Regresar a casa VI (llegada al Schumacher College)

El mar desde el tren

Tomo mi tren en  Londres a las 9:06 de la mañana rumbo a Totnes. El tranquilo viaje de casi tres horas me da la oportunidad de leer y de disfrutar el paisaje. Antes de llegar a mi destino, me toma por sorpresa el mar. El día es espléndido y soleado, pero estoy seguro que el agua está fría. Tomo un taxi a la pequeña localidad de Dartington y en diez minutos ya estoy en el Schumacher College, un conjunto de edificios situados en un envidiable escenario, lleno de árboles, plantas y aves.

Schumacher College

Me dan la bienvenida e inmediatamente me conducen a lo que será mi habitación durante dos semanas. Pequeña, pero confortable y con el espacio necesario para trabajar y descansar. Me llama la atención una enredadera que ya se está metiendo por mi ventana (¿serán sanas sus intenciones?). La vista desde ella es inmejorable.

Vista desde mi ventana

En menos de una hora, ya estamos todos los participantes (20 en total, de 11 países) y pronto comienzan las actividades: introducción a la vida en el Colegio, lunch vegetariano, tour por las instalaciones, círculo de presentaciones de los participantes, cena vegetariana, primera sesión con dos de los profesores (Sean Kelly y Stephan Harding). Terminamos cerca de las 10 de la noche. El curso es prometedor.

Stephan Harding y Sean Kelly

Los efectos del jet lag comienzan a hacer su efecto. Decido subir a mi habitación a descansar. El aire está frío, pero el blackbird que anda por ahí cantando ni se entera. Mañana las actividades comienzan temprano, a las 7:15, con una sesión de meditación. Si no disponen de otra cosa, ya me desconecto por el día de hoy.

Regresar a casa II

Aeropuerto de la Ciudad de México

Conozco la angustia que uno puede experimentar durante las conexiones entre vuelos de avión, sobre todo cuando la distancia entre la llegada y la salida es muy estrecha. Todo depende de una extraña e improbable coreografía sujeta a muchos azares y situaciones inesperadas (evito concientemente la palabra “accidentes”). Recuerdo que, hace años, tuve que correr, con maletas en mano, varios kilómetros por un laberinto horrendo y sin fin en un aeropuerto de Estados Unidos para no perder mi vuelo a México.

Por esa razón, le pedí a la agencia de viajes que, por favor, no me pusiera en vuelos de conexión demasiado juntos, que hubiera cierta holgura para asegurar que no perdiera ningún vuelo. Y así lo hicieron. Salí de Veracruz a las 3:05 de la tarde. Y aquí estoy, en el aeropuerto de la Ciudad de México, a las 4 de la tarde, caminando parsimoniosamente por los pasillos… haciendo tiempo hasta que salga mi vuelo a Londres… ¡a las 9:35 de la noche! Me da tiempo de ver con cierto desprecio y diversión (como lo haría Mr. Bean) a toda la gente que corre por los pasillos, tratando de encontrar su compañía aérea.

Tengo que comprar libras esterlinas. Me doy el lujo de recorrer pasillos y comparar los precios entre las casas de cambio. Voy y vengo. Es increíble que en un tramo de tan solo unos cuantos metros esa moneda pueda variar de 19.85 a 22 pesos. Descubro que incluso entre casas que están una pegada a la otra el precio varíe en más de un peso con 50 centavos. ¿Alguien puede explicar qué lógica de la Economía aplica aquí? Pregunto en una ventanilla de información sobre las casas de cambio de adentro, más allá del puesto de control de salida. Me dicen que ni lo piense. Que adentro es un robo, que mejor compre las libras en los pasillos de aquí afuera.

Acato la sugerencia. Me dirijo al baño a sacar el dinero de mi bolsa secreta que traigo alrededor de la cintura, debajo de la camisa. Es un movimiento que no puedo hacer en público (so pena de que la policía me detenga por intento de exposición indecente, o bien que alguien del otro lado de la justicia –es un decir- se lleve mi dinero). Terminada la operación bursátil cuento con más de cuatro horas para que salga mi avión. Es hora de comer. Tengo tiempo suficiente para seguir leyendo Coming home, de Sean Kelly.