El bioquímico británico Rupert Sheldrake es quizá uno de los científicos más controversiales que se ha aventurado al estudio del mundo de la mente, la conciencia y la evolución, fuera de los caminos ortodoxos de la ciencia. En 1981 publicó un libro que armó gran alboroto entre los científicos de todo el mundo: Una nueva ciencia de la vida. Allí explicaba una de las hipótesis más revolucionarias de la biología contemporánea: la de la resonancia mórfica. Tuve la oportunidad de conocerlo y conocer de primera mano su teoría en el Schumacher College, Inglaterra.

Comienza su curso cuestionando si la mente tiene límite, si está localizada en el cerebro. Sus investigaciones apuntan a que la mente está en el cerebro, pero que se extiende mucho más allá de él. De hecho, constituye un campo. De ahí que fenómenos como la premonición, o incluso la telepatía, no sean ni paranormales o sobrenaturales. La mente tiene cualidades muy superiores a las que normalmente la ciencia está dispuesta a aceptar. De hecho hay una explicación biológica. Y esa explicación es la que ha expuesto en años recientes.
Sus audaces teorías han sacudido el mundo de las ciencias, sobre todo en el campo de la morfogénesis. Hay quienes dicen que sus contribuciones serán reconocidas algún día al mismo nivel que las de Newton y Darwin. Por supuesto, también hay científicos que no pueden aceptar que dentro de las «ciencias serias» se introduzcan temas tan «subjetivos» como el de la conciencia.
La mente se extiende al mundo que nos rodea, conectándonos con todo lo que vemos. Esta teoría de la “mente extendida” es una vuelta de tuerca a la propuesta del propio Sheldrake de los campos mórficos que parecen llenar todo el espacio y extenderse en el tiempo con la asombrosa capacidad de generar todas las formas animadas e inanimadas del universo, e incluso los comportamientos de los seres vivos, mediante un proceso que él denomina “causación formativa” basado en la resonancia mórfica.
Las mentes de todos los individuos de una especie -incluido el hombre- se encuentran unidas y formando parte de un mismo campo mental. Ese campo mental afectaría a las mentes de los individuos y las mentes de estos también afectarían al campo.

«Cada especie animal, vegetal o mineral posee una memoria colectiva a la que contribuyen todos los miembros de la especie y a la cual conforman», afirma Sheldrake. De este modo si un individuo de una especie animal aprende una nueva habilidad, les será más fácil aprenderla a todos los individuos de dicha especie, porque la habilidad «resuena» en cada uno, sin importar la distancia a la que se encuentre. Y cuantos más individuos la aprendan, tanto más fácil y rápido les resultará al resto.
Utilizando su teoría de la resonancia mórfica, Sheldrake ha podido reinterpretar las regularidades de la naturaleza para verlas más como hábitos que como leyes inmutables, ofreciendo así una nueva comprensión de la vida y la conciencia. Sus investigaciones tratan de demostrar que las formas y hábitos pasados de los organismos influyen en los organismos presentes, por medio de conexiones inmateriales a través de tiempo y espacio. En otras palabras, la evolución no descansa sólo en la transmisión genética de la información y en la adaptación a las sucesivas situaciones ambientales. Hay un pasado, una memoria colectiva a la que tenemos acceso.

Rupert Sheldrake tiene un gran sentido del humor. Tiene la habilidad de tocar temas muy complejos de manera clara y sencilla. Durante dos días nos mantiene interesados, curiosos, divertidos. No faltaron sus fotos y videos sobre parvadas, cardúmenes, gatos, perros y otros animales. Una teoría fascinante. Me pregunto acerca de sus implicaciones para mi actual investigación: la educación coevolutiva. Esto implica seguir leyendo sus libros. Sobre todo el último: Morphic Resonance. The nature of formative causation (2009, ParkStreet Press)