Ética pre-navideña

La cosa está así. Desde que salió al mercado, será cosa de unos tres meses, la nueva cámara digital Nikon D7000 me había hecho ojitos. Una belleza negra con 16.2 Mp de  resolución… y con ese misterioso pequeño botón llamado «bracket» (no voy a entrar en detalles técnicos, pero créanme, es magia pura). Conforme se acercaba el fin de año (y con él, la Navidad), hice mis mejores esfuerzos para informar a todos quienes me rodean y me quieren (hipótesis por demostrar) sobre mis crecientes deseos de poseer esa maravilla tecnológica. El problema era que, invariablemente, me decían «¿y por qué no te la compras?»

La belleza negra

Finalmente, mis repetitivas y cada vez menos sutiles estrategias surtieron efecto. Así que hace unos días Tere me dijo, «Está bien te la voy a comprar, y ese va a ser mi regalo de Navidad». ¡Zucutrucu! (expresión que denota desbordada alegría) Ahora la susodicha maravilla descansa frente a mí… perfectamente empacada, envuelta en papel dorado y con  un enorme y elegante moño rojo. Y es aquí  cuando entra en escena esa dimensión altamente compleja de la ética pre-navideña: ¿puedo abrir con cuidado el envoltorio, sacar la cámara, el lente (18-105 mm) y su respectivo manual, con el fin exclusivo de probarla… de asegurarme de que todo está  bien?

Busco en los archivos familiares, y no encuentro antecedentes de un acto similar. Nadie ha pre-abierto un regalo con el fin de probarlo. No hay evidencias de que se haya roto el protocolo oficial del intercambio de regalos (ISO 6660). La materia parece alcanzar niveles de algo cuasi-sagrado. Dije «cuasi». Ahora debo aclarar que no me mueve ningún afán insano y prematuro de ponerme a jugar ya con mi juguete. No. Se trata de un procedimiento elemental de prueba técnica anticipada (PTA, por sus siglas en español). ¿Se imaginan la situación tan embarazosa que se podría generar en medio de la algarabía si la D7000 no funciona como se espera? No se diga más. ¿Dónde puse mi navaja suiza?

Un vaso de agua fresca

José Saramago, por Pedro Covo.

José Saramago (1922-2010), uno de los escritores más apreciados en el mundo, también era conocido por sus ideas sobre la política y la injusticia. He aquí un par de citas suyas acerca de la honestidad de las palabras.

Yo soy una persona pacífica, sin demagogia ni estrategia. Digo exactamente lo que pienso. Y lo hago en forma sencilla, sin retórica. La gente que se reúne para escucharme sabe que, con independencia de si coincide o no con lo que pienso, soy honesto, que no trato de convencer a nadie. Parece que la honestidad no se usa mucho en los tiempos actuales. Ellos vienen, escuchan y se van contentos como quien tiene necesidad de un vaso de agua fresca y la encuentra allí. Yo no tengo una idea de lo que voy a decir cuando estoy frente a la gente. Pero siempre digo lo que pienso. Nadie podrá decir nunca que le he engañado. La gente tiene necesidad de que le hablen con honestidad.

-0-

José Saramago. En sus palabras

Sé lo que es, sé lo que digo, sé por qué lo digo y preveo, normalmente, las consecuencias de aquello que digo. Pero no lo hago por un deseo gratuito de provocar a la gente o a las instituciones. Puede que se sientan provocadas, pero en ese caso el problema es suyo. Mi pregunta es: por qué tengo que callar cuando sucede algo que merecería un comentario más o menos ácido o más o menos violento. Si fuéramos por ahí diciendo exáctamente lo que pensamos -cuando mereciera la pena-, viviríamos de otra manera. Existe una apatía que parece haberse vuelto congénita y me siento obligado a decir lo que pienso sobre aquello que me parece importante.

Ambas citas las he tomado del libro José Saramago. En sus palabras, editado por Fernando Gómez Aguilera (2010, Alfaguara). Por supuesto, es una invitación a leerlo.