El síndrome de la inercia literaria cuántica: una justificación científica para 1509 días de silencio

Durante los últimos 1509 días, mi ausencia en este blog no ha sido producto de la simple procrastinación, sino de un fenómeno descrito en 2006 por el renombrado Dr. Arnold von Stressberg en su tratado sobre la «Inercia Literaria Cuántica» (ILQ). Según von Stressberg, los escritores pueden quedar atrapados en un estado de superposición creativa en el que, de manera simultánea, desean escribir y son incapaces de hacerlo debido a fuerzas desconocidas que operan en la heliopausa (Stressberg, 2006). La existencia de esas fuerzas ha sido corroborada recientemente por la sonda Voyager I.

Mi travesía comenzó con la firme intención de redactar una nueva entrada. Sin embargo, en el momento exacto en que abrí mi procesador de texto, se generó un pequeño vórtice espacio-temporal sobre mi escritorio. Esto indicaba que la información cuántica de mi creatividad estaba en un estado de decoherencia. Como explicó el Dr. James Schrödingham, experto en metafísica aplicada: «cuando un autor intenta colapsar su estado de indecisión literaria, el universo responde con una reacción igual y opuesta de distracción absoluta» (Schrödingham, 2012). Y así ocurrió: un alud de notificaciones, responsabilidades urgentes e incluso el súbito interés de mi gata Lunita en monopolizar el teclado conspiraron contra mi proceso creativo.

A esto se sumó la teoría de la Dispersión Creativa formulada por la Dra. Penélope Inkwell, quien sostiene que la concentración literaria es inversamente proporcional al número de pestañas abiertas en el navegador. En mi caso, este índice alcanzó niveles críticos con un promedio de 62 pestañas simultáneas (Inkwell, 2013). El resultado fue un colapso absoluto de mi capacidad de enfoque, que me sumergió en una espiral de vídeos sobre termodinámica, recetas de pan y documentales sobre suricatas.

Hoy, sin embargo, un raro evento de alineación de asteroides ha restaurado mi acceso a la creatividad. He superado la ILQ, la Dispersión Creativa y hasta el bloqueo cuántico autoinducido. Estoy de vuelta… al menos hasta que Lunita reclame nuevamente el teclado.

Una respuesta a «»

  1. Mon estimée de la racontée: Me toma de improviso esta esperada contribución al Gullaumin Blog, después de 1509 días de crudo silencio. Cae como una lluvia de ideas y lejos estaría de subvalorar tal introspección, que me obliga a revisar mi bibliografía, descartar algunos clásicos y volver a encuadernar algunos de los ejemplares más utilizados, víctimas de la erosión que produce la vista al pasar sobre sus textos una y otra vez, en forma si se quiere, amalgamada. No me atrevería a leer el contenido de tal Blog, sin antes remontarme al anterior, lo cual me obligaría, en caso de hacerlo, a transitar hacia atrás por los 1509 días de silencio, lo cual podría llegar a aturdirme. Podría agregar esto o aquello, o incluso, lo de más acá, lo de mas allá y lo que nisiquiera se llega a ver, siempre  tratando de alcanzar algo más, sin por ello corregir las posibles faltas de sintaxis, de ortografía, etc.  pero todo ello me desvía de mi verdadera intención que es la de contestar al blog, sin leerlo y muchos menos, releerlo. Afortunadamente, en mis últimas travesías literarias, he sido omiso y ya estando en ello, he hecho caso omiso a todo aquello que podría implicar un serio cuestionamiento. Mejor, pensé para mis adentros, lo postergamos por un día más.  Ahora, hablando un poco en broma, sin la menor sorna, pero con un abultado sentido del mal humor, creo que ya habíamos intercambiado unos pareceres, en los que me disculpaba de haber transitado hacia Zimpizahua, sin detenerme en Xalapa. Omisión por la que pido disculpas, solicitando fecha para una posible visita en las estribaciones del próximo invierno, ya que el verano lo pasaré, mientras haya salud y una poltrona, en Stratford Ontario… Van unos versos formidables que mi astuto temperamento ha logrado producir. Nada nuevo, las cursilerías de siempre, pero nada que nos pueda volver locos. Un fuerte abrazo y nos mantenemos displicentes, hasta donde quepa. Luis

    Cumplir años en Xochimilco

    Me gustaría festejar 

    mi cumpleaños

    en una trajinera,

    no en una del montón

    de esas cualquiera,

    sino en una especial

    (digo espacial)

    de las que al cosmos 

    suben

    como quien sube

    una escalera.

    Una trajinera 

    de techo abovedado

    de esas floridas

    que se alinean

    en el embarcadero.

    Estar allí sentado

    y en el cielo ver  

    una garza 

    que al vuelo bate sus alas 

    y despega

    mientras bajo del agua

    el eterno ajolote, 

    su cuerpo regenera.

    Festejar un año mas 

    de vida 

    flotando entre lirios y juncos

    como a veces hacíamos

    cuando íbamos juntos.

    Citarnos en Cuemanco

    y acomodarnos

    a lo largo de una mesa 

    pintada de amarillo,

    y escuchar cantar 

    a la cigarra

    a dúo con el grillo.  

    Quisiera de nuevo 

    ver los verdes del paisaje 

    que la tarde pinta, 

    verdeando

    el verde atardecer, 

    y sobre la mesa

    tlacoyos 

    y un verde guacamole 

    en platos de papel. 

    Larga y angosta 

    es la mesa

    hecha con tablas alineadas

    ya están servidos 

    los tacos de canasta.

    Los mismos que vendía

    Pablo Valle

    bajo su sombrilla

    en medio de la calle.

    En la trajinera 

    todos vamos sentados

    menos el guía

    que va siempre parado

    hundiendo su estaca

    hasta el fondo del lago.

    Los invitados

    se disponen a brindar  

    con mezcal, tequila 

    o con cerveza

    cada uno calzando 

    de alas anchas 

    un sombrero de paja

    en la cabeza.

    A lo largo del canal

    vemos mas visitantes

    navegando

    en otras trajineras

    como islas flotantes

    se acercan

    y nos ofrecen flores 

    llenando la cubierta

    de colores.

    Las flores pintan

    nombres que me recuerdan

    fugitivos amores. 

    Quisiera festejar mi cumpleaños 

    en aquel Xochimilco

    de los tiempos idos

    cuando por unos pesos

    nos llevaban a pasear 

    por las chinampas

    jóvenes empujando 

    las varas

    con gestos de torero 

    o como en la Venecia 

    de los gondoleros.

    Apaguemos las velas

    dispuestos a cantar

    entre piedras talladas

    y las faldas de jade 

    bajo las que quisiera estar.

    Y al final de la fiesta 

    descansemos, 

    como hace ese pájaro 

    que se posa en la florida rama

    de un juncal. 

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