En agosto de 2008, falleció mi amigo Alfredo Gutiérrez. Él sabía desde tiempo atrás que tal desenlace sobrevendría más temprano que tarde. Extraordinario humanista, investigador y docente, de esos que tanto necesitamos hoy, cuando vemos a la educacion en caída libre. Edgar Morin, su amigo, una vez escribió de él: «Es maravilloso que existan sobre la Tierra personas de la calidad humana de Alfredo. Eso me da optimismo y esperanza».
Alfredo escribió una carta de despedida y pidió a su esposa que, cuando falleciera, la enviara por email a todos sus amigos. Es un texto, por decir lo menos, maravilloso. Es su última clase magistral. Durante mucho tiempo que quería publicarla en este blog. Hoy apenas me animé a hacerlo, pues creo que todo mundo debiera leerla. Si bien la escribió pensando en sus amigos, familia y ex-alumnos, es una carta para todos, hoy que estamos tan necesitados de sabiduría en medio de una profunda crisis material y espiritual.
Más allá desde acá… ¡Adiós!
-para cuando me toque hacerle lugar a la vida nueva-
(Favor de enviar este mensaje a mis listas de destinatarios)
De seguro que éste es el día “0”, y ya no hay modo de intercambiar miradas, ni abrazarnos. Desde esta ausencia inaugural, que me lleva a nacer como recién muertito, les dedico este viaje vertiginoso a las fuentes de la energía, de donde llegamos sin saberlo. Que conste que fui un privilegiado absoluto; eso se lo debo al mundo. Me voy en medio de mis propias fanfarrias y con el alma batiente de alegrías. ¿Qué más puedo pedir? Todo fue más que suficiente, modestia incluida y no sé por qué.
Pues, como se decía antes: No hay palabras para agradecer a ustedes el haberme encontrado entre la utilería del vasto universo o el dejarse encontrar por éste su agradecido descubridor. Lo he repetido hasta convertirlo en costumbre. Sin saber o a sabiendas, una fila inagotable de humanos muy cercanos y lejanos me han prestado algo muy importante de sus vidas; me debo en buena parte a su existir. Soy el que somos. De esta complicidad no se salvan.
Ha sido un gran viaje y una gran estancia biológica y estética, a tal punto que pronto seré, ya encarrerado, sólo parte de esta casa planetaria y del cosmos, que no es poca cosa, donde el pasaporte es convertirse en polvo o fuego, quizá porque hay ya una sobrepoblación de extintos y difuntas.
Gracias por haber estado allí, precisamente en el lugar y el tiempo por el que atiné a pasar. Esta cosa de existir ha sido una satisfacción abundante y sorpresiva, llena de contradicciones, absurdos y placeres inexplicables. Me voy peor que como llegué en cuestión de conocimientos. Pero me voy con otro tipo de satisfacciones y esperanzas, que van un poco más allá del conocer sólo. He sido consentido y apapachado a más no poder. En esto consiste lo mejor que viví, para eso es que vine ¡faltaba más! Pero no olvidé consentir y apapachar a quienes pude y tuve a mi alcance. Todo lo demás es sólo lo demás. Gracias por existir conmigo y contigo.
Aquí venimos a encontrarnos con otros que igualmente no sabían por qué o para qué fueron lanzados a este relajo y nos sorprendimos en el camino. Es más, no importa no tener respuesta para estas preguntas. Con asombrarnos a tiempo ha bastado.
No hay que preguntarnos por el autor; si lo hay, debe ser culpable e inocente a la vez si ha sido capaz de habernos creado en la ambigüedad y la incertidumbre, siempre incompletos e imperfectos. Llamamos dolor y alegría a esos extremos tan difíciles de alcanzar, como momentos ideales o ilusiones que nos sostienen en medio del vacío. Somos huérfanos que nos hemos fabricado padres y madres y que seguiremos poblando los cielos de acompañantes poderosos, bárbaros y piadosos, mientras ruede esta bola azul que nos empeñamos en pintar de gris.
Hoy tengo que decirles adiós, sin mayor drama. Mañana no me levantaré a cumplir mis deberes, ni requeriré del disfraz y la actitud que ya no me salen. Salgo de la escena porque hay colas de gente que debe aparecer en esta foto. Son la vida. La vida de niños y jóvenes que no dejan que muera nuestra especie. Uno se muere para dar paso a más vida, para que la vida permanezca y se desarrolle. La muerte es vida, la vida es muerte. Hay una unidad que nos cuesta comprender.
De seguro he molestado a muchos y a no pocos les he servido de algo en este valle de soledades. He cumplido con mi hechura de bien y de mal que siempre es nuestra única hechura vista por ambos lados. Esos son nombres y calificativos que forjamos para hacer y juzgar el orden social, que siempre es más complicado que esas dos simplezas que queremos aludir.
Si quisiera dejar recados diría que no hay que ser excesivamente formales, educados y protocolarios. Eso no sirve al final, donde una carcajada universal pugna por hacer estallar las convenciones que nos sujetaron durante tan magnífica oportunidad de ser. Somos invención que se inventa para sentirse con alguien y que inventa a los demás para tener con quien reír y llorar.
La vida es posibilidad, como la idea de Dios, será todo lo que sea posible ser, aunque nadie sepa la medida de semejante movimiento. Por eso se alumbra a sí misma, se multiplica y se sueña, para llegar siempre a donde nadie hubiera llegado. Pero no olviden que vivir es morir, que nadie es culpable de nuestras limitaciones y que esperamos todos, en alguna dimensión, descubrir para qué fue que tomamos estos caminos de la existencia, luego de ser nacidos sin consulta previa.
Con mi último amor y el mejor amor del mundo que nos tiene y nos contiene, han de dispensar pero tengo que emprender la retirada, cantando. Mi equipaje es único. Para este viaje sólo requiero de haberlos conocido, es lo que me llevo de este encuentro en esta tierra tan bien hecha para provocarnos la presencia y la ausencia. ¡Perfecta! Los dejo en la ignorancia más absoluta, magnífico saber que desconoce su nombre verdadero. Les encargo a los y las que se quedan, que cada vez van siendo menos, especialmente a dos mujeres y un hombre –siempre en minoría- : La Yuya, mi hermana Carmela (y su descendencia mayor y menuda), y un ahijado entre muchos que ya se bastan a sí mismos, Diego. No se abandonen, que no hay más que correspondernos y ser juntos todo lo que se pueda. A todos mis hijos e hijas les dejo mis problemas, mis dudas, mis más intrigantes desconoceres, que eso sí es mucho. Les dejo lo más que tengo. Le dejo a cada uno un amigo y a cada amiga una amiga. Les dejo una compañía que pueden aún aprovechar; yo no tuve a cualquiera en la amistad, me tocaron puros difíciles, terribles, amorosos y necesitados, hechos a mi medida.
Mientras haya vida habrá ilusión, alma de la carne del planeta. Yo me regreso “por entre la nopalera” a ser tierra nueva; seré desierto y sol, agua y planta y animal, marciano o partícula de otra dimensión. ¡Cuánta cosa hemos inventado y sólo Dios…!
Ah, en esta hora no puedo dejar de ser elemental: la felicidad consiste en poder decirles todo esto al final, a mis padres y madres, que sólo hay una y uno, a mis maestras y profesores, a mis alumnos y alumnas, a mis compañeras y compañeros, a mis amigos y amigas, a quienes me cuidaron y conservaron a pesar de mis extravíos y demencias. Les he costado mucho trabajo y siempre requerí de esta legión de atentos y tolerantes cuidadores de mi turbulento y pacífico tránsito. No está de más pedir disculpas postreras por la interpretación de mis papeles varios; no alcancé a ser un artista consumado en las tablas, me quedé ensayando en la antesala, tras bambalinas, en las calles de la vida. No obstante, a muchos logré convencer de mis múltiples rostros y me he multiplicado lo suficiente como para dejarles una amplia galería de posibles Alfredos, asegún como le haya ido en la feria a cada quien de los que traté y me trataron.
Sé que con mi modesta extinción se muere un poquito de todos ustedes, de eso no se salvarán porque es la ley de la vida, pero no es tan grave; igual me ha sucedido a mí con la desaparición de mis amigos y amigas. Desde que se empezaron a ir algo de mí también se fue yendo. Yo ya hace tiempo que no estoy aquí muy completo que digamos. Ese aligeramiento acaba por ser saludable, nada más nos falta pensarlo al revés de como nos lo enseñaron. Así puede uno dar el salto con más facilidad, hacerse chiquito para pasar por un punto hacia el otro lado de la dimensión en que gozamos y penamos.
En otras épocas hubiera sido distinto el medio y el mensaje; en nuestro tiempo cuento con esta magnífica cibercomputadora que les habla por mí como si aún estuviera entre ustedes. Y no, fíjense que yo ya me fui con tal impulso y vuelo, que ni yo mismo podría detenerme. Más allá de la velocidad de la luz uno sale del espacio-tiempo y quién sabe a dónde podrá entrar, si es que va uno todavía entrable. Si se trata de reencarnar los voy a querer cerca, que me los conceda Dios otra vez, aunque agarre fama de conservador irredento. Y si ya no los tendré, que borre mi memoria hasta el hueso del alma, para no sentir que los perdí en el camino de las transfiguraciones.
Como no volveré a ser el que fui, ni ustedes los que fueron, pues aquí se acaba todo, y este acabose se resuelve en el misterio de por qué vinimos sino es para hablar de su extraña flotación: somos un tramo sin extremos, un tendedero sin amarres en sus lados. Un airón de voces, preguntas y sueños.
Con todo este amor que ya no dirá su nombre, Alfredo Gutiérrez Gómez.