París, te amo es una película de 2006 dirigida por varios directores de distintas nacionalidades. Está integrada por 18 cortometrajes que corresponden a 18 (de los 20) distritos (arrondissements) de la ciudad. El tema central, como se puede adivinar, es el amor, e incluye una historia de vampiros. Uno de esos cortos se llama Parc Monceau (Parque Monceau), dirigido por el director mexicano Alfonso Cuarón (Ciudad de México, 1961). Dura apenas 5 minutos y se desarrolla en un plano secuencia (una sola toma) mientras los dos personajes principales caminan por la calle, por el Boulevard de Courcelles que pasa a un lado del Parque Monceau. Se trata de un ingenioso diálogo que nos conduce a imaginar lo que no es, para finalmente descubrir la verdadera razón del encuentro de dichos personajes. La historia fue escrita por el propio Cuarón, mientras viajaba en taxi de Pisa a Cannes (¿cuánto le habrá costado la dejada?). Este es un video de YouTube de Parc Monceau, de Cuarón, para que la recuerden.
Parc Monceau, de Alfonso Cuarón (2006).
Lo curioso es que el Parque Monceau que da nombre al cortometraje nunca aparece en él. Ni siquiera un fragmento de la bella herrería de la reja que lo rodea. Fue construido en 1778 y hoy cubre una extensión de 82 506 metros cuadrados. En 1797 fue escenario del aterrizaje del primer salto de paracaídas que hizo un tal André Jacques Garnerin, quien se lanzó desde un rudimentario globo (que incluso lo pudo haber matado antes de saltar). Claude Monet pintó varios cuadros en el parque, lo que nos da pistas de la belleza de este lugar. Su diseño paisajista, entre inglés y oriental, dio paso una sucesión de extrañas construcciones, que incluían una pirámide egipcia, un castillo gótico y una pagoda china, entre otros excesos. De todas ellas destaca un estanque rodeado de columnas y que lleva el nombre de Naumaquia: lugar donde en la antigua Roma se representaban combates navales. Monceau es hoy un parque de extraordinaria belleza que, afortunadamente, no es visitado por las grandes masas de turistas. Es una verdadera joya. Un remanso para ir a caminar y a descansar, fuera del ajetreo de la ciudad.
Henry (Enrico) Cernuschi (1821-1896) fue uno de los tres héroes italianos que liberaron a Milán de la ocupación austriaca, y quien más tarde tuvo que refugiarse en Francia. Algo debe haber salido mal. Si bien sus primeros años fueron muy difíciles, logró hacerse de una buena reputación como economista y, posteriormente, como consultor de inversionistas. Compró además acciones de diversos negocios, lo que le permitió acumular una fortuna millonaria. Cernuschi realizó viajes por todo el mundo entre 1871 y 1873. Durante su estancia en Japón y China, adquirió alrededor de 5 000 piezas de arte que pasaron a constituir el centro de su colección. En París, compró el último terreno disponible junto al Parque Monceau. Allí construyó su mansión para vivir rodeado de sus obras de arte. Murió en Menton, una ciudad cerca de la frontera con Italia, en 1896. Antes de morir, había donado su casa y sus colecciones a la ciudad de París. Hoy es el Museo Cernuschi de Artes Asiáticas, un museo fuera de serie que muestra colecciones de China, Japón, Corea y Vietnam, entre otros países., además de exposiciones temporales que incluyen arte contemporáneo. Es un museo que, afortunadamente, también se encuentra fuera del circuito del turismo masivo.
Desde el cortometraje de Cuarón, hasta el Museo Cernuschi, pasando por el Parque Monceau y el breve descanso de la chica vigilante, parecen ser piezas de la misma historia de amor, de amor al arte, y que hemos tomado como pretexto para mostrar algunas fotografías de espacios que se han convertido en lugares.
La fotografía de abajo fue tomada por el fotógrafo Mark Shaw en 1955. En ella aparecen Pablo Picasso y la modelo Bettina Graziani. En el estudio se pueden apreciar varias pinturas del pintor, pero también una gran cantidad de objetos colgados y amontonados sobre mesas y en rincones. Todos son parte de la colección de arte primitivo que Picasso comenzó a coleccionar desde joven. Escribió en una carta a su amigo Apollinaire: «Mis mayores emociones artísticas las sentí cuando se me apareció, de repente, la sublime belleza de las esculturas realizadas por artistas anónimos de África. Esas obras son lo más bello que la imaginación humana haya producido». Por cierto, Picasso y Apollinaire fueron sospechosos por algún tiempo del robo de la Gioconda del Museo del Louvre, en 1911 (con sobrada razón, pues este par tuvo algunos antecedentes medio turbios relacionados con la desaparición de otros objetos del Museo).
El título de la entrada no es ninguna exageración. La Fundación Louis Vuitton (FLV) se encuentra en medio del Bosque de Boulogne, el cual tiene una extensión de 846 hectáreas. Cuenta con dos lagos (con renta de botes), diversos jardínes e invernaderos, senderos peatonales y para bicicletas, caminos para andar a caballo, áreas para hacer días de campo, juegos para niños, dos hipódromos, museos, varios restaurantes y un teatro. Vamos, como el Bosque de Chapultepec de la ciudad de México, sólo que con 168 hectáreas más… y los hipódromos. La FLV, diseñada por el arquitecto canadiense Frank Gehry, fue abierta al público en 2014. Se puede llegar a pie a este centro cultural, en una caminata pausada de unos 20 minutos desde la estación del metro Les Sablons, o bien tomar un minibús eléctrico que tiene su estación a unos metros del Arco del Triunfo (un euro, si se tiene ya un boleto para algún evento). Pues bien, la Fundación presentó en 2017 la exposición Art/Afrique.
La periodista británica Louisa Buck dijo en un artículo en The Telegraph que puede ser que hoy se hable mucho sobre la globalización del mundo del arte contemporáneo, pero que el arte de África está lamentablemente sub-representado (www.telegraph.co.uk, del 5 de mayo de 2017). Aunque la exposición tiene un título muy abarcador, nos dice, es imposible que dé cuenta del alcance y variedad de un continente que está integrado por 54 países diferentes (debo reconocer que en el ejercicio de recordar el nombre de esos países, sólo logré hacerlo con 16… y algunos de ellos no figuraban en mi repertorio). Muy quisquillosa la señora Buck, pero hay que concederle la razón de que en efecto, se habla poco del arte africano. Habría que agradecer entonces a la FLV el esfuerzo de brindar una pequeña muestra de la riqueza y calidad del arte en este inmenso continente: el tercero en extensión de los seis continentes, con una superficie de 30 257 466 kilómetros cuadrados (20.2 por ciento de la superficie terrestre) y 1 196 millones de habitantes (más o menos).
En la exposición Art/Afrique pudimos apreciar y disfrutar una gran variedad de objetos de arte: máscaras, pinturas, fotografías, murales, instalaciones, cortometrajes, maquetas, esculturas individuales y grupos escultóricos. Todos llenos de ingenio (como las esculturas realizadas con materiales de desecho), en los que se puede expresar lo mismo un gran sentido del humor que una realidad atravesada por enormes problemas sociales y ambientales. Una de las enormes sorpresas, entre muchas, fue descubrir cómo incluso el peinado de las mujeres puede llegar a convertirse en un verdadero arte portátil. Había una pequeña sala en la que se exhibían más de 100 fotografías de mujeres con diferentes peinados. ¿Cómo no admirar la joven con ese peinado tan elaborado? (Ver más abajo)
La exposición Art/Afrique en verdad fue extensa y estuvo compuesta por tres colecciones: 1) Colección Pigozzi (Los Iniciados); 2) Colección Être Lá (Estar ahí), de África del Sur; y 3) la Colección de la propia FLV. No pude encontrar la numeralia de los objetos exhibidos, pero eran cientos (nótese la precisión), a los que dedicamos varias horas… ¿cuatro? La esfera metálica (ver arriba) se encontraba en un piso superior y reposaba sola y misteriosa en una pequeña sala rodeada de ventanales. Había una puerta, pero estaba cerrada, y no había ningún letrero que invitara «Pase usted y juegue un rato con la esfera, ruede con ella». Al fin nos animamos a atravesar la puerta para ver sus detalles. Nos dimos cuenta que las piezas, recipientes para combustible, estaban perfectamente ensambladas y ninguna había sido pintada para la obra y mantenían su color original desgastado por el uso. Fue una sensación extraña estar ahí dentro solos con la esfera. ¿La podemos llevar de recuerdito, emulando la pareja Picasso-Apollinaire? Pero el gusto duró poco: a los cinco minutos, la gente, animada por vernos dentro, comenzó a entrar y en poco tiempo estaba lleno el lugar. Hora de continuar por otras salas.
El conjunto escultórico «Infantería con Bestia», de la artista sudafricana Jane Alexander, es realmente impresionante, tanto por el tamaño natural de las piezas como por el número de las esculturas, 29. Esta inquietante obra fue realizada con fibra de vidrio, pintura al óleo, zapatos y alfombra de lana. La Bestia, supongo, es el perro que parece dar órdenes a este grupo de… ¿ otros perros con forma humana? Como contraparte, las maquetas, como la de Station Vampires (ver más abajo), resultan tan divertidas como interesantes, pues fueron elaboradas con plástico, aluminio, piezas recuperadas de basureros y material eléctrico. El artista Rigobert Nimo, de la Republica del Congo, transformó todos esos materiales en estructuras alucinantes de ciencia-ficción. Sí, las maquetas emitían luces de colores, atrayendo a algunos niños: «¿Puedo pedir unos de estos a Santa Claus?».
El tiempo se fue como agua. No había vigilantes en las salas (o estaban muy bien camuflados como piezas de madera talladas). Nadie que le dijera a uno: «está muy cerca de la obra», «no se recargue contra la mampara», «no tome fotos panorámicas», «no se tire al suelo para fotografiar las obras», «no se suba a ese tótem que se puede venir abajo». Una museografía extraordinaria, en donde todo fluye de manera natural (sea lo que quiera decir esta frase), y sin mayores indicaciones. Y eso fue lo que hicimos, fluir… hasta que llegó la hora del cierre de la FLV (9 de la noche). Dejamos fuera una serie de experiencias paralelas que incluían música, poesía y literatura, con un catálogo de texto de escritores africanos. Ya será para la próxima. Con mucha luz solar todavía, emprendimos el regreso al metro. Hora de cenar.
No soy experto en arte. Más bien muestro mi gran ignorancia en este terreno a la menor provocación. Pero, como habría dicho mi querido amigo Alfredo Gutiérrez (qepd), con saber sorprenderse a tiempo es más que suficiente. Y ya encarrerado quizá me anime a seguir con una próxima entrada sobre Picasso Primitivo, una interesante exposición de este artista en el Museo Quai Branly, dedicado, precisamente, al arte de las culturas tradicionales de todo el mundo.
Advertencia # 1: «Oiga, usted no puede recargarse sobre las mamparas para tomar fotografías»
Uno de los objetivos de nuestro viaje a la Ciudad de México fue visitar el Museo Soumaya, construido por Carlos Slim en 2011, al norte de la Colonia Polanco. En este lugar se aloja parte importante de la colección personal de este personaje, que en algún momento fue el hombre más rico del planeta, según la revista Forbes. Las fotografías que había visto del edificio ya auguraban un encuentro interesante. Yo iba preparado con una discreta cámara Nikon Coolpix (con un zoom 18-x muy bueno), que cabe perfectamente en la palma de la mano, en caso de que estuviera prohibido tomar fotografías (se dan casos). Pero pronto descubrimos que, además de que la entrada es libre (bueno, ya la pre-pagamos con las tarifas del servicio telefónico), se pueden tomar fotos, con la condición de no usar tripié ni flash. Lo usual.
Advertencia # 2: «Está usted pisando dentro de las líneas blancas que están en el suelo»
El edificio es obra del mexicano Fernando Romero, quien contó con la asesoría del arquitecto canadiense Frank Gehry (sí el mismo que tiene edificios que parecen que los golpeó un meteorito), de quien se nota su influencia. Por ejemplo, echar un ojo al Museo Guggenheim de Bilbao… bueno, más o menos. En realidad no es tan impresionante como el del País Vasco que, en verdad, es una maravilla. La fachada del Soumaya esta recubierta por más de 16 000 placas hexagonales de alumnio que no se tocan, semejando un panal. Por dentro, la colección se distribuye en seis pisos de dimensiones variables (el edificio es asimétrico) que se conectan por medio de una rampa perimetral y ascensores. Bajar esa rampa en patineta debe ser divertido, pero no creo que lo permitan.
Advertencia # 3: «Su cámara está demasiado cerca de las obras. Va a disparar las alarmas»
El Museo (por cierto hay dos museos Soumaya: el de aquí en Polanco, y el otro en Plaza Loreto) tiene una colección de 70 000 piezas que incluyen obras de Rodin, Monet, Degas, Renoir, Van Gogh, Murillo y otros artistas europeos. También hay obras de maestros novohispanos, así como pintores como Velasco, Dr. Atl, Rivera, Orozco, Siqueiros, etc. Sí, la colección no es nada despreciable e incluye monedas, relojes, joyería, vajillas, relicarios, devocionarios, objetos decorativos, fotografía mexicana contemporánea, entre otras muchas cosas. Hay una amplia sección dedicada a Venecia, a sus artistas y a las películas que han sido inspiradas por esta ciudad, como «Muerte en Venecia». Quizá una de las secciones más interesantes es la que se dedica a obras orientales talladas en marfil (aunque a los pobres elefantes no debe hacerles mucha gracia).
Advertencia # 4: «No puede tomar fotografías hacia abajo, por encima de estos muros. Su cámara puede caer al vacío»
No hay nada que le advierta al visitante que hay un cuadro que le va a «hacer ojitos» desde lejos. Se trata de una escena panorámica (66.3 cm x 128.6 cm) que atrae por su oscuridad que contrasta con la línea del horizonte. Un poco en la penumbra se puede ver un pastor con sus ovejas. Parece como si las acabara de reunir como para tomar una selfie. Se trata del óleo Después de la tormenta, de Vincent van Gogh. Lo pintó por encargo en 1884 para un tal Antoon Hermans, quien lo quería para adornar su comedor. Seguramente lo colgó entre el retrato de la abuela y el clásico bodegón de mal gusto. El Museo lo adquirió en una subasta en 1997 en Sotheby’s de Londres. ¿No hubo ese año hubo un incremento de tarifas telefónicas?
Advertencia # 5: «No está permitido tomar panorámicas de las salas de exhibición, sólo de las obras»
Después de tres horas y media de recorrido en el Museo Soumaya, me quedó una clara convicción y una sensación medio escurridiza. La primera se refiere a que cuenta con una colección de objetos de arte realmente extraordinaria y que vale la pena hacer el peregrinaje a esa zona de la Ciudad de México para ver y disfrutar esas obras en vivo. La segunda es un poco difícil de definir. Se trata de la combinación entre una arquitectura que no cuaja (eufemismo de «muy fea») y la disposición de las obras. Si bien no tengo conocimientos de museografía y curaduría (sólo conozco el curado de nanche), me quedó la sensación de que algo no hace «click» en el Museo y que otra organización de los espacios habría sido mejor. Pero dada mi ignorancia sobre este asunto, quizá sea sólo eso: mi ignorancia… o quizá un cierto resentimiento por haber sido amonestado varias veces por los y las guardias de las salas de exhibición.
Advertencia # 6: «Este es un baño, no una sala de exposición. Por favor no tome fotos aquí»
Sí, me amonestaron varias veces en el Museo. Respecto a recargarme en una de las mamparas, jamás sucedió tal cosa. Debe haber sido una ilusión óptica. Me declaro culpable de haber cruzado las líneas marcadas en el piso y de acercarme demasiado a las obras. Eso lo solucioné después con el zoom de la cámara. Eso de tomar fotos hacia el vestíbulo por encima del muro de protección es cierto. Vino a mi mente de inmediato la fórmula de la caída libre de los objetos, donde «h» es la altura, «t» es el tiempo de duración de la caída del objeto (en este caso, mi cámara), y, por supuesto, la aceleración de la gravedad, que se designa con «g» y que es de 9.81 metros/segundo. Le dije al vigilante que tenía razón y que podía causar un serio accidente. A lo que él respondió «Sí, imagínese, más con el peso de su cámara». Y ahí fue cuando nos enfrascamos en una acalorada discusión, pues le dije que ni el peso del objeto ni su forma eran variables relevantes para la fórmula. Finalmente estuvo de acuerdo cuando le recordé el experimento de Galileo en la Torre Inclinada de Pisa. Eso de que no podía tomar fotografía panorámicas de las salas de exhibición fue algo que se sacó de la manga la señora vigilante. Cuándo se ha visto semejante restricción. Quizá sólo quería hacerme plática.
No recuerdo dónde la vi por primera vez . Es probable que haya sido en una revista o en un diario en Internet. Inmediatamente supe que tenía que conocerla en vivo y a todo color. Ver de cerca su cara, su cuerpo, ¡su ombligo!, y los pliegues de su sensual vestimenta. Si pudiera también pasar la mano sobre ella para percibir mejor sus texturas sería mucho mejor. Pero dudo que tuviera oportunidad alguna de hacerlo sin ser detenido de inmediato y presentado a las autoridades (aparte de la vergüenza de aparecer en la prensa mundial… en estos tiempos de acosos y demandas millonarias).
Ya sabía dónde habitaba esta mujer de dos toneladas de peso: en la Galería Uffizi de Florencia, después de un «peregrinaje» de 220 años por diversas partes de Italia. El mismo Miguel Ángel la admiró y ahora la tenía de nuevo cerca (es un decir), en la Sala 35, dedicada a, precisamente, Miguel Ángel y los Florentinos. Arianna Durmiente (Arianna Addormentata) es una copia romana del siglo III antes de Cristo de una obra helénica. ¡Qué copia! Me imagino a la madre del escultor que la copió: «Hijo, ya te dije que tienes que deshacerte de esa fea manía tuya de copiar. Así no vas a llegar a ninguna parte y vas tener que dedicarte a la política». Y vaya que si llegó a alguna parte… al menos la escultura.
Los puentes sobre el río Arno, desde la Galería Uffizi, Florencia. (C) Arturo Guillaumín T. / 2016.
Y llegó la hora. Entramos a la Uffizi temprano, pero ya había demasiada gente, cientos de visitantes (¿miles?). Uno quisiera entrar a los museos y las galerías con otras 20 o 25 personas, a lo sumo, para poder sentarse con calma a ver las obras y tomar fotografías a gusto y sin que nadie se atraviese a la hora de apretar el disparador. Cabe decir que en esa Sala 35 se encuentra, ni más ni menos, que el cuadro Tondo Doni de Miguel Ángel: una pintura redonda de 120 centímetros de diámetro, de alrededor de 1505, en la que aparecen la Virgen con el Niño y San José, con un marco que el mismo pintor diseñó. Para mí el famosísimo Tondo Doni estaba en segundo lugar: yo iba a ver a Ariannita (nótese ya cierta confianza con la chica).
«Mi scusi, dov’è la stanza trentacinque?», me hubiera gustado haber preguntado así, con un fluido italiano a alguno de los asistentes de la galería. Pero no, sólo alcancé a balbucear algo incomprensible que me llevó a unos baños que se encontraban al final de un largo corredor. Después de un breve recorrido, al fin nos encontrábamos en el umbral de la Sala 35. Estaba preparado para el complicado encuentro con Arianna: tropiezos, empujones, piquetes de ojo, para abrirme paso y llegar a ella. Pero cuál sería mi sorpresa. Ni mi en mis más fantasiosos sueños lo hubiera imaginado… pero esto es lo que me encontré.
¡Arianna sola para mí! Sí, todo mundo estaba admirando el cuadro de Miguel Ángel y ni quien le echara un ojo a la escultura. Así que pudimos recorrerla centímetro a centímetro. Con una oportunidad como esta tuve que contener las ganas de pasar la mano sobre ella, sobre todo por el ombligo. Eso sí, tomé alrededor de 20 fotografías. Pero ninguna de ellas se compara con la emoción de estar frente a esta obra de arte (no importa que sea copia) de hace más de 2 200 años.
Después de una experiencia como esta, sólo queda reponerse con una bisteca alla fiorentina, un vinillo tinto y un helado para no cerrar en falso. Bueno, y apenas ese fue el comienzo en esa ciudad, cuna del Renacimiento y el Humanismo, y centro de la Toscana.