Desde el siete de abril no he escrito una entrada nueva para este blog. ¿Cuál es la razón? Intuyo la respuesta cuyo nombre es terrible: procrastinación. El Diccionario del Uso del Español, de María Moliner (2a edición) define la procrastinación como «Acto de procrastinar», lo cual no ayuda mucho. Más abajo define procrastinar: «(del latín procrastinare) Aplazar. Retrasar». Quiero ampliar mi cultura respecto a esta (horrible) palabra y consulto el Diccionario de la RAE, pero me dice exactamente lo mismo.
¿Es posible que Wikipedia sea una opción más completa que la Moliner y la Real Academia juntas? Allí encuentro que procrastinar se compone de las palabras latinas «pro» (adelante) y «crastinus» (referente al futuro) y que el vocablo significa: «postergación o posposición, es la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables». Bien, esto suena un poco más interesante, y eso es lo que he hecho durante estos 94 días o 2 256 horas: pro-cras ti-nar. A propósito, ¿cómo se conjuga este verbo en pretérito pluscuanperfecto?
Pero busco más, y en la Revista Society of 2000 encuentro algo más completo:
La procrastinación es un complejo transtorno del comportamiento que a todo el mundo nos afecta en mayor o menor medida. Consiste en postergar de forma sistemática aquellas tareas que debemos hacer, que son cruciales para nuestro desarrollo y que son reemplazadas por otras más irrelevantes pero más placenteras de llevar a cabo. Es asumida popularmente como simple «pereza». Afecta a multitud de perfiles (el ejecutivo que aplaza una y otra vez una reunión porque la prevé conflictiva, el estudiante que aplaza indefinidamente el estudiar para sus exámenes,etc.) y cada vez más se está convirtiendo en un serio problema que afecta a la salud psicológica de los individuos y, por ende, a la salud social de una comunidad.
Confío en que mi complejo trastorno de comportamiento no haya contribuido a minar la salud social de mi comunidad, de mi país, del planeta, al dejar de escribir en mi blog durante 135 360 minutos. Pero la duda central permanece: ¿por qué? ¿Se agotaron de pronto los temas interesantes? ¿Encuentro ahora particularmente estresante escribir en el blog? ¿Miedo a enfrentarme a la pantalla en blanco? ¿Mi vida se ha convertido en una rutina anodina y vacía? La respuesta es un rotundo no, pero no puedo discernir qué me ha llevado a estos 8 millones 121 mil 600 segundos de inactividad en el blog. Quizá eso sea lo más misterioso de este largo periodo de procrastinación.
QUERIDO ARTURO….
Me cuesta trabajo creer que hayas caido en la «procastrinación» o sea la pereza, desde luego que extrañamos al abrir el correor no encntrar nada tuyo, pero pueda ser que en algún momento sí tuviste pereza y también es válido, solo que te pedimos que no sea frecuente.
Un abrazo y gracias.
ANA