Haciendo tiempo

Hay quienes se desviven por ser «productivos». Hacen muchas cosas a la vez, pero al final del día no se comprometen con ninguna. Mantienen al punto sus Bookfaces, Tweeters y LinkedIns. Mensajean sin cesar. Consultan sus cuentas de correo electrónico por Blackberry. Creen estar en todas partes, pero no están en ninguna. Multitaskean, válgase el verbo, pero no acaban nada. Viven actualizando sus fútiles curriculum vitaes. ¿De qué los llenan?

¿De dónde vendrá tanto vacío? ¿Que pasaría si esas personas se detuvieran por tan solo diez minutos? ¿Estallarían? Es como si «estar conectados» fuera la única evidencia de que tienen vida. Mientras, allá afuera corre la vida cara a cara, cuerpo a cuerpo. Lo que está fuera del programa no atrae, así sea la del misterio y lo desconocido, sino sólo aquello que se puede convertir en objetivos, actividades y metas.

Me resisto a ser productivo, concepto clave del ámbito de los negocios, de la administración y de la academia (mundos que cada vez se asemejan más). Como quería leer y escribir sin rumbo aparente, abandonado a las derivas y a las sorpresas, decidí producir tiempo. Apagué el celular. No consulté mi correo electrónico. No encendí la computadora. Me dediqué a leer y escribir a mano. Mi mesa de trabajo se llenó de libros, notas y garabatos. Escribí y escribí. Y cuando sentí que era hora de parar un rato, eran sólo las once de la mañana. Ahora tengo mucho tiempo para no hacer nada.