The Traveling Wilburys

El Cuarteto de Dave Brubeck

Cuando se trata de recuerdos, de nostalgia de años idos, la musica de fondo es casi inevitable. Cada quien tiene sus canciones, compositores, bandas, sinfónicas, directores, intérpretes favoritos. Yo tuve la suerte de vivir la explosión cámbrica-musical de los años 60. Toda una revolución alrededor del jazz, el rock y la bossa nova. Lo mismo escúchábamos a Dave Brubeck (¿recuerdan su histórica «Take Five»?), al Ramsey Lewis Trio («The In Crowd» era imprescindible) y Ray Charles («What I’d Say»), que a Antonio Carlos Jobim («La chica de Ipanema», «Desafinado») o Joao Gilberto o Vinicius de Moraes (muchos de sus poemas se convirtieron en letras de canciones).

Antonio Carlos Jobim

El rock vivía entonces una diversificación e innovación extraordinarias. Ahí estaban The Rolling Stones, Cream (con Eric Clapton a la cabeza), Bob Dylan, The Mamas and The Papas (nadie olvida a Mama Cass), Simon & Garfunkel, Janis Joplin, Jimmy Hendrix y The Doors, entre una innumerable cantidad de músicos extraordinarios. The Beatles nos sorprendieron por su rápida evolución en unos cuantos años. Recuerdo que cuando escuché por primera vez su album Sargent Peppers’s Lonely Heart Club Band, creí que ya habían perdido el rumbo completamente. Me tomó varios días asimilar lo que estaba escuchando. Fueron ellos quienes ayudaron a romper las barreras musicales, acercándonos por igual a la música clásica que a las ragas indias o la llamada música psicodélica.

George Harrison se interesó no sólo en las filosofías de la India, sino también en su música. Fue así que decidió aprender a tocar el sitar con el músico más destacado de entonces: Ravi Shankar. Pasó tres meses con él y si bien no llegó a dominar el instrumento (cosa que le habría tomado la vida entera), le llevó a crear nuevas texturas dentro del mundo del rock. Ahí está como muestra la increíble «Within you without you», que grabó con su sitar y un grupo de músicos occidentales e indios.

Mucho después de la disolución de The Beatles, Harrison fue en 1988 a Estados Unidos para grabar una canción de lo que sería el lado «B» de un disco sencillo para promover su LP Cloud Nine. Tenía a la mano una canción que aún  no tenía título. Decidió entonces invitar a sus amigos Roy Orbison (si han escuchado «Pretty Woman», saben de quién estoy hablando) y Tom Petty (The Heartbreakers) a grabarla. Harrison pensó que sería buena idea invitar también a su amigo Bob Dylan y realizar la grabación en su propiedad, «The Farm». También participó en esta grabación Jeff Lynne, músico ex-integrante de la Electric Light Orchestra.

The Traveling Wilburys

Una caja de cartón con la leyenda «Handle with care» («manejar con cuidado»), a la entrada de la casa de Dylan, dio a Harrison la idea para el título de la canción. Una vez que todos escucharon el resultado, George sabía que no podía ser simplemente el lado «B» de un disco sencillo. Fue cuando de manera espontánea se formó el grupo: The Traveling Wilburys. Años más tarde, Harrison diría que si se hubiera planeado la formación de la banda, habría sido simplemente imposible: «tuvo que haber sido la luna llena o algo parecido».

En su corta vida, sólo grabaron tres álbumes: simplemente The Traveling Wilburys I, II, y III. Oro de 24 kilates. Durante muchos años estuvieron agotados y era imposible conseguirlos a menos que se estuviera dispuesto a pagar un precio muy alto . Se habían convertido en material para coleccionistas. Hoy se han vuelto a editar esos tres discos de un grupo extraordinario y compuesto por cinco talentos. Es música llena de humor, frescura y craftsmanship. Se puede advertir cómo se divirtían en cada canción. Me da la impresión que nunca se lo tomaron en serio, excepto por el puritito gusto de reunirse como amigos.

Con la muerte primero de Roy Orbison (sólo alcanzó a participar en un disco) y después de George Harrison, sabemos que yo no habrá más Wilburys viajeros. Por cierto, ninguno de ellos aparecía con su nombre sino con pseudónimos que los convertía en los hermanos Wilbury. Les recomiendo ver el video de «Handle with care» para que se regocijen con esas improbables imágenes de ver juntos a Roy Orbison, Bob Dylan y George Harrison.

La necesidad de un nuevo comienzo

En los últimos 300 años, el daño ecológico, el hambre, la pobreza, la injusticia y la violencia se han expandido geométricamente por todo el mundo. La fragmentada inteligencia humana ha producido problemas y daños que no puede solucionar ni reparar. Nuestros sentidos de proporción y de propósito han corrido muy atrás de nuestras habilidades técnicas y científicas. Lo que ostentosamente denominamos “sociedad del conocimiento” está al borde del colapso, precisamente por la estrechez de su concepto de conocimiento. Las instituciones y organizaciones de hoy son obsoletas e inútiles ante la complejidad de los problemas.

Gaia 09, AGT

Si vamos a construir otro mundo, uno que sea ecológicamente sustentable y que nos sostenga espiritualmente, debemos trascender la visión de la era industrial. Hoy podemos decir, con abundancia de pruebas, que el proyecto de la modernidad ha fracasado. Reconocerlo constituiría el primer paso hacia un futuro más esperanzador. El problema es que todas nuestras vidas están montadas sobre las ideas, conceptos y mitos creados en la modernidad. He ahí la razón para hacer emerger una educación distinta, que pueda aportar las semillas de posibilidad para continuar la aventura humana.

Pero, ¿Cómo reconstruir la habitabilidad del planeta? ¿Cómo detener una civilización arrogante y centrada en sí misma? ¿Cómo parar una economía depredadora? ¿Cómo comenzar a ver las diferentes culturas como parte de una misma comunidad terrena? ¿Cómo re-imaginar y rehacer la presencia humana sobre la Tierra en formas que funcionen en el largo plazo, en un horizonte de miles o de millones de años? Estas preguntas se encuentran en el corazón de lo que Thomas Berry (1999) llamó “el Gran Trabajo”. Ese gran trabajo no es otra cosa que el esfuerzo para armonizar la aventura humana con el resto de la comunidad del planeta Tierra.

Gaia 21, AGT

Necesitamos conservar lo mejor de la civilización humana con una perspectiva mucho más amplia de nuestro lugar en el cosmos. Esa filosofía será la que nos conecte con la vida, con nosotros mismos, y con las generaciones por venir. Los fundamentos de una sabiduría capaz de articular la cultura con la naturaleza se encuentran en los 4,600 millones de años de evolución terrestre. Esta historia nos provee el registro de pautas y estrategias de vida en toda su variedad desplegada en una eflorescencia de creatividad biológica (Orr, 2004b).

La gran presunción fallida del mundo moderno ha sido la creencia de que los humanos estamos exentos de las leyes que gobiernan el resto de la creación, y que la naturaleza es una materia que debe ser subordinada y amoldada a nuestros deseos. Por el contrario, debemos reeducar las intenciones humanas con un conocimiento de nuestro planeta, de nuestra casa, para lograr una armonía que no cause daño ni a los humanos ni a las demás especies ni a su hábitat. Se trata de rehacer nuestra presencia en el mundo de manera que se honre la vida y se proteja la dignidad humana.

Gaia 14, AGT

Es necesario un nuevo comienzo. No tenemos mucho tiempo, como nos lo hacen saber científicos comprometidos con la unidad planetaria, como James Lovelock (2009) en su último libro, La evanescente cara de Gaia. Una advertencia final. En este sentido, quizá el descubrimiento más importante de las últimas décadas es que los humanos somos parte de un experimento muy frágil, vulnerable a eventos fortuitos, al mal juicio, a la miopía, a la avaricia y al rencor. Aunque estamos divididos por naciones, etnias, religiones, lenguaje, cultura y política, somos co-participantes de una empresa que se extiende hacia el pasado mucho más allá de nuestra memoria, pero hacia el futuro no más allá de nuestra habilidad para reconocer que somos simples miembros y ciudadanos de una gran comunidad (Orr, 2005).

Referencias

Berry, Thomas. (1999). The Great Work. Nueva York: Bell Tower.

Lovelock, James. (2009). The vanishing face of Gaia. A final warning. Nueva York: Basic Books.

Orr, David W. (2004). The Nature of Design. Ecology, culture and human intention. Nueva York: Oxford University Press.

Orr, David W. (2005). “Foreword”. En Michael  K. Stone y Zenobia Barlow (ed.) Ecological Literacy. Educating our children for a sustainable world. San Francisco: Sierra Club Books. Pp. ix-xi.

Comida lenta, promesa de un renacimiento de la vida regional

A la economía le debemos dos conceptos extraordinarios: escasez y pobreza. La abundancia de nuestro planeta (trabajo paciente de la naturaleza por más de 4 mil millones de años) fue desmantelada (monocultivos, absurdos métodos de producción, destrucción de relaciones ecológicas y ciclos) en unos cuantos siglos y convertida en un redondo negocio alimentario a escala mundial. Hoy, un puñado de corporaciones controla cultivos, investigación genética, tecnologías para trabajo mecanizado, fertilizantes químicos y pesticidas, biocombustibles, redes de distribución, cadenas de fast food, etc.

No se trata sólo de un daño ecológico de dimensiones planetarias, sino también de la pérdida de autonomía de comunidades y regiones de todo el mundo, a partir de uno de los fundamentos más importantes de la cultura: la alimentación. Alrededor de la comida se construyen fuertes relaciones comunitarias y familiares, así como con la tierra, y los ciclos naturales. La comida industrializada, en cambio, ha trastocado las pautas, ritmos y costumbres de las sociedades y nos ha alineado con una vida cronometrada y dedicada a la eficiencia (sea lo que signifique). La comida rápida es el epítome de esta cultura.

Este es el mundo de la producción masiva, en el que se están olvidando valiosos conocimientos y habilidades para cultivar y cuidar la tierra, donde también está desapareciendo el arte de cocinar y de compartir la comida, de conversar, de hacer pausa. Pensemos un momento sobre esto: hemos perdido el control de las fuentes de los alimentos. No se requiere de una reflexión profunda para darnos cuenta de todo lo que está en juego. Todo por la “conveniencia” de ir al supermercado y comprarlo todo ya empacado y listo (o casi) para comer. El problema es que toda esa comida, para llegar a nuestra mesa, tiene que recorrer cientos o miles de kilómetros, engullendo enormes cantidades de energía de combustibles fósiles, uno de los factores más importantes del calentamiento global.

Pero hay quienes han reaccionado a esta absurda economía y manera de vivir la vida. Por ejemplo, en 1986 se abrió un McDonald’s en el centro histórico de Roma. La gente reaccionó en contra de tal atentado y varios periodistas organizaron una comida al aire libre. Esta iniciativa culminó con la creación del movimiento Slow Food (comida lenta), encabezado por el periodista piamontés Carlo Petrini. Hoy, este movimiento alcanza a más de 100 países y entre sus principios se encuentran: desarrollo de las culturas gastronómicas regionales; la preservación de la biodiversidad; la elaboración artesanal (no industrial) de los alimentos; la difusión de prácticas orgánicas de cultivo; la recuperación del arte de conversar sobre la mesa.

Se siguen sumando esfuerzos por todas partes para recuperar local y regionalmente el poder de la alimentación. Se han creado centros en los que se difunden conocimientos sobre permacultura, la conversión de huertos, jardines y bosques en áreas para el cultivo de alimentos. Todo cuidando las relaciones ecológicas. Asimismo, hay iniciativas en las que se promueve que los alimentos no viajen más un cierto número de kilómetros (ahorra energía y evita el uso de conservadores). Hay escuelas en donde los niños producen sus propios alimentos, como parte de un curriculum que incluye el cuidado de la naturaleza y el aprendizaje de los principios de la vida. En fin, hay una creciente red de movimientos que, aunque son aún minoría en un mundo mercantilizado, están sentando las pautas para fortalecer las regiones y establecer nuevas y sanas relaciones entre la cultura y la naturaleza.

Aquí hay algo sobre qué pensar cuando nos estemos comiendo una rica hamburguesa, acompañada de una deliciosa bebida de cola. Slurp!

Fuentes de inspiración:

Honoré, Carl. (2005). Elogio de la Lentitud. Un movimiento mundial que desafía el culto a la velocidad. Barcelona: RBA Libros.

Kumar, Satish. (2010). Earth Pilgrim. Totnes: Green Books.

Pils, Ingebord y Stefan Palmer. (2010). Italia de mis sabores. Bath: Parragon Books.

Regresar a casa XVI

Árbol en los jardines del Schumacher College

Con esta entrada termino la serie «Regresar a casa». El título hace alusión a lo que diversos autores (Edgar Morin, Thomas Berry, Stephan Harding…) proponen en tiempos tan críticos: reconocernos los humanos como una sola especie (tan fragmentada en culturas, religiones e ideologías) y reconocer que el planeta Tierra es nuestra única casa y tratarla como tal, vernos como integrantes recién llegados de una compleja comunidad que ha evolucionado por 4 600 millones de años.

Devon.

Atraído por el tema, pasé dos semanas en el Schumacher College, participando en un curso que no sólo me ha abierto la mente a nuevas ideas y teorías sobre la evolución y nuestro planeta. También ha abierto mis sentidos, mi intuición y mi lado espiritual (no religioso), adormecidos dentro de ese ámbito que llamamos intelectual. La experiencia, sin duda, ha sido la más enriquecedora en los últimos años de mi vida académica. Es un parteaguas que me muestra otros caminos para hacer investigación, para mi práctica docente y, lo más importante, para vivir la vida.

El Schumacher

Ahora se abren nuevos proyectos a corto y mediano plazo, que incluyen seminarios abiertos y emergentes, publicaciones, cursos y talleres y el trabajo colaborativo en red con gente que está comprometida con un verdadero cambio cultural en otras partes del mundo.

Saludos a Rupert, Sean, Satish y Stephan desde este blog, desde este rincón del mundo. Gracias por sus enseñanzas.

Regresar a casa XV

Después de pasar dos semanas en el Schumacher College, en Devon, cuento con dos días y medio para explorar un poco Londres. Mi lista de lugares para visitar no es nada corta y dudo que pueda completarla. Debo adelantar que los Kew Gardens quedaron fuera y quizá sea lo más lamentable de todo, pues este jardín botánico es de los más bellos y visitados (por turistas e investigadores) del mundo. Será para la próxima vez.

Galería Tate Modern, antigua planta eléctrica: sala del generador

Le echo una ojeada a mi guía de Londres, una bestia de 450 páginas y con un peso aproximado de kilo y medio (que por cada 500 metros de caminata aumenta medio kilo más). Trazo mi ruta: comenzar en la galería Tate Modern y caminar por lo que se conoce como el South Bank (que como el nombre indica, está sobre el lado sur del río Támesis), una franja sobre la que se encuentran importantes galerías, museos, salas de conciertos y, por supuesto, el London Eye

London Eye, impresionante rueda de la fortuna de 135 metros de altura.

Llegar hasta el Westminster Bridge, que me pasa al otro lado del río justo donde están las Casas del Parlamento y el Big Ben

→ Dar vuelta a la derecha y tomar la avenida Whitehall (pasando por donde están las guardias de la Reina y la casa del Primer Ministro, en Downing Street) → Pasar por Trafalgar Square, subir por St Martin’s Lane y Long Acre 

Trafalgar Square… un poco abarrotada de gente.

Hacer un amplio recorrido por Covent Garden → Tomar Coventry Street y llegar a Picadilly Circus → Subir al West End (zona de teatros y espectáculos de todo tipo -sí, de todo tipo) → Rematar el día con una cena en el Chinatown (apenas un par de calles, pero con más de 50 restaurantes para escoger).

Vista desde un restaurant chino.

El recorrido me toma todo el sábado. Más tiempo del planeado. Es que sobre el mapa todo se ve tan sencillo. Pero hay que tomar en cuenta las múltiples paradas, entradas a edificios, recargas de energía en pubs, tentempiés de restaurantes, breves y aleccionadoras desorientaciones, etcétera. Los viajes ilustran, pero cansan.

Todo es parte de una aventura que podría llamarse, siendo de plano muy reduccionistas, académica. Pero es más que eso. Se trata de salir de los «loops» de los hábitos y las rutinas, para dar paso a posibles bifurcaciones: esos momentos en los que cada decisión nos descubre nuevos paisajes, texturas y experiencias. Donde cada deriva nos aleja de nuestros planes y nos acerca a nosotros mismos.

Estoy conciente de mi modalidad de turista en Londres, completamente distinta a la de peregrino (para utilizar palabras de Satish Kumar) en Devon. Dos experiencias distintas. Pero ambas se complementan para formar una unidad que me ha enriquecido. El reto ahora es ampliar las notas que he tomado durante 15 días, reflexionar sobre qué pasó y cómo compartir con otras personas lo aprendido.

Regresar a casa XIV (cuatro preguntas)

Cuatro preguntas sencillas:

  1. ¿Cómo desacelerar para llegar más lejos, ir más allá?
  2. ¿Cómo hacer menos, pero hacerlo bien?
  3. ¿Cómo tener una vida más plena con menos cantidad?
  4. ¿Cómo crear un futuro que sea rico en tiempo y nos permita prestar atención a lo que nos rodea y a lo que hacemos?

Si pudiéramos contestar estas preguntas en nuestras universidades, si los jóvenes las reflexionaran a fondo, sería un buen comienzo para mejorar la educación… y nuestro mundo.

Regresar a casa XIII (transdisciplina, espiritualidad y las chicas del tren)

El viernes 2 de julio dejo el Schumacher College poco antes de la una de la tarde. Tomo el tren de las 13:22 de Totnes a Londres. Tres horas de viaje. Dormito a ratos. Despierto. Trato de organizar mis pensamientos en torno a lo que he vivido durante las dos semanas inmerso en el curso sobre la teoría Gaia y la evolución de la conciencia. Es imposible separar el contenido del curso de las personas que lo impartieron, del lugar geográfico en el que está situado el Colegio, del método (si se le puede llamar así), de la filosofía educativa, de las actividades realizadas… Constituye un todo indivisible. Es el encuentro más cercano que he tenido con aquello que denominamos transdisciplina.

Viene en el tren un grupo de muchachas que parecen divertirse de lo lindo. Ríen y hablan en voz alta, quizá más alta de lo que los cánones ferroviarios ingleses lo permiten. A mí no me molesta. Por el contrario, le da un toque más alegre al viaje que lo hace más ligero. Pero hay un señor (de esos con pinta muy inglesa) que se la pasa moviendo la cabeza, en desacuerdo con el jolgorio. No resiste más y se levanta de su asiento. Les pide que por favor le bajen el volumen, que dejen descansar al resto de los pasajeros. Preveo una respuesta sarcástica y fulminante de las chicas. Pero no. Todas acatan la “sugerencia”. Bajan las voces. Se ríen con mesura. Pero no pasan más de cinco minutos y la cosa está igual. Nuestro personaje hace una expresión como de “es imposible con estas chicas”.

Rupert Sheldrake, Stephan Harding, Sean Kelly y Satish Kumar han dejado ya una profunda huella en mi ánimo. Los cuatro articulan saberes provenientes de las ciencias llamadas duras, las humanidades, la filosofía, y de una rica experiencia ligada a lo espiritual. Viven lo que predican. Es decir, hay un profundo compromiso ético en lo que hacen. Hacen educación de una manera congruente. Me ha impresionado mucho el sentido de comunidad que se vive en el Schumacher. El profundo sentido de lugar que se respira allí. La capacidad de contar historias de todos. El tiempo de meditación. La hora de preparar los alimentos. El momento de trabajar en el jardín. Las excursiones por la región de Devon. Todo es parte de una educación transformadora no sólo de las ideas, sino también de la percepción y del espíritu. Además, hay un sentido práctico que me llama la atención. Como dice Satish, “Mi preocupación no es acerca de otro mundo, sino acerca de este mundo. No busco el paraíso o la salvación, o algún tipo idealizado de otra vida: busco un profundo compromiso con la vida en el aquí y ahora, sobre esta Tierra, en este mundo”. Eso me alienta. Cierro los ojos.

Llego a Londres a las 16:22 hrs. Sólo tengo que salir de la estación Paddington y caminar unos cuantos metros para llegar a mi hotel. La señorita de la recepción me recibe con una amplia sonrisa y me dice: “señor, hoy es su día de suerte”. Pregunto si mi estancia va a ser gratis. Y me dice que no, que el hotel está overbooked (creía que esto sólo pasaba con las líneas aéreas). Pero todo está arreglado: me han hecho una reservación en otro hotel, en South Kensington, a unas cuadras de Harrods y cerca de Hyde Park. El taxi corre por cuenta de ellos. Me subo a él. Sí, es mi día de suerte.

Regresar a casa XII (encuentro con Rupert Sheldrake)

El bioquímico británico Rupert Sheldrake es quizá uno de los científicos más controversiales que se ha aventurado al estudio del mundo de la mente, la conciencia y la evolución, fuera de los caminos ortodoxos de la ciencia. En 1981 publicó un libro que armó gran alboroto entre los científicos de todo el mundo: Una nueva ciencia de la vida. Allí explicaba una de las hipótesis más revolucionarias de la biología contemporánea: la de la resonancia mórfica. Tuve la oportunidad de conocerlo y conocer de primera mano su teoría en el Schumacher College, Inglaterra.

Rupert Sheldrake

Comienza su curso cuestionando si la mente tiene límite, si está localizada en el cerebro. Sus investigaciones apuntan a que la mente está en el cerebro, pero que se extiende mucho más allá de él. De hecho, constituye un campo. De ahí que fenómenos como la premonición, o incluso la telepatía, no sean ni paranormales o sobrenaturales. La mente tiene cualidades muy superiores a las que normalmente la ciencia está dispuesta a aceptar. De hecho hay una explicación biológica. Y esa explicación es la que ha expuesto en años recientes.

Sus audaces teorías han sacudido el mundo de las ciencias, sobre todo en el campo de la morfogénesis. Hay quienes dicen que sus contribuciones serán reconocidas algún día al mismo nivel que las de Newton y Darwin. Por supuesto, también hay científicos que no pueden aceptar que dentro de las «ciencias serias» se introduzcan temas tan «subjetivos» como el de la conciencia.

La mente se extiende al mundo que nos rodea, conectándonos con todo lo que vemos. Esta teoría de la “mente extendida” es una vuelta de tuerca a la propuesta del propio Sheldrake de los campos mórficos que parecen llenar todo el espacio y extenderse en el tiempo con la asombrosa capacidad de generar todas las formas animadas e inanimadas del universo, e incluso los comportamientos de los seres vivos, mediante un proceso que él denomina “causación formativa” basado en la resonancia mórfica.

Las mentes de todos los individuos de una especie -incluido el hombre- se encuentran unidas y formando parte de un mismo campo mental. Ese campo mental afectaría a las mentes de los individuos y las mentes de estos también afectarían al campo.

Parvada en perfecta sincronización

«Cada especie animal, vegetal o mineral posee una memoria colectiva a la que contribuyen todos los miembros de la especie y a la cual conforman», afirma Sheldrake. De este modo si un individuo de una especie animal aprende una nueva habilidad, les será más fácil aprenderla a todos los individuos de dicha especie, porque la habilidad «resuena» en cada uno, sin importar la distancia a la que se encuentre. Y cuantos más individuos la aprendan, tanto más fácil y rápido les resultará al resto.

Utilizando su teoría de la resonancia mórfica, Sheldrake ha podido reinterpretar las regularidades de la naturaleza para verlas más como hábitos que como leyes inmutables, ofreciendo así una nueva comprensión de la vida y la conciencia. Sus investigaciones tratan de demostrar que las formas y hábitos pasados de los organismos influyen en los organismos presentes, por medio de conexiones inmateriales a través de tiempo y espacio. En otras palabras, la evolución no descansa sólo en la transmisión genética de la información y en la adaptación a las sucesivas situaciones ambientales. Hay un pasado, una memoria colectiva a la que tenemos acceso.

Banco de peces

Rupert Sheldrake tiene un gran sentido del humor. Tiene la habilidad de tocar temas muy complejos de manera clara y sencilla. Durante dos días nos mantiene interesados, curiosos, divertidos. No faltaron sus fotos y videos sobre parvadas, cardúmenes, gatos, perros y otros animales. Una teoría fascinante. Me pregunto acerca de sus implicaciones para mi actual investigación: la educación coevolutiva. Esto implica seguir leyendo sus libros. Sobre todo el último: Morphic Resonance. The nature of formative causation (2009, ParkStreet Press)

Regresar a casa XI (a very long journey)

Un metro = un millón de años

Guiados por Stephan Harding, el martes salimos a caminar por el sur de Devon. Subir y bajar por un sinuoso camino que, en una sucesión de paisajes de extraordinaria belleza, nos llevó a la ciudad puerto de Dartmouth. El propósito no era estirar las piernas, hacer un poco de ejercicio, distraernos de la intensa actividad en el Schumacher College.

En camino

La propuesta era emprender una caminata de 4,600 metros. ¿Por qué tal distancia?  La intención era darnos la oportunidad de sentir y experimentar la larga transformación de nuestro planeta. El reto era cómo hacer que un calendario geológico, que rebasa por mucho la escala humana, tuviera sentido. El desafío de esta experiencia consistía en crear un vínculo físico, emocional y mental con la evolución terrestre.

Un campo de flores

Cada metro caminado equivalía a un millón de años del proceso evolutivo de la Tierra. Cada paso representaba 500 mil años. En total 4,600 millones de años, desde que nuestro planeta era una esfera incandescente de metal fundido y gases, pasando por la aparición de la vida y su arborescente proliferación cámbrica, hasta el presente: un organismo inteligente al borde de la sexta extinción masiva de especies, al borde de la destrucción.

El mar

En ciertos puntos del recorrido, Stephan nos detenía para decirnos dónde estábamos parados, en qué momento de la evolución terrestre nos encontrábamos. Ésto nos ponía en perspectiva el largo, lento y complejo proceso creativo de Gaia, es decir la Tierra vista como un organismo inteligente. Así, nos deteníamos durante la aparición de los océanos, hace 4,200 millones de años… cuando apareció la vida en forma de células bacterianas, hace  3,900 millones de años…

Vista desde el periodo Cámbrico

Caminar sobre el tiempo geológico es revelador. El pensamiento racional cede a otras formas de conocimiento que nos permiten enriquecer nuestra experiencia (o mejor dicho, que la hacen emerger). Se comprometen nuestros sentidos de manera orgánica y se amplía nuestra percepción de la realidad. La descubrimos interconectada, diversa y única. Tal sensación nos abre a un sentido de reverencia por lo viviente y por lo no viviente.

Caminamos durante tres horas. No podía falta el agudo sentido de humor de Stephan. Llegamos a la explosión cámbrica (la aparición y proliferación de organismos macroscópicos multicelulares), hace 530 millones de años. Para festejar semejante orgía de la vida, nos refrescamos en una heladería, ya en la bahía de Dartmouth.

Finalmente, meditamos sobre esos 30 centímetros finales del camino, cuando apareció el Homo sapiens. Guardamos un momento de silencio, de agradecimiento al planeta. Pensé en la monumental arrogancia de la especie humana de creerse la cúspide de la evolución. En su afán de dominar la naturaleza para su propio beneficio. En su infinita ignorancia en una era que no ha tenido el menor sonrojo de llamarse “sociedad del conocimiento”.

Los últimos 30 centímetros

Aún así, Gaia no nos ha abandonado. Quizá está esperando a que, al fin, surja en nosotros los humanos, los recién llegados, una chispa de inteligencia.

Regresar a casa X (Satish Kumar y el castaño)

Desde la ventana de mi habitación puedo ver a ese mágnifico castaño que preside el jardín de la entrada principal al Schumacher College. No soy muy bueno para calcular distancias, pero mi apuesta es que debe tener alrededor de unos 22.648 metros de altura. Es hábitat de numerosos mirlos que cantan divertidos (eso me parecen) a todas horas: blackbird singing in the dead of night

Esta noche nos visitó Satish Kumar. Después de una cena con platillos de la India, nos dio una charla sobre Gaia y la consciencia. Mirando hacia el castaño desde la ventana de la biblioteca, nos dijo que, para continuar siendo, el castaño tiene que estar en constante cambio: cada minuto, cada día, cada estación. Esa es la paradoja de la vida: permanencia y cambio. Edgar Morin hablaría de un principio dialógico.

Satish Kumar en el Schumacher College

La flama de la vela que tenía enfrente, anadió Satish, no es la misma, pues tiene que renovarse a cada momento para seguir siendo, como el flujo de un río.

Lo mismo sucede con nuestro planeta. Para seguir siendo, debe tener la capacidad de renovarse y mantener su cualidad autopoiética. Los mirlos lo saben. Las bacterias lo saben.

¿Por qué nos cuesta tanto a los humanos recordar los principios básicos de la vida?