La expresión en inglés take five es una forma abreviada de decir take a break for five minutes, que puede traducirse como «tomar un breve descanso» (no literalmente cinco minutos). En la década de los sesentas, posiblemente alrededor de 1966, escuché por primera vez la pieza «Take Five», con el cuarteto de Dave Brubeck (1920, Concord, California), escrita por el saxofonista Paul Desmond. El nombre de la composición no hacía alusión a tomar descanso alguno, sino al inusual ritmo en que estaba escrita: 5/4. Grabada en 1959, «Take Five» se convirtió en un éxito masivo no sólo en los Estados Unidos sino prácticamente en todo el mundo. Dave Brubeck falleció hoy, un día antes de cumplir 92 años, camino a un hospital de Connecticut.
Dave Brubeck. (c) David Renfern/Redferns
Recuerdo bien el álbum en el que venía «Take Five», Time Out, con una original portada en la que se mostraba una pintura a la Joan Miró, del diseñador Sadamitsu Fujita. ¿Quién no recuerda «Three to get ready» o «Blue Rondó a la Turk»? El inusitado éxito del álbum entre un amplio público fuera del mundo del jazz pudo haber sido interpretado como el resultado de un conjunto de piezas confeccionadas para el éxito comercial. Nada más alejado de la realidad. En él, Brubeck puso a prueba su formación en música clásica, sus dotes en la improvisación y el dominio de ritmos no convencionales. Basta decir que hoy se considera al nivel musical de otro álbum aparecido en ese mismo año de 1959: Kind of Blue, de Miles Davis. Ni más ni menos.
Para quienes somos fanáticos de Cecilia Bartoli (Roma, 1966), la portada de su nuevo album, Mission, ha sido motivo de una experiencia traumática (yo apenas me estoy reponiendo). Sobre todo cuando uno está acostumbrado a regocijarse no sólo con las dotes musicales de esta extraordinaria mezzosoprano, sino también con sus otras dotes: pizpiretos ojos oscuros, cuerpo generoso -como debe ser el de las cantantes italianas-, y abundante y salvaje cabellera.
La Bartoli con piano
La Bartoli, hija de cantantes profesionales, se ha especializado en la interpretación de obras de compositores tan conocidos como Mozart, Rossini y Puccini, pero también de otros menos conocidos o injustamente olvidados. Para ello dedica una buena parte de su tiempo a andar hurgando, desenpolvando y leyendo/descifrando documentos, libros y partituras en bibliotecas, archivos y oscuras iglesias. Es decir, es una investigadora entusiasta y consumada.
Su último trabajo está dedicado a la interpretación de obras de uno de esos compositores olvidados: Agostino Steffani (1654-1728). Steffani es un personaje «curiosísimo», según nos cuenta la Bartoli, del que se sabe muy poco aunque todo es «jugoso»: había sido cantor, probablemente un castrato, y después compositor operístico de mucho éxito en Alemania, diplomático para la Santa Sede, obispo titular, nuncio apostólico en la Corte protestante del Norte, y urdidor de matrimonios reales, involucrado, quizá, en… espionaje y asesinato…
Cecilia frente al espejo.
En su investigación encontró copias de sus óperas en la Ancient Academy of Music de Londres y en la Biblioteca Nacional de Viena y descubrió algo realmente sorprendente: que estaba frente a un «pre Haendel» o a un «pre Bach». Esto la llenó de la energía suficiente para recuperar una música que ella describe como «espiritual sin ser necesariamente sacra», así como «dulce, virtuosa, cósmica, trascendental y de una gravedad inexplicable». Ya metida en el chisme de hurgar vidas ajenas, leyó sus cartas y le pareció que era una buena idea ahondar en una vida paradójica y de grandes contrastes.
El resultado de todo esto, además del nuevo CD de Cecilia Bartoli, es una novela de misterio de su amiga la escritora norteamericana Donna Leon, basada en la vida de Steffani, Las Joyas del Paraíso, la cual, seguramente, pronto será una pelicula de enorme éxito. Como no quise dejarlos en suspenso respecto a la portada de Mission, aquí abajo la he insertado. ¿No es para impresionarse? Sea como sea, recomiendo la compra de este CD, que viene profusamente ilustrado y con mucho material que leer sobre este trabajo artístico y musicológico de la Bartoli.
Este mes de septiembre, el día 5 para ser exactos, se celebraron los 100 años del nacimiento del músico, compositor, teórico musical, poeta y pintor John Cage (1912-1992). Cage fue una figura destacada del movimiento avant garde y uno de los músicos estadounidenses más influyentes del siglo XX. Pionero de la música aleatoria y electrónica, así como en el uso de instrumentos no convencionales.
Una de sus obras más conocidas es 4′ 33″. El título alude a su duración: 4 minutos con 33 segundos. Ha sido interpretada por innumerables solistas, ensambles y orquestas del mundo. Yo, por supuesto, tengo mis preferencias de interpretes tanto de solistas como de sinfónicas. ¿Cuál es la suya?
Abajo hay dos ligas a Youtube. La primera, la obra de John Cage con orquesta sinfónica y la segunda con piano solo. Estoy seguro que, después de escucharla, querrán adquirir un CD.
Al igual que el aroma de una galleta dispara recuerdos lejanos, una pieza de música nos puede hacer recordar todo un periodo de nuestra infancia. A principios de los años sesenta, me aficioné a una serie de televisión llamada «Peter Gunn» (ahora sé que en Estados Unidos fue transmitida de 1958 a 1961). Su creador fue Blake Edwards, quien posteriormente ganara fama con la serie de películas de la Pantera Rosa (con el genial Peter Sellers). Peter Gunn, protagonizado por Craig Stevens, era un investigador privado en la clásica tradición del film noir. Sin embargo, a diferencia de los demás detectives, Gunn era sofisticado y elegante, además de tener un especial gusto por el cool jazz. Los episodios no sólo eran muy emocionantes, sino que estaban envueltos en un ambiente musical extraordinario.
En la serie, Peter Gunn era un asiduo cliente del club de jazz «La casa de mamá», y su novia, Edie Hart (Lola Albright), era una cantante que trabajaba regularmente en ese lugar. Famosos jazzistas (de la vida real) hacían apariciones ocasionales en ese club de set televisivo, como es el caso de Shorty Rogers, en uno de los primeros episodios. El compositor de toda esta extraordinaria música era Henry Mancini (1924-1994). Recuerdo haber comprado el disco de vinil en aquellos años, en una discotea local. Podía entonces disfrutar de esta magnífica colección de cool jazz, con títulos tan evocadores como «Sorta Blue», «Dreamsville», o «Brief and Breezy».
La portada original del disco
Con el tiempo, y con los cambios tecnológicos, ese long play «se perdió» junto con otras cosas cuyo destino ignoro: libros, juguetes, etc. Hace unos meses me enteré en Amazon que había una nueva edición de toda la música que compuso Mancini para esa serie en dos discos compactos. Una colección de las 23 piezas originales, cada una tocada en dos versiones distintas, y grabadas entre 1958 y 1959. Ahora que las he escuchado ahora en casa, es extraordinario ver cómo recuerdo con precisión cada riff de los metales, cada fill de la bateria. El sonido de big band es impresionante, lleno de diversas texturas creadas por el vibráfono, el piano, el bajo y los metales. Y con todo esto vienen muchos recuerdos de cuando tenia diez años de edad.
El 9 de diciembre de 1980 me despertó, como todos los días, el aparato de música. El despertador estaba sintonizado a una de las estaciones de la BBC. Eran las seis y media de una mañana muy fría. Los vidrios de la recámara estaban empañados y por la ventana pude ver que había algo de nieve. Desde allí la vista era magnífica: la empinada calle hacía levantar la mirada para descubrir, por enésima vez, una de las laderas de Calton Hill, una colina que se levanta cerca del centro de Edimburgo.
Calton Hill, Edimburgo.
Siempre me intrigó esa extraña colección de monumentos neoclásicos sobre Calton Hill: ¡Grecia y Roma al norte de la Muralla de Adriano! La BBC seguía tocando «Woman», de John Lennon, lo cual era un poco extraño para una estación dedicada a la música clásica, a otras expresiones de las artes y a las noticias internacionales. Estaba viviendo mi segundo año en la capital escocesa y ahora estaba enfrascado en la redacción de mi tesis. Así que ahí estaba yo frente a la máquina de escribir con mis cuadernos de notas.
Una vez que concluyó la bellísima canción de Lennon, el locutor tomó un profundo respiro y dijo sin más que la BBC rendía tributo a este compositor, recién asesinado la noche anterior en Nueva York, a manos de un maniático. Mi primera reacción fue la de no haber escuchado lo que había escuchado, así que me puse a sintonizar otras estaciones, como queriendo huir de esa frecuencia. Corroboré al instante la noticia: todo el espectro estaba dedicado a reproducir Double Fantasy, el último disco de John Lennon. No había duda.
John Lennon y Sean en Nueva York.
Debía ir a la universidad, pero esa mañana sentía que no tenía sentido nada de lo que tenía programado hacer ese día. Una vez que salí a la calle, pude ver que la mayoría de las tiendas habían colocado televisores en sus aparadores para sintonizar las noticias y homenajes que se multiplicaban por todas partes. Era conmovedor ver a niños, adultos y ancianos frente a los televisores con las miradas empañadas. No tenía la menor idea de lo que Lennon significaba para esta nación.
Fue entonces cuando supe que Lennon se había retirado de la música durante cinco años para dedicarse a criar a su hijo Sean. Aprendió a hacer pan, cocinar y cambiar pañales. Pasaba largas horas haciendo dibujos para su hijo. Una vez que terminaba uno, le preguntaba qué era lo que había dibujado. Así, fue titulando cada uno de ellos. Hoy se pueden disfrutar todos ellos en la publicación Real Love: The drawings for Sean.
A cat climbing, de John Lennon.
Hace 31 años de esa fría y terrible mañana. Hace 31 años que la frase de Lennon adquirió sentido para mí: «The dream is over». Pero ahí está su música, sus libros de relatos y poemas, sus dibujos y diseños, sus himnos a favor de la paz. Quizá el sueño no haya terminado del todo. Es que la vida es así: «Life is what happens to you while you are busy making other plans» (Lennon).
En esta ocasión quiero compartir algunas fotos que tomé en un festival de jazz que acaba de concluir (Jazzuv) y que cada vez adquiere más relieve internacional. Tuve la oportunidad de escuchar a músicos muy talentosos, algunos con gran experiencia y otros muy jóvenes. Todas las fotografías fueron tomadas con una Nikon D7000 y con un lente de 18 – 105 mm. Debido a la iluminación de los foros, tuve que subir el ISO a 1250. Nada que temer, creo. Como podrán ver, no pude resistirme a jugar/experimentar un poco con algunas imágenes.
Osmani Paredes
Osmani Paredes es pianista, compositor y arreglista, cuyo estilo funde el jazz con su herencia rítimica afro-cubana. Utiliza, además, una técnica que proviene de sus años de educación musical clásica. Nació en Santa Clara, Cuba, y asistía a la Escuela de Música de la Habana, mientras participaba en la Orquesta América de Enrique Jorrín. Actualmente reside en Nueva York, donde tiene su propio grupo. También se dedica a dar cursos y seminarios en diferentes partes del mundo.
Ray Drummond
Ray Drummond nació en Brookline, Massachusetts, en 1946. Es contrabajista, compositor, director de banda, arreglista, productor y educador. Asistió a 14 escuelas alrededor del mundo, lo que enriqueció su bagaje cultural y musical. Su viaje musical lo inició a la edad de ocho años, primero con la trompeta y después con el corno francés. Más tarde se volvió un apasionado del jazz y fue a los 14 años cuando se dedicó al contrabajo de tiempo completo.
Jeff «Tain» Watts
Jeff «Tain» Watts, nacido en Pittsburgh, es hoy uno de los bateristas más solicitados del mundo. Su habilidad técnica, desenvoltura y naturalidad hacen que los más complejos solos parezcan como un sencillo juego. Se inició como percusionista clásico en la escuela Duquesne de su ciudad natal, donde se desempeñó principalmente como ejecutante de los timbales. Hizo sus estudios de jazz en la Escuela de Música de Berklee, junto con músicos talentosos, como Winton Marsalis.
Edgar Dorantes, Ray Drummond y Francesco Cafiso en el sax
Francesco Cafisso nació en 1989 y a sus 22 años es considerado ya como uno de los talentos más precoces del jazz en el mundo. Ha recorrido muchos países tocando con Winton Marsalis y ha alternado con músicos de la talla de Hank Jones, Dave Brubeck, Ray Drummond y Joe Lovano, entre muchos otros. La Fundación de Jazz de Umbría, de su país natal, Italia, lo ha nombrado embajador de la música de jazz italiana en el mundo.
Jazzistas al borde de un hoyo negro
Después de leer algunas biografías de jazzistas importantes, uno comienza a darse cuenta de cómo muchos de ellos comenzaron estudiando música clásica y después migraron hacia el jazz. Uno se puede preguntar qué tanta distancia hay entre el jazz y la música clásica, cuáles son sus puntos de contacto y cuáles sus cualidades más distantes. Sobre todo cuando hay quienes ven en estos géneros dos polos opuestos: desde sus orígenes sociales hasta su grado de libertad para expresar las notas en el momento. Pero quizá lo más importante es que siempre ha existido este vínculo y que ha enriquecido a ambas partes.
Esto es muy interesante. La dialógica en la música. Edgar Morin nos define el principio dialógico de la siguiente manera: dos principios o nociones que deben excluirse mutuamente, pero que son indisociables en una misma realidad (Morin, 2000). Ahora veamos lo que dice Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) sobre su relación con las partituras:
El trabajo de estudio no termina nunca. Hay obras que las toco desde hace 60 años y las conozco de memoria. Pero nunca viajo sin la partitura porque al leerla siempre descubro algo nuevo. Pero cuando te sientas a tocar tiene que ser como si lo estuvieras inventando en ese momento. El que no tiene esa capacidad y revela en su manera de interpretar cómo estudió la obra, aburre. Y quien no hizo el trabajo previo, aunque parezca que improvisa, pierde la conexión. Lo interesante y magnífico de la música es hacer algo y lo contrario al mismo tiempo.
Morin, Edgar. (2000). La mente bien ordenada. Repensar la reforma. Reformar el pensamiento. Barcelona: Editorial Seix Barral. Pág. 126.
El huracán «Karl» entrando a territorio veracruzano.
Escribo estas líneas bajo estado de sitio. Desde la tarde-noche de ayer, el huracán «Karl» dejó sentir su presencia con vientos moderados en la región de Xalapa. Esta mañana, «Karl» (categoría 2, con probabilidades de que se convierta en 3) tocó tierra en la parte central del estado de Veracruz, con vientos de hasta 200 kilómetros por hora. Ahora tenemos una combinación de lluvia y viento muy intensa.
The Passion of Reason
Imposible ignorar el ruido de allá afuera, pero sigo trabajando en un texto en mi bunker-estudio. La música de fondo la proporciona un CD fuera de serie: «The Passion of Reason», del trío «Sour Cream» . El ensamble neerlandés estaba formado por los extraordinarios músicos Frans Brüggen, Kees Boeke y Walter van Hauwe. En junio de 1993 se reunieron en Italia para grabar lo que sería su último par de CDs (The Sour Cream Legacy). Contienen 28 piezas de música antigua, desde Guillaume de Machault (1300-1377) hasta Johann Sebastian Bach (1685-1750). Increíbles texturas, sutilezas y ambientes a tres flautas que contrastan con lo que ocurre allá fuera.
Por si les interesa, este álbum doble fue producido por Glossa: GCD 921102.
Cuando se trata de recuerdos, de nostalgia de años idos, la musica de fondo es casi inevitable. Cada quien tiene sus canciones, compositores, bandas, sinfónicas, directores, intérpretes favoritos. Yo tuve la suerte de vivir la explosión cámbrica-musical de los años 60. Toda una revolución alrededor del jazz, el rock y la bossa nova. Lo mismo escúchábamos a Dave Brubeck (¿recuerdan su histórica «Take Five»?), al Ramsey Lewis Trio («The In Crowd» era imprescindible) y Ray Charles («What I’d Say»), que a Antonio Carlos Jobim («La chica de Ipanema», «Desafinado») o Joao Gilberto o Vinicius de Moraes (muchos de sus poemas se convirtieron en letras de canciones).
Antonio Carlos Jobim
El rock vivía entonces una diversificación e innovación extraordinarias. Ahí estaban The Rolling Stones, Cream (con Eric Clapton a la cabeza), Bob Dylan, The Mamas and The Papas (nadie olvida a Mama Cass), Simon & Garfunkel, Janis Joplin, Jimmy Hendrix y The Doors, entre una innumerable cantidad de músicos extraordinarios. The Beatles nos sorprendieron por su rápida evolución en unos cuantos años. Recuerdo que cuando escuché por primera vez su album Sargent Peppers’s Lonely Heart Club Band, creí que ya habían perdido el rumbo completamente. Me tomó varios días asimilar lo que estaba escuchando. Fueron ellos quienes ayudaron a romper las barreras musicales, acercándonos por igual a la música clásica que a las ragas indias o la llamada música psicodélica.
George Harrison se interesó no sólo en las filosofías de la India, sino también en su música. Fue así que decidió aprender a tocar el sitar con el músico más destacado de entonces: Ravi Shankar. Pasó tres meses con él y si bien no llegó a dominar el instrumento (cosa que le habría tomado la vida entera), le llevó a crear nuevas texturas dentro del mundo del rock. Ahí está como muestra la increíble «Within you without you», que grabó con su sitar y un grupo de músicos occidentales e indios.
Mucho después de la disolución de The Beatles, Harrison fue en 1988 a Estados Unidos para grabar una canción de lo que sería el lado «B» de un disco sencillo para promover su LP Cloud Nine. Tenía a la mano una canción que aún no tenía título. Decidió entonces invitar a sus amigos Roy Orbison (si han escuchado «Pretty Woman», saben de quién estoy hablando) y Tom Petty (The Heartbreakers) a grabarla. Harrison pensó que sería buena idea invitar también a su amigo Bob Dylan y realizar la grabación en su propiedad, «The Farm». También participó en esta grabación Jeff Lynne, músico ex-integrante de la Electric Light Orchestra.
The Traveling Wilburys
Una caja de cartón con la leyenda «Handle with care» («manejar con cuidado»), a la entrada de la casa de Dylan, dio a Harrison la idea para el título de la canción. Una vez que todos escucharon el resultado, George sabía que no podía ser simplemente el lado «B» de un disco sencillo. Fue cuando de manera espontánea se formó el grupo: The Traveling Wilburys. Años más tarde, Harrison diría que si se hubiera planeado la formación de la banda, habría sido simplemente imposible: «tuvo que haber sido la luna llena o algo parecido».
En su corta vida, sólo grabaron tres álbumes: simplemente The Traveling Wilburys I, II, y III. Oro de 24 kilates. Durante muchos años estuvieron agotados y era imposible conseguirlos a menos que se estuviera dispuesto a pagar un precio muy alto . Se habían convertido en material para coleccionistas. Hoy se han vuelto a editar esos tres discos de un grupo extraordinario y compuesto por cinco talentos. Es música llena de humor, frescura y craftsmanship. Se puede advertir cómo se divirtían en cada canción. Me da la impresión que nunca se lo tomaron en serio, excepto por el puritito gusto de reunirse como amigos.
Con la muerte primero de Roy Orbison (sólo alcanzó a participar en un disco) y después de George Harrison, sabemos que yo no habrá más Wilburys viajeros. Por cierto, ninguno de ellos aparecía con su nombre sino con pseudónimos que los convertía en los hermanos Wilbury. Les recomiendo ver el video de «Handle with care» para que se regocijen con esas improbables imágenes de ver juntos a Roy Orbison, Bob Dylan y George Harrison.