuyo título es, precisamente, «Rue Mouffetard». En ella se muestra a un niño que caminaba por esa calle con un par de botellas de vino. Su cara y su mirada mostraban no sólo alegría, sino también un aire de satisfacción y orgullo.
¿Posando para la cámara? ¿Feliz de ir a casa a disfrutar una comida acompañada por el vino que lleva en sus brazos? ¿Cómo saberlo? No importa: con ver ese rostro es más que suficiente. Cartier-Bresson dijo lo siguiente sobre el arte de la fotografía:
El aparato fotográfico es para mi un cuaderno de croquis, el instrumento de la intuición y de la espontaneidad, el maestro del instante que, en términos visuales, cuestiona y decide al mismo tiempo. Para significar el mundo, es preciso sentirse implicado con lo que se recorta a través del visor. Esta actitud exige concentración, sensibilidad, un sentido de la geometría. Es a través de una economía de medios y sobre todo el olvido de uno mismo como se llega a la simplicidad de la expresión