Katsushika Hokusai nació en 1760 en Edo, hoy Tokio, y murió en 1849. Fue un destacado artista y grabador que se especializó en la escuela del arte ukiyo-e (“escenas del mundo flotante”). Sus primeros trabajos representan el espectro completo de este arte, incluyendo impresiones de paisajes y actores, pinturas hechas con la mano, y surimono (“cosas impresas”), tales como felicitaciones, comunicados, diseños para libros.
Más tarde se concentró en los temas clásicos de la vida samurai y de China. De su obra destaca su serie de grabados “Treinta y seis Vistas del Monte Fuji”, publicada entre 1826 y 1833. Quizá una de sus obras más conocidas sea Ola rompiendo en Kagana a (algunas veces referida como Tsunami). Se trata de un grabado a color sobre superficie de madera y que realizó para dicha serie.

El Tsunami de Hokusai, de una belleza extraordinaria, muestra complejos detalles que le imparten una dinámica realista. La naturaleza fractal de la ola (que se reproduce a escalas más pequeñas en la cresta) ayuda a crear una imagen amenazadora. Los japoneses han conocido por siglos a estos monstruos que conservan su energía durante su recorrido, hasta que chocan violentamente contra las costas. El 11 de marzo de 2011, una amplia región de Japón fue sacudida por un sismo de 8.9 grados y arrasada por un tsunami que causó más daño que el terremoto mismo.

De todas las fotografías que he visto sobre el desastre en Japón, es esta la que más atrajo mi atención. No hay mucho que decir. O quizá haya tanto que decir. Imposible resistirse a su fuerza estética (esto es, que compromete al límite nuestros sentidos). No veo a una mujer japonesa. Tampoco a Natori, en el norte de Japón. Veo a nuestra civilización. A todos nosotros. En todas partes. Nuestra vulnerabilidad, como consecuencia de tanto desarrollo, de tanto progreso.